miércoles, 19 de octubre de 2011

Sartre vs Sartre





En 2005 se cumplieron cien años del nacimiento de uno de los principales representantes del pensamiento existencial, Jean Paul Sartre. Los festejos y conmemoraciones entonces parecían sumidos en la misma polaridad que caracterizó la época del filósofo francés: el mundo entre guerras, cuando la ideología dividía a los hombres y sus pensamientos. La realidad actual dista mucho de la de entonces y, no obstante, la polémica sobre el auténtico valor de la obra sartriana sigue alimentando páginas de suplementos y publicaciones culturales, asumiendo posturas de respaldo o descalificación, tratando de comprender qué fue lo que en verdad llevó a que el siglo XX sea llamado, con Bernard-Henry Lévy, “el siglo de Sartre”.

Quedan lejos ya los días en que el pensamiento, las posturas ideológicas y las filosofías regían el debate y el andar del mundo. La caída del muro de Berlín trajo consigo no sólo la primacía del modelo liberal sino la adaptación a éste de todo pensamiento socialista o de izquierdas, el mercado como principal objetivo y la participación en el intercambio de productos bajo el signo de la globalización, encabezada por el poderío comercial estadunidense. 

El liberalismo –hoy neo, pero liberalismo en fin de cuentas– , de la mano del mercado, ha sabido dar un espacio a los productos de consumo cultural, incluso aquellos que podrían oponerse a sus postulados, de suerte que es posible encontrar, por ejemplo, atuendos hippies producidos en serie, camisetas del Che Guevara sin mayor significado que una frase ya vacía y convertida en lugar común, agrupaciones y partidos políticos que critican al sistema mientras se benefician de sus arcas o se mantienen gracias a sus dispendios sin intención auténtica, más allá de discursos o argumentos falaces, de cambiar el estado y orden de las cosas. 

Este lugar de protesta cómoda y de algún modo necesaria para tener la excepción que confirme la regla es el que ocupa también una de las filosofías que más adeptos tuvo en su momento pero que hoy día ha demostrado no sólo su invalidez sino su falta de visión futura y la irresponsabilidad inherente a sus planteamientos: me refiero al existencialismo ideado por Jean Paul Sartre.  

1.- Aniversarios opacos
Jean Paul Sartre nació con el siglo XX, en 1905. Fue víctima durante su infancia, como buena parte de su generación, de las consecuencias acarreadas por la primera guerra mundial y que el propio filósofo retrató en una de sus principales y más logradas obras en lo que refiere a su producción literaria, Las palabras, autobiografía que plasma la experiencia del niño interpretada por los ojos del adulto, la descripción de aquellos primeros años de encierro entre libros del abuelo, un padre fallecido, madres y tías protectoras y el comienzo de una formación que llevaría a su protagonista a elegir el cine y la literatura como actividades preferidas y que serían desarrolladas más adelante por el pensador maduro, el filósofo comprometido con causas tan diversas como las hubo en su momento, los múltiples “ismos” políticos que Sartre defendió con obstinado vigor a lo largo de su vida. 

En 2005 tuvieron lugar en Francia diversas celebraciones que conmemoran los cien años de su nacimiento, pero la realidad sobre el filósofo, más allá de las efemérides, se encuentra muy distante a cualquier forma de celebración: su obra teatral no se presenta en aquel país desde 2001; son pocos, cuando no nulos, los discípulos que hayan defendido o continuado su pensar, así como los grupos que utilicen su legado como bandera; los jóvenes prefieren a Camus, más actual y más coherente en su hacer y su pensar[1]; y su filosofía ha sido superada y conciliada en su adolecer mayor, que fue el presentar el lazo que une a los existentes como un conflicto o una servidumbre.[2]

Mucho se ha comentado sobre la lectura mal intencionada de la obra sartriana. Esta aseveración, no carente de verdad, tiene un sustento: la coherencia: la obra de Sartre cambia conforme el filósofo madura pero jamás se remite al pasado para llevar a cabo una crítica o revisión, simplemente adapta las situaciones del momento a sus ideas para contar con un sustento teórico. De esta manera es posible trasladarse del apoyo a los Estados Unidos presididos por Truman a la defensa de la dictadura estalinista a mediados del siglo XX, afirmando en 1952 que “en la URSS existe total libertad de expresión” y tachando el Informe Jruschov, que denunciaba los crímenes del dictador ruso, como “nefasto e inoportuno” (1956); apoyó las actividades del FLN argelino y otros grupos independentistas que emplearon la violencia y el terrorismo, y en 1972 atenuó el tono de las condenas contra el atentado a la delegación israelí que participaría en las Olimpiadas de Munich alegando que el terror era el único medio con el que contaba el pueblo palestino frente a las potencias que lo expulsaba de sus territorios[3]; su ruptura con el estalinismo fue en 1968, cuando la invasión a Praga, con el castrismo en 1971 e incluso ha sido puesta en cuestión su participación real en la resistencia durante la invasión alemana en Francia, bajo el argumento de haber ocupado la cátedra de un profesor judío expulsado por su origen, contar con cierta libertad de publicar sus libros (Las moscas y El ser y la nada aparecieron en 1943; A puerta cerrada en 1944), así como, durante su época de estudiante en Berlín (1933-1934), no haber caído en la cuenta del riesgo que representaba el asenso del nacional-socialismo, más tarde fuente del nazismo. Otro dato mencionado y recordado es la polémica que entabló con Albert Camus respecto de los campos de concentración estalinistas, que defendió en nombre del establecimiento de una sociedad sin clases.[4]     

Más allá de esta ambivalencia política, el todo de la obra de Sartre posee características destacables: su teatro es moral y enfrenta conflictos como lo justo e injusto, el bien y el mal, la violencia y la paz; pero quizá lo más relevante es cómo  fusiona el pensamiento filosófico con la producción literaria, haciendo de sus personajes, ya de novela o de teatro, los portadores de ideas que, en pocas palabras, proponían la imposibilidad de contacto real y recíproco con el otro y situaban a la nada como la grieta infranqueable, característica e inevitable del ser frente a su prójimo. 

El otro me humilla, me vulnera, me transforma en objeto para poder coincidir conmigo y, textualmente, imponerme su punto de vista; el otro al que, en sentido contrario, arrebato su propiedad de sujeto para convertirlo en objeto y poder así llegar a un diálogo que jamás será entre iguales. Más adelante se desarrollará este tema en amplitud; lo destacable, empero, es que esta imposibilidad de intercambio sincero, franco y abierto parte de la libertad individual, libertad al borde del libertinaje, sin mayor responsabilidad hacia un prójimo con el que resulta imposible establecer una comunicación real.

2.- Pensar el Otro, pensar la libertad 
Resulta complejo presentar los detalles de la filosofía de Jean Paul Sartre sin referirse a los pensadores que lo influencian a lo largo de su carrera, sus grandes rupturas y los elementos que toma y complementa de otros sistemas. El existencialismo primero de Sören Kierkegaard, la ontología y la angustia de Martín Heidegger, la negación del cogito de Descartes y el antihegelianismo siempre basado en el propio Hegel, las teorías políticas y sociales de Max Weber, el psicoanálisis de Freud o la influencia de Merleau-Ponty y Simone de Beauvoir. 

Sartre alimenta sus ideas al tiempo que vive una época de libertad: libertad respecto del invasor, libertad frente a las ideas de los otros, libertad de elección, de decir “no”; libertad contra los avances mecánicos de la ciencia, libertad ante un Estado que homologa, libertad en una masa que consume y transforma al yo en nosotros, libertad de los países emergentes, de los oprimidos por la burguesía, el hombre libre porque no tiene naturaleza, esencia o pasado que lo predetermine, el hombre libre porque Dios no existe; los problemas del hombre reducidos a la opresión, libertad como condena ineludible porque “no somos libres de dejar de ser libres”, la libertad como angustia porque amenaza con modificar en cualquier momento nuestro proyecto inicial, libertad como posibilidad última de la realidad humana, libertad como argumento para decir que, por ser la propia libertad el móvil detrás de todos los actos, no hay nada inhumano; la libertad como obligación de liberarse para que la libertad misma exista: Sartre es, en casi todos los sentidos, el filósofo de la liberación. 

La teoría completa de estas reflexiones se encuentra sobre todo en El ser y la nada, libro que, por cierto y si el dato sirve para esclarecer el origen de las consideraciones del filósofo, fue concebido en un campo alemán de prisioneros.[5]

El problema siguiente, una vez asumida la libertad como condicionante, es el de la responsabilidad, así como el de la moral, la relación con el prójimo. Sartre defendió el existencialismo como un humanismo en el que cada individuo inventa su camino, elige sus valores, “una filosofía que trata al ser en una situación concreta en la que cada uno debe reflexionar y asumir su propia posición en el mundo”, libremente, con la responsabilidad depositada solamente en la decisión asumida, decisión que implica un compromiso que queremos tanto para nosotros como para los demás. 

Una moral en fin de cuentas subjetiva en la que “bueno” se vuelve aquello que yo elijo como bueno, la existencia entendida como nada y el deber de colmar esa nada con deseo, lo que demuestra no sólo que el hombre está incompleto sin que su realidad está colmada de imposibles, plena de algo que no se encuentra en el futuro sino en el presente, en la libertad abrazada “hoy” que anula asimismo toda necesidad al momento de ejercerse, que llena de responsabilidad al momento de actuar, una ética que anula el valor trascendente de las cosas y las independiza de la subjetividad que el hombre impone: de nuevo la libertad como elemento puntal del pensamiento, de la acción.

Las obras literarias de Sartre son en buena medida representaciones de las posturas expuestas hasta este momento, desde La nausea (“la imposibilidad de la comunión de las almas”), Huis-Clos (“el infierno son los otros”) o Saint Genet, comediante y mártir (“la libertad no es sino lo que hacemos de lo que han hecho de nosotros”), hasta Las moscas (en el que aborda el tema del destino) o la Crítica a la razón dialéctica, una de sus últimas publicaciones y en la que intenta emparentar sus ideas con las del marxismo, al tiempo que aborda las relaciones del ser en sociedad, con otros seres, con los grupos a los que decide apoyar, entremezclando una filosofía que postula la libertad del individuo con una teoría política que asumía al hombre, palabras más, palabras menos, como “un animal que trabaja, en una sola clase y cargado de ideología”.[6] 

En este punto, la intervención del Otro, de la otredad, se vuelve un imperativo del que Sartre no duda en renegar, tachar de imposibilidad y argumentar de este modo mediante un complejo sistema (expuesto también en El ser y la nada) que postula todo contacto como una imposición/sumisión por parte de los interlocutores.[7]

3.- ¿Algo qué festejar? 
La conquista de la libertad trae consigo, de manera inherente, la cuestión de la responsabilidad, qué hacer con lo obtenido. La normatividad y la ley son elementos necesarios, universales en lo posible, ordenamientos del todo social que Sartre reduce a los límites del proyecto concreto, individual y abrazados por elección propia, no más allá; queda así abierta la puerta a la irresponsabilidad, a una especie de libertinaje o, si se prefiere, libertad desbocada que el propio orden se encargaría de encauzar. 

La teoría existencialista sartriana habla de responsabilidad militante, de coherencia con el objetivo, con la decisión tomada, y no se conforma con mencionarla sino que el propio actuar del filósofo la sostiene: Sartre fue la voz pública más equivocada de su tiempo, erró en sus apoyos y sus rectificaciones fueron nulas o en tonos suaves, sin cuestionar demasiado el error; asimismo, esta falta de autocrítica, estos medios justificados por sus fines, este desbordamiento de libertad, se reflejan en las consecuencias de, por ejemplo, la liberación argelina, cuyo final fue sangriento y vengativo. 

La ignorancia del distinto y del igual o, en sus términos, la imposibilidad de un contacto que no sea imposición o avasallamiento, deviene en la ignorancia del otro, la también irresponsabilidad por ese prójimo que la propia filosofía no tardaría en corregir: el personalismo, en obras de Emmanuel Levinas, Paul Ricoeur, Emmanuel Mournier y, más recientemente, con sus adaptaciones y actualidades, en el pensamiento de Jacques Derrida o Jürgen Habermas, ha retomado el tema de la otredad para darle un sitio en el que, en resumen, yo me vuelvo responsable por el Otro y así soy responsable de toda la humanidad. 

Jean Paul Sartre, no obstante, es quizá el espejo más fiel de su tiempo, el último de los llamados intelectuales “íntegros, totales”, cuya opinión tuvo un peso y una importancia que poco a poco comenzó a perder valor, hasta volverse un nombre que vendía o promovía todo lo que lo acompañase; reflejo de su tiempo, espejo que mostraba el presente y anunciaba el futuro, ya fuera en su actuar o en su pensar... Un filósofo que predicó la libertad hasta que al propio mundo la libertad se le fue de las manos, en la teoría y en la práctica, conquista que solamente puso al yo por encima del prójimo y olvidó que el yo se conforma a partir del prójimo, no de la nada sino de lo pleno, no del vasallaje sino de la solidaridad y el bien común, no del vacío sino del reflejo propio en aquellos ojos que reflejo y a la vez me reflejan vivo. 

Queda entonces la pregunta, en este aniversario, sobre ¿qué es lo que en verdad se debe celebrar?


[1] Sebreli, Juan José, et al, “Sartre, las trampas del compromiso”, en ABCD, suplemento cultural del diario ABC, 18 de junio de 2005.
[2] Mournier, Emmanuel, Introducción a los existencialismos, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1967.
[3] La declaración completa la transcribe Christopher Domínguez Michael, en El Ángel, suplemento cultural del diario Reforma (26 de junio de 2005), a su vez tomada de Lévy, Bernard-Henri, El siglo de Sartre, Ediciones B, 2001.
[4] Un análisis crítico de este debate, entablado en diversos artículos –publicados por ambos filósofos en la revista Les Temps Modernes (1952)–, se encuentra recopilado en la colección “Pequeños Grandes Ensayos”, prologada por R.H. Moreno Durán y recientemente editada por la Universidad Nacional Autónoma de México. Sartre, Jean Paul y Albert Camus, Polémica sobre la rebelión y la historia, UNAM, México, 2004.
[5] Este dato es señalado por Pardo, José Luis, en el texto “Filosofía de las barricadas”, aparecido en el suplemento Babelia del diario El País (18 de junio de 2005).
[6] Op. cit. 1.
[7] La exposición completa de la llamada otredad en la obra de Jean Paul Sartre se encuentra en Op. cit. 2, en particular el capítulo “El tema de ‘el Otro’”.

Publicado en 2005 en la revista Bien Común.

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