jueves, 6 de diciembre de 2012

Otra generación perdida: de la teoría a la catástrofe




El conflicto magisterial que asoló la ciudad de Oaxaca a mediados del año 2006 guarda en sus entrañas historias particulares: nombres, rostros y anécdotas de quienes, desde la primera línea de choque, desde las barricadas instaladas en el centro histórico de aquella ciudad o desde la vecindad que el azar reduce a tener domicilio fijo en la calle donde se desencadenó una trifulca, fueron testigos, afectados, protagonistas o simples paseantes a los que tocó en turno presenciar el desarrollo y desenlace de aquellas fechas.

Mucho fue lo que en ese entonces se documentó en la prensa nacional acerca del paro de maestros, de la toma de calles, de las manifestaciones, los actos de vandalismo o del uso de la fuerza pública; sin embargo, es mucho más lo que aconteció en el plano de lo individual y que los medios son incapaces de reportar. Y es justo ahí, en ese intersticio donde la nota del reportero ya no llega, que la literatura encuentra un espacio para instalar sus historias, con ese telón de fondo que construye la propia realidad y que la fantasía complementa a su antojo.

La novela Teoría de las catástrofes (Alfaguara, 2012) del escritor mexicano Tryno Maldonado, abreva en ese escenario del que los noticieros y los periódicos dieron nota para instalar un relato en el que una joven pareja de maestros –no sindicalizados y que comparten sin conocimiento profundo la indignación y las causas del magisterio agremiado– se ve involucrada y arrastrada hasta quedar superada por una trama que los aplasta y los devora, como la violencia hace con aquellos que la intentan tocar desde sus lindes y terminan sepultados por una fuerza voraz que arrasa con todo a su paso.

Una estructura que abarca los meses del conflicto a manera de capítulos del libro va dando cuenta de esa inmersión casi inconsciente, incluso curiosa y bien intencionada, para de pronto caer en una espiral donde una decisión cuasi inocente lleva a la complicidad, a compartir los ataques contra comercios, arrojar bombas molotov y empuñar las causas del movimiento como quien busca llenar un vacío con algo, lo que sea, reflejo íntimo y crudo de una generación que, en palabras del propio Maldonado, “equivaldría a un conglomerado multitudinario de genes holgazanes a los que nada ni nadie perturba ni saca de su siesta”…

Y prosigue el autor: “A pesar de ser la generación más sana y mejor preparada en la historia del país, no representaba una fuerza laboral significativa. Ni económica. Ni política. Ni creativa. Porque fuerza era justo lo que les hacía falta. La forma del mundo les era incómoda. Incómoda y hostil. Pero poco hacía por modificarla. Vivían en la convicción permanente de que sus vidas estaban encarriladas hacia un desastre horroroso y definitivo igual que un descarrilamiento de trenes  toda marcha. Aunque ese desastre jamás llegaba”.

Para el protagonista, Anselmo, desempleado y ocioso, esa incomodidad citada encuentra un medio de rectificación, que es el participar en el activismo y el pandillerismo de un grupo anarquista de los muchos que se reunían bajo las banderas del paro magisterial; para su pareja, Mariana, encargada del sustento del hogar común, esa incomodidad se oculta bajo el exceso de trabajo y su lucha personal contra la diabetes. El punto de inflexión, es decir, el choque, surge precisamente del conflicto social en las calles, para él, como parte de una cuadrilla de activistas, para ella, como una sombra que lo sigue entre calles tomadas, “cuadrillas de la muerte”, atentados con explosivos, con el saldo de la propia vida, pago por la fidelidad a una inercia que se precipita hacia la ausencia de luz.

Sombra sobre sombra de la oscuridad plena y absoluta, tortura, represión, autoridad más allá de lo legal y la muerte como último reducto para comprobar que en medio de la nada y del vacío hay la certeza del sobreviviente: esa culpa sin culpa fruto del azar, de una casualidad que se ensaña con quienes no son aptos para burlarla o esquivarla y que escoge, ciega, insensible, a sus elegidos para morir o para vivir.

Teoría de las catástrofes recuerda a esa narrativa que retoma los años setenta, plasmada, por ejemplo, en Un soplo en el río, de Héctor Aguilar Camín, época cuando los reductos idealistas de un marxismo ya decrépito inflamaban los corazones jóvenes para conducirlos al abismo de las utopías, que casi siempre terminaba en el sacrifico anónimo y silente de sueños y quimeras disueltos en un mundo que avanza voraz y consume en su andar ilusiones y anhelos, para sumirlo todo en un presente que, entonces y ahora, cumple con su condición esencial: ser fugaz.


martes, 30 de octubre de 2012

Los mapas tortuosos de Michel Houellebecq



El mercado del arte es en la actualidad un reducto donde confluyen la aristocracia de los grandes capitales, los coleccionistas extravagantes de las potencias viejas y emergentes, así como especialistas que más allá de la calidad de la obra, determinan lo que merece considerarse de calidad o no, y que a la postre podrían ser quienes, incluso más allá de la crítica, aseguren la posteridad o la caducidad de un artista.

La llamada sociedad de consumo, cuyas consecuencias vaticinara ya desde hace décadas Gilles Lipovetsky (en títulos como El imperio de lo efímero y La era del vacío), terminó por devorar a la creación y marcar la pauta de sus patrocinios, de su fracaso o de su éxito, reservando la fama a quienes puedan adaptar la imaginación a la exigencias del consumidor.

Y es esta travesía comercial y económica del siglo XXI la que el escritor francés Michel Houellebecq traza en su más reciente novela, El mapa y el territorio (Anagrama, 2011), una historia donde, además, y con la crudeza que ha distinguido al autor en su trabajo anterior, se hace un recorrido por los grandes conflictos humanos que determinan nuestro tiempo, como la eutanasia, el crimen como indignación de unos y placer de otros, el lugar de las generaciones anteriores en la vida diaria, el ambientalismo en boga y la oposición de la existencia rural y la urbana que persiste en la Francia de la actualidad.

 La trama relata los avatares de un artista que, de la marginalidad y el anonimato, pasa a través de la fotografía de mapas al prestigio de los grandes salones, de las galerías repletas de mercaderes posmodernos y de los patrocinios de las empresas trasnacionales, que a través de internet promueven y ofrecen su trabajo al postor capaz de cubrir sumas que poco a poco van en aumento hasta llegar a las centenas de miles de euros. Luego de una etapa de ausentismo, y tras el éxito de las grandes revistas y los reportajes en la prensa especializada, el creador vuelve a encumbrarse con retratos en lienzo de aquellos “oficios” o paisajes que considera representativos del siglo XX.

No escapan a su pincel Bill Gates o Steve Jobs, por mencionar a los más renombrados, así como, en un giro soberbio del texto, el propio autor de la novela, Michel Houellebecq, que abre las puertas de su estudio y de su biblioteca para mostrar cómo una vida mitificada por extravagante puede estar en realidad sumida en un letargo donde conviven la rutina, la banalidad, la soledad y el tedio. Este autorretrato logrado a través de las visitas del pintor al estudio del escritor es una de las cimas de El mapa y el territorio, y a su vez desencadena el conflicto principal de la novela: su propio asesinato a manos de un personaje oscuro, coleccionista de insectos tropicales que termina en el sótano de un laboratorio donde se realizan experimentos que mezclan lo humano con lo animal.

Y es el propio protagonista quien, tras meses de pesquisas infructuosas de las autoridades, otorga las pistas necesarias para resolver un caso que considera una atrocidad mayúscula y del que, con crudeza contagiosa por su indignación y realismo, señala: “El mundo es mediocre… Y el que ha cometido este crimen ha aumentado la mediocridad del mundo”. Sólo el dinero y el amor propician masacres como la que ocasionó la muerte ficticia de Houellebecq, afirma el decano de la policía asignado al caso, sentencia que queda reafirmada tras revelarse el móvil del criminal.   

La vida, sin embargo, prosigue. El retiro del pintor a la paz de la campiña francesa, ya con los frutos millonarios de sus trabajos anteriores, lo llevan de vuelta a una especie de “origen natural” que capta en imágenes de video, postrada la cámara durante días en un mismo punto y que son su obra final. En esa vuelta a la naturaleza es donde termina la existencia de Jed Martin, aislado, rutinario, enfermo y convencido de que la vida humana es sólo ese camino que conduce de regreso a la tierra primigenia, donde todo se mezcla, de la que sólo sobrevive un puñado de cenizas y el propio arte, la obra condenada a pesar de sí misma a ser posteridad pero elevada al punto de ser el único espacio para la propia salvación. 


viernes, 26 de octubre de 2012

Esos días raros: confesiones de otoño y unos libros

Escritorio de Carlos Castillo Peraza en Humanismo, Desarrollo y Democracia.


Hay días demasiado súbitos, repletos de cosas que ocurren de manera tan rápida que apenas pueden digerirse en el instante y hay que esperar a un remanso de calma, ese rato en el que uno puede encontrarse con sus propios pensamientos, escucharse, dejarse invadir por los sentimientos que se fueron acumulando durante la jornada y que afloran uno tras otro para poner cada cosa en su lugar.

La mañana sabía al gusto de la charla entre amigos de la noche anterior: confesiones, risas, literatura, una cátedra de cine, política y libros viejos de la biblioteca de mi padre que fueron obsequio del pintor Alberto Gironella y que guardo con el gusto que sólo percibo cuando los extraigo, recorro sus páginas y hallo esas notas anárquicas, los subrayados de colores, el sello "Esto es gallo" y el placer de mostrarlos a ojos que estén dispuestos a contemplar y acariciar las páginas con la precaución y el cariño de quien tiene en sus manos un tesoro compartido.    

Siguió la prisa de oficina: galeras para revisar, correcciones, cambio de imágenes, marcas en rojo sobre el papel que debían pasar a la pantalla para luego ser papel en el futuro. Luego, visita a la Fundación Preciado Hernández, donde siempre hay caras amigas para encontrar y reencontrar: Bernardo Ávalos salió mientras yo hacía ante sala con ese porte de viejo sabio que sólo él sabe llevar con una sonrisa franca y plena. "Hablábamos de un Carlos Castillo", comentó. "Un homónimo", respondí entre saludos, abrazos y despedidas de pasillo. 

La espera fue larga, suficiente para saludar a Gerardo Ceballos, a María Elena de la Rosa y a Armando Reyes, colegas y amigos de la trinchera editorial; un cigarro para consumir más minutos y de nuevo a la sala de espera del que otrora fuera CEN del PAN. Ese espacio está lleno de recuerdo y añoranza: ahí donde ahora hay un cuadro se encontraba otrora la vitrina de publicaciones del PAN; donde se erige el edificio que resguarda el archivo del Cedispan se encontraba la casa de Marcelo y Maura, él chofer, ella su esposa, encargada de preparar los bocadillos para los grandes eventos de mediados de los años noventa. 

El recorrido de la memoria pasa por cada lugar: donde ahora se ubican las oficinas administrativas estuvo la sala de juntas donde conocí a Alonso Lujambio, con ocasión de algún consejo editorial de la revista Bien Común; donde es el actual salón de eventos se reunió el Consejo Nacional para elegir a mi padre como presidente del CEN en 1993; en las escaleras que llevan a la segunda planta, donde puede verse un enorme vidrio biselado con el logotipo de la Fundación, estaba una fotografía gigantesca de Francisco I. Madero; la oficina hoy invadida por la humedad era la sala de transmisión de onda corta en la época en la que no existían ni los "bippers" ni los celulares. 

En ese paseo estaba cuando Jesús Garulo, bibliotecario dedicado del Cedispan, me arrancó de la silla para mostrarme el espacio del archivo que ocupa actualmente la biblioteca de mi padre, donada en resguardo por mi familia hace apenas unas semanas y a la que él ha dedicado horas largas de clasificación y acomodo. Me invitó a observar los avances y la sorpresa fue una suma de sentimientos encontrados: los libros en un orden momentáneo, algunas colecciones aún dispersas pero cada uno en su orden numérico: el 0 para la consulta, el 100 para la filosofía, el 800 para la literatura y otras taxonomías de la biblioteconomía que incluyen religión, ciencia, política, economía, arte, sociología, psicología, historia y una variedad de temas que son tan amplios como fue su curiosidad y su sed de saber.

Carlos Castillo Peraza, en Roma, 1970; al fondo, las obras
de Charles Moeller.


Garulo hablaba, señalaba los hallazgos, acentuaba la voz cuando se refería a un tomo dañado por la humedad, celebraba ediciones viejas, pero para mi era una voz de fondo, lejana, de algún modo silenciada por la vista que se centraba en los títulos. Ahí estaban los volúmenes de historia de la literatura cristiana en el siglo XX de Charles Moeller; la Enciclopedia Britannica y su veintena de tomos; la Enciclopedia Yucatanense; los tomos de las Joyas Literarias Universales de Burguera, con sus pastas imitación piel, de colores; las obras completas de Lenin y la extensa colección de libros sobre marxismo que me sorprendieron años atrás, cuando abrí con mi padre las cajas de libros para instalarlos en su biblioteca y, ante mi pregunta por aquellos libros, me respondió: "nosotros los estudiamos a ellos y ellos jamás se interesaron por nosotros; por eso nosotros ganamos".

Estaban también los dos tomos de Alianza de "Los sonámbulos", de Koestler; la "Apologética Historia Sumaria" de Bartolomé de la Casas, en edición de lujo; las novelas completas de Morris West, algunas de Noah Gordon y de John Le Carré; el Atlas Histórico de la Británica, tomos que pertenecieron a mi abuelo materno, otros tantos en francés e italiano que mi padre traía consigo en sus viajes, en los años cuando mandarlos traer del extranjero era un suplicio de correo nacional, cambio de divisas y otros escollos hoy superados por la mundialización.     

Esos y otros miles de volúmenes acompañaron mi infancia y adolescencia. Cuando tuve mi primer trabajo en el despacho de análisis político Humanismo, Desarrollo y Democracia, que encabezaba mi padre, una de mis labores fue aprender a moverme entre esos libros, a identificarlos por los colores de sus lomos, a encontrarlos en cuestión de segundos cuando el teléfono sonaba y se escuchaba la voz que decía: "necesito uno de Guitton, cuyo nombre no recuerdo pero que tiene el lomo azul".

Tuve la fortuna de acompañar a mi padre en el plano laboral durante sus tres últimos años de vida, orgullo que ninguno de mis hermanos conoció por edad y por divergencia de gustos. Quizá por eso fue que, una ocasión, me dijo: "cuando muera los libros son para ti y los discos (una colección similar en número), para Julio; a Juan Pablo le he dado más viajes que a ninguno de ustedes". Y así fue. Cuando en 2007 decidí abandonar el hogar, cargué conmigo casi la totalidad de la voluminosa herencia, que pasó a ocupar el total de las paredes de un pequeño departamento de dos piezas. Dos años después, mi hermano Julio reclamó una parte de esos libros, que a regañadientes pero en el afán de mantener la concordia fraternal, accedí a entregar. Con crudeza, hoy comprobé que esa mitad reposa en el acervo del Cedispan. 

Salí de la Fundación Preciado con un nudo en los recuerdos y una astilla en la risa. Caminé unas 25 cuadras bajo el inusitado sol de octubre con la mente puesta en el mismo objetivo que cuando cedí aquellos libros: no vale la pena el enojo ni el reproche. Y así fue, aunque la mente combatía el asalto de sentires que iban desde un "si fuera dinero y no libros no lo habrían entregado a nadie" hasta un "accedo a repartir mi herencia y luego la entregan a alguien más"... 

El coraje desapareció, como siempre que me refiero al tema, tras charlar con Tassier y con Claudia, generosos en palabras certeras y consuelo oportuno. Y así termina el día, rodeado de los libros que guardo, con el gusto de haber conservado y llevado conmigo ese legado que tiene el valor de lo que no se tasa ni se cotiza porque puede pasar que en cualquier momento abras una página y surja una nota manuscrita, un apunte ocasional o una foto de mis padres con no más de treinta años como la que Jesús Garulo me entregó, casi borrada, a resguardo en esas páginas que nadie consultó.


viernes, 19 de octubre de 2012

Manuel Álvarez Bravo: voces complementarias




La narrativa se vive, se calza. El poema es sentir puro. En la novela habitamos el transcurrir de las páginas, entramos por una puerta y salimos por otra que si bien no siempre es la salida, sí conduce hasta ésta, tarde o temprano. El poema se calza y es vida, espejo del sentir, de la experiencia humana más íntima. La poesía, más que verse entre horizontes, es mirada pura, asomarse al paisaje que el fotógrafo veía, que nunca dejará de ver, donde un detalle llamó la atención y entonces fue detenerse, aprobar, buscar el ángulo preciso o hallarlo exacto al primer voltear, asomarse a la lente con su círculo cuadrado, imagen, disparo y obturador: pasos frágiles para dejar un instante de tiempo en suspenso, detenido. 

Julio Cortázar afirma que “la realidad, sea cual fuese, sólo se revela poéticamente”[1], premisa que resulta en particular atinada para la fotografía: si la realidad aparece ante los ojos como poema es porque el género lírico –a diferencia del cuento y la novela, que son invención– resulta experiencia pura, no narración ni fantasía, más bien un golpe seco donde la experiencia del sentir traduce la emoción en letra, verso, ritmo en fin de cuentas (En el principio fue el ritmo…). La fotografía se asemeja entonces a la poesía por su retrato íntimo de la realidad individual, del sentir ajeno que logra aprehenderse hasta identificarse con el propio, el hacer humano libre de descripciones complementarias que modifiquen su significación. En este sentido, las múltiples lecturas que ofrece cada verso del poema son comparables con las lecturas que pueden existir de una imagen; no obstante, para evitar la dispersión de significaciones existe la unidad poética, que sólo se obtiene al concluir la lectura del poema, cuando los hilos dispersos de las ideas se hacen un nudo preciso y acorde con la intención original del poeta, que puede o no anticiparse en el título. El fotógrafo, por su parte, no goza del beneficio de la palabra para atar los posibles significados implícitos en su obra, y aunque la fotografía es en sí misma unidad de imagen, la traducción de esas formas puede dispersarse en múltiples interpretaciones. 


Retrato póstumo
Para evitar esa posible confusión, la lectura incierta, el fotógrafo puede recurrir a diversos medios, ya sea evitar el exceso de distractores o centrar la toma en un punto preciso que hablé por sí mismo. De igual modo, el empleo de la palabra puede resultar un complemento que esclarezca aquello que se intenta destacar. Manuel Álvarez Bravo, quizá el fotógrafo mexicano de mayor renombre, hace uso de la palabra para no privar a la imagen de todos los componentes que pueda albergar, y logra con cada frase una armonía impresa, casi palpable en cada toma, motivos y temas que rara vez se detienen en lo que la imagen enseña y encuentran en frases cortas y precisas el puente a una realidad que existe más allá de la imagen, logrando incluso volcar la atención a otro sitio que en ocasiones se distancia de la intención que pareciera original hasta el punto de obtener significados totalmente opuestos a la impresión primera: así, el retrato tétrico de una momia que posa su cabeza sobre la mano extendida, y toda esa imagen que pareciera surgir de una penumbra bajo el título “Retrato póstumo”[2], ante lo que no queda sino decir pues sí, con una dosis de humor negro que hace burla de la muerte, la enfrenta, le da la vuelta para esbozar una sonrisa desde este lado, el de la vida. 


Tumba florecida
Esta modificación de la impresión original ante la fotografía suele repetirse a lo largo de la obra de Álvarez Bravo, y quizá obedezca no sólo a la conjunción de fotografía y frase sino a la propia realidad que se intenta retratar; fue André Breton quien señaló que las fotografías del mexicano han puesto al alcance de la mano la poética del paisaje mexicano, su ambivalencia: la cruz de un sepulcro se yergue sobre la tierra entre hojas y una extensión de flores al frente; corona de verde en blanco y negro –porque en esos tonos la realidad es más real– que se repite en su sombra, coronando también el suelo y los muertos que guarda. Al pie: “Tumba florecida”, y de nuevo con Breton: magia cotidiana, y esa es la vista del mundo que busca la lente, la de todos los días, habitada por mujeres, hombres, niños, vida y muerte. Vistas y situaciones que están a la vuelta de cualquier mirada, mundos que suceden en el acontecer diario, en lo sublime que oculta el día a día pero en donde el fotógrafo –y ahí reside el talento– se detiene el tiempo suficiente para encontrar el ángulo exacto, el que comunica con ese otro lado que a su vez se detalla en cada frase, por si alguna duda quedaba; es decir, el fotógrafo que hace un alto reflexivo ahí donde los demás pasarían de largo. 

La lente de Álvarez Bravo posee otra atributo destacable: el testimonio temporal. El fotógrafo fue testigo de prácticamente la totalidad del siglo XX, tanto en México como en los epicentros del arte mundial –París, Nueva York–, lo que de alguna forma convierte su trabajo en una crónica, testimonio vivo que observa pasible desde su marco. Así es la fotografía, un lenguaje de pasado, de instantes retenidos que abren un paréntesis: quien nos mira desde ese espacio lo hace desafiando la movilidad del tiempo, desde una vida acaecida o un respiro congelado, quien mira desde una foto estuvo vivo en el pasado y lo sigue estando en el presente, desde la pared que detiene el retrato amarillento hasta algún libro de imágenes en sepia de la Revolución: situaciones, personajes, acontecimientos ya no del hoy sino del ayer, atrapados en un enramado que los años decoloran y arrugan, pero no extinguen.

¿Cuántas historias puede haber detenidas en ese siglo?, ¿cuánta vista albergada en acontecimientos, fragmentos del paso de los hombres que salen del anonimato para volver ahí pero ya de manera distinta, con un título debajo, con un entorno plasmado que los sitúa más allá de lo temporal? Asimismo, a lado de Henri Cartier-Bresson, Álvarez Bravo fue protagonista de una suerte de renacimiento de la fotografía, en una época cuando este arte[3] perdió su solemnidad y ganó un dinamismo que antes de enfocarse en los personajes o los paisajes aborda la realidad de la calle, escenas que pueden suceder en cualquier sitio, anuncios callejeros, vitrinas, pies y manos suspendidos como cuelgan de la realidad los retratados, un maguey tajado y sangrante, un ojo que mira desde el anuncio de una óptica y es otro ojo superpuesto en el reflejo de un cristal. 

El día a día se revela a quien lo mira a través de lentes cóncavos y convexos, reflejos de sombras y luz pero también la sorpresa de lo casual, que pierde su máscara cotidiana y toma la del asombro, la de las cosas que en las manos del artista resisten el paso de los años, el carácter atemporal del arte, el verdadero arte trascendiendo la frontera más ardua y rígida de los hombres, de lo vivo: el tiempo. No obstante, Álvarez Bravo entrega la explicación más atinada para su obra, que recoge el poeta Aurelio Asiain: ante todo lo dicho, quizá él sólo asiente despacio la cabeza y diga ¡ah, qué interesante!, o te mire a los ojos como diciendo que no hace falta, que basta con mirar, observar, y concluya: No le dé vueltas: vea




[1] Cortázar, Julio, Obra crítica/2, Alfaguara, 1994, “Notas sobre la novela contemporánea”. 
[2] Las fotografías referidas en este texto fueron consultadas en el libro Manuel Álvarez Bravo, con prólogo de Susan Kismaric, The Museum of Modern Art, Nueva York, 1997. 
[3] Sobre los parámetros para aseverar que la fotografía se inserta en el campo de las artes, ver Paz, Octavio, México en la obra de Octavio Paz, FCE, 1987; en particular el ensayo “Instante y revelación”.

lunes, 8 de octubre de 2012

Homenaje a Pushkin

 
"Dos días después, su casa se convirtió en santuario para su patria y la chusma de la corte no vio una victoria más luminosa que la de él.

Toda la época (por supuesto, a pesar de sus enemigos) lentamente se iba convirtiendo en el tiempo de Pushkin. Todas las mujeres hermosas, las damas de compañía de la emperatriz, los árbitros de la opinión y la moda, los cortesanos de alcurnia, los ministros, poco a poco se transformaron simplemente en los que vivieron en la época de Pushkin. Después quedaron como meras referencias en los libros sobre Pushkin.

Se habla y escribe: la época de Pushkin, el Petersburgo de Pushkin. Pero eso ya no tiene la más mínima relación con la literatura. En los salones palaciegos donde ellos bailaban o murmuraban contra Pushkin, se ven colgados los retratos del poeta, se guardan sus libros y las pobres sombras de los cortesanos han sido expulsadas definitivamente de ahí.

Sobre los magníficos palacios, sobre las casas espléndidas de ellos, se dice solamente: aquí estuvo Pushkin, o por aquí nunca pasó Pushkin. Todo lo demás no interesa. El emperador Nicolás, solemne en su retrato, está en las paredes del Museo de Pushkin; los manuscritos, los diarios y las cartas se valoran sólo si allí aparece esa palabra mágica: Pushkin".   

Anna Ajmátova


domingo, 26 de agosto de 2012

Vasos comunicantes: surrealismo de dos continentes





La idea original surgió a principios del siglo XX, en palabras del poeta francés Guillaume Apollinaire, quien bautizó como surrealismo a un género que aún esperaba por sus más destacados representantes: el grupo reunido en torno de André Breton años después, tras la primera guerra mundial, cuando la entonces mayor afrenta bélica que había conocido la humanidad demostró que los límites de la destrucción eran tan infinitos como la imaginación humana. 

En Paris, Breton redactó el Primer manifiesto surrealista (1924) y abrevó en el recién bautizado inconsciente freudiano, en el automatismo de la creación y otras herramientas para conformar un estilo que buscaba llenar con los frutos de la imaginación el vacío dejado tras Dadá y Tristan Tzara; se apeló al sueño, al entresueño y al punto donde éstos se unen con la realidad para transformar la visión en una obra que ya no buscaba ni ser reflejo fiel del entorno ni representar nada más que la subjetividad del artista, sus pasiones, su propio mundo interior y personalísimo, primero en la escritura, luego en la pintura, la escultura, la fotografía o el cine.

El surrealismo pronto cobró adeptos en Europa y contagió al mundo del arte en todo occidente hasta llegar a América, con el exilio de la mayor parte de los creadores de aquel continente, que huían de una segunda guerra mundial que demostraría cómo esa imaginación ilimitada podía extenderse aún más, hasta perpetrar las atrocidades más encarnizadas e infrahumanas que ha conocido la historia del hombre. 

Ese tránsito fue benéfico y refrescó temas y estilos; trajo a países como Argentina, México, Cuba o Chile un estilo innovador que halló exponentes que no tardarían en alcanzar la fama de sus maestros. El surrealismo contaminaba el nuevo mundo y, a su vez, renovaba a sus creadores. Y ese cruce de culturas y su fruto pictórico y escultórico es el tema de la exposición Surrealismo: vasos comunicantes, que actualmente se presenta en el Museo Nacional de Arte de la ciudad de México, donde el visitante podrá entrar en contacto con artistas de ambos continentes bajo la premisa de “Lo maravilloso se opone a lo que existe maquinalmente, a lo que es tan corriente que ni siquiera se advierte; por eso se cree por regla general que lo maravilloso es la negación de la realidad” (Louis Aragon). 

La muestra del Munal es un auténtico trayecto por lo maravilloso cotidiano, por la visión del sueño que encuentra en el óleo, en el bronce o en la madera un modo de expresión. Obras de René Magritte, de Joan Miró, de Yves Tanguy de Alberto Giacometti, del lado europeo, conviven con Leonora Carrington, Diego Rivera, Wilfredo Lamm o Roberto Matta, del lado americano. El montaje de la exposición, así como la museografía, es un recorrido extenso por su variedad y distribución en un espacio de exposiciones temporales que se antoja un resquicio de tiempo detenido, donde los cuadros parecieran invocar un pasado en el que el inconsciente amenazó con instituirse como norma más que como excepción. 

El visitante puede detenerse, recostarse en una especie de diván y mirar al techo, donde se proyectan espirales con la voz de fondo de Breton, de Jean Cocteau, de Tzara y de Marcel Duchamp; o asomarse por los ojos de cerraduras que ofrecen filmes de Man Ray; también contemplar las ediciones de libros de autores surrealistas prestadas por la Colección Gironella-Parra (extrañamente, ninguna obra de Alberto Gironella fue incluida en la muestra). El conjunto recrea un trayecto onírico donde todo puede sorprender por inesperado y sorpresivo y nada parece ser lo que las pequeñas fichas con los títulos de las obras describen. 

Surrealismo: vasos comunicantes es una oportunidad excepcional de acercarse a la última gran corriente del arte y dejarse arrastrar por la moraleja de que abrir la imaginación y dar rienda suelta a los sueños, puede llevar tan lejos como el talento, la técnica y los medios permitieron a un grupo de mujeres y hombres que no se conformaron con lo ordinario y decidieron ir un paso adelante, siempre un poco más allá. 




viernes, 3 de agosto de 2012

Filosofía de la resistencia, argumentos para la inconformidad




El periodista Jean Daniel compartió con Camus mucho más que una amistad profesional: ambos vivieron la Francia de entreguerras, coincidieron en la defensa de la independencia argelina, tierra que a los dos los vio nacer, bajo un sol radiante y que todo lo abarcaba, como ya relató alguna vez Camus en El extranjero, en sus Carnets o en el Revés y el derecho: la luminosidad como un reducto en el cual ese existencialismo –hoy anacrónico y relegado al olvido– encontró un espacio para salvar al ser y trascender.

¿Qué mejor que leer de esa voz, determinante para el periodismo galo y fundadora de uno de sus semanarios de más prestigio, L’Express, el retrato de un filósofo que apostó por la vida cuando la mayoría exigía la muerte? ¿Hay acaso mejor testigo que el que estuvo a un costado, adoptó como propias las batallas, desistió después pero siempre estuvo cerca, al pendiente?

Jean Daniel recrea en su libro Camus. A contracorriente (Galaxia Gutenberg, 2008) esa cercanía que, sin caer en la complicidad, evoca una etapa crucial para el pensador, el crítico, el hombre que nunca dudó en condenar la bomba atómica, incluso cuando todos alrededor aplaudían esa evocación del extermino masivo; el periodista que ante el asesinato de los ocupantes alemanes de su país, escribió: “nadie puede pensar que una libertad conquistada en esta noche y con esta sangre tendrá el rostro tranquilo y doméstico que a algunos les gusta atribuirle en sus sueños”.

No son pocas las biografías célebres de Camus: desde la publicada por Herbert R. Lottman (Taurus) o la de Olivier Tood (TusQuets), hasta la de reciente aparición Albert Camus. Elementos de una vida, de Robert Zaretsky (Biblioteca Buridán, 2012); pero quizá ninguna ahonde tan profundo en la formación que tuvo Camus en la trinchera informativa, ya fuera como corresponsal para el mítico periódico Combat y sus relatos acerca del conflicto de Argelia, decisivos en su formación intelectual, como crítico y detractor del terrorismo (que más tarde contribuiría a la creación del drama Los justos), o como retratista de un país que surgía de la segunda guerra mundial con el ánimo de venganza y revancha que caracteriza a quien busca ajustar cuentas con el pasado para ilusamente justificar la posibilidad de un futuro.

Fue también desde la prensa que Camus decidió romper con el comunismo, con Sartre, con los ideales de una juventud que se desvanecían ante la inminencia de los campos de exterminio de Stalin, del asesinato selectivo del disidente en nombre de un futuro impreciso y que al final de cuentas nunca llegó. Una rebeldía que a la par constituyó el transfondo filosófico de El mito de Sísifo y su continuación, El hombre rebelde.

Camus fue el filósofo de la inconformidad, de la voz que se alza desde las ideas y manifiesta su opinión incluso cuando ésta resulta contraria al pensamiento generalizado y preponderante. Ajeno a modas y tendencias, en palabras de Jean Daniel “fue, ciertamente, el primero en ese siglo XX en profetizar la época en que ya no podremos apoyarnos en modelos del pasado ni refugiarnos en proyectos de futuro, en la que estaremos obligados a llevar una vida vertical, con una lucidez constante y casi inhumana respecto a un destino que se juega cada segundo”.

Y quien no vea en el presente de la humanidad esta condición no ha contemplado el rostro más crudo y real de una actualidad que se antoja sin ideales, que deglute y excreta la reflexión para tornarla materia de desperdicio, relegada al olvido, a la incomodidad de un zumbido que alerta pero que se pierde frente a la fugacidad del instante, inasible, destinado casi sin remedio a no permanecer.

La rebelión frente a lo establecido, la inconformidad ante la cultura del servilismo y los ideales de ocasión; la altanería que no dudaba en señalar los equívocos, las contradicciones, el absurdo de las justificaciones que llegaban a convertir al verdugo en víctima y al inocente en culpable. El retrato de una época en la que Camus escribía “Vivir no es resignarse”.

Camus. A contracorriente de Jean Daniel es, en fin de cuentas, una biografía breve pero precisa de quien con argumentos y fundamentos se atrevió a decir “no”. 


Jean Daniel, periodista francés


jueves, 26 de julio de 2012

Manual teórico-práctico para perder una elección



1) Una vez que llegues, busca el modo de destituir a quien te ayudó a conseguir el triunfo.

2) Llena ese lugar con un perfil bajo pero que te garantice obediencia.

3) Modifica las leyes internas y externas para que la siguiente elección sea un caos.

4) Otorga una posición a tus fieles en los puestos de representación popular, de tal modo que puedas controlar lo que ocurra.

5) En las elecciones intermedias, busca que la estrategia sea refrendar tus planes, gastar mucho y perder los bastiones que históricamente habían sido de tu partido.

6) Haz que renuncie el responsable de la estrategia que llevó a la derrota (obviamente, no serás tú) y da el lugar a alguien que se comprometa a reparar los daños hechos por su antecesor.

7) Busca el modo de incrementar tu padrón de afiliados de tal suerte que tu partido se vuelva incontrolable.

8) En la siguiente elección, alíate con tus contrarios en ideología para despistar a los de casa y que a la postre no sepan con quién identificarse. Procura que esas alianzas sean en estados que no te generarán votos en futuras ocasiones.

9) Busca que en la siguiente elección para jefe de tu partido participe el mayor número posible de candidatos, pero que todos sean sumisos, fieles a tu causa o que al menos te deban algún favor.

10) Premia a los derrotados de esa elección con un puesto que desconcierte a propios y ajenos (es importante generar polémica)

11) Procura que el ganador tenga el perfil más bajo posible (tibio, indeciso y manipulable) para encabezar a tu partido de cara a los próximos comicios.

12) Cuando llegue el momento de elegir a tu sustituto, procura que la competencia sea entre el mayor número posible de aspirantes, todos o la mayoría fieles a ti, de tal suerte que las fuerzas del partido se dividan en muchas propuestas.

13) A los que no entren en la categoría señalada en el punto anterior, presiónalos con las herramientas que proporciona el poder para que desistan de su osadía.

14) Es importante que el ganador de esa contienda tenga el menor número de aptitudes para ganar una elección entre la sociedad, así como un equipo de asesores que lo conduzca directo a la debacle con cada decisión que tome; de este modo, estarás listo para la contienda que se avecina.

15) Siéntate en tu sillón a esperar resultados, frótate las manos porque habrás cumplido tu cometido y sé de inmediato el primero en proponer partir de cero para reparar todo lo que rompiste.

¡RESULTADOS GARANTIZADOS!

martes, 3 de julio de 2012

Acción Nacional: razonar la derrota para llegar a soluciones razonables


Foto: www.pan.org.mx




Nosotros tenemos identidad, podemos apostar por nosotros mismos. 

Es un panismo orgulloso de sí mismo, que sabe decir lo suyo 

y llamar perros a los perros y gatos a los gatos: 

Carlos Castillo Peraza


La reacción ante la derrota lleva a soluciones simplistas por intempestivas, que buscan, en primer lugar, adjudicar culpas: pedir renuncias, exigir "cabezas" y "juicios sumarios", señalar responsables...

Todo ello empaña la reflexión adecuada, serena y objetiva que realiza primero un diagnóstico y luego busca soluciones. Sirvan las líneas que siguen como una muy personal manera de contribuir al diagnóstico, en espera del espacio propicio para empezar a proponer soluciones.



Datos duros y crudos

1) El PAN pasó de ser primera fuerza en Jalisco y Morelos, a ser la tercera.


2) El porcentaje de votos obtenidos por Josefina Vázquez Mota revela que sólo votó por ella el llamado "voto duro", es decir, que no se llegó a convencer ni a indecisos y mucho menos a arrebatar votos a otras fuerzas políticas.


3) Hay un sentimiento generalizado del mal desempeño del Comité Ejecutivo Nacional en su papel de acompañar, respaldar y "arropar" a su candidata federal y a los candidatos de los distintos procesos locales.


4) El PRD pasa a ocupar, en cuanto a porcentaje de votos captados, el lugar que otrora tuvo Acción Nacional como segunda fuerza política.


5) No se cubrió la representación partidista en el 100% de las casillas.


6) La organización territorial fue defectuosa, mal concebida y dividida.


7) La comunicación a lo largo de la campaña dispersó la atención en numerosos mensajes y fue incapaz de centrarse en atributos positivos, pues siempre se partió de señalar lo malo del adversario y no las ventajas del proyecto de Acción Nacional.


8) Se dejó de lado la "marca PAN" para centrarse en propuestas que anteponen a la persona y no al proyecto de partido en conjunto.


9) Se desperdició el capital político inicial que dejó el proceso interno de Acción Nacional y no se supo explotar el valor de contar con un proceso democrático propio, como no lo tuvo ningún otro partido.


10) La unidad en el nivel local se vio mermada por proyectos personales que dividieron al PAN y mermaron su fuerza en campaña.



Diagnóstico

1) La derrota de 2012 no surge de la nada y viene antecedida por la racha de fracasos locales acaecidos en 2009, 2010 y 2011. La incapacidad del PAN de solucionar los problemas internos que originaron esas derrotas generaron descontento, apatía, indiferencia y distanciamiento por parte de electores, militantes y liderazgos, desdibujando incluso la imagen de Acción Nacional frente a la sociedad, presentándolo como un partido perdedor y de malos gobiernos.

A esto se suman las designaciones, las trampas, los cacicazgos locales y el mal perfil de muchos candidatos a puestos locales, fruto de prácticas que atentaron contra la democracia interna del PAN y han viciado sus procesos durante varios años, generando de igual modo la sensación de que "todos los políticos son iguales", incluidos los panistas, cuando se solía tener la imagen de que el panismo hacía las cosas distintas.

No se trata de generalizar y tampoco se busca señalar de manera directa a nadie, pero sí que cada cual asuma de manera propia su parte de responsabilidad y busque, primero de manera individual o luego de modo colectivo, los caminos que reparen este daño infligido al panismo, a la sociedad que confió en él y al país.



2) Muchas decisiones del Comité Ejecutivo Nacional han obedecido a una visión centralista, poco sensible y en ocasiones hasta ignorante de la situación local de los comités estatales. Se ha premiado la fidelidad ciega y dócil en denuesto del perfil crítico y libre de los militantes, que distinguiera durante años a los miembros del PAN. Se ha buscado callar al inconforme o relegarlo a la "congeladora", así como castigar a quien asume una postura contestaria o que no coincide con la dirigencia nacional.

Esto ha llevado a la mediocridad de muchos comités, generando un círculo vicioso en el que el sumiso tiene el premio, el ascenso o el cargo público que perderá el inconforme, impulsando así la creación de grupos de poder –cacicazgos– que atentan contra el correcto desarrollo democrático de los procesos locales en aras de no perder la "cuota" de poder obtenida.

De este modo, se ha perdido buena parte del impulso y de la fuerza que el PAN recibía de sus comités estatales y municipales, a través de la improvisación de liderazgos falsos que se sustentan en el abuso, la trampa, la coacción y las prácticas ajenas a la democracia, a los estatutos y los valores de Acción Nacional. 

Las comisiones de orden se vuelven pues el órgano punitivo cooptado por las dirigencias para legalizar sanciones, expulsiones o amonestaciones.

Las diversas dirigencias panistas nacionales han solapado estas actitudes o hecho poco por resolverlas de manera integral y efectiva, postergando su solución y, en cambio, dejándolas crecer, lo cual fomenta y vuelve rentable un comportamiento antidemocrático que muchas veces priva al partido de elegir entre sus mejores cuadros para dar el lugar a quienes abusan, entregan despensas, utilizan padrones y otras prácticas ajenas al correcto funcionamiento interno del PAN.

Asimismo, esto ha propiciado que la integración del Consejo Nacional y de los diversos consejos estatales padezca vicios similares, afectando a la postre la óptima conformación de las presidencias locales y nacional.

Se gobierna al PAN desde el escritorio de una oficina, sin sensibilidad hacia las dirigencias y, en caso de ser necesario, citándolas a todas en la sede nacional, lo que genera distanciamiento, decisiones erróneas por no conocer los problemas a través de las distintas partes y un sentir de abandono y desinterés, lo que resta autoridad, liderazgo y fortaleza al Comité Ejecutivo Nacional.

A esto hay que añadir el haber contado en seis años con cuatro presidentes nacionales, lo que complica los planes de mediano y largo plazo, lleva a gastos excesivos, a renovación de personal continua y genera además improvisación, abusos y una visión inmediata que resulta incapaz de proyectar un esquema para establecer un rumbo claro.



3) La organización del ejército electoral fue tardía y por ello, poco efectiva. Se invirtió mucho dinero en generar la estructura que realizara una "operación de tierra" que tuvo que deshacerse, volverse a hacer, despedir y recontratar y que por todo esto careció de profesionalismo y seriedad. Se duplicaron funciones, se cometieron errores absurdos, se dio prioridad a asuntos menores y no se logró cubrir el 100% de las casillas el día de la elección. 

Además, se volvió costumbre buscar remuneraciones en cuestiones que antaño eran voluntarias, lo cual ha generado el aumento sustancial del costo de algo que antes generaba responsabilidad entre militancia y sociedad, contribuyendo a formar la escuela ciudadana por la que tanto ha luchado el PAN.

Llama también la atención cómo esta falta de mística en el trabajo partidista ha llevado a buscar alianzas que, si bien posibilitan alguna victoria ocasional en el nivel local, no reditúan a la postre en el plano federal y mucho menos contribuyen a fortalecer en el mediano y largo plazos a Acción Nacional, lo cual es significativo en estados como Puebla, Oaxaca o Sinaloa, donde la imagen y el prestigio de un partido que prefería "apostar por sí mismo" se ve afectada por la voluntad de ganar por ganar, incluso traicionando los propios principios. 

En este punto entra lo ocurrido en el Distrito Federal, donde las prácticas señaladas en el apartado segundo de este texto, así como la concepción errónea de "abrir el partido a la ciudadanía" –relegando a liderazgos naturales y de gran prestigio entre el panismo por dar prioridad a ciudadanos que, sin dudar de su labor desde la sociedad civil, conocen poco al PAN y terminan a la postre siendo malos candidatos– llevaron a un descalabro como hacía más de una década no ocurría en la Jefatura de Gobierno.

En este sentido, quedó demostrado que el método de la afiliación masiva no genera resultados óptimos al PAN, pues la falta de cursos de doctrina, capacitaciones a la militancia y a los candidatos y de actividades que fortalezcan el sentido de pertenencia y construyan auténticos panistas, repercuten de manera directa en la calidad de quienes son postulados. 

Sin duda hay que abrirse a la sociedad, pero también dejar en claro que el modo de hacer política y de ejercer el poder en Acción Nacional está basado en principios y valores que han hecho al PAN lo que fue en sus mejores tiempos, y que el candidato y todo aquel que desee participar debe compartirlos, conocerlos y promoverlos no como parte de un proyecto personal sino más bien consciente de que forma parte de una tradición rica y valiosa, que ha aportado mucho al desarrollo de la democracia en México y que precisamente por eso, se sabe, se siente y tiene la fortaleza para presentarse como una opción diferente.

Estos valores de Acción Nacional son los que trascienden a las personas y hacen que en un proyecto personal no se sacrifique el futuro sino que, al contrario, el proyecto individual se sume a una historia en la que más allá de hablar de victorias y derrotas electorales, se busca y en alguna medida se ha conseguido la transformación profunda del país y de sus instituciones. 

No obstante, cuando la suma de malas prácticas internas tergiversan estos valores es que la "marca PAN" comienza a estorbar, y entonces se apuesta sólo por el nombre de quien contiende en la boleta, relegando por "inconveniente" o "poco presentable" lo que debiera ser la primera carta de presentación. 

¿Cómo presumir o enorgullecerse de la democracia interna frente a los adversarios que jamás se someten a la voluntad de su militancia, cuando algunos procesos del PAN son amañados o francamente caen en la trampa, por no llamarla ilegalidad? ¿Cómo "apostar por nosotros mismos" cuando estamos avergonzados de nosotros mismos?



4) Desde hace años, el PAN en el nivel federal ha mostrado una gran incapacidad de informar a la ciudadanía acerca de sus logros como gobierno. No son cosa menor ni sencilla la estabilidad económica, el combate al crimen organizado o los avances frente al autoritarismo que han logrado los gobiernos de Acción Nacional, como tampoco lo son la ineptitud, la opacidad, la ilegalidad y el atropello de muchos de sus oponentes. Y no obstante, no se ha podido marcar un contraste claro entre un modo y otro de ejercer el gobierno. 

Los ejemplos de estrategias fallidas son muchos: la campaña de 2009 y sus señalamientos a la complicidad priista con el crimen organizado, que no sirvieron para evitar la derrota; las acusaciones probadas de la deuda de Coahuila, que no lograron frenar el crecimiento del PRI; los señalamientos sobre los feminicidios y la corrupción en el Estado de México, que no alcanzaron ni para llegar al segundo lugar en las elecciones locales; los cientos de obras inconclusas en aquella entidad, que no sirvieron para mover un ápice la preferencia electoral hacia el PRI.

Es mucho lo malo que hicieron los rivales o lo bueno que dejaron de hacer; pero si a la acusación no se suma una propuesta, un contraste y una promoción efectivos, está probado que de nada sirve mostrar cuán malos son los otros si no se puede decir atinadamente lo de positivo y transformador que hay en la labor del PAN.

El caso no es general y cuenta con excepciones francas y notorias, sobre todo en el plano local, más fácil de manejar en este sentido y donde se han logrado refrendar triunfos, pero sí ha marcado a la dirigencia nacional panista desde hace dos sexenios.

Así, resulta también irónico el ser un partido con una doctrina profunda y seria y a la vez ser incapaces de comunicar cómo ese pensamiento impregna y acompaña las grandes decisiones y los avances que México ha vivido bajo las dos presidencias de la República emanadas de Acción Nacional. 

No se puede comunicar lo que no se conoce, y la doctrina del PAN es cada vez más ignorada por muchos de sus líderes o reducida a un puñado de "frases bonitas" que adornan los discursos en los que cada vez menos creen, de tal suerte que las palabras y los ideales se vuelven incapaces de "mover almas" para simplemente disfrazar la suma de intereses grupales o individuales, más obstinados en obtener la siguiente designación o la próxima plurinominal que en preservar, difundir y ampliar unos principios o una doctrina.

Este literal manoseo de las ideas y de los nombres de grandes panistas ha desvirtuado el valor de sus palabras, y con ello la importancia que la doctrina tiene para Acción Nacional: como se apunto líneas arriba, eje indudable de la acción partidista, por desgracia, malversado y desperdiciado por oportunistas, arribistas o simples amigos del lider en turno, beneficiados con el nombramiento de ocasión y por ello sumisos y "en deuda".


* * *


Estas son, a mi parecer, las principales, aunque no únicas, razones que han dibujado la derrota del PAN los últimos años. Ojalá que exista la voluntad, el liderazgo, la generosidad y la altura de intención para tomar las medidas que lleven a corregir las cada vez más frecuentes prácticas que dañan al partido y a sus militantes, y que privan a la sociedad de contar con un instrumento democrático para encauzar las fuerzas, las ganas y la disposición de seguir transformando a México.



jueves, 21 de junio de 2012

A la Edad Media, por la literatura




Muchas veces descalificada, llamada incluso oscura, atrasada y cerrada, la Edad Media es una etapa crucial y destacable de la historia de la humanidad, no sólo por sus avances en todas las áreas del conocimiento y la cultura sino, además, por su extensa duración: casi mil años en los que el género humano rescató el conocimiento antiguo, lo adaptó a su tiempo y sentó las bases de lo que vendría después, ya fuera por evolución o por oposición.


Agustín de Hipona fue parte del medievo como también  Tomás de Aquino, en el ámbito filosófico y por sólo mencionar a los principales representantes; lo mismo ocurre con la invención del vitral, la edificación de las grandes catedrales y las universidades de París o de Bolonia; con la literatura trovadoresca, con el desarrollo de la astronomía que permitió emprender largos viajes (ninguna época contó, hasta la actual, con tanta movilidad humana como la Edad Media) y con la química, que tuvo en la llamada alquimia su principal precursor e impulsor.


Las cruzadas, por su parte, además de ser una empresa totalmente medieval, tuvieron más allá de su lado bélico una impronta que trajo a Occidente historias maravillosas, productos jamás vistos antes, tradiciones de pueblos y civilizaciones que hasta entonces muchos conocían por leyendas y que sembraron la curiosidad y alentaron el imaginario colectivo, que vio a Oriente como un mundo nuevo, diverso y fantástico.


El rescate de Aristóteles fue posible gracias a las escuelas de traductores de Toledo, impulsadas por Alfonso X “el Sabio”, y el mayor avance de la ingeniería civil desde la época romana se dio en la España musulmana, también durante la Edad Media.  El sistema económico y político del feudo, por su parte, brindó una certeza jurídica, legal y de protección como el hombre no conoció jamás en la antigüedad, lo que hizo posible a su vez el desarrollo de grandes centros comerciales como Bizancio, Alejandría o el Sacro Imperio Romano, sitios donde la mezcla de culturas, el intercambio de productos y de ideas permitieron llevar de un extremos al otro del mundo conocido reliquias, especias, pergaminos, mujeres y hombres y un inmenso etcétera.


(El avance en los campos mencionados líneas arriba es, empero, sólo una aproximación somera y que bien vale la pena explorar de acuerdo con el interés particular; no hay desperdicio en los hallazgos que el lector meticuloso y apasionado puede encontrar en casi cualquier ámbito del conocimiento humano).


Son muchos los estudiosos que ahondan en distintas facetas de ese tiempo, pero pocos tan ambiciosos como Étienne Gilson, que en su libro La filosofía de la Edad Media reúne el pensamiento y las ideas que nacieron en ese entonces. De igual modo, en el ámbito propiamente histórico, están Jacques Le Goff, con títulos como En busca de la Edad Media y Lo maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval, así como Régine Pernoud, con obras como ¿Qué es la Edad Media? y Para Acabar con la Edad Media, que se encargan de desmitificar y dar su justo valor al medioevo. En el ámbito del estudio de la literatura, por su parte, destaca el español Martín de Riquer, autor de la inmensa antología Los trovadores, donde se compendian obras y vidas de cientos de poetas de la Francia medieval.     


Sin embargo, hay un escritor que en distintos volúmenes ha logrado hacer una síntesis de la Edad Media y recrear el mundo, las costumbres, las tradiciones y las rutinas que se vivían tanto en las nacientes ciudades como en el mundo rural: Umberto Eco, italiano que a través de la literatura da vida a una época que nos presenta llena de color, de aventura, de intriga, en escenarios donde el lector se instala para dejarse llevar por una narrativa ágil, moderna y llena de conocimiento y erudición.


Entre los principales libros de Eco están El nombre de la rosa, que aprovecha el género policíaco para retratar la vida en los monasterios medievales y los conflictos religiosos entre franciscanos y dominicos, con los típicos debates de la época acerca de la interpretación de las sagradas escrituras.




Ya en un ambiente moderno –los años setenta–, El péndulo de Foucault narra las aventuras de tres editores italianos que buscan hacer una colección que reúna títulos sobre el saber hermético de la Edad Media, un vasto compendio donde se mezclan las ciencias ocultas, las herejías, las leyendas y un amplio cúmulo de sabiduría que suele escapar de la narración histórica.




Otro gran texto sobre la última etapa medieval es Baudolino, novela en la que el personaje principal vive la caída de Bizancio, con la tercera cruzada como telón de fondo y la mítica búsqueda del Grial, tema de suyo apasionante aunque muchas veces tergiversado y manipulado hasta la saciedad tanto en la literatura como en el cine que caen fácilmente en la mentira o la interpretación histórica superficial.


La obra de Umberto Eco es un acercamiento ambicioso y bien logrado a un mundo ya desaparecido pero que, no obstante, sobrevive gracias a la imaginación que, sin caer en la fantasía, es capaz de alumbrar un pasado del que aún queda mucho por aprender y que bien vale la pena rescatar. Los tres libros mencionados son sin duda un buen comienzo.