jueves, 6 de diciembre de 2012

Otra generación perdida: de la teoría a la catástrofe




El conflicto magisterial que asoló la ciudad de Oaxaca a mediados del año 2006 guarda en sus entrañas historias particulares: nombres, rostros y anécdotas de quienes, desde la primera línea de choque, desde las barricadas instaladas en el centro histórico de aquella ciudad o desde la vecindad que el azar reduce a tener domicilio fijo en la calle donde se desencadenó una trifulca, fueron testigos, afectados, protagonistas o simples paseantes a los que tocó en turno presenciar el desarrollo y desenlace de aquellas fechas.

Mucho fue lo que en ese entonces se documentó en la prensa nacional acerca del paro de maestros, de la toma de calles, de las manifestaciones, los actos de vandalismo o del uso de la fuerza pública; sin embargo, es mucho más lo que aconteció en el plano de lo individual y que los medios son incapaces de reportar. Y es justo ahí, en ese intersticio donde la nota del reportero ya no llega, que la literatura encuentra un espacio para instalar sus historias, con ese telón de fondo que construye la propia realidad y que la fantasía complementa a su antojo.

La novela Teoría de las catástrofes (Alfaguara, 2012) del escritor mexicano Tryno Maldonado, abreva en ese escenario del que los noticieros y los periódicos dieron nota para instalar un relato en el que una joven pareja de maestros –no sindicalizados y que comparten sin conocimiento profundo la indignación y las causas del magisterio agremiado– se ve involucrada y arrastrada hasta quedar superada por una trama que los aplasta y los devora, como la violencia hace con aquellos que la intentan tocar desde sus lindes y terminan sepultados por una fuerza voraz que arrasa con todo a su paso.

Una estructura que abarca los meses del conflicto a manera de capítulos del libro va dando cuenta de esa inmersión casi inconsciente, incluso curiosa y bien intencionada, para de pronto caer en una espiral donde una decisión cuasi inocente lleva a la complicidad, a compartir los ataques contra comercios, arrojar bombas molotov y empuñar las causas del movimiento como quien busca llenar un vacío con algo, lo que sea, reflejo íntimo y crudo de una generación que, en palabras del propio Maldonado, “equivaldría a un conglomerado multitudinario de genes holgazanes a los que nada ni nadie perturba ni saca de su siesta”…

Y prosigue el autor: “A pesar de ser la generación más sana y mejor preparada en la historia del país, no representaba una fuerza laboral significativa. Ni económica. Ni política. Ni creativa. Porque fuerza era justo lo que les hacía falta. La forma del mundo les era incómoda. Incómoda y hostil. Pero poco hacía por modificarla. Vivían en la convicción permanente de que sus vidas estaban encarriladas hacia un desastre horroroso y definitivo igual que un descarrilamiento de trenes  toda marcha. Aunque ese desastre jamás llegaba”.

Para el protagonista, Anselmo, desempleado y ocioso, esa incomodidad citada encuentra un medio de rectificación, que es el participar en el activismo y el pandillerismo de un grupo anarquista de los muchos que se reunían bajo las banderas del paro magisterial; para su pareja, Mariana, encargada del sustento del hogar común, esa incomodidad se oculta bajo el exceso de trabajo y su lucha personal contra la diabetes. El punto de inflexión, es decir, el choque, surge precisamente del conflicto social en las calles, para él, como parte de una cuadrilla de activistas, para ella, como una sombra que lo sigue entre calles tomadas, “cuadrillas de la muerte”, atentados con explosivos, con el saldo de la propia vida, pago por la fidelidad a una inercia que se precipita hacia la ausencia de luz.

Sombra sobre sombra de la oscuridad plena y absoluta, tortura, represión, autoridad más allá de lo legal y la muerte como último reducto para comprobar que en medio de la nada y del vacío hay la certeza del sobreviviente: esa culpa sin culpa fruto del azar, de una casualidad que se ensaña con quienes no son aptos para burlarla o esquivarla y que escoge, ciega, insensible, a sus elegidos para morir o para vivir.

Teoría de las catástrofes recuerda a esa narrativa que retoma los años setenta, plasmada, por ejemplo, en Un soplo en el río, de Héctor Aguilar Camín, época cuando los reductos idealistas de un marxismo ya decrépito inflamaban los corazones jóvenes para conducirlos al abismo de las utopías, que casi siempre terminaba en el sacrifico anónimo y silente de sueños y quimeras disueltos en un mundo que avanza voraz y consume en su andar ilusiones y anhelos, para sumirlo todo en un presente que, entonces y ahora, cumple con su condición esencial: ser fugaz.