miércoles, 21 de diciembre de 2011

Diles que son cadáveres, de Jordi Soler




Una novela breve, directa, capaz de mezclar la historia de Irlanda y la de México en torno de la vida del poeta Antonin Artaud para concluir con un personaje que se mimetiza con el objeto de su admiración hasta llegar a la locura que, para el caso, es una tabla de salvación.

De esas lecturas que refrendan a la literatura como artífice de los grandes cambios, y que éstos deber empezar por uno mismo; después, incluso hasta el entorno propio podría comenzar a transformarse...

Algunos subrayados del libro, editado por Mondadori:


- ...detestar el trabajo editorial y al mismo tiempo ejecutarlo apasionadamente era una perfecta contradicción y las contradicciones, como se sabe, son un elemento indisociable de la vida y con frecuencia la reorientan, la definen, la llevan hasta un confín que por la vía normal, la del acto que es coherente con el pensamiento, no veríamos jamás.


- Llevaban muchos días en alta mar y no estaban dispuestos a tolerarle más excentricidades a ese hombre que se había significado con algunos aspavientos y la costumbre de hablar sólo, como si un poeta no fuera precisamente eso: un hombre que habla consigo mismo.

- Si Artaud usaba drogas era para encontrarse, por decirlo con sus mismas palabras, con "las estrellas de un día interno y más ligero".

- Artaud iba llegando, mientras ascendía a la montaña, a la percepción del mundo como una unidad, donde el vuelo de un águila estaba íntimamente relacionado con las palpitaciones del brazo o del hígado, suyo o de los demás, o los de todos en conjunto, una percepción donde se habían abolido las fronteras entre lo interno y lo externo, entre la sustancia extensa y la materia atómica, y todo era una sola cosa interrelacionada hacia adentro y hacia afuera, hacia arriba y hacia abajo, por todas las esquinas de lo infinito divino.

- A Artaud no podía tomársele por loco, era un poeta y todo lo que dijera o hiciera estaba siempre respaldado y amparado por esa aura que transformaba su locura en iluminación...

- "Diles que son cadáveres y que jamás resucitarán de entre los muertos", y dicho esto se fue, apoyando con fuerza el bastón en la dura escalera que conducía a la calle.
  
- ...desde los remotos tiempos de Cúchulainn, aquel niño guerrero del Ulster que por cierto obsesionaba a Artaud, porque en él veía, o más bien oía, a Kukulkahn, el dios mexicano que había descubierto en su viaje por el país de los tarahumaras y que le parecía, por su increíble similitud fonética, el nexo natural entre Irlanda y el país de ultramar, la evidencia de que el mundo primigenio, sin importar en qué sitio geográfico se manifestara, era uno y el mismo.

- La tradición literaria más noble, la más radicalmente revolucionaria: la poesía.

-  ...aquello de agarrarme con uñas y dientes a mi trabajo de diplomático no era más que una ilusión, una pantalla para no quedarme solo enfrente a lo que, en realidad, soy. En esa temporada comenzaba a intrigarme la cantidad de facetas que podía tener, porque uno es uno y muchos otros que aguardan encerrados bajo llave, y de vez en cuando se abre  tal puerta y sale un desconocido, como si la cerradura hubiera dado de sí y la puerta, de un empujón o de un aire, se hubiera abierto de par en par.

- El bastón de Artaud tenía la misma utilidad que su poesía, o que la poesía de cualquiera, incluso la mía: no servía para nada, no era útil, formaba parte de ese universo de cosas que si no existieran nadie las echaría de menos. En este milenio donde todo tiene un propósito mercantil, donde cada acción, por mínima que sea, genera una ganancia..., hacer algo que no tiene ninguna utilidad es un acto necesario, pues resulta que un acto inútil, al no estar constreñido por su función utilitaria, se mueve en otra dirección, fomenta valores distintos, y en desuso, como la solidaridad, el compañerismo, el espíritu de sacrificio...

- Escribió un filósofo: "Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti".

- ...el poema se cocina en las zonas putrefactas de la vida, en esas zona muerta y pestilente cuyo siguiente estado será la rabiosa vida.


lunes, 19 de diciembre de 2011

Entrevista a Manuel Clouthier Carrillo




En 2009, La Nación entrevistó a Manuel Clouthier Carrillo, quien en ese entonces fue postulado por Acción Nacional como diputado para la LXI Legislatura. Desde entonces, el papel de Clouthier Carrillo ha sido destacado tanto en la tribuna como en el apoyo a las causas, los valores y principios que defiende el PAN desde la acción política.


A continuación, la entrevista:


La Nación: El PAN acude a esta elección, fiel a su tradición, con una Plataforma que refleja los intereses más apremiantes para las y los mexicanos. ¿Cuál considera los puntos más importantes de esta plataforma?


Manuel Clouthier Carrillo: Hay que partir de la circunstancia que vive el país. Vengo sosteniendo que el país atraviesa una crisis, no sólo de seguridad o económica sino una crisis apremiante, una crisis de tiempo. El país tiene prisa porque cincuenta por ciento de la población en México es menor de 25 años; esto nos condiciona, nos dice que el país tiene prisa porque en 25 años habrá que construir un México equivalente al actual, en una gran cantidad de satisfactores, un México equivalente al actual en materia de empleo, crear los empleos que demandan los jóvenes de hoy y que van a demandar a la luz de lo que se ha dado en llamar el bono demográfico.


En esta idea no se vale que los políticos no se pongan de acuerdo o pierdan el tiempo y no atiendan lo que es elemental para el país, que ya es un compromiso con estos mexicanos que ya nacieron, no estamos hablando de los mexicanos que van a nacer, finalmente son nuestros hijos con quienes tenemos este compromiso, y que cada minuto y cada día o año que pasa se van integrando y van demandando estas oportunidades a las que tienen derecho. La pregunta es si el PRI va a tener la capacidad de ofrecer las oportunidades que van a demandar.


En este contexto es importante resumir dos ideas: el país tiene prisa, y es importante quitarle el freno al desarrollo. Este país pareciera que vamos en una travesía, en un auto, en la que vamos muy despacio; es necesario quitarle el freno de mano, y hay un sinfín de acciones que se deben tomar. Entre otras, y de fondo, tendrá que ser de carácter educativo. Si se trata de crisis de seguridad, nos topamos con la educación, si es la crisis de empleo y económica, no topamos con la educación. 


La crisis que tomes, el asunto que quieras resolver, nos va a remitir a educación; esta es la gran deuda que tienen los gobiernos de Acción Nacional con el país. Yo entiendo que en la lógica del viejo régimen no se promovió una educación que ampliara las libertades, porque la cultura del viejo régimen fue fincada en el marco del control político; pero la tesis de Acción Nacional es libertadora, en simpatía con Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998, que plantea que el desarrollo es la ampliación de las libertades, y que es ampliación es el medio para el desarrollo y al mismo tiempo el fin. Esta es la esencia que urge atender, hace falta empezar realmente a formar al pueblo mexicano que formará el nuevo México.


LN: Un mexicano que tenga una cultura nueva de valores democráticos.


MCC: Sin lugar a dudas, porque no podremos construir un nuevo México sin un nuevo mexicano. Con el México de antaño, con el “priista que todos llevamos dentro”, no podremos construir un nuevo México que traiga arraigo en la cultura del viejo régimen. Vivimos todavía en una transición, es un error decir que la transición ha terminado con la alternancia: la transición democrática del país tiene tres problemas, se ha prolongado demasiado, está estancada, y ha sido secuestrada por los partidos. Los avances que se han logrado en la transición democrática fueron promovidos por la sociedad, y hoy el freno son los partidos.


LN: ¿Cómo revertir esto?


MCC: Volviendo a lo básico, a la participación, a la presión ciudadana. Algunos quieren ver a mi padre como un gran héroe de la democracia, cuando fue un líder que aglutinó liderazgos que habían surgido de la ciudadanía en los ochenta, y que fueron capitalizados en 1988, pero ya existían esos liderazgos regionales. Hoy por hoy tenemos que volver a la participación ciudadana para que emerjan esos liderazgos regionales de nueva cuenta.


LN: ¿Qué papel deben jugar aquí las asociaciones intermedias, como fortalecerlas, en congruencia con las tesis de Acción Nacional?


MCC: Parte de lo que está urgiendo en esta transición es el fortalecimiento de las instituciones democráticas del país, entre otras, las instituciones encargadas de la vigilancia. Un ciudadano responsable, participativo, sería un ciudadano vigilante, y el pueblo gusta de irse a dormir, pero entonces necesitamos que los veladores no estén dormidos, o peor, a veces coludidos con el ladrón.

Los órganos encargados de la vigilancia en cualquier sociedad democrática son por excelencia los congresos. Hoy día, por su conformación, el Congreso federal ha empezado a ejercer una labor de vigilancia, pero en los congresos estatales hay un trecho inmenso que no está siendo cubierto, en los congresos estatales no hay vigilancia. Otro de los órganos encargados de la vigilancia deben ser los medios de comunicación, también aquí hay grandes carencias, pareciera que se había empezado a avanzar hacia ambientes de mayor libertad pero ahora hay estancamiento.


Finalmente, otro de los órganos encargados de la vigilancia deben ser las asociaciones intermedias, representativos de la sociedad e integrados por ciudadanos responsables que deben poseer valor civil, en México está urgiendo una gran dosis de valor civil en sus ciudadanos, en los estados la gente tiene miedo por el gran cacicazgo que han implementado muchos gobernadores que, al quitarse el yugo presidencial, empezaron a ejercer verdaderos cacicazgos en sus estados; esa gente con miedo ha optado por la omisión, por replegarse. Así como la democracia se conquistó desde nuestros gobiernos locales, hoy la democracia se pierde desde los gobiernos locales a través de alojar a la mafia en los gobiernos de los estados y de los ayuntamientos.


Hay que citar e Ian Bremer, en su libro La curva J, donde nos dice que cuando un proceso de transición se inicia forzosamente se tiene que recorrer un camino, que no hay atajos, por lo tanto hay una pérdida de estabilidad, y que los importante es irse consolidando en las instituciones democráticas para ir recuperando la estabilidad y terminar con una solidez. La parte delicada es esta, la salida tiene dos vertientes: o continúas tu transición o retrocedes de manera autoritaria. La transición mexicana está estancada y el riesgo de retrocesos autoritarios es real, no existe país latinoamericano que haya consolidado su democracia sin tener retrocesos autoritarios, y México pretende hacerlo sin retrocesos pero sin antecedentes democráticos, sin cultura democrática. En los 200 años de México independiente tuvimos a Santa Ana, luego a Juárez, a Díaz, y luego al PRI, el resto nos la pasamos peleando.


LN: Hablaba del tema educativo. ¿Cómo nos sacudimos desde la educación esta cultura de 70 años?

MCC: Es generacional, sin duda. Hoy por hoy, los jóvenes tienen clara la necesidad de que se les ofrezcan oportunidades. Que los jóvenes vean claramente que el pasado no ha tenido la capacidad de crear un México que ofrezca oportunidades. Este México en transición es joven, pero también pobre, y con estas dos condiciones habrá que transformar al país. Lo dice George Gilder, en su libro El espíritu de la libre empresa: no todas las sociedades producen empresarios, y por consecuencia, no todas las sociedades pueden lograr cambios saludables y rápidos. Los jóvenes tienen también la capacidad de ser generador de oportunidades, de crear; hay que desatar la energía creadora de la juventud para que, ante el miedo y la incertidumbre que significa una transición, no se evada ni se huya del reto, y el reto es educativo.

        También el reto será generar condiciones adecuadas en el país. Carlos Llanos y Fuentes, filósofo mexicano, de los mejores en mi opinión, sostiene que dirigir es educar, por eso tenemos que educar desde cualquier acción; por eso educamos en la familia, en la empresa, pero debemos educar también desde las acciones de gobierno. 


        El gobierno mexicano, sin importar el signo, ha querido administrar, ha querido dirigir, pero ha olvidado que dirigir es educar, y el gobierno educa cuando cobra impuestos justamente, cuando aplica la ley y la hace respetar, cuando sanciona al funcionario que hace mal uso de los recursos públicos y del poder, el gobierno está educando permanentemente con el ejemplo, pero desgraciadamente en México se ha maleducado desde el poder, y hoy por hoy este es otro de los grandes retos de Acción Nacional, educar desde la acción directiva, Felipe Calderón educa cuando ha decidido combatir al crimen organizado, pero va más allá.


LN: ¿Qué opina de las recientes leyes aprobadas en el Congreso sobre el tema de seguridad?

MCC: Estoy en un gran desacuerdo con esta idea que se acaba de plantear desde el Senado, la llamada ley de narcomenudeo. Vengo de un estado con problemas severos con el narcotráfico, y difiero de lo que se acaba de aprobar porque si se ha fortalecido a los gobernadores y que han constituido cacicazgos, con esta nueva facultad los estás empoderando más para lograr y consolidar su asociación con el crimen organizado. Este es un acto perverso de los gobernadores y que en una buena intención pareciera correcto, pero si no tiene otro contrabalance adecuado será para fortalecer a los estados donde ya hay una alianza con el crimen organizado.

El contrapeso tendría que ser, primero, el gobierno federal no debe desentenderse en ningún momento de la responsabilidad; segundo, las penas contra los funcionarios que se coludan con el narcotráfico, penas muy severas para la autoridad, porque no existe crimen organizado sin apoyo institucional. He escuchado muchas veces que no existe crimen organizado sin base social, pero yo parto de que no existe crimen organizado sin apoyo institucional. Un ejemplo: mi padre fue fundador del Tec de Monterrey en Sinaloa, como un mecanismo para que el sinaloense tuviera otra visión y ayudara a transformar.

 Hoy por hoy, si un hijo mío me dijera que quiere estudiar en el Tec de Sinaloa, no lo permitiría, porque el Tec reforma su sistema y ahora no hay mesabancos sino meses de trabajo, equipos de siete, que trabajarán juntos a lo largo del semestre, en la escuela o en la casa. Pero en Culiacán hay una gran cantidad de hijos de narcos en el Tec de Monterrey, y corro el riesgo de que mi hijo tenga que ir a hacer un trabajo a casa de un narco, o que un hijo de narco venga a mi casa. En ese ambiente, quién hizo mal, ¿el Tec, mi padre, los muchachos, los hijos de narcos, o la autoridad que permite que está gente siga andando por la calle como si tuviera un modo honesto de vida?

En Sinaloa estamos cansados, pedimos en un grito desesperado que se ataque con más fuerza en nuestra tierra, pero no sólo la policial, que es el que se está haciendo. Hay otras vertientes: el ámbito de la corrupción porque queremos quitarle el apoyo institucional al crimen organizado; el ámbito educativo, que se está tratando ya en las primarias, pero no sólo a las drogas, sino a las drogas en todas sus formas, la violencia que generan, el consumo, el tráfico, el lavado de dinero. Finalmente, ya lo decía, 50% de la población en México es menor de 25 años, y hay que trabajar también en la economía, porque si no les ofrecemos las oportunidades a estos jóvenes, o se van a evadir, o van a actuar, pero será el crimen organizado, las drogas, el que les ofrezca satisfactores, y entonces, seremos nosotros quienes mandemos a los jóvenes a ese mundo


LN: ¿Cómo orientar el tema del empleo, cómo aprovechamos el bono demográfico en un entorno de crisis desde el ámbito laboral?


MCC: Antes de la reforma laboral hay otras más urgentes. Una reforma fiscal, para empezar, que eduque, y uno de los elementos más educadores son los impuestos. Si nos empiezan a cobrar más impuestos los mexicanos nos vamos a volver más exigentes, y con esto ya ganamos. Por otro lado, debe ser una reforma fiscal promotora más que fiscalizadora, hay que generar una cultura de pago a través del cobro. El predial tiene un bajo nivel de recaudación, pero es excelente para educar, porque quien paga es quien ya tiene un patrimonio.

Hay otro tema en materia fiscal que se ha atendido poco, y que yo llamo “la otra fiscalización”, no la del gobierno al ciudadano sino la del ciudadano al gobierno, no puede haber recaudación si no va acompañada de rendición transparente, honesta y eficiente de cuentas. Y ahí actualmente no hay justicia. Si un patrón no declara el IVA va a la cárcel, pero si un funcionario hace mal uso de los recursos, queda solamente inhabilitado, y debe ser al revés: a mayor autoridad, mayor responsabilidad. El funcionario debe pagar penas mayores. Por otra parte, hoy hay una gran cantidad de cosas que frenan el desarrollo y que sería sencillo solucionar. 


Por ejemplo, es increíble que a estas alturas del siglo XXI exista la limitante de que un extranjero no puede comprar propiedades en México, esto genera una gran desconfianza, y posibilitar esto generaría un detonador.


La reforma laboral es importante. Hay que dejar el paternalismo que nos inyectó el viejo régimen; no puede existir una cultura de excelencia sin exigencia, sin criterio depurador, donde se queden los mejores y queden fuera los que no quieren. Debemos ser más exigentes. Por otra parte, los sindicatos, no pueden seguir siendo una caja negra y mucho menos instrumentos de lavado de dinero; la ley establece que el dinero que entra al sindicato no será fiscalizado, eso es lavar dinero. Tampoco es posible que la gente no tenga libertad de afiliación, y mucho menos que el trabajador sea automáticamente afiliado a un partido político. 


No es posible que el empleador no pueda contratar de manera temporal, flexible, con criterios de medios tiempos, de que alguien pueda trabajar desde su casa; si queremos crear empresas familiarmente responsable, podría plantearse que la madre pueda trabajar desde su casa, cumpliendo con objetivos formales pero que a su vez pueda atender a sus hijos.

Se nos olvida que hay muchos Méxicos, y la reforma laboral debe flexibilizar el empleo, va a haber una demanda impresionante de empleo, y hay que abrir y flexibilizar oportunidades para el empleo.


LN: ¿Cuál considera la principal fortaleza de Acción Nacional en estas elecciones?

MCC: El liderazgo del Presidente Calderón en lo que respecta al crimen organizado está siendo valorado por la ciudadanía. También frente a la crisis sanitaria ha demostrado ser una autoridad responsable, porque el problema de muchos políticos hoy es el populismo, pero un populismo con ideología sino el populismo como una actitud de eludir la responsabilidad y querer ganarse la simpatía.


En ese sentido, también hay populismo de derecha, quien quiera gobernar con encuestas exclusivamente se empieza a convertir en populista porque entonces quiere hacer lo que la gente quiere oír y no lo que él debe hacer. Los padres de familia a veces tenemos que ser poco populares con nuestros hijos, porque tenemos que actuar por el bien de ellos. 


Los mexicanos no elegimos a nuestro gobernantes para que fueran reinas de la simpatía, y aquí parafraseo a Margaret Tatcher, que fincó su gobierno en cuatro enunciados: 1) que cada inglés se haga responsable de sus decisiones y deje de culpar al gobierno; 2) que cada inglés se haga responsable de su familia; 3) el gobierno inglés será responsable del manejo de sus finanzas y de la macroeconomía de cara a ofrecer estabilidad; y 4) no me temblará la mano para tomar las decisiones que tenga que tomar al margen de las consecuencias políticas que se generen.


Hoy día, los gobernantes en México toman decisiones en función de las consecuencias políticas secundarias y dejan de hacer lo primario.


LN: Como hijo de uno de los principales líderes de Acción Nacional, ¿cuál considera es el legado, el ejemplo de esos grandes nombres del pasado?

MCC: No debemos perder los principios, ese es el reto, no porque lleguemos al poder olvidemos los principios. Algunos quieren escudarse en la realpolitik para dejar de gobernar con principios. El sueño era llegar al poder para cambiar las cosas y gobernar con principios, esto es lo que tenemos que tener permanentemente en la memoria de estos hombres, que ellos lucharon con principios y por principios. No debe olvidarse que gobernar significa hacerlo con principios. 


          Dirigir no está peleado con la ética, dirigir es educar. Si entendemos esta idea y conocemos los principios, se dará de manera natural que la acción de gobierno no sólo estará enmarcada en la eficiencia y la efectividad, sino en los principios. Carlos Soria nos dice que la primera exigencia ética del periodismo es la calidad; y aquí también, la primera exigencia ética es la calidad, que los servicios que da el gobierno son de calidad.


En Acción Nacional hablamos del cambio, pero el cambio debe sentirse; por ejemplo, el seguro social. Desde el punto administrativo es bueno que salgan las cuentas, pero esto al derechohabiente no le interesa cuando el servicio sigue siendo malo. En un buen servicio es donde será notorio el cambio. El criterio es muy sencillo: ¿cómo te gustaría que te trataran si estuvieras ahí?


LN: ¿Qué representa para usted el trabajo legislativo en un momento como el que vive actualmente en México?


MCC: Un reto y un compromiso. Es precisamente en estos momentos de crisis cuando debe haber mayor compromiso con el país. El reto de la próxima Legislatura es aplicarse a atender urgentemente lo que tenemos que hacer y no ser reinas de la simpatía.

Es importante que todos los hombres de bien, al margen de su signo político, empecemos a pensar en serio para actuar de manera comprometida a favor del país, haciendo lo que tenemos que hacer y sin importar si somos o no populares. Este país tiene prisa. Urge.


Ganar no es objetivo, es consecuencia de hacer las cosas bien. Mi padre nunca ganó una elección, pero dime tú si su proyecto fue perdedor.


miércoles, 7 de diciembre de 2011

Tiempo cortazariano (tómese su tiempo)



El anuncio de la publicación de las Obras completas de Julio Cortázar (1914-1984) coincidió con el aniversario número cuarenta de la publicación de Rayuela, obra cúspide del autor argentino que desde la primera edición cautivó a sus lectores, a veces con asombro y otras con molestia, pero siempre dejando lugar al comentario, a la crítica, a la admiración o al desconcierto. 
La compilación mencionada reunirá en nueve volúmenes lo que hasta ahora se encontraba disperso en una veintena de libros, algunos imposibles de encontrar en librerías; se dividirán en I Cuentos, II Teatro y Novelas, IIII Novelas, IV Poesía y poética, V Prosa varia, VI Obra crítica, VII y VIII Cartas, IX Entrevistas, y acabarán de editarse en el año 2007.
Los festejos de ese aniversario (2003) trajeron toda suerte de homenajes y menciones que incluyen, además de las Obras mencionadas, la redición de libros como La vuelta al día en ochenta mundos o Último round (Ambos en Siglo XXI Editores) y Fantomas contra los vampiros multinacionales (Editorial Destino), conferencias magistrales y lecturas públicas de Rayuela, la puesta en escena del capítulo 28 de esta novela –cuando la muerte de Rocamadour se oculta a la Maga con un silencio cómplice del que el propio lector quisiera salir a gritos, anunciando la desgracia que acontece en el cuarto contiguo– en el Festival Cervantino de la ciudad de Guanajuato. 
También, la publicación del cuento “Bix Beiderbeke”, el último escrito e inédito, el estreno del filme Cortázar, apuntes para un documental, que aborda, desde la perspectiva de escritores como Juan Carlos Onetti o Carlos Montemayor, los aspectos menos comprendidos de la vida de aquél, entre los que destacan los años de apoyo ciego e incondicional a las causas y empresas comunistas, castristas y satlinistas, haciendo a un lado las atrocidades cometidas, denunciadas lustros antes. 
La efeméride llenó los espacios de suplementos culturales en revistas y periódicos dedicados a publicar anécdotas, correspondencias inéditas, experiencias “rayuelianas”, la nominación del año 2004 como el Año Internacional Julio Cortázar, al cumplirse veinte de su muerte y noventa de su nacimiento, y todo lo que por estos motivos suele llevarse a cabo para bien de la conservación y la difusión de la obra de uno de los escritores latinoamericanos más queridos, el mayor de los cronopios, del que Ariel Dorfman, en algún texto publicado hace años en el diario español El País, mencionaba haber encontrado una pinta que rezaba: “Volvé Cortázar, qué te cuesta”. 
Sirva este collage como una voz que se suma al deseo de esa vuelta, de ese regreso a un mundo donde la fantasía, la posibilidad de hallar, en palabras de Carpentier, "un bosque de estalactitas de telarañas bajo un armario"; un mundo donde la fantasía, el asombro, son cada vez más lejanos, como si admirarse de esos milagros cotidianos fuese parte de lo anticuado, de lo que por comodidad o pereza de la vista o de la búsqueda es mejor omitir y simplemente negar .
I. El juego de nunca acabar
Intento por tercera vez el texto que me debo desde hace tres años, cuando Rayuela –como esas cosas que no se anuncian ni se buscan, solamente llegan así, porque debían llegar– cayó entre mis manos y tardé más de dos en quitármelo de la cabeza. La primera ocasión, el primer fracaso, fue por razones de peso, de cantidades: escribir acerca de una novela enfrenta al desglose de una totalidad que, no obstante la enumeración de capítulos, resulta indivisible, como si los fragmentos estuvieran en interacción constante y la omisión de cualquiera colocase al lector frente a un vacío tan abisal y extenso como el que la necesidad de yerba mate y la pereza de atravesar la calle que divide dos edificios empujan a unir mediante un puente inverosímil por real.

Un segundo intento de ese texto pendiente fue el que, como las deudas del pasado, salía al asalto luego de incubarse y orpimir por convicción de que poco podía decirse que no se hubiera escrito antes, aunque siempre quede algo más: quizá afirmar que Rayuela se vuelve desde temprano un recorrido por los vericuetos del ser y su experiencia fantástica con la realidad, que lo transporta a un mundo donde los extremos se rozan hasta confundir los fines con los medios, el principio y el final enredados y arrojando magia, absurdo, hilaridad, angustia, todas características de los mundos cortazarianos, todas en fin de cuentas protagonistas del día a día, de la capacidad endemoniada de observar a fondo, hasta llegar a ese espacio donde la confusión florece de manera natural, donde la unción o la locura se funden en un abrazo que concilia opuestos y deviene vista nueva, renovada y total.

* * *

Rayuela llegó como lo hacen las cosas, los libros, las notas, los rostros o las palabras que permanecen, que no se erosionan porque nunca dejan de volver (y la vuelta es en más de un sentido una forma de la ida): por casualidad. 
André Bretón, en El amor loco, sobre este asunto: “...esa vacilación que se apodera del espíritu cuando trata de definir el ‘azar’... La antigua idea que lo definía como una ‘causa accidental de efectos excepcionales o accesorios que reviste la apariencia con la finalidad’ (Aristóteles), pasando por la de un ‘acontecimiento determinado por la combinación o el encuentro de fenómenos que pertenecen a series independientes en el orden de la casualidad’ (Cournot), la de un ‘acontecimiento rigurosamente determinado pero de tal índole que una diferencia extremadamente sutil en sus causas habría producido una diferencia considerable en los hechos’ (Poincaré) y llegar a la de los materialista modernos, según la cual el azar sería la forma de manifestación de la necesidad exterior que se abre camino en el inconsciente humano”.

* * *

Así, con el azar extendiendo sus hilos, Rayuela surgió de una plática a la que siguió el hallazgo del capítulo 7, en una cafetería en Mérida, Yucatán: caer en la cuenta de que la poesía de lo cotidiano es capaz de enredarse en la prosa novelesca con la naturalidad de una vida donde los encuentros sin pacto previo, los puentes, las caminatas entre el intrincado callejero de París o los personajes menos –o más– presentables que una ciudad puede arrojar se vuelven un encuentro de plenitud, de “péndulos que cumplen su vaivén instantáneo” al tiempo que los nombres luchan contra sus definiciones retenidas y acuñadas en el diccionario, “ese gran cementerio”...

* * *

El camino subía y bajaba: ‘Sube o baja según se va o se viene. 
Para el que va, sube; para el que viene, baja’. (Juan Rulfo)


* * *
Del lado de allá, en París, una búsqueda por el recuerdo, un repaso de memoria narrado desde un tiempo impreciso que abre la novela con un “¿Encontraría a la Maga?”. Oliveira, el amante definitorio, teórico, a quien le cuesta “mucho menos pensar que ser”, reducido en toda conjetura ante la simpleza que una mujer antepone a cualquier cuestión que pudiera ostentar alguna forma de trascendencia. 
Para ella el pasado es lo acaecido uno, cuando mucho dos días antes; para ella, la vida no es la suma de acciones concretas sino su resta, de tal suerte que cada libro leído no es un libro más sino uno menos; la Maga, impredecible, con “el fracaso de las leyes de su vida” a cuestas, capaz de detenerse a media calle, en medio del tráfico, porque desde ahí se mira mejor el Panteón. 
La Maga, siempre la Maga, que pareciera reunir y concretar un arquetipo ideal de mujer pero que, no obstante, apunta en sentido contrario: los andares de esos pasos descritos casi de manera cinematográfica por Cortázar contienen un mensaje superior: la mujer ideal se encuentra muy lejos de un arquetipo y Ella puede ser cualquiera, menos la que se encierra en una definición o un modelo de conducta; puede estar presente donde menos pareciera, y basta sólo con abrir los ojos, mirar, volver a mirar, ver de nuevo, o simplemente cerrar los párpados para abrirlos después y descubrir que ahí donde pareciera no haber magia queda la certeza de que buscando no se encuentra, y ahí está el embrujo, en volverse ciego hasta entender que hay que sacudirse la búsqueda para empezar con los grandes hallazgos.


* * *

Vení a dormir conmigo;
no haremos el amor, él nos hará.
(en Salvo el crepúsculo)

* * *

Un amigo decía que el orden de los capítulos de Rayuela obedecía al caos: “Cortázar escribió cada uno de manera individual y aventó el manuscrito para que se acomodaran en su lugar exacto”, o bajo el símbolo de una brújula cuyo norte puede ser cualquiera de los puntos cardinales, o como un ajedrez hindú –descrito en alguna de sus páginas– que tiene sesenta y cuatro lados y del que sale victorioso quien domine el centro, aunque el centro pueda estar en cualquier parte, incluso fuera del tablero... 
Por testimonio del propio autor se sabe que no fue escrita siguiendo un orden preciso, y toparse desde el principio con un “Tablero de dirección” desconcierta al ofrecer un libro que “es muchos libros, pero sobre todo es dos libros”, en una disposición laberíntica del tiempo lineal que ya antes habían ensayado Faulkner o Joyce, y que hoy día es común en las entregas de Milan Kundera. 
El tablero conduce la lectura “Del lado de allá” (París) a “Del lado de acá” (Buenos Aires) y a “De otros lados” (los capítulos prescindibles), donde Cortázar, por boca de otro personaje, el escritor Morelli, revela alguna claves de la creación de Rayuela.

* * *

En París, Horacio Oliveira, la Maga, el Club de la Serpiente y la propia ciudad son protagonistas que habitan un mundo poblado de literatura, filosofía y pintura, hasta que la muerte provoca un giro que arroja a la Maga a un lugar al que nadie puede seguirla, al que pareciera aferrarse para mantener el cielo en su sitio, siempre accesible, a la vuelta de una esquina o detrás de cualquier cristal.

Al desaparecer la Maga, el cielo de Oliveira se torna un descenso al mundo común, a la rutina de un quehacer desprovisto del encanto que el amor encumbraba para verlo todo más pequeño, como se ve desde la cima; descenso con la mirada y el sentir nostálgicos por aquello perdido, que no es sólo una mujer sino un filtro para vivir el mundo, un cenit, la cumbre del amor. 
El desarraigo empuja entonces a Oliveira en busca de la Maga, y será en América donde la cordura encalle, flaquee y pierda los pocos hilos que aún la mantenían a salvo del desencanto absoluto, de los fantasmas que poco a poco la comienzan a poblar hasta crear una confusión, una superposición de rostros del presente y del pasado que lleva a confundir unos con otros, a encajarlos donde sólo queda la esperanza de que al despertar la realidad devenga encuentro, comunión. 
“Cree que está muerta..., y al mismo tiempo la siente cerca y esta noche fui yo... No lo dice como si hablara de una alucinación, y tampoco pretende que lo creas. Lo dice, nomás, y es verdad, es algo que está ahí. Cuando cerró la heladera y yo tuve miedo y dije no sé qué, me empezó a mirar y era a la otra que miraba. Yo no soy el zombie de nadie..., no quiero ser el zombie de nadie... Yo creo que el miedo que siente es como un último refugio, el barrote donde tiene las manos prendidas antes de tirarse”.

* * *

Moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
César Vallejo

* * *

Rayuela no deja de ser un libro vigente que revolucionó los parámetros de la novela y que sigue ejerciendo fascinación a las nuevas generaciones de lectores, un asombro que acompaña su descubrimiento, se extiende y renueva en cada página con aciertos, desatinos, complejidades y marañas que son como su título: un juego que consiste en llegar al cielo pateando una piedrita que debe acomodarse sobre un dibujo en el suelo. 
El problema, concluye Cortázar, es que nos pasamos la infancia entera intentando llegar a la última casilla, de suerte que cuando eso ocurre ya hemos crecido y el cielo se aleja, está más arriba, en otra parte, donde suele olvidarse que para llegar ahí sólo se necesitan un dibujo, una piedra y un zapato, en un juego que no termina o que al concluir, como los extremos que se juntan o los opuestos que se complementan, empieza de nuevo.



II. Eso no se dice, señora...

La casa es una más entre las que conforman “el ladrillo de cristal.” Abajo y arriba hay vida, hay hombres y mujeres, voces que por las noches, cuando el trajín de la ciudad acalla su murmullo constante, hablan, gritan, señalan, niegan o dudan. 
Una de esas vísperas, alguien que supongo mamá dijo a alguien que supongo hija: “Hay que ser educada y despedirse, no-importa-lo-que-estés-haciendo”, y no pude sino imaginar un pequeño cronopio recriminado por un fama mientras todo tipo de dudas asaltaban la cabecita que también imaginé con rizos amarillos cayendo sobre los hombros con el peso frágil que no tendrían ni el regaño ni la futura consideración hacia el decir adiós a los visitantes, ésos que exigen dejar de hacer lo que cualquier niño hace cuando los adultos se abstraen en sus charlas de adultos y un pequeño recrea el plano exacto del universo en un cuarto de juegos.

* * *

El ladrillo de cristal aparece en el prólogo de Historias de cronopios y de famas, libro de relatos que Julio Cortázar llenó con historias de esos seres que parecieran encerrar tres formas de enfrentar al mundo: las esperanzas, siempre preocupadas y en busca de ofrecer ayuda ante la injusticia; los famas, escandalizados por todo lo que salga de su casilla, sitio específico y casi podría decirse predeterminado e inmutable; y los cronopios, cuyas actividades son parte de otro capítulo del libro, “Ocupaciones raras”, que apela los tres tipos de personajes pero encerrados en un diario hacer que va desde la construcción de patíbulos en la parte más visible de la casa, por puro afán de alterar a las buenas conciencias –pues todo patíbulo que no sea empleado con fines ejecutorios puede resultar un bello adorno–, hasta la idiosincrasia reflejada en los ritos y costumbres de cualquier velorio. 
El primer capítulo es el “Manual de instrucciones”, donde las actividades más cotidianas devienen complejas y en ocasiones espeluznantes aventuras: subir una escalera es caer en la cuenta de que el escalón casi siempre es del tamaño del pié, la línea que sale de una lectura de mano puede acabar en otra mano que se cierra sobre la empuñadura de una pistola apuntando a la sien de un marino, o un retrato de Enrique VIII que es una máscara del diablo y quien lo mira cree lo que el demiurgo dice porque son palabras de rey.

Los cronopios no tienen definición precisa pero son capaces de sentir que el mundo entero ha cambiado de orden si la imagen que de ellos refleja un espejo inclinado da motivos suficientes; son egoístas y algunos testimonios del autor sitúan entre aquellos a Pablo Picasso, Antonio Gaudí o a Louis Armstrong, por razones que se desenvuelven a lo largo del libro, así como por los relatos de otra obra: La vuelta al día en ochenta mundos, que da paso a dos elementos más a considerar: la patafísica, definida por el escritor francés Alfred Jarry y tomada del Diccionario abreviado del surrealismo de André Breton y Paul Eluard: ciencia de las soluciones imaginarias, que otorga simbólicamente a las configuraciones las propiedades de los objetos descritos por su virtualidad; y los piantados, de quienes Cortázar afirma: “La esperanza de que la suma de idos y piantados alcance algún día a contrarrestar la influencia de los cuerdos, con los cuales nos está yendo hasta ahora como usted sabe. 
La diferencia entre un loco y un piantado está en que el loco tiende a creerse cuerdo mientras que el piantado, sin reflexionar sistemáticamente en la cosa, siente que los cuerdos son demasiado almácigo simétrico y reloj suizo, el dos después del uno y antes del tres, con lo cual sin abrir juicio, porque un piantado no es nunca un bien pensante o una buena conciencia o un juez en turno... Todo piantado es cronopio, es decir que el humor reemplaza gran parte de esas facultades mentales que hacen el orgullo de un prof o de un doc, cuya sola salida es caso de que les fallen es la locura, mientras que ser piantado no es ninguna salida sino una llegada”.

Lo que tal vez proponga Cortázar es un sometimiento dócil ante el asombro, esa capacidad de sorpresa que navega en lo habitual y caracteriza a los espíritus menos aptos para adecuarse a un mundo donde la prisa y el instante se funden para hacer hasta de lo que a todas luces trasciende un momento digno de ser reemplazado por el que le sigue, un mundo donde nada perdura y del que la moda se vuelve más exacto representante.

* * *
¿Cómo tomar en serio que una puerta
dé a la tristeza cuando el arquitecto
la abre al pasillo, que unos senos
dibujen paralelos sus jardines
cuando es la hora de ir a la oficina?

(en Último round)

* * *

Aquí habita la poesía
Los cronopios vs. el sistema


(Pinta de una barda en Venezuela, junio de 1969, op cit).


III. Cauces sin cauce
Una biblioteca habla de su dueño como un retrato fiel, y la de Cortázar incluía tomos de vampirismo, textos islámicos, hinduistas y sofistas, de alquimia o fantasmas, así como los siempre presentes “clásicos”, los que decía estaban ya en su lugar, en su pedestal, con suficientes ensayos dedicados, en comparación con los llamados “escritores menores”, donde pueden encontrarse grandes ideas que aún no han sido estudiadas. 
El periodista Eligio García Márquez, en el libro Son así. Reportaje a nueve escritores latinoamericanos, describe cómo los libros en casa del argentino cubrían mesas, sillas, cama y todo espacio que pudiera albergar los cerca de cuatro mil que llegó a acumular, y como en el cuento "Casa tomada", aquélla literalmente fue asaltada por los libros, que una vez abrazados comienzan a reproducirse de manera insólita y dramática pero feliz para su dueño. 
Y si los libros fueron un flujo constante, de igual forma la narrativa de Cortázar se multiplicó sobre todo en forma de cuentos, aunque novelas como Prosa del observatorio o 62/Modelo para armar, entre otras, destacan por ser un recorrido a lo largo de un género que Cortázar jamás abandonó y poco a poco, en palabras de Octavio Paz, fue liberando de un traje ajustado que lo asfixiaba.

* * *

­Los textos fluyen, las historias van desplegándose, a veces dando vueltas, de arriba abajo y de extremo a extremo... Una librería de viejo esconde una edición primera de Queremos tanto a Glenda, una revista literaria anuncia el hallazgo de un lote de volúmenes con El tango de la vuelta, edición del pintor Pat Andrea y un texto de Cortázar, en esos ocasionales asaltos de quien no acaba de irse y quizá todavía camine el París de su vida y de su muerte, apareciendo y desapareciendo al paso, dejando atrás a quien lo intentara seguir, mirando por un túnel o detenido frente al estante que alojaba una pirámide de cristal...

* * *

Seguí andando solo, sé que en algún momento me hice llevar hasta el barrio del canal Saint-Martin por mera nostalgia, sintiendo que allí tu sombra menuda se volvería menos enemiga, quizá porque alguna vez habías consentido en caminar conmigo a lo largo del canal, mientras a la altura de cada vago reverbero yo sentía brillar un instante. (en 62/Modelo para armar)


* * *

Máquinas estáticas para medir la movilidad, el rayuel – o – matic construido para leer Rayuela o un observatorio hindú, en Jaipur, donde la noche y el día transcurren entre signos que están más arriba, nunca en su sitio, siempre de paso y de vuelta; un asomo a esas vistas alternas lleva a pensar que luego de cualquier puente o túnel todo lo que se mira después de ese encierro pasajero no puede permanecer igual, y sea puente, túnel, puerta, seno, río, nube o el azar, quizá es solamente el encuentro con un instante, la plena concepción de lo que llega, de lo que vale la pena llegar. 
Al tiempo que las luces de la noche “se amalgaman en una misma presión, conjuradas y hostiles, negándose al recuento, a las nomenclaturas”, el mar se estremece en silencio ante el paso de anguilas que emigran cada año, cada ciclo que va de la fecundación al estado adulto como el ocaso anuncia el alba, y viceversa. 
La Prosa del observatorio dista del género narrativo aunque aprovecha su orden para desarmarlo y decir algo más, para intuir que entre esos recorridos celestes y submarinos se encuentra el hombre, observando, dejando que ese fluir lo arrastre hacia los cauces sin orillas del tiempo y ajenos a lo que ahí sucede, un acto como la lectura que, a pesar de insertarse en lo temporal, motiva una especie de abstracción de lo sucesivo, paréntesis donde el libro es el centro y las partes. 
La edición incluye las fotografías hechas por Cortázar en el observatorio de Jai Singh, y remiten el mecanismo de mármol alzado para la observación de los cuerpos celestes, para “domesticar tanta distancia insolente” en esa fusión de ciclos que armoniza lo macro y lo micro del cosmos en un mismo vaivén, que encuentra armonía en algunas espirales, en la firma del universo. 
“Jai Singh asciende los peldaños de mármol y hace frente al huracán de los astros; algo (...) lo urge en lo hondo de la noche a interrogar el cielo, como quien sume la cara en un hormiguero de metódica rabia: maldito si le importa la respuesta, Jai Singh quiere ser eso que pregunta, Jai Singh sabe que la sed que se sacia con el agua volverá a atormentarlo, Jai Singh sabe que solamente siendo él agua dejará de tener sed”.
 
IV. Cuentos y recuentos

Alguna vez Julio Cortázar afirmó que “El perseguidor” era un parteaguas en su narrativa, un cuento que sería el antecesor directo de Rayuela y a partir del que su obra dio un giro hacia una suerte de personajes encerrados en sí mismos, un mundo que está más allá de las manos que intentaran acercarse y del que no es fácil volver, por fuerza o por consentimiento; es el mundo de Horacio Oliveira, en conflicto permanente, incapaz de alcanzar una plenitud que en la propia búsqueda carga la imposibilidad del hallazgo. 
En ocasiones, cuando una puerta se abre o un puente se tiende compasivo, el caos desata sus hilos y se aferra, mantiene su espacio de conquista y resulta un poco esa piedra con la que uno se tropieza por haber pateado antes, escollo que impide una vida calificada de “normal” pero deja a cambio la visión de ese otro lado, de ese extremo que también a fuerza de rozarse llega a ceder, pero antes habrá ya un recoveco nuevo para guarecerse, o quedar expuesto a una intemperie hostil. 
“El perseguidor” es la historia de Johnny, narrada desde la cercanía que un biógrafo amigo aprovecha para describir el éxito de un talento que a fuerza de crecer termina por hastiarse, por dejarse llevar ante lo que vuela entre las notas de un sax perdido entre excesos del cuerpo y los vagones de un metro donde es posible que transcurran un cuarto de hora en minuto y medio, donde la posibilidad de guiarse en el horario de los trenes y las estaciones podría cambiar la percepción, de suerte que “si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de minutos y de pasado mañana”.

* * *

Un túnel se abre al paso y todo lo que sigue es el lado opuesto, el de los contrarios, el espejo que refleja y completa, un puente, una escalera, la mirada y todo aquello suficiente para cruzar, lo que simplemente aparece porque ahí estaba y encuentra su instante, su vértigo de puente-sobre-vacío justo cuando hacía falta, concientes o no. 
Un túnel para entrar y salir del tiempo, para quedarse mirando desde afuera; Cortázar dicta sus Instrucciones, rompe con parámetros literarios, lingüísticos, fonéticos, de estilo, del empleo mismo del lenguaje, crea un idioma de palabras que prescinden significación exacta, basta el mensaje que evocan, el rito que celebran, y decir Horacio Oliveira puede ser decir un poco Julio, y decir “Evohé” puede ser la cumbre del amor, la voz que se arranca a la nada y es también eco de principio, conjuro inicial. 
El silencio se llena con la palabra, la idea, el ritmo y su habla de música, donde –porque es un lugar- se entiende más fácil eso del tiempo, de la inmortalidad... El jazz toma voz en la biografía de un saxofonista que no entiende, que no se siente prodigio y afirma sólo dar cauce a lo que cualquiera podría alcanzar, pero Johnny lo hace con toda el alma, pierde el sentido de los fines y los antes, sale de todo y acaba arena de reloj que no se cuenta y solamente pasa. 
“El perseguidor” encuentra ese modo de eternidad, de elasticidad del tiempo, en los túneles del subterráneo, en la cantidad de ideas que pueden pasar por la mente entre una estación y otra, entre los pisos que recorre el ascensor: una forma de proseguir, de trasgresión y ruptura con los órdenes mínimos. Johnny mira desde su silla con un aire de distancia, de estar tocando mañana lo que otros apenas alcanzan hoy.

* * *

Una escena de sacrificio azteca se enlaza mediante el sueño con un motociclista accidentado, se desgranan tiempo y espacio en un abrir y cerrar de ojos en el pasillo que conduce a la piedra ritual –en el cuento “La noche boca arriba” –. Los puentes tendidos y el cronopio que salta de un lado a otro, que se estrella contra el muro y se frota la cabeza sonriendo, convencido de que era imposible pasar por ahí pero antes había que experimentarlo, porque el mundo será de los cronopios, o no será.

* * *

La prosa de Cortázar se empapa de ese ritmo, ordena el golpe de conciencia que puede llegar a propinar de pronto, sin aviso, o extiende un final hasta hacerlo incómodo. El lugar de cada pieza niega cualquier molde, busca octaedros o modelos hágalo-usted-mismo. El ritmo busca oscilar, ir de lado a lado como quien toma una cuerda y balancea la vista, primero, más allá de la copa de los árboles, para ir caminando a un centro que lo dejará inmóvil, quieto, como queriendo salirse pero satisfecho con esa inercia que cesa en cada vaivén. 
Ocurre también que conforme se llega a ese centro, que parece inminente, un vuelco gira lo temporal, los lugares, la intención, el verbo y todo aquello que pareciera fluir en un sentido cambia su ruta para salir por otra parte, por que el azar, una vela, un mirlo o un paraguas bastan para que todo de la vuelta y mire con ojos nuevos. “Todos los fuegos el fuego” hace de ese elemento el puente para ir de la Roma imperial y de circos a un departamento que vela el sueño que sigue al amor. Un final sospechado se torna su contrario, una reacción inminente es dejarlo todo en calma, una mano puede acomodarse en casa y compartir el quehacer cotidiano hasta que se sospecha de su procedencia y poco a poco se pierde la confianza para convivir en paz –en “Estación de la mano” –. 
No haría falta preguntarse “por qué” sino “cómo”, no ir para llegar o salir para entrar, pensar que salir en busca del periódico es una actividad para jugarse la vida, la puerta no tiene que dar sin remedio a la otra habitación, a la idea que se acepta, a que detrás del uno viene el dos. El péndulo flota de lado a lado y el centro es cualquier sitio, a donde se llegue después del tránsito, del túnel... “El péndulo cumple su vaivén instantáneo” y hace falta librarse, dejar de ceder “a la trampa fácil de la geometría –el orden habituado– con que pretende ordenarse nuestra vida de occidentales”.

* * *

“Es curioso pensar cómo las cosas pueden ordenarse o desordenarse más allá de todo lo concebible. A lo mejor escuchó la primera cara y después se fue al cine, o estuvo seis meses estudiando matemáticas, o a lo mejor todavía no escuchó la primera cara porque no le gusta proceder metódicamente. Y yo por mi parte grabé esos primeros textos hace ya cinco días, y después estuve tan resfriado que no pude seguir porque mi voz parecía una foca pidiéndole pescados al domador; y a lo mejor usted está escuchándome en mangas de camisa y con las ventanas abiertas, y en cambio aquí nevó anoche y yo me he puesto un polo abrigado y amarillo. Todo es instante y diferente y parece inconciliable. Y a la vez todo se da simultáneamente en este momento, que todavía no existe para mí, y que es sin embargo el momento en que usted escucha estas palabras que yo grabé en el pasado, es decir, en un tiempo que para mí ahora es el futuro. Juegos de la imaginación del señor sensato que nunca falta entre los locos”.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Las máscaras del poder



En 1993, luego de ser reelecto presidente de la República Checa, Vaclav Havel respondió en una entrevista[1]: “El poder lo entiendo como un servicio a mis conciudadanos, esta y ninguna otra ha sido mi ambición mayor en política; sin embargo, el poder no representa, como tal, una meta”. 

Con base en esta declaración, podrían dividirse los actores políticos de cualquier nivel en cualquier nación entre aquellos cuyo fin es el poder, y entre quienes éste es sólo un medio, una forma de servicio que carece de función más allá de la política, a decir, en la vida particular. 

La diferencia entre ambos quizá recaiga en la ambición, la intención de anteponer lo propio a lo común, el interés de uno por encima del prójimo en lo que Octavio Paz definió como un laberinto solitario, búsqueda constante que vuelve siempre al mismo punto de partida: la individualidad incapaz de conjugarse en el nosotros, un yo colectivo siempre en construcción, incompleto, que intenta convivir en sociedad y como tal se levanta en Estado, en los poderes que rigen las naciones y que, en el caso mexicano, también se encuentran abonados con cierta dosis –en ocasiones mayúscula– de egoísmo; alcanzar un cargo de elección popular o contar con el eco suficiente para que la voz ostente, demuestre, imponga... 

En un país de símbolos heredados y necesarios, la presea mayor se transforma en un nombramiento, el de presidente, con su representación más clara: La Silla del Águila, título de la más reciente novela de Carlos Fuentes. 

Como un manual de corte maquiavélico, las ideas del florentino se transpiran en cada capítulo: media centena de cartas escritas por personajes de las índoles más diversas; el recurso epistolar obedece a un fallo de las comunicaciones en el 2020, año que el autor elige para desarrollar la historia de un México posible por probable, basado en las coyunturas políticas actuales pero transportado en el tiempo, al futuro, donde todo cabe porque todo se puede: un congreso dividido en once partidos –escisiones de los actuales- y el principio del los tiempos de sucesión, carrera que se desarrolla entre letras que violan el primer principio del poder: no dejar nada por escrito. 

Así, el lector se topa con un paisaje representativo de la ambición particular, narración en primera persona de los sentimientos, dudas, temores, precauciones de cada involucrado en una suerte de competencia que utilizará todos los medios disponibles para alcanzar su objetivo; en ocasiones, una voz que da consejos desde un secreto que urge descubrir para anular a algún competidor, otras un títere que obedece a las promesas recibidas a cambio de una fidelidad siempre relativa, oportunista (pues cualquier acuerdo se rompe al entreverse en riesgo el interés personal).

A veces, algún personaje mesurado y prudente que acaba por quedar fuera, o estrellarse contra una realidad imposible de cambiar, por mejor intención que se tenga; casi siempre, la repetición del arcaico Tlatoani, la necesidad de una cabeza y guía, una figura paternal –o materna, señalaría Paz– que se yerga máxima, ejemplar y depositaria de responsabilidades que seis años después serán un estigma, un carga de agravios que sobrevive al mandatario en turno. 

En todos los casos, cada mujer y cada hombre protegidos de los demás, del propio pasado que acaba por ser un obstáculo, un error que pesa en el después: el presente a resguardo de lo que luego podría entorpecer el futuro, las decisiones calladas y las soluciones pospuestas con miras a la siguiente elección, a la siguiente posibilidad de ascenso. 

La Silla del Águila es también un recuento anecdótico de política mexicana y un repaso por algunas decisiones que a nivel mundial tomaron diversos hombres de poder, para bien o para mal. La realidad se transporta en el tiempo pero se torna laberíntica, de vuelta al mismo principio: una mujer –María del Rosario Galván– que podría considerarse como la mano que mueve a su conveniencia la voluntad ajena, bajo la máxima: Te prometo que serás presidente... 

A partir de esta frase, un joven político –Nicolás Valdivia– se aventura a descubrir los vericuetos del poder, las bajezas y servidumbres, los modos y formas necesarias del aprendiz, más tarde maestro, con el debido divorcio que requiere este cambio de posición en una escala que prescinde de la mesura, el juicio acorde al bien común. 

Urdimbres y planes obscuros, conspiraciones militares, acuerdos legislativos para cambiar la Carta Magna gusto y necesidad de los interesados, regresos de personajes inesperados que ponen todo a temblar, historias de políticos que al final fallaron como ejemplo de lo que no se debe hacer, sindicatos y policías, periodistas y archivistas que sin quererlo aparecen como actores decisivos en tal o cual situación; asociaciones y pactos rotos, una sociedad dispersa o portando tantas banderas como intereses existan, secretos de cama y traiciones de amores y fidelidad que se venden al mejor postor, a quien más parezca, al final de la campaña, acercarse a una silla fracturada, herida y sucia de apuestas que, caso de ser a favor del victorioso, traerán recompensa al servicio y la fidelidad; en caso contrario, devendrán en “ruina política”, cuando no en suicidios, exilios y olvidos destinados al enemigo, a quien nunca se entierra lo suficiente por aquello de venganza de tal manera que el enemigo no pueda vengarse de vuelta. 

Todo deviene en la fractura de la máxima: divide y vencerás, con la desventaja de no haber ganador, sólo poder pasajero, el suficiente para protegerse de los años que llegarán tarde o temprano, cuando se cobren las cuentas que otros encontrarán pendientes... Triunfo del caos, todo vuelto fragmento que no concilia nadie, que disgrega cuando quizá haría falta un punto común de unidad. 

La suma de todo aquello devuelve una novela de corte futurista, quizá anticipatoria pero a su vez una posibilidad abierta, como es todo futuro. Una escalera en la antesala del poder que refleja una realidad desde los ojos de sus personajes, cada uno un mundo, una forma de ver; partidos divididos, la confusión, la ambición, los rencores, los absurdos. 

Quizá Artemio Cruz tendría lugar ahí, o hablaría desde la memoria de su lecho de muerte alguna anécdota similar; quizá la cámara de alguna Laura Díaz retrataría los nombres, los rostros, las galas o los informes. Un enramado que se teje para ascender a una silla, como unos lo han hecho y otros lo vuelven a intentar; trama de complicidades y traiciones que bien hubiera agradado al florentino... 

En fin, un reflejo del presente político mexicano proyectado al año 2020, falso capicúa y escenario de relatos donde no cabe el sentimiento, cargos y puestos en los que debe evitarse sufrir por ser feliz, porque estamos donde estamos porque nunca nos hemos dejado arrastrar por los sentimientos. Una patria que vive al día, un gobierno que resuelve de ocasión, a corto plazo y sin miras al futuro, como el verso de López Velarde que cita Carlos Fuentes: como la sota moza, Patria mía, en piso de metal, vives al día, de milagro, como la lotería... 

Ausente el servicio que ostenta un puesto público, ausente el bien común y la sociedad como fin último, el poder lejos de ser un medio para el bienestar de un pueblo, La Silla del Águila como un símbolo de oportunismo, de servidumbre y meta a toda costa, sobre lo que haga falta pisar. El poder y sus máscaras, desde la más tierna hasta la más falsa, el rostro que cambia de amo sin perder la condición de esclavo, que en todo caso es lo necesario, no cambio por cambio, cambio para mejorar, en conjunto, como nación pero antes como sociedad... Un cambio cultural. 

[1] En L’Express, 25/02/1993; (N. del T.)


Publicado en el Diario de Yucatán, en el año 2003.