domingo, 25 de marzo de 2012

Carta póstuma a Tabucchi



Un abrazo, una despedida. El principio de toda correspondencia escrita es la distancia, a la que precede el último gesto de adiós: una mano que dice hasta luego, un brazo que se agita y unos ojos que llaman a volver. Dos cuerpos entrelazados pueden ser también ese gesto, y de este modo comienza el libro Se está haciendo cada vez más tarde, novela epistolar del autor italiano Antonio Tabucchi: a partir un abrazo que en la portada representa el preludio de algún viaje, partir hacia un recorrido de cartas sin destinatario, botellas lanzadas al mar con la esperanza de tener destino en una isla, en una mano, en unos ojos... 

Una tras otra, cartas que son de nostalgia y ausencia, de esperanza por un regreso que a veces pareciera remitir a otro tiempo, a una distancia tan lejana que sólo en otros planos de vida podría acortarse y llegar a buen puerto. No obstante, el silencio, la insistencia de un remitente que no cesa su labor, que hace gala de recuentos de memorias antiguas, comunes a un alguien desconocido que cambia de traje en cada título y deja a su vez visos de ser la misma persona, el mismo destinatario que calla, que tal vez no lea, que lee y prefiere guardar silencio, que quizá en alguna parte resuelva una duda que el tiempo no pudo contestar. 

Lugares comunes para exaltar, pasado con quien compartir y la palabra que lo nombra y lo hace real; un ayer guardado en alguna frese de Jacques Brel o de Nicola di Bari; recreaciones de algún pueblo sin mapa para ubicarlo, de las urbes y las plazas, de rincones que se hacen exclusivos, propios de cada quien; los grandes espacios de bosques y alguna cabaña perdida que aún se mantiene viva al contacto con la vista; orillas que son de mirar al horizonte entre el suspiro de quien se resigna y la certeza de quien evoca; vacíos y alturas: acantilados para pensar que el vuelo es posible y que sólo bastaría contemplar un sitio de ayer compartido para hacer presente a ese alguien ausente de nuevo; mitología que es metáfora y símil: hallar en Virgilio, en Homero o en Epicteto el reflejo propio, el espejo de fábulas que poco a poco se adaptan a todos los hombres, a todos los nombres. 

Cada carta de Tabucchi anuncia un poco ese tiempo pasado, lo acerca en intentos por refrescar recuerdos que duermen y al parecer no logran despertar, lo nombra para hacerlo presente y quedar al final con el eco, única certeza de que hubo un paso, de que alguien volvió a llamar. La primera persona de cada texto en busca de una comunión con quien se extraña, con aquélla o aquél entrevistos en ocasiones, o vueltos imagen en seguida, a la primera línea que describe una forma de andar, de amar, un modo para cada hacer y todos esos vacíos que la ausencia refuerza, eleva por encima del presente para transportarnos al ayer, a un tiempo que amenaza el gris de la espera, la sequía de la añoranza, la luz que se vislumbra mientras quede algún después. 

La ventaja de la primera persona epistolar (no ocurre lo mismo en la narrativa) es ésa: no da pie a esconder lo que se quiere decir, no hay enramado que disfrace lo que viene; cada sentir, cada pensar o cada desear se vislumbran claro, a la vuelta del párrafo que lanza un reproche, algo compartido o una recomendación; la voz del yo hacia el tú sin terceros es una comunicación directa, un cualquiera que se imagina leyendo, evocando lo evocado en líneas, un destinatario que puede incluso ser el lector mismo, porque la literatura se hace propia cuando responde nuestras preguntas, cuando ayuda a desenredar el hilo de cada cual, cuando es reflejo y espejo o cuando en un espacio en blanco de nombre cabe el propio y el de nuestros demás. 

Se hace cada vez más tarde es el mensaje inicial. Se acorta el tiempo y nada en el buzón de vuelta, otra epístola y ninguna señal de respuesta; entonces las horas se viven en cuenta regresiva, como si aquella tardanza anunciada fuese un llamado, un grito al silencio de la noche que no responde sino anuncio de sueño y amanecer: una carta circular –como Borges imaginó todos los libros– que lleve a cualquier parte, incluida la nada o quien calla al otro lado, el silencio que es la muerte a los ojos del teatro heleno, la misiva que no llega y parecería entregada a la espera, a un lejano quizá. 

El pasado alcanza, el presente habla y el futuro desea. El lenguaje arroja su mano hacia delante y hacia atrás, emplea la palabra para afianzar, para constatar la presencia del ser en aquellos actos que nos devuelven vivos, más plenos: mirar la tumba de Kazantzakis perdida en algún poblado olvidado y constatar aquel epitafio “No creo en nada. No espero nada. Soy libre”. Quizá Tabucchi no lo sea, quizá su esperanza sea la de una botella bogando entre olas hasta el puerto que la marea decida. 

Se está haciendo cada vez más tarde no es una novela epistolar tradicional, es decir, no es un diálogo entre dos interlocutores que refieren su vida o su experiencia: es un monólogo, tal vez un llamado desesperado que el título confirma casi como una amenaza. El autor afirma haber escrito voces, voces de ausencia femenina, del vacío que no logra saciarse y la impresión de aquélla que está como mero recuerdo, mera memoria para evocar desde el silencio de la tinta y el papel. La carta abre los oídos, se hace voz a través de los ojos y canta presencia, la exige, la evoca, la encierra en un punto final, la despedida, que es de algún modo otra forma del principio. 

Citas en francés, en alemán, en inglés o portugués, todo refiere una impotencia, un intento por reconstruir el presente dejando de lado el ayer, a sabiendas de lo imposible del esfuerzo, un lugar único e insustituible en busca de nuevos nombres y nuevos rostros... una constante que se repite y no llega sino a otro mensaje, otra confesión hacia ninguna parte. 

Al final, una aparente voz de mujer responde al compendio entero, y concluye: Estoy aquí, la brisa acaricia mis cabellos y yo voy a tientas en la noche, porque he perdido mi hilo, ese que te di a ti. Cabe señalar que un capítulo extra, "Post-scriptum", señala las condiciones de las principales misivas, y añade que esa frase, esa carta que cierra la correspondencia es la única que Tabucchi tomó de su vida propia, la única que de verdad es la voz del autor, su deseo; es también la respuesta, solitaria "Carta al viento "que espera enramarse en la brisa y llegar al destinatario, al lector, o la mujer que se vislumbra, que se intuye detrás del epistolario, a la que se cuenta una vida para hacer más fácil su comprensión, entender lo que sucede a fuerza de explicarlo, de convencerse por sí mismo, de decirlo una y otra vez en ese truco que hace de la repetición una forma de aprendizaje. 

No obstante, el capítulo titulado "¿Para qué sirve un arpa con una cuerda sola?" podría interpretarse como el puerto de llegada, la playa donde reposa alguna respuesta que bien sería un consuelo, la razón de tanto gritar a la nada en espera de al menos un eco de calma: Sin embargo, puede ocurrir que el sentido de la vida de alguien sea el, insensato, de buscar voces desaparecidas, y acaso un día creer encontrarlas, un día cuando ya no se lo esperaba, una noche en la que está cansado, y viejo, y toca bajo la luna, y recoge todas las voces que provienen de la arena... Y sólo por ella has vivido tu vida y te parece que eso confiere un sentido a la insensatez, ¿no crees? 

La esperanza se renueva y es móvil para continuar. Ese aguardar un algo que a veces por esperar no llega, o lo hace en circunstancias tan imprevistas como cualquier mensaje que arriba a destiempo, que llega para acabar de poner todo en su sitio exacto, en el umbral del hogar. Cada carta es un poco eso: esperanza, deseo, siempre a futuro porque el presente es la palabra, la voz y los ojos que interactúan, que se dan cita bajo el signo de lo que podría ser; el ayer es el mármol de la estatua y encima descansa la historia, el pasado que se cuenta, se narra, se emplea con alevosía para mover un sentir ajeno y hacer caer en la cuenta, dar a entender que el tiempo se acaba y tú todavía no estás, que esa tercera orilla aún no se navega ni se divisa, que hace falta otro viento –otro tiempo– para alcanzar el puerto que se añora, el que por ahora pertenece a la esperanza, al quizá, a la incertidumbre de bogar un poco en manos de las olas y la brisa, que son los hilos del azar.

(Publicado en La Revista Peninsular, en 2003)



jueves, 22 de marzo de 2012

Elogio del insomnio, de Alberto Ruy Sánchez


 

Hay quien ve en el insomnio una enfermedad, e incluso, un motivo de preocupación ante esas horas en vela en las que, de un lado a otro de la cama, la angustia se exaspera y conduce a una lid que trata de inducir al cuerpo a ese desvanecimiento temporal que es el dormir.

Esta condición de enfrentamiento y combate no es generalizada y, en otros casos, puede ser aliciente para actividades que, al amparo de la noche, crecen y se multiplican en el silencio de la ciudad, a la luz de una pequeña lámpara que alumbra la lectura o la escritura: este es el caso de Alberto Ruy Sánchez, quien en su Elogio del insomnio (Alfaguara 2011) traza un mapa íntimo de la duermevela, con sus grandes placeres y sus pequeñas consecuencias.

Tras la serie de libros acerca de la geografía, las costumbres, los habitantes y el trazo urbano de su entrañable Mogador, Ruy Sánchez cierra una suerte de ciclo que lo devuelve a esa introspección profunda, autobiográfica, donde el microscopio con el que se dedicaba a escudriñar en los confines más profundos y sublimes de aquella ciudad, indaga ahora su biografía con el ojo de la memoria y la voluntad de sentar un testimonio fiel de lo observado.

Así, los distintos relatos que van dando forma a ese recorrido personalísimo parecieran surgir de una noche de insomnio en la que los recuerdos se amontonan uno tras otro y hallan en la escritura no sólo su máxima expresión sino, además, una intención de rescatar la infancia y los paisajes escolares que la acompañan; o la juventud de estudiante en Paris, con un Cortázar como personaje de fondo que de vez en cuando se vislumbra por ahí, en las calles, “recorriendo su propia rayuela” e invitando a mirar, a saltar más allá de lo que simplemente aparece como el horizonte cotidiano.

Capítulo aparte merece el trabajo editorial del autor en la revista Artes de México, baluarte de la plástica mexicana que cada mes repasa algún tema del pasado nacional para acercarnos un poco a esa riqueza inmensa: la variedad de temas, estilos y formas de la artesanía huichol, de la pintura virreinal, la escultura churrigueresca, del la arquitectura barroca que engalanan plazas, ciudades y poblados, algunos de sobra conocidos, otros escondidos en un mapa donde las culturas y las influencias se enlazan para formar la tradición de nuestro país.

Está también presente –y como en el insomnio, es factor determinante– el paso del tiempo por el paisaje de la ciudad de México; los barrios más tradicionales de la urbe que van cediendo a la llegada de lo nuevo pero que aún mantienen parte de su magia en calles estrechas, poco transitadas, donde los secretos del pasado se oyen a gritos para quien sabe escucharlos.

Tal es el caso de la colonia Roma, de la zona de Polanco, de algunos poblados del Estado de México que han sido integrados a la inmensa urbanización del Valle de México donde permanece intacta la memoria, que acude en búsqueda de sí misma, que anda por calles renovadas donde una esquina, un pórtico o una escuela derruida son catalizadores para recrear un mundo que no volverá a ser, pero que el testimonio de Ruy Sánchez nos acerca, nos hace imaginar e inclusive añorar.

Este Elogio del insomnio es también un homenaje a esa facultad que la prisa de nuestros días nos consume e incluso llega a exterminar por completo, y que es la observación, no sólo del entorno sino también de la existencia particular.

Observar que es ver dos veces, observar que es regresar para cotejar lo visto con lo recordado, observar que es abrir no sólo la vista sino cada uno de los sentidos para embriagarse con un ayer que se mantiene inmóvil, a la espera de unas horas de silencio y calma que permitan asomarse, recordar, salvar lo que fue de lo que es y con ello construir lo que será. 

Foto: eluniversal.com.mx

martes, 13 de marzo de 2012

Vita Brevis III



I

La invitación fue de Liliana López Ruelas, en 2004, quien entonces era directora de la revista La Nación. Desde ese año y hasta 2007, escribí en sus páginas sobre temas internacionales, que en ese entonces seguía con puntillosa atención a través de las ediciones impresas de los diarios El País y ABC de España, así como de las versiones digitales de Le Monde y Le Figaro de Francia, The New York Times y The Washington Post de Estados Unidos, The Guardian de Inglaterra, así como los semanarios galos –también en versión electrónica– Le Point, L'Express y Le Nouvel Observateur.

Casa mes, publicaba en el órgano informativo del Partido Acción Nacional una columna en la que rescataba los que, a mi parecer, representaban las principales noticias en el mundo, comentándolas y buscando enriquecer las páginas de aquel semanario que, no obstante, conocía de tiempo atrás: en la biblioteca familiar, se acumulaban ediciones de La Nación de varias décadas atrás, aunque debo decir que mi conocimiento de la revista era precario e, inclusive, no alcanzaba a valorar su trascendencia en la historia del periodismo en México.

Esto cambió en 2008, cuando el recién electo presidente del PAN, Germán Martínez Cázares, me invitó a asumir la dirección de La Nación. Fue entonces cuando supe que su fundador fue uno de los referentes del periodismo nacional, Carlos Septién García; que apareció por primera vez en octubre de 1941, lo que la convertía en la revista más antigua del país aún en circulación; que conoció su mejor época bajo la dirección de "el Profe" Avilés, en los años cincuenta; que su acervo fotográfico constaba de más de tres mil imágenes; que la historia del PAN, pero también la de los fraudes, los atropellos y las tropelías del régimen priista estaban documentadsa en sus páginas como en ningún otro medio... Toda esa tradición, toda esa información y esa inmensa responsabilidad recaían de pronto en las manos del equipo que me tocaba presidir.

Los primeros días en el CEN fueron de encuentros con rostros conocidos, algunos de mucho tiempo atrás, otros recientes; rescato una anécdota de doña Maru, responsable de que las cafeteras tuvieran siempre provisión del líquido fundamental, que una mañana me preguntó si yo era hijo de mi padre, y ante la respuesta positiva, comentó: "su papá hizo mucho por nosotros; yo trabajé con él desde que era presidente, y antes de irse nos ayudó a todos los empleados a conseguir el crédito para nuestra casa". También conocí, en el área de Comunicación, a "doña Feli", Feliciana Álvarez, fallecida en 2010, septuagenaria secretaria que relataba anécdotas de los fundadores del Partido, que recibía a quienes iban al CEN en busca de información histórica, que aún utilizaba máquina de escribir y quien una tarde me entregó siete gruesos engargolados con los discursos de mi padre en la campaña de 1997: "los dejaron abandonados aquí, y yo los rescaté", me dijo tras dejarlos en mis manos como quien lega un resguardo.

En la oficina que me fue asignada, una foto inmensa de don Carlos Septién en blanco y negro, sentado ante la máquina de escribir en un escritorio repleto de papeles, miraba hacia la cámara; asimismo, una colección de unos treinta tomos de pastas rojas reunía desde el primer hasta el último número editados. Lo primero fue, entonces, hundirse en esas hojas amarrillentas, algunas ya roídas por los años, y estudiar la historia de los contenidos y la imagen a lo largo del siglo XX y principios del XXI.

Me sorprendió, de la primera época, la vocación periodística de La Nación, que si bien resumía las actividades internas del PAN, daba igual e incluso mayor importancia a los acontecimientos del país y del mundo: ya fuera en temas políticos, sociales, económicos o culturales, el entonces semanario era un referente importante para enterarase de lo que sucedía en todo el orbe, así como para conocer las ideas de Gómez Morin o de González Luna, la fundación de nuevos comités, los agravios contra la naciente militancia, los discursos de Miguel Estrada Iturbide o las jóvenes plumas de Rafael Preciado Hernández, primero, y más adelante de Luis Calderón Vega, de José González Morfín o de Carlos Castillo Peraza.

En el tema de imagen, los principales rasgos eran el paso del blanco y negro a la selección de color, así como la cantidad de fotografías que se incluían para acompañar las notas, que crecían en cantidad y calidad conforme los años pasaban, fruto no sólo de la tecnología sino, además, del interés en la imagen que ha prevalecido de unos años a la fecha; de este modo, los últimos números antes de mi llegada incluían secciones dedicadas, a manera de los apartados de "sociales" de las revistas y periódicos actuales, a reproducir un gran número de fotografías acerca de los eventos en el Comité Ejecutivo Nacional, así como los retratos de editorialistas acompañando la sección de opinión, todo en detrimento, a mi parecer, de la información, que quedaba reducida a, en ocasiones, ser complemento y no fundamento de las notas.

Decidí cambiar esta tendencia bajo la máxima "eliminemos los egos". Así, con la asesoría de Gonzalo Tassier, La Nación fue rediseñada tanto en imagen como en contenidos, para terminar en una propuesta editorial que pretendía, en cuanto a los temas gráficos, un diseño moderno, atractivo tanto para militantes como para lectores en general, pues en ese primer momento la revista se vendía en locales cerrados; en el tema de contenidos, me pareció que el "órgano informativo del PAN" debía dar testimonio del paso del partido por el Gobierno y, de igual modo, respaldar e informar acerca de la lucha en aquellas entidades donde aún ser era –o es– oposición. Con estas premisas, nos dimos a la tarea de conformar el primer número, que apareció en junio de 2008.

No es sencillo conjugar estas dos condiciones de gobierno y oposición, y el primer desafío apareció con esa edición. El Presidente del PAN había salido de gira a Alemania, con una agenda que incluyó una sesión con la Canciller Angela Merkel; por otra parte, el Gobierno federal presentaba el programa Vivir Mejor, y una entrevista con el entonces secretario de Desarrollo Social, Ernesto Cordero, competía por el tema de portada. Se impuso, contra mi voluntad, la visita alemana, por insistencia y presión del entonces secretario de Relaciones Internacionales, cuyo nombre no recuerdo pero que en ese momento me hizo tomar la decisión de que no volvería a ceder en esos temas.

El primer equipo integrado para hacer la revista estuvo encabezado por Irma Tello Olvera, como jefa de Redacción; Sergio Rodríguez, como reportero; Ulises Ramírez, en la fotografía; Rosa María Cantero, en Administración y distribución; Gonzalo Tassier, encargado de ilustrar y dirigir el diseño; Jorge Rosas y Adriana Paredes, en la formación editorial; Impresores FOC, con la calidad y el respaldo que requiere todo editor, así como el apoyo siempre constante de la Fundación Rafael Preciado Hernández y de la Secretaría de Comunicación del CEN el PAN, encabezada entonces por Homero Niño de Rivera. Todos ellos entregaron su talento, su dedicación y su espíritu de equipo a una aventura que apenas comenzaba.


II

Decidir los temas de La Nación puede parecer simple y lo es si se sigue la agenda del Partido Acción Nacional. Lo complejo llega cuando se busca ampliar el horizonte y que la información resulte atractiva tanto al panista –militante o no– como a quienes se acercan a buscar en la revista asuntos relativos tanto al Poder ejecutivo como al legislativo, tanto en el orden federal como en el estatal. Con base en lo anterior, me pareció que el mayor logro durante el primer año al frente de la dirección fue lograr un equilibrio a este respecto, pues se abordaron desde la Asamblea que reformó los estatutos del Partido hasta la crisis alimentaria, la económica, la relación México-Cuba, entre otros tantos. Se añadió una sección cultural que inlcuía reseñas de libros, películas, exposiciones música y el "De cartón", caricatura quincenal a cargo de Tassier.

Como orgullo quedó la portada de la discusión que tuvo lugar en la ciudad de México sobre el tema del aborto: ¿cómo ilustrar el tema sin sangre, sin amarillismo y de manera elegante? La solución, que aún me parece genial –y que mereció un reconocimiento de a! Diseño por portada de revista– fue una "a " minúscula rellena de rojo, de contorno blanco sobre fondo negro, que sin mostrar nada, decía todo. 

Por desgracia, nuestra ambición de contenidos de calidad chocaba con la cantidad de personal que se disponía para generarlo, y un mea culpa que nos persiguió durante tres años fue la periodicidad, que no alcanzaba a ser quincenal pues a la elaboración de textos, obtención de entrevistas y formación se sumaba la burocracia del IFE en temas editoriales, que exigía llamar con cinco días de anticipación a la fecha de entrega de la revista impresa para que ésta fuera contada, lo que complicaba aún más las cosas. 

A la postre, esta situación devino en que abandonáramos la venta de la revista en locales cerrados, decisión además impulsada por el área administrativa, que alegó que la revista "no recuperaba en ventas lo que costaba pagar la distribución". No sería la primera vez que una decisión contable, tomada con base en números, reflejara la total ignorancia acerca de la economía editorial, ya que ninguna revista en casi ningún lugar del mundo sobrevive por sus ventas y más bien completa el coste de producción gracias a la publicidad, ingreso que está prohibido por reglamentación del IFE. 

Esto, sin embargo, no cejó el esfuerzo del equipo, que más bien decidimos continuar con nuestro trabajo. De este modo, entrevistas a José Woldenberg, Luis Carlos Ugalde, Javier Lozano, Josefina Vázquez Mota, Luis H. Álvarez, Vicente Fox, Alonso Lujambio, Guillermo Padrés, entonces electo gobernador de Sonora –una portada de la que todavía hoy dudo–, Roberto Gil, así como la cobertura de eventos y actividades de las distintas Secretarías y Direcciones del PAN, de dirigentes de Comités Estatales, de senadores y diputados federales y locales, así como las opiniones de panistas destacados y simpatizantes cercanos como Aminadab Pérez Franco, Fernando Dworak, Fernando Rodríguez Doval, Carlo Pizano, Adriana González Carrillo, Carlos Guízar, entre otros muchos tantos cuyos nombres se me escapan, engalanaron las distintas ediciones y, en lo personal, me enseñaron la importancia de que un equipo proponga, actúe y se realice profesionalmente, no bajo un control estricto e incluso, en lo posible, ajeno a los horarios de oficina, pero siempre puntual en entregas, oportuno en las propuestas y atento a los momentos importantes del trabajo (inlcuidos fines de semana, que es cuando se suelen realizar los Consejos nacionales y las elecciones).

Por desgracia, pertenecer a una organización conlleva en ocasiones ceder ante las órdenes impuestas por el organigrama, y en este punto aprendí que una alta dosis de humildad es necesaria ante aspectos que están más allá de lo que uno puede controlar. Una primera decepción que me llevó a considerar abandonar mi puesto fue cuando, tras la derrota electoral de 2009, el Presidente del Partido renunció a su cargo en rueda de prensa, sin Consejo Nacional de por medio: mi enojo fue mayúsculo, y a éste se sumaba otra decepción, pero ésta de índole editorial.

Apareció por esa época el libro de Manuel Espino, Señal de alerta, que se me pidió reseñar en La Nación. En un primer momento me opuse, pues conocía el contendio y era un ataque al Presidente Felipe Calderón; sin embargo, el argumento que se me espetó fue concluyente: "somos un partido plural, y se vale disentir". Me alegró que se considerara de ese modo y me di a la tarea, contra mi costumbre y convicción, de leer libros firmados por políticos; escribí la reseña y, lo que no sucedía hacía muchos años, la sometí a revisión, para que días después fuese aprobada y publicada.

La llamada fue desconcertante: ya con la revista impresa, me pedían detener la distribución y esperar, pues la reseña decía cosas que el propio Presidente del Partido haría públicas en esos días; nunca entendí ni qué era lo que decía el texto que luego se haría público, ni por qué se me pedía hacer algo que luego afectaría el trabajo de todo el equipo, pero detuve la circulación. No me cabía ni el enojo ni la frustración, y en ese momento pensé en arrojar el tiraje a la vista de todos en las instalaciones del CEN o en llamar a la prensa para denunciar la censura de la edición.

Quien contuvo estos arranaques fue Carlos Abascal, quien me citó para hablar del punto y me dijo dos cosas que me resuenan en las ideas cada vez que la inconformidad y el desacuerdo me invaden ante decisiones con las que no comulgo: "no hagas nada que dañe al partido" y "guillotina la edición y a lo que sigue". No fue necesario lo segundo, pues una semana después recibí la llamada que autorizaba proseguir con la distribución del número y el incidente no pasó a mayores. De todos modos, era otro factor a considerar al momento de la renuncia de Germán Martínez, pero alguien me dijo "sólo las ratas abandonan el barco cuando se hunde"; prevaleció, más que aquella frase-lugar común, el cariño y el respeto al trabajo del equipo de La Nación, siempre impulso, aliento y, cuando fue necesario, respaldo incondicional. 


III

Con la llegada de César Nava a la presidencia del Partido y de Abel Hernández, primero, y luego de Max Cortázar a la Secretaría de Comunicación, el tema de los contenidos de La Nación contó con una libertad que, si de por sí ya era suficiente, permitió seguir ahondadno en nuevos temas, por lo que decidimos crecer la sección dedicada a la actividad de los comités estatales y aquella dedicada a la información internacional: nacieron de ese modo la Ventana estatal y la Ventana internacional.

El caso de la Ventana estatal obedeció a distintas peticiones hechas por los comités, que buscaban tener mayor presencia en la revista. Esto era un pulso importante para conocer la reprecusión de la revista, pues buena parte del tiraje –más de la mitad de los 5 mil ejemplares– se repartían en el interior de la República. A partir de ese momento, además de las distintas notas, se publicó una entrevista relativa a la actividad estatal, ya fuera del Partido, de los diputados locales o de los presidentes de los Comités. 

Fue la época, además, de las alianzas para llegar a la gubernatura de Puebla, Oaxaca y Sinaloa, exitosas en el tema electoral aunque cuestionadas por distintos medios. Se procedió entonces a entrevistar a los candidatos, a ser un respaldo en época de elecciones y también a seguir con la misión inicial de dar testimonio de las actividades del Poder Ejecutivo. De este modo, Rafael Moreno Valle, Gabino Cué y "Malova", la Asamblea Nacional, la elección del Secretario de Acción Juvenil, así como Salvador Vega Casillas, de la Función Pública, la liberación del "Jefe" Diego, la muerte de Juan Camilo Mouriño, las reformas alcanzadas, entre otros más, estuvieron presentes en las páginas de la revista. 

En el ámbito cultural, la FIL de Guadalajara, exposiciones de José Clemente Orozco, René Magritte, libros de Gilberto Rincón Gallardo o José Woldenberg, por mencionar algunos, fueron reseñados, con el gusto de poder dedicar uno de los números al décimo aniversario luctuoso de Carlos Castillo Peraza, con los discursos pronunciados por César Nava, Felipe Calderón, Gonzalo Tassier y Esteban Zamora durante la presentación de los libros preparados para esa ocasión en el Museo Nacional de Antropología. 

Aquí bien cabe un paréntesis que es una disculpa hacia el equipo, pues tanto la edición de esos tres volúmenes antológicos de la obra de mi padre, como el apoyo en la Presidencia del Partido –en la que colaboré ese año y medio redactando discrusos para el Presidente nacional– hicieron que menguara mi participación en la revista. Por fortuna, el respaldo de Irma Tello hizo que esas ausencias se notaran poco, ya que su apoyo y trabajo comprometido sacaron adelante a La Nación

El proceso para definir los contenidos de cada número era como sigue: Irma presentaba una propuesta por sección que estudiábamos, completábamos y corregíamos, según fuera el caso, con base en los datos que cada uno poseía; se distribuían asignaciones entre ambos y los reporteros (para entonces Juan Pablo Castillo se sumó como servicio social a esta labor) y conforme se devolvían los textos solicitados, éstos se enviaban a diseño. El fotógrafo (que para entonces era Luis Soto) entregaba un CD con las fotografías de los eventos cubiertos y entrevistas realizadas y, unos días después, el diseñador entregaba las galeras para redactar pies de foto, corregir pruebas, realizar viñetas y decidir imagen de portada. 

Esta especie de ciclo de producción no estaba excento de eventos de última hora, como cuando, ya con Gustavo Madero como Presidente del PAN, comenzó a disfundirse el tema de la deuda de Coahuila, del que La Nación informó por primera vez por conducto de Laura Rojas. En esa ocasión fue difícil decidir, pues el otro asunto que competía con la portada eran los Diálogos por la Seguridad convocados por el Presidente Felipe Calderón; tras sopesarlo, decidimos que si bien las tropelías priistas era de suma importancia difundirlas, era más trascendente que un Mandatario se sentara ante sus críticos y detractores para escuchar argumentos y exponer puntos de vista, por lo que la nota principal terminó siendo esta última.

Hay, no obstante, ocasiones en que el tema de portada es ineludible e indiscutible: la carrera interna para elegir candidato a la Presidencia de la República comenzó a marcar la pauta de los asuntos de mayor interés tanto para el lector panista como para aquellos simpatizantes o cercanos al Partido, por lo que se entrevistó a José Espina, de la Comisión Nacional de Elecciones, a JosefinaVázquez Mota, a Ernesto Cordero y, vía cuestionario, a Santiago Creel, con quien jamás se pudo tener una conversación con grabadora de por medio.

Siempre me pareció un tanto irónico que algunos panistas de altos cargos complicaran o de plano evadieran entrevistas con La Nación. El caso de Creel es uno significativo; otro, que recuerdo con cierta mofa, es el de quien perdió la gubernatura de Querétaro en 2009, que buscamos por todos los medios y por todos los medios nos dio largas, hasta que en una ocasión, hablando por teléfono con su coordinador de campaña, me dijo enojado que "el candidato estaba muy ocupado recorriendo el estado", a lo que contesté que era posible entrevistarlo vía telefónica en alguno de los trayectos. El sujeto insistió en que era prioridad el recorrido, cosa sin más innegable, y molesto ya por la situación, sólo pude contestar "ni que estuviera recorriendo Chihuahua como para perder todo el día".

La llegada de Gustavo Madero marcó un cambio, impuesto desde el área de administración, que ya reseñé en algún momento (http://www.altaneriasyaltaneros.blogspot.com/2012/02/lo-inseperado-confesiones-de-un-editor.html) y que hizo que la calidad tanto de diseño como de impresión de la revista decayeran de manera considerable. La impericia de los nuevos proveedores hizo mella en una labor que llevaba tres años de limpieza editorial e impresión impecable, con la máxima de que ambos factores son los mejores aliados de cualquier editor.

El último número que planeamos Irma Tello y yo debió aparecer a mediados de enero, y pretendía ser un recuento de los 70 años de La Nación. Los retrasos propiciados por la desidia del nuevo diseñador impidieron que esta efeméride fuera portada, pues la candidatura a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal de Isabel Miranda de Wallace era una prioridad. De este modo, la labor de correr para obtener notas y entrevistas se volvío compleja y llena de sinsabores, pues nada más frustrante que ver cómo pasan los días y quien se supone cobra un sueldo por hacer un trabajo encuentra una y otra vez pretextos para postergarlo, afectando así el esfuerzo colectivo de un equipo. 

Sin posibilidad de quejarme frente a nadie, pues el amiguismo se impuso a la efectividad y el bajo precio por un trabajo mal hecho al precio alto pero talentoso –no hay ahorro cuando se cobra menos y se trabaja peor–, y con la consideración de que lo mejor que sé hacer es editar libros y revistas, y que no permitiría que una trayectoria –modesta pero en fin de cuentas propia– se manchara por el desinterés de personas impuestas a la revista, decidí, a principios de febrero, renunciar a la dirección de La Nación, con la satisfacción de, como dijo alguna vez don Carlos Abascal, haber proseguido una tradición editorial "contra viento y marea", con un equipo pequeño pero efectivo, costando lo menos posible al Partido y dejando en cada número horas de insomnio, cariño, dedicación y respeto por el PAN y por quienes me acompañaron en esta aventura.

En ese último texto escrito en colaboración con Irma Tello y que buscaba festejar el 70 aniversario, entrevistamos a un historiador de la prensa en México (http://altaneriasyaltaneros.blogspot.com/2012/03/la-nacion-setenta-anos-de-una-tradicion.html), quien nos confirmó que, según el ideario que Gómez Morin preparó para La Nación, la tarea de mezclar temas de interés partidista con temas de interés nacional había sido la intención primigenia de la revista.

Me voy, en lo personal, con el orgullo de haber continuado, en la medida de lo posible, ese esfuerzo original; con el gusto de que el trabajo realizado pasará a formar parte de los tomos de pasta dura roja que decoran la oficina de la dirección, y con los buenos deseos de que en lo sucesivo, esa intención de los fundadores del PAN siga siendo la inspiración de quien me releve.

A Rosa María, a Sergio, a Juan Pablo, a Ulises, a  Luis, a los tres presidentes del PAN que acompañé y a los cinco secretarios de Comunicación que conocí, no me queda sino agradecerles la confianza y el apoyo. En especial, aprovecho estas líneas para reconocer el talento, la dedicación y el apoyo de Irma Tello: juntos empezamos este proyecto, juntos nos despedimos de él. 
  
   
  
  

viernes, 9 de marzo de 2012

Sobre Florence Cassez, una visita de Sarkozy a México y la justicia de nuestro país



(artículo publicado en 2009 con motivo de la visita del presidente Sarkozy a México y el intento de acallar sus opiniones sobre el arresto de Florence Cassez)

La visita del mandatario francés Nicolás Sarkozy a nuestro país estuvo rodeada de diversos entuertos y retruécanos que sin duda darán todavía mucho de qué hablar: no sólo respecto del caso de Florence Cassez, criminal capturada en nuestro país que actualmente paga una condena de 60 años por secuestro, sino además en lo que toca al mal tacto diplomático que pudo constatarse entre los legisladores mexicanos, en particular, en referencia a aquella “voz” –al momento de escribir estas líneas sin nombre detrás– que solicitó al presidente galo no hablar de un tema que apuntaba –tal como sucedió– a captar toda la atención de los medios.

Sarkozy, más allá de los eventos oficiales, parecía acudir al rescate de Cassez como lo ha hecho en otras naciones donde ciudadanos de su país se ven envueltos en querellas legales que, en todos los casos, han terminado en extradiciones, con el agravante de que una vez llegados a Francia los otrora culpables quedan absueltos y son obligados a pagar, cuando mucho, penas mínimas; esto porque los procesos judiciales son revisados a la luz de la justicia gala –donde el Estado de derecho y los derechos ciudadanos tienen la misma vigencia y validez, sin excluirse unos y otros–, que considera agravantes como derechos humanos, condiciones de dignidad en el trato al prisionero y esos tortuosos y en ocasiones torcidos caminos que en México se recorren desde el momento del arresto hasta que el inculpado es presentado ante nuestros no pocas veces dudosos “ministerios públicos”. 

Más allá de los asuntos que corresponden al derecho internacional –tema de suyo complejo en estos casos–, es interesante constatar el modo en que los legisladores mexicanos enfrentaron el problema que en últimas fechas se ha llamado “affaire Cassez-Sarkozy”: pidiendo a uno de los líderes más influyentes del mundo –actualmente, el presiente más protagonista de la Unión Europea– que guardara silencio. Y al respecto, es ejemplar una frase del discurso de Sarkozy en la tribuna de la Cámara de Senadores: “En las democracias no se callan los temas. En las democracias se habla de las cosas que ocupan a todos”. 

Palabras más palabras menos, y aventurando una muy personal lectura de los metamensajes tan habituales en la política, en cualquier nivel y en cualquier país, con esas palabras el mandatario francés dice: 1) Soy el presidente de un país, y no me calla nadie, máxime cuando represento a todos los franceses, sean criminales o santos; y, quizá lo más importante y aleccionador para la joven democracia mexicana: 2) los modos de ocultar o sobrellevar los temas de interés público mediante acuerdos “por debajo de la mesa” no son propios de sistemas plenamente democráticos, donde la transparencia, la justicia, la religión, el aborto, las minorías, los retos de la pluralidad, y un inmenso etcétera, se discuten y se debaten a la luz de la opinión pública, bajo la premisa de que lo público compete a todos y no sólo a la clase gobernante, que mucho menos tiene derecho a decidir lo que es de asunto común o no. 

Otra frase de lo que se antojaba el discurso de un auténtico jefe de Estado fue aquella de “El mundo espera el lugar que debe ocupar México”. Y el primer paso para avanzar en el sentido de construir el gran país que México está llamado a ser es aceptar sin miedo ni censura ni excepciones la condición pública de, valga la redundancia, lo público. Cuando la libertad no alcanza para poner sobre la mesa cualquier tema es que aún hay cotos que es preferible mantener en la oscuridad, espacios donde cabe desde la ilegalidad hasta el acuerdo soterrado que, no obstante, afecta el interés común.

Al final, es indispensable que el sistema político mexicano le pierda el miedo a la verdad, sea cómoda o no, sea “políticamente correcta” o no. Si hay un delito qué perseguir o castigar es imperativo hacerlo, pero el valor de la justicia pierde sus cimientos más básicos cuando ésta se atropella los mínimos derechos ciudadanos, incluso cuando estos benefician a criminales. Si no hay nada qué ocultar en el caso de Cassez, qué más da que cumpla su pena en México o en Francia. 

Pero, si por algún motivo existe la posibilidad de que una revisión de los procedimientos demuestre anomalías en la aplicación de la justicia, entonces el “affaire” legal de esta secuestradora simplemente sacará de nueva cuenta a la luz las enormes irregularidades que existen en el sistema penal mexicano o, lo que es lo mismo, los periplos por los que aquella frase de “va a la cárcel quien no tiene dinero suficiente” sigue teniendo una lamentable vigencia y una muy incómoda actualidad. 



martes, 6 de marzo de 2012

La Nación, setenta años de una tradición periodística





Entrevista con Pablo Serrano Álvarez, del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México


Por Irma Tello / Carlos Castillo 


La primera mención que hacen Manuel Gómez Morin y Efraín González Luna de la revista La Nación data de 17 de junio de 1941. Aparece en una carta publicada en el libro Una amistad sin sombras (FCE, 2011), y esboza el nacimiento de un proyecto editorial para que el Partido Acción Nacional cuente con un medio de información que “no sería el periódico de Partido en que hemos pensado; pero daría al Partido un órgano de publicidad extraordinario”.

Han pasado setenta años desde que, unos meses después de aquella fecha, La Nación vio por primera vez la luz el 18 de octubre de 1941. Setenta años que se traducen en 2361 ediciones en las que se ha dado cuenta de la vida política, social, económica y cultural del México contemporáneo, así como de la lucha democrática y pacífica que emprendió Acción Nacional para transformar el régimen político de nuestro país.

En un tiempo en que la información era controlada por un partido hegemónico y autoritario, cuando la prensa era víctima del control del Estado, La Nación fue el único medio que reportó acerca del fraude, la represión, la violencia y la ilegalidad como prácticas comunes para coartar el derecho de los mexicanos a elegir con libertad a sus gobernantes. 

Incluso, no es osado decir que si se quiere conocer a profundidad la historia de la evolución democrática en México, sólo en la revista oficial del panismo podrá encontrarse la información puntal y precisa de aquellos años en los que se podía ir a la cárcel por promover idearios políticos distintos al oficial, por pintar un barda o por repartir propaganda de candidatos opositores.

En apego a esa intención original esbozada por Gómez Morin y González Luna, y llevada a la práctica por el primer director de La Nación, Carlos Septién García, también es posible hallar en cada edición reflexiones acerca de la doctrina de Acción Nacional: discursos, artículos, ensayos breves y otros materiales con las que se intentaba, ayer como hoy, difundir las ideas de un partido que desde su fundación ha buscado anteponer el humanismo y la reflexión a la lucha por el poder político.

Así, las grandes plumas del PAN, encabezadas por ambos fundadores y seguidas por Rafael Preciado Hernández, Luis Calderón Vega, Adolfo Christlieb, José González Morfín, Castillo Peraza y otros tantos más, hicieron en algún momento de La Nación el medio para difundir entre la militancia del Partido los conceptos que condujeran la actividad política.

Hundirse en las páginas de los números antiguos de La Nación es, además, una oportunidad para recordar las grandes campañas presidenciales, la labor entregada de los primeros legisladores emanados de las filas panistas, el trabajo tenaz de creación de comités estatales y municipales a lo largo y ancho del país, la alegría y el ánimo de convenciones y asambleas, la amargura de las derrotas injustas, la esperanza que nacía con las victorias, esporádicas y ocasionales en un principio, y poco a poco en aumento, reflejo fidedigno del cambio democrático que generó la suma de generaciones en lucha por la transformación de la política nacional. 

En síntesis, la suma de imágenes e información de un pasado que es orgullo y nunca motivo de vergüenza, una historia que, en la intención que quería Luis González, captura cientos, miles de microhistorias que han conformado la travesía del Partido Acción Nacional por la vida pública de México. 

Con motivo de este septuagésimo aniversario, el historiador Pablo Serrano Álvarez, del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, perteneciente a la Secretaría de Educación Pública, publicó en fechas recientes el libro Prensa y oposición política en México. La Nación, 1941-1960, en el que hace un breve recorrido por los primeros años de la revista, sus orígenes, el entorno social y político que acompañó esa época y los objetivos primigenios de su aparición. 

Entrevistamos a Serrano Álvarez para este número de aniversario, en busca de compartir con nuestros lectores el gusto y el honor de dar continuidad a un esfuerzo que es ya, para las y los panistas de todo el país, una tradición. 


La Nación, prensa opositora pero propositiva 
Para ahondar en la historia de La Nación, Serrano Álvarez se sirvió del Archivo Manuel Gómez Morin, a resguardo en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Ahí se encontró con la colección de la revista y de la publicación que la precedió, el Boletín de Acción Nacional. 

“La intención primigenia, como está esbozado en su correspondencia, comenta Serrano Álvarez, es crear una prensa opositora, que no cayera en la crítica acerva, permanente, sino en una crítica constructiva”. 

La Nación tuvo un primer periodo, hacia finales de los años cuarenta, que tiene este perfil de prensa opositora, en el sentido que Gómez Morin y González Luna le imprimieron, a través de una vocación por lograr la conciencia social de los panistas, ya fueran dirigentes o gente que participaba en el partido como militante o simpatizante”. 

Y es que, además, Gómez Morin escribe en la carta de marras acerca de la posibilidad de que la empresa prepare a los jóvenes panistas en el periodismo profesional. 

“Se criticaba al gobierno, –continúa Serrano Álvarez–, a las políticas públicas, se postulaban cuestiones doctrinales, siempre sin caer en una ideología maniquea, pero también se criticó y se opuso a ciertas políticas, sin caer en una descalificación de los gobernantes. En ese sentido, el primer número es significativo, pues está el secretario de Educación Pública, Octavio Béjar, en la portada”. 

Acerca del primer director de La Nación, Carlos Septién García, y del sello personal de uno de los pilares del periodismo en México, Serrano Álvarez comenta que fue él, precisamente, quien “le imprime las características del periodismo de entonces”. 

“No se quería un órgano ideológico ni una crítica acerba contra el gobierno: lo que caracteriza a La Nación es su universalidad en un momento muy difícil: es la guerra mundial, un enfrentamiento de proyectos de nación por parte de la derecha, con los sinarquistas, por parte de la izquierda y del propio gobierno”. 

Con el proyecto echado andar bajo esas características, pronto la revista se coloca entre los medios nacionales como un punto de referencia no sólo para el panismo, sino también para la sociedad mexicana. 

Es interesante constatar cómo, además del tema de la educación, aparecen en las primeras portadas asuntos acerca de migrantes mexicanos hacia Estados Unidos, de la guerra mundial, de la pobreza del campo nacional, entre otros tantos. 

Agrega Serrano Álvarez: “la influencia es que no era una postura endogámica, es decir, no sólo estaba dedicada a informar sobre la organización interna, los personajes principales o la doctrina, sino que además daba noticias del acontecer nacional y, aparte, hacía una crítica opositora sobre temas afines a los miembros del PAN: la reforma agraria, la educación, políticas públicas, municipalismo. 

“Había una comunidad de noticias, editoriales y puntos de vista que trasminaba a los militantes y a los simpatizantes. Esa es la edición primigenia de La Nación que se mantiene durante un buen tiempo”. 

“Otra cualidad es que se crea no como dependiente del partido: se crea una empresa con finanzas propias, una comunidad de inversionistas afines al PAN, y eso se mantuvo”. 

Y es que, también de la carta referida, proviene el interés de Gómez Morin de que, por medio de la venta de suscripciones, de publicidad y de ejemplares, La Nación pudiese funcionar como una empresa que, si bien integrada por miembros del Partido, afines con su doctrina y sus principios, contase con independencia económica que garantizara 50,000 ejemplares en circulación cada semana. 


Una segunda etapa: de la apertura a la cerrazón 
A inicios de los años cincuenta, llega un periodo en el que La Nación, a decir de Serrano Álvarez, y como el propio lector podría constatarlo, en el que la revista pierde algunas de estas características, para dedicarse a los temas internos del Partido casi de manera exclusiva. 

“Hay otro periodo de medio estancamiento en cuanto a esta visión opositora: el PAN es muy participativo en las elecciones de 1952, con Efraín González Luna como candidato a la Presidencia, y La Nación busca ser eco de la campaña, menguando un poco la crítica hacia afuera y centrándose en describir la situación interna del partido”. 

No obstante, la campaña de Luis H. Álvarez por la Presidencia de la República devuelve a la publicación su vocación primera, pues “ya no se dedicaron a la campaña interna y sus actividades sino más bien a criticar la política de estado, las políticas públicas, oponerse a medidas en educación, en reforma agraria, economía. 

“La campaña de Luis H. Álvarez fue muy combativa, y por eso ahí se cierra este libro, pues fue cuando se retomó plenamente la visión de oposición política del PAN y de La Nación”. 

“Lo que quise lograr en este libro es reflejar la postura de los miembros fundadores del PAN con respecto a los órganos de propaganda, reclutamiento y difusión, que son tres objetivos principales de la creación de La Nación”. 


Entre la prensa crítica y la vida interna de Acción Nacional 
La investigación de Pablo Serrano concluye en 1960. No obstante, sobre las épocas posteriores concluye: “Hay un periodo posterior, hasta los años setenta, que sigue sobre la línea opositora, pues era un clima de efervescencia social y política que favorece esta postura. 

“En los ochenta, vuelve el estancamiento que mencioné, se hace una revista moderna pero dedicada a las actividades internas de los comités municipales y regionales. Lo que don Manuel y don Efraín quisieron para la época inicial es que fuera un semanario abierto a la sociedad, no sólo a la vida interna del partido”. 

Y es que cada etapa ha sido, de alguna forma, un reflejo del perfil que Acción Nacional ha dado a su labor política de cara a la sociedad. Así, con la candidatura de Manuel Clouthier a la Presidencia de la República, en 1988, y la de Diego Fernández de Cevallos, en 1994, la apertura del Partido tuvo en La Nación una resonancia que conjuga la crítica al gobierno y el recuento de las actividades internas, buscando un equilibrio en el que convivan ambas cualidades. 

Con las primeras gubernaturas ganadas por Acción Nacional, los triunfos municipales y más tarde con la Presidencia de Vicente Fox y la de Felipe Calderón, un nuevo reto se presenta, y es el de dar cabida tanto al trabajo del panismo en aquellos sitios donde aún se es oposición como a los logros y avances que dan un sello distintivo a los gobiernos panistas, muchas veces omitidos o minimizados en la prensa nacional y que, no obstante, van construyendo el México democrático, de oportunidades, estabilidad económica y crecimiento social que caracteriza a este siglo XXI. 

De este modo, La Nación busca mantenerse fiel a aquel ideario original esbozado por Gómez Morin y del que Pablo Serrano Álvarez hace un puntual recuento en su obra Prensa y oposición política en México. La Nación, 1941-1960, al tiempo que enfrenta el desafío de acompañar las actividades del PAN tanto a nivel municipal, estatal como nacional, dando un énfasis especial a la labor gubernamental en los tres órdenes de gobierno. 

Falta por escribir la historia de estos años en los que la vocación de gobierno de Acción Nacional empata con la tradición de oposición responsable. Sin duda, el libro de Serrano Álvarez es una invitación a ello, pues precisamente esa suma de microhistorias son, en fin de cuentas, la gran historia que distingue y enorgullece al panismo, y que tiene en La Nación un testimonio fiel y cotidiano. 


IDEARIO DE LA NACIÓN 

“El propósito original fue el de crear un instrumento de las tesis de Acción Nacional, no sólo apto para servir de medio de contacto entre los miembros del Partido, sino de llegar al público en general. Un instrumento, por supuesto, ágil, vivo, penetrante, capaz de unir las necesidades de una orientación hecha desde el punto de vista nacional, con las exigencias puramente periodísticas. Una revista popular, nítidamente impresa, bien formada, con gran variedad de material, escrita cuidadosamente o impregnada, desde el nombre hasta el directorio, de intención política; una revista que diga lo que la prensa calla; que dé jerarquía y valor a los acontecimientos y explique su significado y trascendencia; una revista, además, que sea la expresión auténtica de la vida nacional y que en ningún caso abandone ese propósito”. 

Manuel Gómez Morin

(Publicado en La Nación 2361)