sábado, 26 de abril de 2014

Gabriel García Márquez: el periodismo donde todo nació



La obra de García Márquez representa la cúspide más nombrada de una época, la del realismo mágico, la del llamado boom de la literatura latinoamericana, etapa célebre, quizá la mayor de las letras de un continente que supo elevar al plano de lo universal una serie de temáticas que retratan la particularidad de esta zona del planeta: un regionalismo peculiar, misterioso y ya abordado por Alejo Carpentier, aun con la carga barroca de la literatura que quiere abarcarlo y decirlo todo; una sociedad que poco a poco abandona lo rural para concentrarse en las ciudades, retratada en México por Carlos Fuentes, pero que aún mantiene un arraigo firme con sus orígenes y sus raíces; un entorno donde lo maravilloso y lo fantástico se proyectan como parte de la vida cotidiana de manera insólita, a veces perversa, tal como lo logra Cortázar en no pocos de sus cuentos…

Toda esa riqueza se da cita en cuentos, novelas y, también, crónicas y reportajes del Nobel de Literatura de 1982, con esa capacidad de conjuntar y conjugar la diversidad entera, vasta e inmensa de una región que Octavio Paz definió como una sola, encerrada en sí misma pero no limitada, capaz de mirar hacia el interior y que en los años sesenta del siglo XX ya empezaba a abrirse, sin perder su identidad y, por el contrario, enriqueciéndola en esa aspiración de llegar a ser parte activa de la cultura del mundo.

Para García Márquez y su generación (la de Vargas Llosa, la de Cabrera Infante, la de Donoso), la llegada a Europa, la salida del terruño se vuelve fundamental, y como muchos de sus contemporáneos, es el periodismo ese puente que funge como lugar de encuentro con el continente viejo; hay ya una semilla notoria en el adjetivo preciso, en la prosa musical donde no falta ni sobra una sola palabra, en los temas donde un acordeón, un estanquillo o una catedral son tratados como objetos que contienen toda la música, toda la historia y toda la magnificencia o la ruina de la humanidad, semilla que puede encontrarse en los cinco tomos de la Obra periodística, valiosa recopilación donde ya se esbozan el Relato de un náufrago, El coronel no tiene quien le escriba o la propia Cien años de soledad, libros que con su riqueza y su aspiración de trascendencia alcanzan a insertarse entre los grandes clásicos de la literatura.

Esa vena periodística también está presente en los temas históricos que aborda García Márquez, desde El otoño del patriarca y El general en su laberinto, que retoman la maldición dictatorial de América Latina, el primero, y la vida de Simón Bolívar, el segundo, hasta Noticia de un secuestro, retrato de la violencia que asoló a la sociedad colombiana durante la década de los noventa del siglo XX. Investigación, documentación, narrativa fluida y capaz de abrevar en los sucesos reales para construir una historia donde la imaginación va llenando los vacíos, da forma a la trama y delinea personajes que saltan de la realidad a la ficción pero jamás quedan insertos o atados a una u otra: capacidad para hilar sobre el pasado y dotarlo de una riqueza que sólo la literatura es capaz de recrear.

De manera paralela transcurren, por su parte, las grandes filias del colombiano, a veces injustificables, como la relación con la dictadura cubana y su apología del castrismo, a veces absurdas, como la diatriba con Vargas Llosa que, en su defensa del liberalismo, no dudó en señalar la incoherencia de un García Márquez “comprometido” con los últimos resquicios del socialismo más vetusto, a veces también enriquecedoras, como las adaptaciones cinematográficas de El amor en los tiempos de cólera y Del amor y otros demonios, esfuerzos plausibles por dar un rostro a aquellos personajes y situaciones que era terreno exclusivo de la imaginación del lector.

Polémico en ocasiones, grande por su narrativa, peculiar en su trato, anclado en México como una segunda patria, Gabriel García Márquez falleció el pasado 17 de abril en el Distrito Federal. Su partida deja un vacío en las letras latinoamericanas y su obra refleja un tiempo entrañable de la literatura del universal. Habitante de la fantasía, oriundo del periodismo. La novela como Patria, el reportaje como país natal.