sábado, 7 de diciembre de 2013

Karl Kraus: un llamado a la crítica de la prensa escrita




A principios del siglo XX, el Imperio austrohúngaro y su capital, Viena, protagonizaron una concentración cultural, científica, artística y literaria como no muchas veces se da en la historia, un espacio donde el saber abrió caminos que la primera guerra mundial dispersó o acalló y que, no obstante, encontró un breve espacio de expresión que ya en su espíritu –entendido como la “materia” que subyace latente en toda una generación– parecía anticipar el conflicto bélico de 1914. 

La obra de Hermann Broch, de Franz Kafka, de Ludwig Wittengstein o de Robert Musil, por hablar sólo del campo de las letras, es un testimonio de ese tono que supo traducir los pasos de la humanidad por una ruta que terminaría en los campos de batalla. De igual modo, y en lo que refiere al campo del periodismo, Karl Kraus es un referente de la entonces “pérdida de valores” en la prensa escrita, que fue el objetivo de una crítica mordaz, sin tapujos, directa y hasta irreverente desde las páginas de la revista que él mismo dirigió, escribió y promovió durante 37 años: Die Fackel (La Antorcha).

En los diversos artículos que conforman la historia de esa publicación, muchos de ellos reunidos en el volumen La Antorcha, editado por Acantilado, el lector puede encontrar la lucha muchas veces solitaria y contracorriente que Kraus emprendió para alzar la voz contra periódicos y revistas de la época que convertían la vida privada de las personas en espectáculo, que atentaban contra el lenguaje bien escrito y bien estructurado, que revestían con asuntos banales y superficiales páginas donde el interés comercial y financiero prevalecía por encima de la misión de informar con seriedad y objetividad… Todo ello como reflejo de una sociedad que consideraba en descomposición y que irremediablemente avanzaba a un abismo donde la verdad, el honor y la responsabilidad de los medios frente a su público poco a poco desaparecían o eran relegados por intereses ajenos a la misión del periodismo. 

La historia de Kraus, sus llamados y su inconformidad siguen, por desgracia, tan vigentes ayer como hoy. En un artículo publicado en el diario Reforma del 25 de noviembre (“Una crítica”), Jesús Silva-Hérzog Márquez critica con tino los cambios de imagen y de contenidos de ese rotativo, que no sólo redujo el espacio de sus columnas de opinión sino, además, fusionó en uno los suplementos “Enfoque” y “El Ángel”, el primero, dedicado a la “cultura política” y de una tradición de más de una década, y el segundo, uno de esos resquicios del mundo literario y artístico que si bien no pocas veces caía en la banalidad (el solo hecho de que Guadalupe Loaeza fuera una de sus “plumas estrella” lo confirma), era también una tradición dentro de sus páginas, con autores tan destacados como Sergio González Rodríguez o Christopher Domínguez Michael.

Los señalamientos de Silva-Hérzog apuntan, además, al reto actual del periodismo respecto de que el fondo no sucumba ante la forma y, mucho menos, ante las exigencias de anunciantes, y recuerda en buena medida, aunque guardadas las proporciones, la querella que emprendió en 1997 Carlos Castillo Peraza contra el mismo diario, por motivos que si bien variaban en cuanto al detalle, no lo hacían en lo que respecta al fondo del problema: la prioridad que se da a intereses ajenos al periodismo al momento de concebir la línea editorial que adopta tal o cual medio impreso. Tanto en aquella como en esta ocasión, las reflexiones e incluso las acusaciones de Kraus llegan a la memoria pues no son pocas las consecuencias que el crítico paga por hacer públicas su inconformidad, máxime si es desde las propias páginas que pagan sus ideas, y que tiene también como ejemplos notorios y recientes la salida de Héctor Aguilar Camín y del propio Castillo Peraza de las páginas editoriales de La Jornada en los años ochenta del siglo XX.

El precio de la congruencia y del apego a la imparcialidad, la verdad y la objetividad suele pagarse con creces cuando se trata de criticar a los medios, que no suelen en su mayoría recibir ni con beneplácito ni como una oportunidad de mejorar las críticas a su trabajo. Desde los albores del siglo XX, las lecciones de Karl Kraus son un referente y, por desgracia, un ejemplo a seguir todavía hasta nuestros días, de lo que Octavio Paz llamara en su momento “pasión crítica”: una característica primordial de las sociedades abiertas, apegadas a la legalidad, plenamente democráticas como la que, esperemos, nuestro país pueda llegar a ser en un futuro no muy lejano.