lunes, 13 de noviembre de 2023

Geografías bibliográficas






Hay libros a los que es mejor llegar tarde: las novelas en boga, los análisis sociopolíticos que se anuncian como categóricos, definitivos o reveladores, las filosofías que tratan de atrapar el instante en una teoría que todo lo intenta –y a la postre casi nunca termina por– abarcar.

En la bibliografía generosa, extensa y como todo listado de libros, ventana a nuevos libros que hace falta leer, hallé otro aún más antiguo, al que también llegaba tarde, de esos a los que involuntariamente se llega tarde casi siempre por falta de conocimiento acerca de su existencia. Aunque es necesario, por honestidad, señalar que el América de Mailer, que recomendaban Ziblatt y Levitsky en Cómo mueren las democracias, lo había adquirido hacía años, cargado por casi el mismo periodo y salvado de caer en algún apartamento donde la biblioteca tomó el espacio habitable y poco a poco ha expulsado, o al menos invisibilizado, a sus ocupantes. 


Fue inmediata la sinapsis entre recomendación y catálogo bibliográficos (esos libros que he llevado conmigo y que, también, se multiplicarán hasta amenazar a sus actuales cohabitantes); lo extraje de la parte más baja del librero para insertarlo en alguna de las mesas donde se acumulan los que toman turno en la lista de las lecturas cercanas. Pasaron unos meses, llegué a él. 


Y transcurrió revelando justo aquello que los autores señalaban y que yo buscaba en sus relatos: la decadencia del waspismo estadunidense durante el último quinquenio de los años sesenta del siglo anterior. La prosa de Mailer, precisa en adjetivos, en psiques y descripciones de partidarios de una fuerza política que, en sus palabras, se asume servidora de una nación a la que venera, defiende y protege como un dios.


El libro ventana, el libro disparador, lo adquirí primero en su idioma original, traído por paquetería aérea, y lo perdí en alguna de esas mudanzas que dejan detrás alguna caja olvidada con ejemplares que algún día podrán reunirse bajo el mismo techo; lo adquirí de nueva cuenta en alguna librería Educal de algún aeropuerto. He olvidado cuándo o dónde adquirí América, la única referencia clara es que fue antes de la pandemia y el confinamiento.


           

Ambos ejemplares se sumaron a un año en que la historia gringa se manifestó a lo largo de los meses, ya fuera en las investigaciones sobre la resistencia civil de Rosa Parks y Martin Luther King, en las series 1883 y 1923 (Yellowstone, apenas la inicié, me pareció somnífera) o en un tomo de historia a cargo de Erika Pani y editado por el Colegio de México, todo ello fruto de lecturas laborales. 


Como accidental inicio, la película Hair, por la primavera de este año, figuró en la cartelera de la Cineteca Nacional, y aunque los musicales (en cine o teatro) me resultan, con honrosas excepciones, francamente somníferos, historia obliga; y ya por estos días de noviembre, todo parece señalar que fue ahí cuando se desató ese ocasional acercamiento. 


Se suman, de entre las lecturas que ya abandonaron el librero para tomar turno durante los meses siguientes, un recorrido por el liberalismo norteamericano, obsequio del académico cubano Armando Chaguaceda, tras una caminata que nos llevó de las ya olvidadas y abandonadas oficinas de la revista Bien Común en la colonia del Valle de la Ciudad de México, a las librerías de Coyoacán, donde terminamos una charla exquisita de la que nació una colaboración esporádica pero fraterna.


Así este año y la incursión al norte. 


Así unos días de libros.