martes, 24 de septiembre de 2013

Vargas Llosa sobre sí mismo: un repaso de nuestro tiempo



Desde 1962, el escritor Mario Vargas Llosa publica, en distintos periódicos del mundo, la columna “Piedra de toque”, un espacio editorial de análisis de temas que dicta la cotidianidad política, económica, social y cultural del mundo donde cada quince días, con una pluma que no se detiene para críticas o señalamientos, lo mismo que para el aplauso o el reconocimiento –nunca fácil ni complaciente–, el autor de El héroe discreto repasa asuntos que bien pueden considerarse de trascendencia mundial, o que bajo su prosa, pasan de lo particular a lo universal con la fluidez y la naturalidad de quien domina un estilo distintivo, reconocido y galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2010.

        Se puede coincidir o disentir de las opiniones de Vargas Llosa, esgrimidas siempre bajo el signo del liberalismo pero con un dejo humanista que sabe que ninguna teoría agota por sí sola la complejidad del ser humano, y que es más bien una suma de lo mejor de una variedad de doctrinas e ideologías la mejor herramienta para estudiar y escrutar la realidad pasada y presente; este eclecticismo no es, empero, ni una debilidad ni una falta de apego sino un grado de madurez intelectual que lo sitúa entre pensadores y autores clásicos del siglo XX: en sus textos puede leerse una mezcla de la intelligentsia francesa al estilo Jean François Revel y Albert Camus, y del pensamiento contemporáneo alemán de Günther Grass o Rüdiger Safranski.

Una herencia, en suma, de intelectual completo, lejano a aquellos “opinadores” tan comunes en nuestra prensa latinoamericana y mexicana, que por hablar de todo terminan por no esclarecer nada y más bien aprovechan la ocasión para lucir una enorme ignorancia teñida con los oropeles de su capacidad para la verborrea que llena páginas de tinta inservible por incompleta y mediocre. Una herencia que, además, cuenta con un eco internacional y aún es capaz de sacudir conciencias, de transformar juicios y de contagiar convicciones que poco a poco se pierde por esa fragilidad de nuestro tiempo frente a cualquier autoridad que intente imponer su punto de vista. Así, Vargas Llosa no obliga a asumir un punto de vista: expone, por el contrario, razones, argumenta, debate con sus detractores –que puede ser cualquiera que atente contra la libertad, la democracia o la legalidad– e incluso va estableciendo poco a poco una agenda de ideas de congruencia y de alta calidad y claridad.

Fruto de ese trabajo editorial que cumple ya más de 50 años es el libro La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012), cuya estructura deja ver, como primera sorpresa grata, el constante diálogo de una mente que reúne temas viejos y los alumbra a la luz de nuestro tiempo. De este modo, acudiendo a artículos publicados en “Piedra de toque” a lo largo de los últimos veinte años, Vargas Llosa sienta un “Antecedente” (llamado así en la obra de marras) que completa un enfoque renovado para advertir sobre aquellos espacios de la actividad humana donde la degradación constante, el aceleramiento del desgaste social y otros vicios modernos no han detenido su curso sino, por el contrario, amenazan con proseguir hasta un punto en que los cambios serán para siempre y casi nunca para bien. 

El tema central, como el título advierte, es la cultura en general, entendida como un cúmulo de saberes y de conocimientos que son capaces de hilarse, que no necesariamente se adquieren en los libros –pero que no pueden prescindir de éstos– y que durante siglos distinguió a la civilización tanto occidental como del orbe entero. Esta cultura ha cambiado, señala Vargas Llosa, y poco a poco va cediendo su característica de permanencia para convertirse en fugacidad, en entretenimiento que sólo ambiciona divertir y mantener la mente distraída de su rutina cotidiana, para luego desecharse y ser sustituida por un episodio nuevo de la serie preferida, por un lanzamiento actual de la misma cantaleta musical entonada por voces diferentes, o por la siguiente generación de productos cuyo distintivo mayor es pasar de largo, abandonando la permanencia como virtud para transformarla en aburrimiento, cosa sosa o “pasada de moda”.

De esa civilización del espectáculo se desprenden productos que van conformando los análisis de un libro colmado de anécdotas, de encuentros personales, de experiencias del autor que son muchas veces el punto de partida para realizar la crítica de nuestro tiempo; no es, sin embargo, ese tipo de textos que se lamentan por el presente y elogian con melancólica amargura el pasado como tiempo ideal. Por el contrario, lo que Vargas Llosa logra es poner el dedo sobre un punto frágil de los últimos años, que se manifiesta en el arte, en la política, en la sexualidad o en la religión, es decir, en prácticamente todos los ámbitos de la existencia humana.


“Poca voluntad para trascender”, para convertirse a la postre en “tradición”, en “clásico”, pareciera ser la advertencia principal de La civilización del espectáculo: una tendencia a la mediocridad, a lo que exige el mínimo esfuerzo mental para ser comprendido y valorado, para lo que cifra su costo en la popularidad y cada vez menos en la calidad. Quedan, por fortuna, resquicios para escapar a esa tendencia, rendijas por las cuales puede verse una tradición que se obstina en morir y sobrevive a la espera de los ojos, de los oídos, de las mentes que busquen acercarse y descubrir lo que de grande y sublime ha dejado y sigue dejando el hombre tras de sí. Basta, pues, asomarse y mirar.   


martes, 17 de septiembre de 2013

Discurso con motivo de los 20 años de la Fundación Rafael Preciado Hernández

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Palabras pronunciadas el pasado 5 de septiembre en la ciudad de México, en el marco de la presentación del libro La transición democrática de México. XX años de la Fundación Rafael Preciado Hernández, en el Auditorio Manuel Gómez Morin del Partido Acción Nacional.


Quiero en primer lugar agradecer su presencia en este evento, a un aniversario que ha tenido diversas actividades a lo largo del día y que nos reúne hoy para hacer un merecido y justo reconocimiento a los veinte años de la Fundación Rafael Preciado Hernández.

 Presentar un libro para esta ocasión es, sin duda, la mejor manera de honrar a una institución como la Rafael Preciado, que entre sus muchas actividades ha mantenido una constante producción editorial en temas tan variados como rico y diverso es el campo de los estudios que realizan sus investigadores, así como cada uno de los integrantes que con profesionalismo y responsabilidad han hecho posible que estemos aquí conmemorando dos décadas de vida.

 En segundo lugar, agradezco al Maestro Juan Molinar por el compromiso de asumir la batuta de la Fundación en un momento difícil de gran trascendencia para nuestra historia como Partido, complejo pero que asimismo ofrece oportunidades y retos nuevos.

 También agradezco Cecilia Romero por su apoyo para que esta celebración tenga lugar en la sede del Partido Acción Nacional. Gracias, Ceci, por acompañarnos y presidir este esfuerzo.

 Un reconocimiento adicional merece, sin lugar a dudas, Armando Reyes Vigueras, pues aunque en la invitación aparezca un solo nombre en la labor editorial, el impulso y la iniciativa de Armando fueron indispensables para que la obra que tienen en sus manos cuente con los contenidos, los textos y las reflexiones que la integran.

       Antes de entrar en la materia propia del libro, quiero compartir con ustedes algunas anécdotas personales de mi relación con la Fundación Preciado Hernández.  
Por un azar del destino, me tocó en suerte estar cerca de las actividades del Partido Acción Nacional desde muy chico.


Yo no lo recuerdo, pero mi padre narra en Volverás, esa novela que dejó inconclusa a su muerte, y que también editó hace ya unos años la Fundación, la época cuando me llevaba a repartir volantes de propaganda por las noches, en las calles oscuras de una Mérida donde uno de los caciquismos más ruines y cobardes de los años ochenta, hacía que ese acto de promoción “pudiera costar la vida”.


La política de nuestro país fue parte de los desayunos, comidas y cenas a lo largo de mi infancia y adolescencia. Y cuando uno convive de tan cerca y de manera tan directa con algo de ese tamaño durante sus primeros años, y llega al momento de tomar sus propias decisiones, hay de dos sopas: o abrazas la política y sigues el ejemplo, o le das la espalda y sigues tu propio camino.


Yo tomé la segunda opción: empecé a los veinte años a trabajar en temas editoriales, publiqué los primeros textos en algunas revistas, reseñas en periódicos, ensayos en suplementos culturales, fui asesor editorial en alguna publicación de renombre…

Y justo cuando el PAN para mi no significaba sino una materia más de análisis para mis escritos, ocurrió otro de esos azares que irrumpen en la vida para cambiarlo todo.


En el año 2003, diez años cumplidos de ello hace unos meses, Germán Martínez Cázares, entonces director de la Fundación, se ofreció a publicar una breve antología que mi familia y yo habíamos preparado, titulada Apuesta por el mañana, así como Volverás y el tomo de Ideas fuerza de Carlos Castillo Peraza.


Por esas fechas, o poco antes, o poco después, ya no me acuerdo bien, la revista Bien Común publicaba su edición número 100, y Germán, de igual modo, me solicitó un texto sobre Marguerite Yourcenar... Y como dicen por ahí, una cosa lleva a la otra, y en unos cuantos meses terminé como editor de esa revista, bajo la dirección en ese tiempo, de Alejandra Isibasi.


Llegar a la sede de la Fundación fue para mi un encuentro con el pasado: su gran escalera con el inmenso retrato de Francisco Madero, sus pasillos, sus oficinas, cambiadas ya pero que conservaban aún mucho del viejo PAN, fueron para mí, en otra época, espacio de juegos algunos fines de semana que mi padre se quedaba a trabajar; fue ahí donde vi por primera vez un sistema de walkie talkies de esos que ocupaban toda una habitación, y que se usaba durante la campaña del Maquío, en el 88; fue en esa casona de Ángel Urraza donde ya adolescente me tocó ir a recibir regaños por alguna mala nota escolar…


En 2004, mi concepto del PAN era como suele ser el de quien mezcla su memoria con un presente que ya no es familiar. Llegué con prejuicios, debo confesarlo, pues el mundo del partido me era ajeno y debo decir que, en su labor interna, hasta indiferente.


Imaginaba señores de traje, muy formales todos, solemnes y hasta esoberbecidos por el poder recién adquirido con el triunfo de Vicente Fox en la Presidencia de la República.    


Y vaya que mis ideas eran erróneas.


La Fundación Rafael Preciado me recibió con un equipo rico por su diversidad y su talento; investigadores de la UNAM, del ITAM, de la UP, de la Ibero y de otras universidades conformaban un mosaico donde se mezclaban la filosofía con la economía, la historia con la sociología, las encuestas plagadas de numeritos con las interpretaciones y lecturas de ese mundo de cifras que dejaba de serlo para convertirse en propuestas, documentos de trabajo, foros de discusión, pláticas de pasillo donde podía escucharse a Claudio Jones recitar de memoria Muerte sin fin de Gorostiza para luego seguir citando a Rawls; o a Rogelio Mondragón hablar de Heidegger entre taza y taza de café; o asistir al Consejo editorial de Bien Común y escuchar a Alonso Lujambio, a Jorge Chabat o a Félix Vélez definir los contenidos de un número como quien platica lo que le ocurrió en el día. 


      Así vivió la Fundación durante la dirección de Germán, durante la de Rogelio Carbajal e incluso durante la de Luis Eduardo Ibáñez, cuando por razones que por más que me han explicado aún no me quedan del todo claras, se incluyó en sus instalaciones al área de Formación y Capacitación del PAN.

 Y siempre fue un gusto encontrar que en el Partido hay espacio para quienes no tenemos el talante o el talento para ocupar un cargo público; para quienes elegimos trincheras menos presas del reflector y más propicias para la reflexión; para quienes seríamos incapaces de arengar a una multitud para ir a votar pero que nos fascinamos frente a la posibilidad de presentar un libro; para quienes entendemos que la mística del Partido debe acompañarse con la técnica que tan en alto puso Gómez Morin durante su vida.

Guardo, por otra parte, un recuerdo especial de la dirección de Carlos Abascal, aderezado una vez más por los prejuicios que tergiversan con apariencias fondos que suelen contener grandes experiencias. 


Su llegada a la dirección en 2008 fue recibida con sorpresa, debo decir que hasta con miedo, ese recelo natural frente a quien es precedido por un “aura” que yo no alcanzaba a escrutar. 


Lorenzo Gómez Morin Escalante y yo comentábamos que cómo era posible, que la libertad de investigación y de edición que hasta ese momento gozábamos, iban a terminar, que llegarían la censura, la imposición de temas y un tan largo como absurdo etcétera.


Tras reunirnos con él, descubrimos que nada de ello ocurriría. A quienes hacíamos y aún hacemos Bien Común, nos felicitó por mantener a flote y viva una revista que se enfrentaba contra todo tipo de obstáculos –económicos, materiales, de plumas, de autores–, nos instó seguir haciendo las cosas tal y como eran hechas hasta ese momento y en esos 15 minutos cambió nuestro modo de juzgar y valorar a un gran hombre, congruente como muy muy pocos, íntegro y generoso, de una fe de razones y convicciones y jamás de imposiciones, ejemplar y entusiasta, que por desgracia se nos adelantó en el camino.


La estafeta de la Fundación la tomó entonces Gerardo Aranda, para dar continuidad y sumar su talento al de un equipo que es en buena medida el que hoy sigue construyendo la historia que aquí nos reúne.
          Y así llegamos a estos 20 años.
 20 años que coinciden con el proceso democratizador de México.

 20 años en los que el PAN ganó y perdió la Presidencia de la República, refrendó gubernaturas y alcaldías, obtuvo nuevas y perdió algunos de sus más preciados bastiones.

 20 años en los que nuestro país ha avanzado de manera acelerada hacia una normalidad democrática que si bien aún dista mucho de ser la óptima, podemos estar seguros que tendrá siempre en Acción Nacional a un más férreo y tenaz defensor.

 20 años en los que la Fundación Rafael Preciado Hernández ha tenido un papel destacado desde sus ámbitos de competencia, asesorando en temas diversos, generando documentos de trabajo que analizan y estudian nuestra realidad como país, redactando y dando forma a la más reciente Proyección de Principios, a plataformas presidenciales, a discursos y propuestas políticas, organizando foros, editando libros, promoviendo, en suma, la importancia que debe tener la reflexión por encima de la improvisación, las idea antes que las ocurrencias, la fuerza de las convicciones por encima de las flaquezas de la incongruencia.

De toda esa historia de trabajo y esfuerzo da cuenta este libro, de manera detallada y reuniendo lo que la vorágine de los días de pronto nos hace olvidar.


Pero lo que de manera personal considero más importante aún, es que es en la labor de la Fundación donde podemos encontrar aquellas cosas que nos unen como panistas, que trascienden la coyuntura, la escaramuza y la llamada “grilla”, para reunir lo que la mecánica natural de cualquier grupo humano divide por la razón que ustedes quieran.


El tema transversal, como suele decirse en estos días, que durante estos 20 años ha conducido las actividades de la Fundación Rafael Preciado es el humanismo: el humanismo aplicado a las tareas del Partido Acción Nacional.


Y es esa doctrina, más que cualquier victoria o derrota, la que deber prevalecer, fortalecerse, promoverse y difundirse, porque esa es la doctrina que nos hizo ser diferentes, distintos y distinguibles como opción política en el país.


          Un par de ejemplos, me parece, ilustran esto que acabo de mencionar:

 El primero: en 2008 celebramos el centenario del natalicio de Rafael Preciado Hernández, y el evento magno se llevó a cabo en la Universidad Nacional Autónoma de México; en esa universidad a la que en época electoral no nos atrevemos a entrar con nuestras propuestas; en esa universidad, precisamente, nos abrieron la puerta para celebrar nuestras ideas.   

 El segundo: en 2010 conmemoramos el décimo aniversario luctuoso de Carlos Castillo Peraza en el Museo de Antropología, presentando una colección de tres libros que preparó la familia Castillo López.

 Era la época en la que se elegiría al Presidente del PAN, y fue muy grato ver que los cinco candidatos estaban ahí sentados, uno junto al otro, dejando de lado sus diferencias y recordando a quien, para el caso que hoy nos reúne, tuvo la idea de concebir y echar a andar la Fundación Rafael Preciado Hernández.

 Hoy, para quienes aún no lo sepan, una gran parte de la biblioteca de Castillo Peraza se encuentra en el Cedispan, que está, para quienes tampoco lo sepan, en las instalaciones de la Fundación Preciado Hernández.

 Y esa difusión del trabajo de la Fundación, ya no digan ustedes hacia la sociedad, sino hacia el propio panismo, hacia la propia militancia, es a mi entender uno de los mayores retos que hoy debemos enfrentar y solucionar.

La dinámica del PAN ha cambiado por decisión de los propios panistas, de la militancia que envió un mensaje claro a la dirigencia: la política vertical y estrecha debe poco a poco volverse horizontal y abierta, no en un movimiento abrupto ni radical, sino como deben ser los cambios que perduran: con cuidado, con tino, con generosidad salvaguardando nuestra tradición pero siempre conscientes de que esa tradición no sea ancla que nos estanque en el pasado, sino motor que nos conduzca al futuro.


Y la Fundación Rafael Preciado debe responder a ese cambio. El área editorial, que es la que mejor conozco, tiene la obligación de acercar sus publicaciones a una militancia a la que si bien no hay que repartirle textos como si fueran volantes, sí debe tener cerca y a la mano la posibilidad de conocer y leer nuestras publicaciones cuando esté interesada en ellas.


Es muy triste, al visitar los estados, escuchar que una persona vino a México pero que no pudo conseguir tal o cual título porque no había, o porque la librería estaba cerrada, o porque ni siquiera sabía que el libro existía.


Si nuestro Partido va a ser más abierto y más cercano a la sociedad, nuestra doctrina, nuestras ideas, aquello que nos une y nos da identidad, también deber estar a la mano de quien lo busque o lo requiera, no sólo por la vía electrónica, que es un camino bueno pero apenas complementario, sino que quien se acerque a un comité estatal o incluso municipal, no sólo encuentre un partido de puertas abiertas sino, además, un partido que tiene al alcance los documentos necesarios para quien guste conocerlo a fondo y estudiarlo. 


Algo se ha avanzado en este tema en los últimos años, de eso no hay duda. Pero a la luz de nuestras nuevas reglas, es mucho lo que aún debemos hacer.


Este evento y este libro que conmemoran los 20 años de la Fundación Rafael Preciado Hernández me parecen, en ese sentido, un muy buen primer paso.


Ojalá que este aniversario se difunda, se conozca, se lleve y se replique frente a toda la militancia panista.


Para finalizar, y cerrar el círculo con el que empezamos, gracias por su atención a estas palabras que intentaron ser la presentación de un libro, que en varios momentos dejaron de ser la presentación de un libro, y que espero les despierten la curiosidad para leer este libro.


Muchas gracias.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Crear instituciones, la apuesta gómezmorianiana de Carlos Castillo Peraza



Carlos Castillo Peraza entendió con tino una de las principales herencias de Manuel Gómez Morin: la de crear instituciones. Con este mote bautizó la antología que a finales de los noventa editara el Fondo de Cultura Económica con los principales texto del fundador de Acción Nacional,[1] uno de los primeros grandes esfuerzos por situar en la historia de México a aquellos que por haberse opuesto por la vía institucional al sistema político hegemónico del PRI, quedaron relegados de una “historia oficial” que para ese entonces ya sufría los embates de una oposición que se ganaba a pulso no sólo su lugar en el presente sino que, además, buscaba reivindicar el papel activo de sus grandes hombres en el siglo XX mexicano.

Los antecedentes que justifican esa tradición gómezmoriniana pueden consultarse en la obra de María Teresa Gómez Mont, Manuel Gómez Morin 1915-1939,[2] o en el ya clásico de Enrique Krauze Caudillos culturales de la revolución mexicana,[3] donde se explica de manera detallada el papel que la llamada Generación de 1915 tuvo frente a un México que despertaba de una guerra civil con pocos saldos, muchas muertes y un país que debía concebirse desde la nada: sin entramado institucional, sin un horizonte claro, donde los militares triunfantes eran la organización más estable que imponía su modo de concebir el gobierno por la vía de las armas, construyendo así la imagen de país bronco, anárquico, donde la fuerza priva por encima de la ley y donde la amistad y el compadrazgo con el líder en turno fueron y en buena medida siguen siendo parte de los lastres que estancan el ingreso a una modernidad con democracia plena.

Adentrarse en estas tres obras es asimismo entender cómo Gómez Morin, en una época cuando Europa sucumbía al fascismo y al autoritarismo respaldado por las masas, se alejó del modelo caudillista al que incluso cedió alguien tan ilustre y célebre como José Vasconcelos, para dar paso a una organización política que fundara sus decisiones de manera democrática, que condujera su vida interna de acuerdo a una normatividad consensuada y que buscara sustentar su actividad en un ideario que trascendiera la fugacidad del poder para centrarse en la formación de ciudadanía, más allá incluso de la victoria electoral inmediata y apuntando a un porvenir que la propia sociedad debía construir, forjar y defender de manera ordenada, con objetivos claros y estrategias definidas.

Así, la experiencia obtenida en tareas anteriores (la fundación del Banco de México y del Banco de Crédito Agrícola, por mencionar las principales) sirvió  a Manuel Gómez Morin de plataforma para concebir y organizar al Partido Acción Nacional, que en septiembre de 1939 nació como institución política tras varios años de planeación, que pueden rastrearse de manera puntual y cronológica en las cartas intercambiadas con otro de los grandes ideólogos panistas, Efraín González Luna, reunida en los cinco tomos titulado Una amistad sin sombras.[4] Y es con este bagaje bibliográfico referido que puede comenzarse a entenderse el por qué del título que Castillo Peraza escogiera para aquel primer libro: “constructor de instituciones”. Porque un país y una sociedad democráticos no pueden sostenerse en la figura de una sola persona; tampoco sobreviven largo tiempo si el soporte son las armas, la ley del más fuerte o un grupo de “notables” que deciden lo que conviene a la mayoría; mucho menos si no se cuenta con esas instituciones que trascienden el corto tiempo de la vida individual y garantizan certezas, continuidad, tradición... Es decir, la vida democrática se funda y se basa en la institucionalidad; de otro modo, está condenada a perecer ante apetitos personales o grupales que impongan su decisión por encima de lo que la mayoría decide para sí misma.

¿Cómo continuar la tradición iniciada por Gómez Morin desde la dirigencia del Partido Acción Nacional? ¿Cómo mantenerse fiel a esa herencia y, al mismo tiempo, multiplicarla para garantizar a los que vienen detrás un legado para seguir adelante? A esas dos preguntas, aunque la premisa es conjetura de quien estas líneas suscribe, pareció responder la presidencia de Castillo Peraza entre 1993 y 1996; en su propuesta de campaña interna, según cita Aminadab Pérez Franco,[5] se ofrecía “crear una unidad de análisis, seguimiento, evaluación y prospectiva de la realidad nacional que le brindara al CEN panista y al partido en general mayores capacidades de reflexión y propuesta, así como información esencial para la toma de decisiones”… “la misión era también desarrollar el pensamiento panista, ser un claro referente de la doctrina política humanista aterrizada en el seguimiento y análisis de las políticas públicas, ser un espacio para el desarrollo de talentos personales e ideas útiles para mejorar la calidad de los gobiernos”. Lo que en pocas palabras se resume como una institución, uno de los hoy llamados think thanks por la literatura especializada, que sirviera de espacio para las ideas, para la promoción del pensamiento y la reflexión ejercidos de manera profesional, con la finalidad tanto de respaldar a los gobiernos emanados de Acción Nacional y a sus candidatos como de ahondar en los temas doctrinales para fortalecer aquellos preceptos sobre los cuales se funda la acción del partido.

Bajo estos antecedentes ideológicos esbozados con brevedad nace la Fundación Rafael Preciado Hernández el 26 de agosto de 1993; en lo que respecta la historia del PAN, por su parte, a partir de ese año se logrará una cantidad de triunfos inédita para el PAN, tanto en diputaciones como en municipios, gubernaturas y en cantidad de mexicanos que por primera vez conocieron en el poder a un partido distinto al hasta ese momento hegemónico, logrando a la postre lo que el político yucateco llamaría la “victoria cultural” del panismo: ese triunfo ideológico que redundaba no sólo en el campo electoral sino, además y sobre todo, en el plano de generar los mecanismos legales para garantizar el respeto al voto, las instituciones que aseguraran la organización ciudadana y no gubernamental de las elecciones, así como una ciudadanía que tomaba conciencia de la importancia y trascendencia de su participación política como factor de cambio. En el lenguaje político –y es importante destacar que todo lenguaje es reflejo de un modo de entender la realidad–, por su parte, los términos por los que históricamente había peleado Acción Nacional, es decir, aquellos que incluso el PAN introdujo en el lenguaje político –libertad de culto y de enseñanza, credencial para votar, padrón electoral, entre otros– comenzaban a convertirse en parte de las exigencias de la oposición en su conjunto, a ser considerados como parte de la agenda de una transición a la democracia que ya no se detendría y que a la postre llevaría al triunfo de Vicente Fox en la Presidencia de la República. En resumen, comenzaba la institucionalidad requerida para garantizar un presente y un futuro democráticos.

Era, empero, crucial para Acción Nacional contar en aquellos principios y mediados de los años noventa del siglo XX con esos espacios donde la profesionalización política respaldara los triunfos electorales; donde, además, el sello panista de hacer política comenzara a ser distintivo y distinguible; porque no bastaban las buenas intenciones, las personalidades carismáticas, el apoyo popular o la intención de transformación: a todo ello había que sumar los ideales propios de la doctrina pero aplicada ya al ejercicio del gobierno. Si como oposición el PAN supo presentarse ante la sociedad con trabajo responsable, con exigencias y propuestas alcanzables y también con la ruta para conseguirlas, como partido en el poder debía responder a esa altura de miras que durante décadas fue característica de sus líderes y dirigentes. Y ese espacio de apoyo fue precisamente la Fundación Rafael Preciado Hernández.  

 La herencia de Gómez Morin de crear instituciones quedaba así honrada y refrendada a través de una fundación que trascendería la propia dirigencia de Castillo Peraza y que hasta el día de hoy sigue cumpliendo con aquellas actividades que le fueron encargadas desde su primera hora. La redacción de Plataformas de campaña o de gobierno, la armonización de la proyección de Principios de doctrina, la capacitación en temas doctrinales, la investigación política, social y económica nacional, la producción editorial, entre otros temas, fueron y siguen siendo hasta la fecha parte crucial de las actividades cotidianas o coyunturales que guían su trabajo y su agenda. En el libro La victoria cultural. 1987-1996[6] se incluye el informe presentado en marzo de 1995 por el presidente del partido a la XVI Asamblea Nacional Ordinaria, en el que puede leerse que, integradas como Consejo de Estudios, las fundaciones Rafael Preciado y Miguel Estrada Iturbide, así como las secretarías General, Ejecutiva y de Comunicación, realizaron

investigaciones diversas… así como análisis de la situación del país… Mantuvo presencia del partido en las publicaciones que suelen solicitar el punto de vista de Acción Nacional periódicamente. Apoyó a dirigentes nacionales, candidatos a diversos puestos de elección popular y servidores públicos del partido, prosiguió los trabajos del CEDISPAN, estuvo presente en todos los foros y eventos nacionales e internacionales a los que fue invitada y colaboró activamente tanto en la campaña federal de 1994 como en el proyecto de redimensionamiento del partido.
Tuvo a su cargo la elaboración del proyecto de Plataforma Política 1994-2000. Elaboró 25 Cuadernos de Campaña para otros tantos estados de la República. Diseñó y realizó encuestas diversas para la campaña federal y las estatales. Clasificó y tiene disponibles cuatro mil libros en su biblioteca, y organizó su hemeroteca.

Más adelante, en la misma publicación, bajo el subtítulo “Fundaciones”, puede leerse:

Creamos dos fundaciones académicas de apoyo al trabajo del partido: la “Rafael Preciado Hernández” y la “Miguel Estrada Iturbide”. La primera elabora estudios sociales, económicos y políticos, colabora con la capacitación de servidores públicos, prepara proyectos de plataforma política para campaña estatales y municipales, auxilia al CEN para la toma de posiciones del partido y mantiene vínculos de cooperación con fundaciones análogas de partidos afines de otros países; además, elabora, publica y distribuye documentos de análisis y propuesta, bajo el rubro “Bien Común y Gobierno”, y está por comenzar la edición de la revista Propuesta. La segunda está especializada en asuntos legislativos y auxilia directamente a nuestros Grupos Parlamentarios federales, y en el futuro podrá hacerlo con los diputados locales. Ambas trabajan bajo condiciones de autofinanciamiento, de alta calidad académica y de elevado profesionalismo.

Cabe destacar que en esa concepción primigenia de la Fundación Rafael Preciado Hernández es notorio un aspecto que dejó una gran influencia en la concepción política del propio Castillo Peraza: su conocimiento del trabajo realizado por fundaciones similares en Europa y, en particular, en Alemania, destacando sobre todo el de la Konrad Adenauer,[7] que conoció en 1982, cuando fungía como director de otra institución que le encargó crear en 1979 el entonces presidente Abel Vicencio Tovar, el Instituto de Estudios y Capacitación.[8] De este modo, el modelo teutón fue aprehendido y adaptado de acuerdo con las necesidades de Acción Nacional, logrando un organismo que profesionalizó y organizó actividades hasta entonces dispersas, dotando al partido de aquella técnica citada décadas atrás por Gómez Morin a la que se sumaba la mística de una generación de militantes comprometidos con México, que poco a poco ocupaban un cada vez mayor número de cargos públicos y que requería de ese respaldo que mediaba entre lo académico, lo doctrinario y lo científico. 

Han pasado veinte años de entonces a la fecha. Dos décadas en las que el Partido Acción Nacional comenzó una serie de triunfos que le dieron presencia en buena parte del país; al terminar la presidencia de Castillo Peraza, más de 30% de los mexicanos estaba gobernado por representantes surgidos del panismo, con un aumento, sólo durante 1996, de 88% de población gobernada. Los saldos del trienio eran positivos y a partir de ese momento comenzó una inercia que llevaría, en menos de 10 años, a obtener la presidencia de la República. En el último mensaje como titular del Comité Ejecutivo Nacional, Castillo Peraza apuntó:

…Tenemos que hacer un gran esfuerzo de reflexión para renovar y ampliar los principios doctrinales, los postulados ideológicos y los pronunciamientos programáticos de Acción Nacional, con el propósito de fundar hoy la tradición panista del próximo siglo. Los fundadores de tradiciones no miraron hacia atrás. Los fundadores de Acción Nacional no nos dejaron como herencia un modo de ver hacia el pasado sino una manera acertada de mirar hacia el futuro. Con modestia, con fidelidad y con audacia hay que emprender este camino…[9]

Los pasos para recorrer esa ruta fueron sentados por la gran historia del PAN, y el impulso para seguir adelante llegó durante la presidencia de Castillo Peraza. La Fundación Rafael Preciado Hernández ha acompañado durante ese tiempo el esfuerzo colectivo, profesional y doctrinario de cada etapa por la que ha atravesado Acción Nacional, fiel a su vocación originaria de ser apoyo y respaldo para el trabajo de liderazgos, candidatos y representantes, constante en su empeño de ofrecer un espacio de reflexión y estudio, convencida en su misión de fortalecer y difundir propuestas, ediciones, documentos de trabajo, estudios y una gran suma de productos que poco a poco han enriquecido su oferta académica. Veinte años en los que se confirma su lugar como institución al interior del partido, perdurable, con un agenda propia de investigación, referente en todo el país y en un proceso de expansión que refrenda su vocación original, aquella de trascender generaciones y construir desde el hoy, como lo quiso Gómez Morin, como lo hizo Castillo Peraza, lo que mañana volverá a ser tradición. Un aniversario, sin duda, para festejar.






[1] Manuel Gómez Morin: constructor de instituciones, editado en 1994 por el Fondo de Cultura Económica.
[2] Editado por el Fondo de Cultura Económica en 2008.
[3] Editado por Siglo XXI en 1976.
[4] Edición del Fondo de Cultura Económica realizada por Alejandra Gómez Morin Fuentes y Ana María González Luna Corvera, en 2010.
[5] “Sacramento, el arranque de todo”, publicado en Bien Común 164, agosto de 2008.
[6] Editado por EPESSA en 1999, y que reúne los mensajes principales de los presidentes de Acción Nacional Luis H. Álvarez y Carlos Castillo Peraza.
[7] Un detallado análisis del modo de operación de la Fundación Konrad Adenauer puede leerse de la pluma de su actual director para México, Stefan Jost, en la edición 96 de la revista Palabra, abril-junio de 2013.
[8] Los pormenores de esos años, así como las actividades internacionales que encabezó Castillo Peraza en diversos cargos en Acción Nacional, son relatados por Federico Ling Altamirano en el libro A trasluz. Apuntes para una biografía de Carlos Castillo Peraza, editado por el Senado de la República en 2004.
[9] Op. Cit. 5