martes, 15 de marzo de 2011

Anecdotario de una visita a Tabasco



Marzo de 2011, Villahermosa, Tabasco: a petición de Gerardo Priego, asistimos Clau y yo a dos eventos organizados por la Fundación Impulsa, que preside el ex diputado panista y ex secretario de Vinculación con la Sociedad del CEN del PAN.

Luego de la desmañanada, aterrizamos en esa ciudad a las 10am, con un primer escenario que proporcionó la vista aerea: las curvas majestuosas del Grijalva que serpentean entre lagunas e islas donde se instala la capital del estado, y la frondosa vegetación que se amontona más allá de donde la vista abarca. El calor no era tanto como esperábamos y el desayuno, en un restaurante llamado "El Edén", nos deleitó con la variedad de la cocina local: tamales de chipilín, frutas de todos colores y sabores, plátanos fritos y un bufete que no recuerdo con exactitud pero que fue explicado a detalle en su elaboración y preparación por las cocineras el lugar.

El cuarto del hotel tiene vista a una de esas lagunas que observé desde las alturas y la calma del sábado por la mañana nos permite contemplar esa riqueza natural de uno de esos tantos sitios de México que, no obstante contar con la generosidad de la naturaleza, padecen la mala administración de sus gobernantes; algunos dicen que es fruto de una sociedad acostumbrada a "estirar la mano y encontrar la comida", frente a otras civilizaciones que para tener agua deben excavar, caminar, explorar... El argumento me parece simplista y, junto con ese otro de que "el calor vuelve holgazana a la gente", una suma de justificaciones que no alcanza a dar razón de lo que pasa o deja de pasar, pues la cercana Mérida o la aún más próxima Veracruz son regiones de alto potencial y desarrollo (en algunas de sus zonas) que padecen las mismas condiciones del medio ambiente y, sin embargo, han tenido importantes épocas de prosperidad.

En lo personal, prefiero las razones que proporcionan décadas de malos gobiernos aunadas a una cultura nacional conformada tras décadas de autoritarismo y que hacen de la corrupción y la deshonestidad una característica del país, reflejada incluso en refranes como ese de "el que no transa no avanza", "año de Hidalgo", "el que se mueve no sale en la foto" y otros tantos que son parte del habla común de los mexicanos, sobre todo de una buena parte de la clase gobernante.

El único evento del día fue una entrevista en la radio, en la que aproveché para promocionar la edición conmemorativa del décimo aniversario luctoso de mi padre y la revista La Nación, así como criticar a los medios locales que aceptan ser corrompidos por la autoridad en turno, práctica deleznable pero común en algunos informadores del interior de la República (y de la capital, y de todo el mundo). Fue un gusto comprobar que el locutor conocía la obra de Castillo Peraza y que esa semilla sembrada por sus ideas alcanzaba, todavía diez años después, a florecer en tierras tan fértiles y generosas.

Luego unas horas de descanso, recuperar el sueño perdido y dedicar la tarde a admirar el ocaso de esas tierras de cielos bajos donde el fresco de la tarde lleva en la brisa el sabor de la piel ardiente, de los ojos oscuros; el graznido de millones de aves parece a esas horas relatar el curso del día a gritos, justo antes de que la noche llegue con el rumor de cocodrilos que se asoman, chapotean y vuelven a su dominio, el de millones de insectos que acompasan con sus alas, su andar o su arrastrarse la oscuridad que permite contemplar planetas y constelaciones.

Tras un desyuno ligero llegamos a las instalaciones del Comité Directivo Estatal, donde ya nos esperan unas 150 personas, tanto panistas como miembros de la sociedad que Gerardo Priego ha reunido en torno a su Fundación. Es destacable esa labor de acercamiento con la ciuddanía que Priego Tapia ha realizado en el último año y medio: así como desde el CEN del PAN pudo acercar al partido a especialistas en temas como la ecología, los derechos humanos y la cultura, y sumar sus propuestas e ideas a la campaña presidencial, desde Impulsa ha generado el mismo trabajo afortunado con el que se canalizan las fuerzas de los grupos de especialistas hacia aquellos encargados de tomar decisiones, en un encuentro auténtico de la sociedad con la clase política, más allá del oportunismo electoral, de las alianzas y centrándose en soluciones a conflictos detectados por quienes están más cerca de un problema que aquellos que simplemente admisitran desde escritorios y oficinas según su distante entender.

Mi charla versó sobre los valores de la generosidad y la responsabilidad en el ejercicio de la política, tema que me ha apasionado desde que tuve la fortuna de tratar a Carlos Abascal y en el que he encontrado grandes incongruencias entre la prédica y la práctica del PAN; también comenté algunos puntos acerca de la herencia que reciben los militantes y dirigentes de Acción Nacional, forjada en setenta y un años de esfuerzo partidista y cómo el famoso lugar común de "todos los políticos son iguales" es un gran agravio al panismo (en ocasiones merecido), pues es el único partido que se ha perfilado como una opción auténtica en el modo de ejercer la política.

Antes habló en Presidente del Comité del PAN y, después, Gerardo Priego, quien agradeció la libre asistencia de los participantes y destacó la presencia de Xóchitl Pimienta, Claudia Villa, Erandi y Beatriz, que han estado con él desde hace años y creen como muchos más en la dedicación y trabajo del que con cariño y respeto aún llaman "jefe".

El segundo evento fue una comida a la que llegaron unas 200 personas, en la que intervine con un brve recuento de cómo conocí a Gerardo: tal como lo escribí en el libro "Diálogo entre generaciones", le debo a él mi incursión en las actividades partidistas de Acción Nacional, pues luego de muchos años de permanecer ajeno fue bajo la convocatoria que realizó desde la Secretaría de Vinculación que fui llamado a colaborar en el área de Cultura. Gerardo ya no lo recordaba, quizá nunca la supo, pero era importante señalarlo en ese sitio, donde además se dieron cita más miembros de la sociedad, representantes en temas de salud, de nuevo cultura, empresarios, además de panistas que lo reconocen como líder y respaldan sus proyectos tanto sociales como partidistas.

Al terminar, una pausa para un cigarrillo afuera del lugar del evento, con el calor del mediodía exigiendo un rescoldo de sombra para disfrutar. Un hombre de unos cuarenta años se acercó entonces y, palabras más palabras menos entablamos el siguiente diálogo:

–¿Usted es hijo de Don Carlos?
–Así es, desde chiquito.

–Yo escuché a su padre hace muchos años, y bueno, yo me dedico a los banquetes y me toca atender a políticos de todos los partidos; la verdad nunca les pongo atención porque todos dicen lo mismo, pero al escuchar a su padre hasta dejé de servir, porque me atrapó lo que decía... Hablaba con tanta claridad y tan convencido que los compañeros me empujaban para que siguiera trabajando porque ahí estaba yo, embobado.
–Muchas gracias señor, la verdad es que lo extrañamos.

–Sí señor, todos dicen los mismo y la verdad yo trabajo para elos por allí donde estoy hay poca chamba, pero siempre se detienen ahí a hacer sus eventos, y pues hay que trabajar, pero con su papá fue distinto. Me pasó lo mismo hoy, con este Señor Priego; ojalá sea candidato.
–...


Se despidió para continuar cargando la camioneta donde transportaba sus enceres de cocina y ahí me quedé yo, embebido con el asombro de cuán lejos puede sembrarse una semilla de ideas y cuánto tiempo después aún sigue dando frutos buenos. Un alma que de verdad se movió, pensé, como hubieran querido los fundadores del PAN.

Recordé que un parte de "Volverás" se desarrolla en Tabasco, en los tiempos de la presecución cristera. Y ahí, frente a la Iglesia de la Conchita que defendiera Salvador Abascal del fanatismo anticlerical, terminamos ese día, con una nieve de mamey (la bolsa de semen del trópico, que dijera el poeta Pellicer) a la vera del Grijalva, bajo un sol que ya cedía sus calores a las últimas horas del domingo, entre el tañido de campanas y el concierto de las aves que volvían a sus ramas.




viernes, 11 de marzo de 2011

Encuentro con Carlos Salinas de Gortari: una crónica



Un modesto acercamiento: los años noventa

Conocí a Carlos Salinas en 1993, en Los Pinos, una noche cuando mi padre me pidió acompañarlo a un encuentro con el Presidente. No tenía yo más de 15 años y la solicitud me resultó extraña, pero luego entendí el motivo: ser citado de noche en la Residencia oficial despertaba sospecha, no eran tiempos sencillos para ir solo a pesar de los diversos acercamientos que ya realizaba la autoridad oficial con la oposición, y que se traducían en las primeras reformas constitucionales (el artículo 3º, la credencial para votar con fotografía, entre otras).

Entramos por alguna de las puertas metálicas pintadas de verde y un oficial abordó el vehículo para conducirnos por las sendas que se abrían entre prados y árboles. Nos recibió en la llamada Casa Lázaro Cárdenas, saludó ameno y en esa ocasión recuerdo que me llamó la atención el reloj que se ajustaba a su muñeca izquierda: un Casio digital, con correa de plástico, de esos que yo observaba en el mercado de Plaza Universidad que atravesaba de regreso de la Secundaria. "Da la hora y nunca hay que darle cuerda", comentó sonriente, antes de conducir a mi padre a una de las salas y dejarme a mi a la espera, en un salón donde se exponían los regalos que como jefe de Estado había recibido de parte de sus pares de otras latitudes.

La reunión duró poco menos de dos horas y regresamos al Sur de la ciudad por Consitutyentes, vacía a esas horas y oscura. Mi padre jamás me comentó lo que se habló entonces y mi curiosidad tampoco alcanzaba para interrogar demasiado, pues en esa época los intereses del adolescente giraban en torno de temas muy lejanos al poder y muy cercanos a la música, el basquetbol y las actividades del grupo scout donde construí amistades postreras y adquirí conocimientos que, más allá de nudos y ensamble de tiendas de campaña, me han servido hasta el día de hoy.

Lo siguiente que supe de Carlos Salinas revolotea confuso en la memoria y está más cercano a la imaginería popular: el asesinato de Colosio, la crisis de 1995, el exilio a Irlanda, el chupacabras, las máscaras con su figura que portaban mendigos en las esquinas, las caricaturas de la prensa, "el hermano incómodo" que bautizó Proceso en una portada que pocos recuerdan pero muchos mencionan, la huelga de hambre y una serie de lugares comunes, de esos que alimentan el mito y dan poca oportunidad para el análisis serio y objetivo.


Un libro para comentar
El encuentro fue organizado por la asociación que preside Rafael González y que reúne a estudiantes universitarios cercanos a, o militantes de Acción Nacional. La temática era compartir impresiones sobre el libro Democracia republicana, ni Estado ni mercado: Una alternativa ciudadana, de la autoría de Salinas de Gortari y editado por Debate (2011).

Unos cuarenta universitarios (yo ya no lo soy, pero gracias a la generosidad de Rafa y de Andrés Ponce pude ser incluido en el grupo) nos reunimos en la entrada de Perisur para abordar el camión que nos llevaría al domicilio del ex presidente. La dinámica era tener formulada una pregunta que Salinas repondería, lo cual exigía haber dado lectura a un volumen de cerca de mil páginas. Por princpio, jamás leo libros de políticos, pues tengo la idea de que, 1) ellos no los escriben, 2) los políticos no suelen ser buenos jueces de sí mismos, y 3) hay mucha Literatura por leer antes que la de los políticos, normalmente dedicada a justificarse frente a la historia. No obstante, era necesario cierto conocimiento de causa antes de la reunión, por lo que pasé tres días (con sus respectivas noches) repasando aquellas páginas que, de acuerdo con el índice (general o de nombres propios), llamaron mi atención.

De esos paseos por los distintos capítulos me atrapó, en primer lugar, la tendencia de Salinas a esclarecer lo que él llama el "cliché" de los 70 años de PRI, que a su vez combate con otro cliché que bautiza como "la década perdida", esa que comienza justo cuando termina su Presidencia y que, asegura, ha sumido al país en un estancamiento, cuando no retroceso, en materia económica, política y social.

En segundo lugar, es destacable también el exhorto a construir ciudadanía con el que llama a la sociedad a tomar en sus manos su propio destino, para así transformar radicalmente a México desde "abajo", forzando al "pueblo" a servirse de los políticos contra la que llama la tendencia de los políticos a servirse del pueblo. Para lograr este cometido, Salinas hace otro llamado a conocer la historia completa de la Nación y de diversas etapas de la humanidad en la que el poder del pueblo ha obligado a la clase gobernante a trabajar bajo los dictados populares; lo curioso es que ante esta necesidad de conocimiento histórico él mismo omite partes de la historia nacional en las que la fuerza de la ciudadanía ha conducido los grandes cambios políticos que, al final, lograron la alternancia en la Presidencia de la República.

Como tercer punto, me llamó la atención la cantidad de referencias que hace el autor de términos y prácticas que históricamente han sido bandera del Partido Acción Nacional: la propia mención de construcción de ciudadanía participativa y responsable, la estrategia municipalista que propone Salinas y que desde hace décadas dio sus primeros triunfos al PAN, el bien común, la filosofía de Tomás de Aquino, la de Jacques Maritain y la de Emmanuel Mournier, entre otros tantos vocablos que cualquier panistas medianamente conocedor de la doctrina de este partido reconocerá como familiares desde los primeros textos de Gómez Morin, y González Luna, pasando por Christlieb Ibarrola, González Morfín, y hasta llegar a Castillo Peraza o Carlos Abascal.

Con esas consiedraciones, formulé una pregunta y una invitación: la pregunta: ¿Cómo fue su trabajo como Presidente de la República con una oposición como la que practicó en esa época el PAN?; la invitación: entregarle los recién editados tomos del pensamiento de Castillo Peraza para compartir con él esos términos e ideas que no son nuevos y que el PAN promueve desde hace 71 años.

2011, al sur de la ciudad de México
La comitiva llegó a la casa de Carlos Salinas al mediodía del miércoles 9 de marzo de 2011. Una puerta exterior dejaba pasar a un pequeño patio con una fuente y, de inmediato, otra puerta de madera conducía a un pasillo corto, al final del cual se encontraba la biblioteca, donde fuimos acomodados en tres filas de sillas; al frente, un taburete y una pequeña mesa donde reposaban un vaso de agua y un volumen del libro.

El espacio impresionaba más por su buen gusto que por sus dimensiones. Una especie de chalet suizo con techo a dos aguas, fuertes vigas de madera y los libreros que exhibían desde tomos finamente empastados hasta informes de secretarías, de esos que nadie lee y que ocupan los anaqueles más inaccesibles. Del techo colgaban dos candiles y la luz indirecta de pequeños focos daban al entorno una calidez adecuada para la lectura o la reunión con los que ahí nos encontrábamos. Alternados en distintos nichos, reconocimientos, las seis bandas presidenciales (una por cada año de gobierno), alguna escultura en madera, el nombramiento de titular del Ejecutivo y dos grandes espacios donde, a manera de collage, se distribuían fotos con diversas personalidades: Juan Pablo II, Fidel Castro, Mario Vargas LLosa y un sinnúmero de rostros que no alcancé a reconocer.

Tuve el gusto de encontrarme ahí con jóvenes amigos panistas, como Juan Pablo Adame o Julio Tronco, que venía de Oaxaca, aún con la maleta en mano, a tomar parte de la reunión. También estuvieron estudiantes de la Universidad Panamericana (UP), del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), entre otras casa de estudio del Distrito Federal.

Carlos Salinas entró al recinto unos minutos después de las 12:30; vestía una chamarra de piel café cerrada a la mitad del pecho y un patalón verde oscuro, a juego con la camisa de tonos ocre y blanco. Saludó con un "Buenas tardes", más seco que cordial, enmarcado en el gesto de seriedad de quien se sabe frente a un público de ideas distintas. Tomó asiento y ya más relajado dio la bienvendia, bromeó sobre la filiación política de los invitados y habló durante 15 o 20 minutos sobre el contenido del libro, repasando los temas ya leídos o resumidos en la síntesis que Rafa entregó un día antes del encuentro.

Pasamos a la sesión de preguntas y, de manera coincidente, la mayoría de las que alcanzó a contestar giraban en torno del tema de participación ciudadana: cómo mejorarla, cómo sacar a la sociedad de la apatía, de qué modo sumar a quienes están interesados en producir cambios reales. Las respuestas fueron en el marco del programa Solidaridad, así como en el de la reciente revuelta egipcia, denotando una amplia cultura general, con cifras, datos históricos, ejemplos claros y una habilidad nata de esquivar aquellos temas frágiles o criticar medidas económicas posteriores a su mandato. Alabó la estrategia del Presidente Felipe Calderón contra el crimen organizado y, entre broma y broma, aprovechó para hacer críticas de una alternancia que, dijo, debía ir más allá de lo electoral y que, vaticinó, se cumpliría en el año 2012 con el regreso del PRI.

Las manos se levantaban, al principo tímidas, luego confiadas, y Salinas, un poco al azar, elegía de un lado y otro del auditorio a los que participarían. Hubo respuestas directas y breves, otras complejas y prolongadas, siempre en un ambiente de respeto, atención y cordialidad. Una mesa a un costado exhibía tazas para café, galletas y bebidas que quedaron casi intactas, al igual que mi pregunta y mi invitación, que no tuvieron ocasión de ser atendidas. A las 14:30 dio por concluida la reunión con un "Ustedes también comerán"; agradeció nuestra presencia, se comprometió a responder las preguntas pendientes vía correo electrónico y firmó ejemplares antes de abordar el vehículo y salir escoltado por tres camionetas y dos automóviles negros con parachoques.

Antes de abordar el camión tuve oportunidad de observarle al otro lado del vidrio blindado, la mano izquierda en gesto de despedida y, atada a la muñeca, la correa de plástico del mismo modelo de reloj Casio que llamó mi atención hace ya 18 años. Cuánta muerte y cuántos cambios en México desde aquella vez, pensé, mientras fumaba un Marlboro rojo que ordenaba recuerdos lejanos y nuevos, agolpados, que se confundían con el humo bajo el sol crudo de marzo.