lunes, 6 de diciembre de 2010

Vargas Llosa: Nobel de Literatura 2010


(Cortázar y Vargas Llosa, en los años sesenta)


Hay en la obra narrativa de Vargas Llosa una fuente histórica constante, presente ya sea de manera biográfica o tomando las historias ajenas para llevar a cabo esa transportación sólo propia de las grandes plumas y que es rellenar los resquicios del pasado con la fantasía de la literatura para completar, de la manera más fidedigna posible, esos vacíos donde la novela intenta completar la realidad.
Quizá quien con más tino ha logrado esa empresa sea Marguerite Yourcenar, con sus enormes Memorias de Adriano, donde la autora belga recrea los años del imperio de aquel hombre que, ante los ojos de su médico, sabía que no era más que un saco de huesos y humores; la distancia temporal de ese recuento escrito a mediados de los años cincuenta del siglo XX –Adriano vivió en el siglo segundo de nuestra era– implica un conocimiento dedicado y profundo de los últimos resquicios de un imperio que en aquel hombre encuentra la concreción de los valores más señeros de la antigüedad.

Mario Vargas Llosa, laureado con el Premio Nobel de Literatura este año, no necesita regresar tan atrás en el tiempo para mostrar su maestría en este rubro: desde sus primeras novelas hasta la de más reciente aparición, El sueño del celta (Alfaguara, 2010), el marco histórico es fundamental no sólo para despertar la admiración por la investigación que conlleva cada obra sino además, para explicitar un modo distinto de ver la vida, ya sea en sus altas cimas como en sus sótanos más profundos.

Un paseo breve por ese contexto histórico de su autor, tanto personal como de los grandes acontecimientos continentales y mundiales, es el que realiza Enrique Krauze en el número 143 de la revista Letras Libres, donde puede hallarse un puntual recorrido por una vida donde la intensidad parece destacar como rasgo fundamental: ya sean los años de estudio, las desavenencias familiares, los recorridos por el Perú natal, los hallazgos de la aldea o los descubrimientos del mundo, todo parece ser motivo válido para recrear un relato nuevo que puede imbuirse en el llamado realismo mágico o ser una descripción fidedigna de lo ya acaecido.

De este modo, libros primeros como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras o La tía Julia y el escribidor, relatan, respectivamente, experiencias estudiantiles, los traspiés nocturnos de un aprendiz de reportero, la vida de burdel de los soldados peruanos y su propia relación de pareja con su primera esposa (Krauze, en el texto de marras, señala que “uno de los talentos mayores de Vargas Llosa como escritor ha sido precisamente trasmutar sus recuerdos en literatura”). Asimismo, novelas de reciente cuño como La fiesta del chivo, El Paraíso en la otra esquina o El sueño del celta retratan, en este mismo orden, la realidad cruda de la dictadura latinoamericana –la de República Dominicana–; las utopías del siglo XIX, herederas del romanticismo más febril del siglo XVIII, a partir de la vida del pintor Paul Gaugin; y las atrocidades del colonialismo europeo en África a finales de aquel siglo y todavía durante buena parte del siguiente, y cómo la denuncia se convierte en un atentado contra intereses económicos que alcanzaban para sacrificar cualquier remordimiento personal en aras de la prosperidad material de imperio británico.

Esta tendencia de la historia íntima se transporta pues a la historia universal, para dar nuevos alientos a la obra vargasllosiana, con un elemento angular en su propia biografía, que es la claudicación de la revolución cubana y los encantos que despertó en buena parte de la intelectualidad latinoamericana y del mundo, para dar paso a un liberalismo que si bien le acarreó discusiones, distanciamientos y acusaciones de quienes como Cortázar o García Márquez hallaron –e inclusive siguen hallando– en la dictadura isleña una falsa reivindicación del hombre, también le abrió los ojos a escenarios de los que, como él mismo afirma en su autobiografía El pez en el agua, terminó por despedir la escritura militante de Jean Paul Sartre para dar la bienvenida a la obra redentora de Albert Camus, bajo el signo de la libertad como credo.

Fue a mediados de los años sesenta cuando Vargas Llosa decide poner fin a sus coqueteos con el gobierno castrista, a raíz de la censura y los atropellos que sufrieron escritores cubanos –Guillermo Cabrera Infante, entre ellos– por parte del régimen. Este hecho lo llevó a abrevar poco a poco y no sin cierto escepticismo inicial en el liberalismo, para terminar criticando todos aquellos sistemas que sometían al hombre y su libertad en aras de un bien mayor, cualquiera que este fuera.

Es también esta la época de acercamiento a intelectuales como Karl Popper, Milton Friedman, Octavio Paz y Jean Francois Revel, que dedicaban su pluma y buena parte de su obra a señalar esas abominaciones con las que el estalinismo y sus sucesores soviéticos erigieron el ideal como fin y a cualquiera que se opusiera como enemigo a derrotar.

Se abre entonces un paréntesis político en la vida del peruano, quien dedica libros como La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta o Lituma en los Andes para retratar cómo esa militancia ciega e irracional en aras de una promesa que sacrificaba el presente por un futuro incierto pero siempre mejor (al menos en el discurso) representaba un peligro para las mentes jóvenes de Latinoamérica y, a la postre, una decepción que rectificaba un camino erróneo en sus premisas y en sus métodos.

En ese empeño, Vargas Llosa participa y pierde en las elecciones que llevaron a Alberto Fujimori a la presidencia del país andino, con la trágica ironía de que, diez años después, aquel dictadorzuelo se encuentra en la cárcel y su oponente es Premio Nobel.

La obra de Mario Vargas Llosa es diversas, cercana al día a día de los años que ha protagonizado, realista a veces hasta la intransigencia pero siempre reveladora de esas peripecias por las que han transcurrido los ideales más recientes de la humanidad. No hay desperdicio en su lectura porque, al final de cuentas, cada libro es un espejo de reflejos próximos y familiares, donde lo propio deja de ser parte exclusiva de una persona para convertirse en tradición común, retrato de un mundo de avatares, hazañas y fracasos donde cada hombre es todos los hombres y cada historia una síntesis de la especie en conjunto.

Esto es precisamente lo que reconoce el Premio Nobel; lo demás es literatura, esa que, parafraseando al escritor, es necesaria porque la vida es limitada y sólo mediante la fantasía podemos llegar a ser todo aquello imaginado y soñado, más allá de cualquier límite, más allá incluso de la propia realidad.


miércoles, 1 de diciembre de 2010

dEcLaRaToRiA aLtAnErA


Cierto que huí de los fastos y los oropeles
y que jamás puse en venta ninguna quimera,
siempre evité ser un súbdito de los laureles
porque vivir era un vértigo y una carrera.

Cierto que no prescindí de ningún laberinto
que amenazara como un callejón sin salida
ante otro más de lo mismo creyendo distinto
porque vivir era un vértigo y no una guarida.

Cierto que cuando aprendí que la vida iba en serio
quise quemarla de prisa jugando con fuego
y me aferré defendiendo mi propio criterio
porque vivir era más que unas reglas en juego.

LE Aute

lunes, 22 de noviembre de 2010

MUÉVETE POR LA EDUCACIÓN


¿Qué exigimos?

1. Recuperar el carácter público de la educación como un derecho y asumir la función educativa como una prioridad nacional;

2. Colocar a las escuelas y las aulas como el centro y la prioridad del sistema educativo;

3. Que los gobiernos federal y estatales asuman su responsabilidad educativa con transparencia y rendición de cuentas;

4 . Promover la participación de la ciudadanía, en especial de los maestros, los estudiantes y los padres de familia, en la gestión del proceso educativo desde las escuelas;

5. Garantizar los derechos laborales de los trabajadores de la educación y una genuina representación de sus intereses bajo principios democráticos; y

6. Evitar la injerencia de la cúpula sindical sobre el sistema educativo y en especial sobre el desarrollo de la carrera profesional del personal educativo.

En particular, exigimos al gobierno federal y a los gobiernos de los estados, tomar las siguientes acciones como los pasos iniciales de la transformación de la Educación:


1. Cambio de las reglas que posibilitan la intromisión de la dirigencia sindical en la política educativa y que le conceden en los hechos derecho de veto, en particular la derogación del decreto del Reglamento de las Condiciones Generales de Trabajo de 1946, el Reglamento del escalafón y las comisiones mixtas y en general, las normas que sustentan el acuerdo corporativo.

2. Profesionalización de los maestros. Crear un auténtico servicio profesional de carrera educativabasado en desempeño y capacidad, que regule el ingreso, capacitación, promoción y nombramiento de maestros, directores y supervisores como servidores públicos y que promueva su reconocimiento social y garantice sus derechos.

3. Transparencia en los recursos manejados por la cúpula del SNTE y reducción de comisionados sindicales: Hacer públicas todas las transferencias directas e indirectas de recursos públicos a la dirigencia sindical, y reducir el número de las “comisiones con goce de sueldo”.

4. Participación y vigilancia ciudadana para supervisar las nuevas reglas y promover la mejora de la calidad en la educación.


La información completa se encuentra en

http://www.porlaeducacion.com/




altamente altanero

jueves, 18 de noviembre de 2010

Música para la REVOLUCIÓN (con o sin aniversario)


No sé qué pasó en México, pero la canción de protesta quedó soterrada y relegada a públicos minoritarios... Vaya, apenas alcanzó a llegar a la época del casette, muy poca quedó en cds...

En Argentina, la tradición rockera se fundó sobre esas canciones, en especial las de León Gieco, que retoma el espíritu dylaniano y lo transporta al idioma.



PARA ESTE CENTENARIO,

MÚSICA ARGENTINA DE REVOLUCIÓN



De igual a igual...





Hombres de hierro...




Dos rolitas que valen la pena...



martes, 16 de noviembre de 2010

Vita brevis


Un relato sobre mis años en Acción Nacional y algunas reflexiones al respecto, incluido en el libro Diálogo entre generaciones, de Luis H. Álvarez y César Nava.


Los años azules

1) De manera oficial, con credencial y curso de por medio, ingresé al Partido Acción Nacional en 2004, animado por la contienda interna por la candidatura a la Presidencia de la República; no obstante, mi colaboración formal con el partido comenzó un año antes, a través de la Fundación Rafael Preciado Hernández, a la que fui invitado por Sigrid Artz como editor de la revista Bien Común.

2) Debo aclarar que los rostros, los nombres, las ideas, la doctrina panista circundaron mi infancia y adolescencia, nunca de manera impulsada pero sí como esas cosas que se viven en el día a día: algunos de mis recuerdos primeros tiene que ver con pancartas y calcomanías, mítines y reparto nocturno de volantes en las casas, para que no hubiera problemas con la autoridad. Parte de los volúmenes en los libreros de la casa paterna eran aquellas ediciones de Jus que guardaban las ideas de Gómez Morin, de González Luna, de Calderón Vega o de Christlieb Ibarrola, o los tomos de Epessa con los discursos de González Morfín, los números de la revista Palabra.
Durante muchos años fueron historias de heroísmo y ruindades, anécdotas proyectos, las que alumbraban la mesa de los desayunos, las comidas y las cenas, en torno al partido, a su vida interna a su lucha que en la Mérida de los años ochenta cobraba el brío que precede a los vientos de cambio. Luego sabría que ese mismo aire soplaba en otros sitios, a los que se acudía conforme el trabajo lo exigía: mítines en Veracruz, en Puebla, asambleas y convenciones partidistas a lo largo y ancho del país… Mi relación con el partido ha sido, por motivos naturales, cercana y respetuosa, temeroso de quienes exigen reconocimiento cuando sólo lo han heredado, orgulloso de poder aportar, de responder a los llamados que han llegado, un poco protagonista y un poco testigo cuando las circunstancias así lo exigen, respetuoso de lo mucho que significa y representa el poder: he visto cómo amigos de toda la vida –de esos que llenan las fotos de los álbumes infantiles– sacrifican ese valor supremo por un instante de coyuntura, del mismo modo que he presenciado muestra de solidaridad y valentía como sólo las causas sublimes imprimen al espíritu humano.
También he comprobado cómo una causa justa y bien orientada puede dejar de ser sueño para convertirse en realidad, cómo los cambios verdaderos requieren de prudencia, paciencia y esmero, inteligencia, y el modo en que esa causa se convirtió de pronto en una transición que avanzaba, ya en los noventa, por los cauces del diseño institucional, las reuniones que concluían de madrugada o que llevaban a la sala de la casa a personajes que más tarde aparecían en las pantallas de televisión, las anécdotas de encuentros con los que aceptaban la voluntad y la disposición de la oposición para sentarse, dialogar y alcanzar los primeros grandes acuerdos, reformas e instituciones que daban espacio a la sociedad y concretaban las más antiguas exigencias de Acción Nacional.
De esos primeros años guardo los recuerdos borrosos de la campaña de Pablo Emilio Madero, las andanzas de mi padre por los confines de la península yucateca promoviendo el voto mediante panfletitos –algunos siguen por ahí, entre los libros de la biblioteca– que acudían poco a lo gráfico y mucho a la explicación de las ideas, visitas y cursos en comités estatales y municipales y, una vez establecida la familia en el Distrito Federal, la campaña de Maquío, los tumultos inimaginables en esa época, el clamor de la gente en mítines, los walkie talkies para coordinarse antes de que los celulares inundaran manos y oídos, en fin, la vida de un partido donde aún todos eran conocidos de todos, como quien habita en la misma casa que, por esos años, se encontraba ubicada en la calle de Ángel Urraza.
Los años que transcurrieron entre 1993 y 1996 cambiaron no sólo la vida familiar sino además el propio desarrollo de la historia política de México. Por mi parte, aún faltaba casi una década para que esa cercanía con el panismo se concretara en una colaboración estrecha; mientras tanto, los hechos de aquellos años –las primeras grandes victorias en estados, capitales y cabeceras municipales, la campaña de Diego Fernández de Cevallos– modificaban rutinas, establecían costumbres nuevas y me sorprendían en los años de la adolescencia cayendo en la cuenta de la trascendencia de todo aquello. Ya no era simplemente acudir como invitado a eventos y actos de partido: era también el profesor de secundaria que asumía actitudes complacientes o tendenciosas, el párroco que te abordaba en la calle para decirte “su padre ha hecho mucho por este país”, los amigos que preguntaban y querían saber lo que incluso los medios ignoraban, y por supuesto, yo también. La distancia con la política cobraba mayor magnitud a medida que intentaba llevar una vida lo más similar a quienes me rodeaban, ya fuera en la escuela o en los grupos Scouts donde pasé los momentos más importantes de ese año: campamentos, excursiones y travesías donde no importaba quién fuera tu padre sino quién hacía el nudo o el amarre más rápido y preciso, donde coyunturas y elecciones quedaban al margen pues la prioridad era levantar tiendas de campaña, acudir a las actividades de manera puntual o realizar las prácticas de escalada y rapel. Mi padre disfrutaba todo esto en la medida que el tiempo le dejaba –cada vez menos– oportunidad; celebraba y se dolía de logros y fracasos de sus hijos, buscaba de todos los modos posibles reservar los domingos por la mañana a su familia, que jamás reprochó falta alguna pues siempre hubo esa conciencia de la importancia de las cosas que lo mantenían lejos, nos llevaba a larguísimas caminatas por el Ajusco o el Desierto de los Leones en las que la política jamás fue tema a menos que alguno de nosotros preguntase; a veces creo que en esos recorridos era un rescoldo para él, cada vez más asediado por los medios, cada vez con mayor presencia en periódicos, radio y televisión, al frente de un barco que, como él mismo escribió en su carta de renuncia al partido, “no heredó y al que llegó como grumete” (la cita es de memoria así que ofrezco una disculpa por la probable inexactitud de términos, mas no de sentido).
Por esas fechas comenzó el periplo de las “chingaderas”, que por primera vez me reveló cuántos escollos –hoy llamados poderes fácticos­– se interponían, además del PRI, en el camino a la transición democrática. Como periodista experimentado y político responsable (pecador estándar), mi padre execraba la irresponsabilidad de los medios frente a la etapa que al país vivía, y la campaña por la Jefatura de Gobierno de la ciudad de México reveló hasta dónde la inexperiencia del partido local y la batalla con los medios podían influir en el resultado. Fue en ese año –1997– cuando las circunstancias tendieron un puente nuevo hacia las actividades partidistas. Junto a Mariana Gómez del Campo, Margarita Martínez Fischer y un grupo de jóvenes entusiastas, me involucré en algunas actividades aunque siempre de manera esporádica, lo mínimo indispensable; mi padre era estricto en ese sentido: no quería que su elección alterara más de lo que ya lo hacía –pero nunca en un sentido negativo– la vida de su familia, a menos que nosotros lo eligiéramos. Es decir, aquello que habíamos visto de cerca, palpado e incluso probado durante muchos años, al momento de tener la libertad de elegir, se convertía en un camino por el que “nadie tenía que transitar si no quería”. Recuerdo sus últimas palabras antes de partir a la Convención donde resultaría electo como candidato panista al gobierno del Distrito Federal: señaló la entrada del departamento y añadió: “de esa puerta no pasa ningún periodista”, y así fue, con la salvedad de Rodrigo Menéndez, quien más tarde sería compañero y amigo de varios andares. No obstante, era un gusto acudir a la casa de campaña y ver como aquellos rostros de toda la vida, y muchos nuevos, se reunían de nuevo en torno de la causa común: Luis Correa, Xavier Abreu, Bernardo Graue, Felipe Duarte, Germán Martínez y seguramente muchos más que ahora no recuerdo.

3) En 1998 comencé el aprendizaje del análisis político coyuntural de mediano y largo plazo, cuando mi padre me invitó a trabajar con él en el despacho Humanismo, Desarrollo y Democracia. Ese fue mi primer contacto profesional con la política. En la oficina de Coyoacán se daban cita, además de muchos viejos colaboradores, Bernardo Ávalos y Jesús Galván, también viejos conocidos pero que en el papel de analistas aportaban a las juntas semanales una riqueza de temas, anécdotas, consideraciones y probables escenarios de los que mucho se aprendía y poco se desperdiciaba. Asimismo, apoyaba a mi padre en la corrección y revisión de los artículos que entregaba de manera semanal a la prensa escrita. Poco después comencé a publicar reseñas de libros (temas literarios o filosóficos) y discos en el Diario de Yucatán etcétera y Este País, donde la amistad de Marco Levario y Eduardo Bohórquez me condujeron por los periplos del periodismo y la estadística, la opinión seria y objetiva y el desglose de cifras que develaban escenarios nuevos. Llegaron también los primeros textos para La Revista Peninsular, espacio donde por primera vez tuve la libertad de escribir de los temas que yo considerara oportunos.

4) Bajo la dirección de Germán Martínez, y más tarde de Rogelio Carbajal, la Fundación Preciado cobró una dinámica que me recibió con disposición, con la riqueza que aporta un equipo venido de distintas casas de estudio y que cuenta con la disposición para sumar esfuerza e incorporar nuevas voces. Faltaría espacio para nombrar a cada uno de los que conformaban tanto la mesa de redacción como el consejo editorial, o a los que en torno a una mesa decidían los temas, asumían labores, comprometían su tiempo para enriquecer los temas de cada número; Bien Común, precedidos por la edición de los libros Volverás y Apuesta por el mañana fueron así mi primer paso voluntario en el PAN, a través de una fundación que tiraba paradigmas propios y mostraba a un partido distinto al que una distancia voluntaria, los caminos de la edición, había alejado y al que esos mismos caminos –la edición– llevaban de vuelta. También llegaron las opciones de contribuir con algunos textos tanto en aquella revista, por invitación de su entonces directora, Alejandra Isibasi, como en el órgano informativo oficial del PAN, La Nación, convocado en primer lugar por Martín Enrique Mendívil y, más tarde, por Liliana López Ruelas. Poco después fui llamado a formar parte de la Comisión editorial, que por desgracia ha dejado de operar de manera formal. De este modo, puedo afirmar que mi ingreso “oficial” al partido fue motivado por haber hallado entre las personas, revistas y asociaciones mencionadas arriba tanto la doctrina que había acompañado mi formación personal como los valores del pluralismo, la amistad, la diversidad y la divergencia fruto de concebir a México como la suma de sus partes, sin excepción.

5) Ya involucrado de modo más formal en las actividades partidistas, el proceso electoral de 2006 comenzó a exigir mayor compromiso, presencia y tiempo, que en etapas de precampañas y campañas se vuelve rápido, como si los relojes contaran menos horas. El ánimo del partido ante su proceso interno era el de la competencia entre conocidos, en la que por principio no quise involucrarme pues procuraba enfocarme a aquellas actividades para las que fui llamado en principio: las relacionadas con edición. Me parece, aún hasta el día de hoy, que la política debe sin duda encaminarse a obtener el triunfo en las urnas, pero ese triunfo no nace de la nada sino que exige acción constante en muchas líneas que deben funcionar de manera paralela, sin escatimar ni descartar unas por otras.
No obstante, y a través de la invitación de mi hermano Julio, acudí a los primeros recorridos de Santiago Creel por la Península de Yucatán, inaugurándome como orador en alguna de las plazas. Debo decir que la experiencia de dirigirse a unas tres mil personas, de sentir la intensidad que despide el ánimo de la gente, fue más que un aliciente un temor que hizo flaquear mi voz y enredar mis ideas ya en el estrado. Sin duda, hay cosas que no se heredan. Además, la campaña interna comenzó a tomar tintes –que por fortuna duraron poco– de combatividad ya no tan similar a la contienda entre amigos, lo cual me llevó a abandonar aquel esfuerzo antes incluso de la primera etapa de votación. Meses más tarde, el candidato panista, Felipe Calderón Hinojosa; en el tiempo intermedio, la Secretaría de Vinculación con la Sociedad del CEN del PAN, a cargo de Gerardo Priego, convocó al Consejo Cautivarte, donde se reunían representantes del medio cultural y artístico afines al partido y dispuestos a trabajar en una propuesta del sobre el tema que sería presentada al equipo de campaña calderonista. Las labores de este consejo eran animadas e impulsadas por Xóchitl Pimienta y Claudia Villa, quienes hacían de cada reunión un espacio de discusión que escapaba de las solemnidades y cobraba un ánimo bastante peculiar. El consejo debatía sin concretar propuesta alguna, y una noche de insomnio me di a la tarea de recavar las notas y estructurar un documento sobre el cual trabajar. A la postre, sería convocado por el equipo de campaña para discutir y afinar detalles sobre aquel esfuerzo colectivo.
Unos meses antes, y a propuesta de Alonso Lujambio, Germán Martínez, Rogelio Carbajal y Consuelo Sáizar, se comenzó el trabajo de recopilar las textos dispersos de mi padre para conformar una gran antología sobre su pensamiento político. Se conformó un equipo pequeño pero altamente efectivo, con la investigadora Leticia Fuentes como encargada de reunir aquellas publicaciones depositadas en las hemerotecas de Mérida, Ezequiel Gil, Miriam Soto y yo como lectores y comentadores, y Germán y Alonso como encargados de redactar el estudio introductorio de lo que terminaría por llamarse “El porvenir posible”, la antología más completa que se ha realizado de la obra de Carlos Castillo Peraza hasta el día de hoy, editada por el Fondo de Cultura Económica.

6) Vinieron las elecciones y el triunfo de Felipe Calderón en la contienda presidencial. Por ese entonces, todo parecía volver a la normalidad. Había un nuevo mandatario emanado de las filas del PAN y de alguna forma había contribuido a la victoria, como miles de panistas más, desde el espacio en el que me consideraba útil, al que fui llamado y en el que puse mi mayor convicción y esfuerzo, cierto de que era indispensable la suma de todas las manos posibles para seguir adelante con el proyecto panista de nación. En las semanas siguientes al primero de diciembre de ese año, me incorporé al equipo de discursos de la Presidencia de la República, convocado por Alejandra Sota e integrándome a un grupo también diverso, plural, donde encontré un ejercicio profesional, comprometido y dispuesto a sacrificar noches y días de vida familiar y personal en torno a arrancar el sexenio desde el ámbito discursivo. La labor fue ardua pero siempre llena de experiencias enriquecedoras y aleccionadoras; guardo de esos meses –nueve en total– un recuerdo de gratitud, camaradería y solidaridad como pocos tengo en la vida, además de amigos que estrechamos lazos frente a la convivencia intensa, los logros y los sinsabores, “camaradería castrense”, como dijera González Luna. Dejé mis labores en la Presidencia para incorporarme de lleno al trabajo editorial de la Fundación Rafael Preciado Hernández y, en la manera de lo posible, a los cursos de capacitación de la Secretaría de Formación, dirigida en ese entonces –luego del proceso interno de renovación de la presidencia del CEN panistas, donde fue electo Germán Martínez Cázares como jefe nacional– por Carlos Abascal, de quien aprendí el valor de la congruencia, la prudencia y el servicio entendido como amor al otro, al semejante, al prójimo que me refleja y que me hace posible. Fui llamado a dirigir La Nación unos meses más tarde, pero esa, dirían por ahí, es otra historia, aún en proceso de ser escrita.

7) Los incisos anteriores son una apresurada descripción de una relación que ha sido constante a lo largo de mi vida. Me resulta complejo elegir uno de esos momentos para destacarlo como la experiencia más importante de mi actividad partidista o política, pues ésta es de alguna forma una suma de hechos no siempre aislados pero sin duda animada por ese eje inamovible que distingue al PAN de los demás partidos: unos principios y una doctrina firmes, serios, comprometidos con México y que promueven el servicio como la principal vocación de la política. Ese corpus doctrinario ha sido, en pocas palabras, el alma del partido, aquello que permanece más allá de los nombres y que hace posible precisamente que las generaciones se sucedan una tras otras en torno del mismo ideal. Asimismo, es esa doctrina la que considero, hoy más que nunca, indispensable conocer a fondo, máxime cuando el partido se enfrenta al reto de ser gobierno, a la tentación siempre presente del “lado oscuro del poder” que, como se mencionó al principio de este escrito, es capaz de separar los lazos más fuertes, los del tiempo, en nombre de una coyuntura. Por supuesto, su adecuada divulgación entre la militancia es un imperativo, como lo fue desde que Gómez Morin fundó Acción Nacional, condición sine qua non para la continuidad y para seguir siendo esa “escuela de ciudadanos” que el PAN ha sido a lo largo de, este año, siete décadas de vida nacional. Sin embargo, los retos propios de ser un partido en el poder son distintos a los de un partido en la oposición: ¿cómo empatar doctrina y ejercicio efectivo de gobierno?, ¿cómo promover los principios entre una militancia que cada vez aumenta en número y en diversidad? Me parece que el PAN debe sentarse a pensar estos temas con urgencia, so riesgo de que la inercia del día a día postergue hasta el punto de que la identidad del partido y del panismo se diluya entre la premura de lo inmediato. Un ejemplo: cuando se dice “Todos los políticos son iguales”, ¿qué partido pierde más? Los que se sabe han hecho de la política voluntad de servicio o el que ha pregonado el servicio como fin del trabajo público. Es decir, cómo empatar entre las filas panistas la teoría con la realidad, sin quedarse en el “pedestal de imbéciles” pero sin ceder al pragmatismo bruto, muchas veces tentador por expedito e instantáneo. El hecho de pensar antes de sentarse a hablar, o de hablar porque ya se pensó lo que se va a decir, me parece resume bien a la generación fundadora del PAN, ese grupo de mujeres y hombres que no pensaron en revolucione ni cambios abruptos sino que supieron que muy probablemente no les alcanzaría la vida para ver el fruto de su lucha. Es decir, no sacrificar el instante por el futuro pero tampoco comprometer el futuro con la acción del instante. El punto medio es la virtud, dice Aristóteles; los fundadores del PAN fueron incansables buscadores de puntos medios, implacables en el ejercicio de la virtud social.
Hoy, el panismo enfrenta, pues, el reto de conservar y promover esa esencia, eso que lo distingue, eso que los mexicanos vieron en el partido a lo largo de décadas y que fue moviendo las almas hasta provocar el cambio de régimen político, en paz y por la vía de las elecciones. No vivimos una etapa de la historia en la que los valores sean fácilmente aceptados, recibidos y promovidos; las modas y el consumismo parecen afectar también a la política. Creo que lo que caracteriza a la generación actual de panistas es un debate entre lo pragmático y lo doctrinal, y me preocupa que no se lleve a cabo un ejercicio serio que sume las voces del PAN para resolver este dilema.
8) La etapa que más valoro de la historia del PAN es la actual, porque presenta retos inéditos en la vida pública nacional. Creo también que la luz del pasado panista, en todas sus etapas, debe alumbrar cada decisión que se tome, pero que ese pasado debe estar en permanente actualización porque, ya lo escribió en alguna parte Castillo Peraza: sólo fundan tradiciones quienes son capaces de mirar al presente desde el pasado y construir. Sin ese esfuerzo es probable que las siguientes etapas del PAN pierdan su atractivo, lo que marcaba la diferencia, lo que evitaba que la competencia política fuera solamente lucha encarnizada por el poder; sin una renovación de cuadros, de ideólogos, de prospectivas, llegará el punto en el que sólo podamos llenarnos con el pasado pues el presente estará vacío. Esa búsqueda de plenitud –el equilibrio– no es precisamente característica de la generación actual, más enfocada a resolver los conflictos y retos que se presentan día a día: no obstante, es crucial e inaplazable voltear la vista a esta situación, convertirla en prioridad sin descuidar las labores de gobierno pero considerando su resolución como un factor crucial de la permanencia de Acción Nacional, no como poder sino como partido. El PAN es heredero de una enorme tradición; en quienes hoy están al frente, desde cualquier trinchera, recae la responsabilidad de enriquecer esa herencia o dilapidarla; no hay nuevos ideólogos desde Castillo Peraza, y ésa es una señal de alarma.
9) México vive hoy un tiempo de consolidación de aquellos valores que deben necesariamente acompañar a una democracia. La primera “victoria cultural” panista fue, empero, lograr que los mexicanos acudieran a las urnas, crear conciencia sobre el poder del voto, mostrarle a la gente lo mucho que podría ganar al hacer valer su opinión. Sin embargo, hay otros valores, además de la participación electoral, que deben promoverse para alcanzar un régimen moderno y acorde con las necesidades y exigencias de la nación: la legalidad y el apego al derecho, la transparencia, la igualdad, la solidaridad, la rendición de cuentas, son hoy por hoy temas todavía pendientes en la agenda nacional, pero que siempre han estado presentes en la doctrina panista. Creo que en este momento sólo el PAN es capaz de encabezar la lucha por estos valores pendientes. Faltan todavía “victorias culturales”, cambios graduales que el partido sabe muy bien como encauzar y conducir, pues éste es el sentido de la “brega de eternidad”; si estos valores no impregnan el todo social, el solo voto no será suficiente para modernizar plenamente a México, y se corre el riesgo de retrocesos por parte de quienes son incapaces de ser oposición responsable, como alguna vez lo fue y aún lo es en muchos sitios Acción Nacional.

viernes, 12 de noviembre de 2010

LOS MUROS TIENEN LA PALABRA



...de un librito que recopila las frases del 68 en los muros de París...




“La acción no debe ser una reacción sino una creación”
“La Revolución debe hacerse en los hombres
antes de realizarse en las cosas”
“Una nada puede ser un todo, es preciso saber distinguir esto”
“Lo sagrado: he ahí el enemigo”
“La Revuelta y sólo la Revuelta es creadora de luz, y esta luz
sólo puede tomar tres rumbos:
la POESÍA,
la LIBERTAD
el AMOR”.
A. Breton
“La imaginación toma el poder”
“Construir una revolución es también destruir todas
las cadenas interiores”
“Por los caminos que nadie había pisado, ¡arriesga tus pasos!
Por los pensamientos que nadie había pensado, ¡arriesga tu cabeza!”
“Cuando la gente se da cuenta de que se aburre,
deja de aburrirse”
OLVIDEN TODO LO QUE HAYAN APRENDIDO
EMPIECEN POR SOÑAR
(Los muros tienen la palabra, Extemporáneos, 1970).

TASSIER EN SUS PALABRAS

PALABRAS DE GONZALO TASSIER EN LA PRESENTACIÓN DE LA COLECCIÓN “CARLOS CASTILLO PERAZA. DÉCIMO ANIVERSARIO LUCTUOSO”


Gracias, de verdad gracias por esta inmerecida invitación a celebrar el nacimiento de un libro.
A mi me gustan los libros, ese no sé qué que hay detrás de sus tapas y lo de “no sé qué” no es gratuito... a un libro hay que leerlo para saber qué es lo que encierra, lo que nos quiere decir, compartir, enseñar, divertir, moldear, hacernos imaginar, volar o aterrizar.
Por más que he leído me doy cuenta de que no he leído; por más que he soñado me doy cuenta de que estoy despierto; por más despierto me doy cuenta también de todo lo que no me doy cuenta. Así son los libros conmigo, ingratos: se me olvida lo que leí; canallas: me lastiman y me descubro llorando con mi pijama a rayas; me aplastan, me estiran, me moldean: desde mis quince años me siento el Demián en la búsqueda de la Eva eterna y ya fui existencialista, bohemio, hippie, artista, loco, beatnik, burgués, miserable con Víctor Hugo, estepario con Herman Hesse, niña mala con Vargas Llosa, Caín con Saramago o elefante, qué más da, son dos animales grandes creados por un hombre en búsqueda de Dios. Como Buñuel, lo atacaba para ver si le salía del rincón; ahora caigo que por eso la escena de los escuincles cocoreando al alacrán, a ver si les pica de una vez por todas, como pica Dios, pues.
Estoy aquí, además de a celebración editorial, para dar un testimonio cariñoso en el décimo aniversario de la muerte de Carlos, para celebrar nuestra amistad porque Carlos era mi amigo, un amigo tan grande como esos de Verdades Reveladas: tiene uno que creer en él aunque no se le comprenda.
Y así era, demandante, había que estar ahí, hacer lo que él decía y oírlo, le gustaba que lo oyeran pero no por ese afán ególatra; todo lo contrario, para compartir, para corregirse oyéndose, para reescribir la página, para enriquecer el pensamiento. Y sigue haciéndolo. Ahora quiere que le escuchemos desde su testamento literario, la memoria escrita.
Carlos era
luminoso
despierto
ansioso
veraz hasta llegar a ser insoportable
disciplinado
romántico
bohemio
intuitivo
podía parecer grosero
Carlos era un alma grande; de tan grande no ha acabado de dejarnos y me regocijo por ello. Estos tres pequeños libros son un viaje, así de fácil, un recorrido por los testimonios de Carlos. Sus nombres favoritos, sus hombres favoritos, están sus discursos y están sus sueños. Demandan poco porque él siempre creyó en la congruencia del hombre, esperó de su naturaleza, sabía que al final, siempre, las voces de la consciencia vuelven a la verdad.
Sus escritos demandan tan sólo una atenta lectura, escuchando lo que todos tenemos de verdad en el corazón, esa verdad que en humanismo es la parte luminosa del ser o, según Savater, se le nombra fácil: Ética.
Yo quisiera que Carlos estuviera aquí para oírlo bronco, demandante, exigente, diciéndome “bájale Tassier, ponte a dibujar y cállate la boca”, en acento yucateco, cantado a golpes, silábico.
En el primer libro, Más allá de la política, hay un Carlos poco público, el Carlos que de no haber sido llamado por una vocación política –que puedo llamar superior, una vocación de servicio y entrega a la verdad– sería el escritor espléndido, lúcido, imaginativo, el narrador de sus experiencias. Creo que era de esos seres del alquimia que acrisolan sus vivencias para devolverlas convertidas en oro y con ellas adornar nuestros corazones.
Volverás, por su parte, es una narrativa fantástica pero real, mágica pero tangible, costumbrista pero universal y un testamento incompleto –como lo dijo en vida– para sus hijos; no sé cuál de ellos vuelva a Mérida a recoger loros y tortugas a vuelo y paso lento como el pensamiento que hoy nos deja Carlos en estos pequeños tomos que yo celebro y canto.
Para terminar quiero contar una anécdota sucedida durante una deliciosa comida con el Doctor René Drucker.
Por los tiempos de la ovejita clonada –Dolly– le dije a Carlos que comería con René Drucker y me contestó que le gustaría conocerlo; al comunicarle esto al doctor me confió lo mismo, que le encantaría comer con Carlos. Lo hicimos, además con la compañía de Lorena, hija de René. Al sentado frente a un teólogo filósofo y un científico, quise verme inteligente y puse sobre la mesa el tema de la clonación, interrogando a Drucker sobre el origen de la célula viva, el vitro y lo demás, y a Carlos sobre el alma de los clones.
Carlos me miró con esa mirada sartreana, ligeramente estrábica y de paredón de fusilamiento (yo ya había aprendido a no tenerle miedo tras incontables taponazos) y agregó despacito, silábicamente: “Mira Tassier, Dios no se opone a que Drucker siga investigando, y tú, déjanos comer”.
Ahí quedó, así era Carlos, sencillo, directo, abierto, desesperado como el León Bloy que leíamos de jovencitos; como el Maritain de quien robábamos definiciones para el arte.
Ahora sólo me resta recomendar y disfrutar la lectura entrelíneas de estos libros que para eso están, para leerse.
Yo quise entrañablemente a Carlos y lo extraño. Era el barbaján más culto y adorable que he conocido.

martes, 9 de noviembre de 2010

SOBRE LA ORTOGRAFÍA REAL



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Se manifiesta total acuerdo con Jesús Silva Herzog Márquez:



LA ACADEMIA REINA

PERO NO GOBIERNA





Nos preguntamos, además, cuánto tardarán las actualizaciones de María Moliner, Manuel Seco, de los manuales escolares, los procesadores de texto, el propio diccionario real, cuya próxima aparición sería en 2012...

No se niega el derecho que adquieren algunas palabras de hacerse parte de la real lista, e incluso se celebra su llegada... Pero un cambio de ese tamaño –y bajo criterios harto cuestionables–, de un plumazo... ahí cómo qué...




GENTE NADA ALTANERA

lunes, 8 de noviembre de 2010

CARLOS CASTILLO PERAZA. EDICIÓN CONMEMORATIVA

Se presentan a continuación los prólogos de los tres tomos de la edición preparada para el décimo aniversario luctuoso de Carlos Castillo Peraza, en un esfuerzo por difundir su obra periodística, política y doctrinaria.

Los libros se encuentran disponibles en la Fundación Rafael Preciado Hernández.
www.fundacionpreciado.org.mx


Tomo 1. Más allá de la política

Más allá de las actividades y labores desempeñadas en la actividad política y partidista, Carlos Castillo Peraza tuvo un primer oficio, que como él mismo comentaba, era el de “escribidor“. Con este término resumía una vocación que ya desde finales de los años sesenta, y muy probablemente con anterioridad, llevaba al joven de veinte años a dejar asentadas en las palabras del idioma aquellas ideas que comenzaban a aflorar, a madurar poco a poco.

Durante su juventud en Mérida, Yucatán había abrevado en las lecturas de la biblioteca de algún tío abuelo, de nombre Pedro, al que nunca dejó de referirse, al que siempre, en voz alta o silencio, rindió homenajes propios, ceremonias de interior. La educación escolar del Colegio Montejo añadía el cauce, y una curiosidad natural nacía de esa suma, de la vista postrada en un entorno donde hay que buscar los ríos, en una ciudad que por esos años gozaba con los resabios de una malgastada herencia debida al auge henequenero, en una aldea que nacía del blanco y era la suma de todos los colores.

Con ese bagaje acuñó el texto con el que abrimos el primer volumen de esta edición conmemorativa, un cuento en el que el escritor aún novel y en vías de maduración, deposita ese legado en un retrato regionalista, la micro historia que retrata, con un pie en la narrativa y otro en el testimonio. Más tarde, en la obra que cierra este ejemplar, el autor volvería la vista a esas mismas fuentes, a los páramos de la juventud, para retratar en la obra póstuma que el autor legó, novela inconclusa, Volverás, la aldea originaria con los ojos de quien ya para entonces había visto el mundo.

Entre uno y otro textos están los años de crecimiento, de México a Europa y de vuelta a la península yucateca, siempre con la voluntad de dar fe de lo visto, esbozar, criticar y señalar, explicar; la vocación de la mirada y la vocación de la escritura llenaban los reportajes en las páginas del Diario de Yucatán, en las ediciones del fin de semana.

Fueron los años de Roma y Friburgo, los últimos sesentas y hasta mediados de la siguiente década, al cobijo del aula universitaria pero con los sucesos aún recientes del 68 flotando en el aire, con brisa de libertad. Fue la época de la guía universitaria con los griegos y la escolástica, la Edad media, Sartre y Camus, el Personalismo y Maritain, Hannah Arendt y Yourcenar; lecturas que se complementan con la experiencia cotidiana en el nuevo país, la lengua, las costumbres, el esto se pide así, los viajes por regiones aledañas, los nuevos paisaje y las nuevas vistas que llenaban páginas con los golpes entintados de la máquina de escribir.

El periodismo llegaba como vocación y necesidad. Carlos Castillo encontró en éste, desde muy temprano, un modo de expresión que se colmaba con la filosofía, el arte, la literatura, el cine, lo visto, lo aprendido, lo vivido; de igual modo, fue sustento económico que ofrecía, de manera paralela y ya de vuelta a Mérida, a mediados de los setenta, trabajar en la redacción de aquel diario donde, adolescente, había aprendido la vida entre bobinas, equipos de escritura, rotativas, linotipos, que es un periódico. Contaba con gusto cómo, alguna vez, apenas haber ingresado de aprendiz, llegó alguna nota escrita en francés, con carácter de urgente, y que con lo aprendido en el seminario y en el grado secundario pudo traducir aquel papel, lo que le valió una carrera que desarrollaría del final de los setenta y hasta mediados de los ochenta. En Diario de Yucatán escribió siempre. Le guardaba un cariño leal y admiraba el heroísmo de aquellos que se enfrentaban a un gobierno autoritario y publicaban las acciones viles y antidemocráticas de un régimen que era descubierto y puesto en evidencia desde aquellas páginas.

La lucha contra ese régimen exigía compromiso. El Partido Acción Nacional crecía en la Península y demandaba de la participación activa. En 1986 se instaló de manera definitiva en la ciudad de México, luego de haber competido por la alcaldía de Mérida y la gubernatura de Yucatán. La posibilidad de publicar se convertía entonces en un espacio donde dar testimonio de esa lucha, dónde advertir sobre los avances y los atropellos; los temas cambiaban como los hacían las ciudades y las circunstancias. Entonces los discursos la redacción de plataformas políticas, de programas, de cursos y talleres, de los textos para las publicaciones propias del partido y aquellas en las que poco a poco se abría paso.

Los textos que conforman esa etapa política han sido reunidos ya en distintos libros. Más allá de la política pretende retratar esos años anteriores, formativos, cuando Castillo Peraza construyó un estilo que, más cercano a la estética y a la crítica, abre otra veta de esa personalidad curiosa, consciente de que los hombres y su mundo son más que la pura voluntad de dominarse, y que el alma requiere también contemplar, estudiar, aprehender lo bello.

Como en toda antología, la presente es deudora de muchos, y espera que el apoyo y el entusiasmo sean retribuidos con el resultado final. Reunir los textos seleccionados (y otros que por cuestiones editoriales no tuvieron cabida) fue una labor compleja y dedicada, a iniciativa de Julieta López Morales, que recordaba aquellas publicaciones en fines de semana a las que Carlos dedicaba cada día dos o tres horas, y de las que en buena medida es cómplice y coprotagonista. Juan Pablo Castillo coordinó la búsqueda en la hemeroteca de unos tomos vetustos y desgastados, que fue necesario transcribir a mano y luego capturar. La idea original de esta colección, compuesta por los volúmenes 2. La plaza y la tribuna, y 3. Doctrina e ideología nació una tarde, alrededor de una mesa, cuando a petición de Julieta, Juan Pablo, Julio y quien estas líneas suscribe, nos reunimos para decidir qué hacer con una variedad de textos que habían quedado fuera, clasificarlos y constatar que la colección, en sus tres tomos, desataba tres facetas decisivas (la periodística, la del militante y la del ideólogo) en la vida de Carlos Castillo Peraza, a través de su propia pluma. El Partido Acción Nacional, a través de su presidente, César Nava, recibió gustoso la idea de sacar a la luz esta Edición Conmemorativa. Décimo aniversario luctuoso, a través de los empeños de la Fundación Rafael Preciado Hernández y su director, Gerardo Aranda Orozco. Gonzalo Tassier puso el detalle gráfico, siempre atinado y siempre bienvenido, y encontró el modo de armonizar esa terna de textos diversos en la unidad de una colección.

Como dejó asentado en Volverás, Carlos supo ser testigo ante sí mismo, supo dar un testimonio que compartió, generoso, a través de sus textos, sus reportajes, sus entrevistas, sus artículos. El registro de esos años es lo que el lector tiene entre manos, una oportunidad para refrendar que la lectura de un autor es el mejor –y quizá único– medio para conmemorarlo. Es un gusto comprobar que, a diez años de su partida, la pluma de Carlos Castillo Peraza todavía guarda tinta para una idea más.


Tomo 2. La plaza y la tribuna
Como militante en la filas del Partido Acción Nacional, Carlos Castillo Peraza ocupó distintos cargos institucionales, trincheras desde las cuales fue construyendo una carrera política en la que descubrió espacio para desarrollar aquello que, durante los años de estudio y vida tanto en Europa como en Mérida, fue forjándose como una vocación a la que dedicaría más de treinta años: la del militante.

Ser oposición en los años del autoritarismo era complejo y, en buena medida, un acto heroico con el que se intentaba, desde el precario entramado legal, modificar las condiciones de la acción política para encauzarla hacia la democracia, derrotero de los fundadores del panismo y que sólo hasta finales de los años ochenta pudo ver plasmadas sus exigencias en elecciones ganadas y reconocidas por el partido oficial, requisito este último indispensable para acceder al poder.

Entre 1988 y 1991 Castillo Peraza fue diputado, poniendo en alto la tradición parlamentaria de Acción Nacional con intervenciones en tribuna que, como se decía en esos años, “ganaban el debate pero perdían la votación”. En este segundo volumen de la Edición conmemorativa. Décimo aniversario luctuoso, se han reunido algunas de esas participaciones: discursos que reflejan cómo aquella vocación de “escribidor” tenía su equivalente en la tradición oral del tribuno, que sabe utilizar la retórica y la argumentación como herramientas para el debate.

Pocos años después, en 1993, Castillo Peraza sería electo presidente nacional de su partido, con discursos y propuestas que aún permanecen el la tradición oral y escrita del panismo, y que decidimos incluir pues son reflejo de un modo de conducir y guiar un esfuerzo colectivo que bien podría denominarse el del líder, que por tener claro el pasado y el futuro sabe qué decisiones tomar y por dónde conducirlas en el presente. Así, llegaría la época de los grandes triunfos electorales y un momento que resultó fundamental para el país en su conjunto, pues abrió las posibilidades de una auténtica transición de un sistema hegemónico a otro en el que la voluntad de los mexicanos fuese plenamente respetada y representada. De este gran avance democratizador fueron actores y testigos un gran número de mexicanas y mexicanos que supieron asumir con altura de miras su papel en un tiempo y espacio determinados, muchos de ellos llamados héroes anónimos y otros tantos cuyos nombre son ya parte de nuestra tradición democrática.

La labor de dirigir se completaba con la de conferencista. Para Acción Nacional, la tradición oral reposa también en esas charlas en las que se rescata la anécdota, en las que los protagonistas cuentan lo hecho, lo visto, lo a su vez escuchado. Hay memoria cuando hay historia, y Castillo Peraza transmitía esa tradición, la estudiaba, la traducía al presente y extraía de ello una vista al futuro capaz de esclarecer; pedía honrar las tradiciones pero no quedarse mirando atónitos el pasado sino utilizar la técnica para solucionar, de acuerdo con los principios del humanismo, los problemas derivados de ese empeño por servir a una nación, y que es el sentido de la acción política.

En 1997 el esfuerzo democratizador tocaría las puertas de la ciudad de México cuando, por vez primera en casi setenta años, sus habitantes pudieron elegir al titular del ejecutivo local. Carlos fue entonces la cabeza de una campaña que si bien no obtuvo el favor de los ciudadanos, sí despertó la conciencia de la importancia que esa oportunidad representaba, supo detectar problemas y retos aún hoy vigentes y proponer soluciones que todavía están pendientes de poner en práctica. Algunos de los discursos pronunciados en esa ocasión se encuentran también en estas páginas, como muestra de esa otra gran tradición panista que es la de construir plataformas electorales acordes con los problemas de la realidad y exponerlas al electorado, en una suma que presenta la adaptación pragmática de la doctrina de Acción Nacional, en un equilibrio que de sobra ha demostrado su efectividad y su atractivo: es la materialización de esa “apuesta por nosotros mismos” que Castillo Peraza exigía para un partido sustentado en bases doctrinarias que incluso hoy día conservan su vigencia.

Mucho del material incluido en este apartado no había sido publicado con anterioridad y reposaba en los archivos, o más lamentable aún, cerca ya del olvido. Así lo hizo saber Feliciana Álvarez, quien resguardó de manera generosa el grueso de los discursos de aquella campaña que sólo hasta ahora ven la luz en forma de libro, no todos, sin duda, pues el total representaría un sólo volumen que por sus carácter temporal abrumaría hasta al más dedicado de los lectores; elegimos, no obstante, algunas piezas representativas en campaña, frente al electorado, sometiendo a la prueba de las urnas sus ideas y las de su partido. Como el propio Carlos señalaba, con sarcasmo y un dejo de ironía, jamás ganó una contienda electoral, pero dada la distancia geográfica y tecnológica de aquéllas que encabezó en Mérida durante los años ochenta, y la imposibilidad de recuperar las piezas de aquella época, decidimos que publicar estos discursos y estos programas sería representativo de cómo el militante, conocedor de la doctrina y de la realidad de su entorno, pone al servicio de su partido un bagaje de conocimientos, experiencias y voluntad para presentarse frente al electorado con una opción real y responsable de gobierno.

Al igual que los otros dos volúmenes que conforman esta colección, 1. Más allá de la política y 3. Doctrina e ideología, el presente debe mucho a un sinnúmero de manos que colaboraron no sólo en su conformación sino en evitar que el tiempo borrara lo que hemos llamado el legado oral de Carlos Castillo. Entre ellos se encuentran, en primer lugar, Julieta López Morales, quien con ánimo y decisión encabezó la idea original de este proyecto. De igual modo, Julio Castillo, quien seleccionó y clasificó el material disponible, recabado de recuerdos propios y ajenos y al que se sumaron nombres como Javier Brown y Aminadab Pérez Franco, quienes pusieron a disposición buena parte de sus archivos personales para completar este esfuerzo.

No sobra sino señalar el deseo de que la presente colección sea un retrato de tres facetas que destacaron en la vida de Carlos Castillo Peraza: la de periodista, la de ideólogo y la de militante, que en este segundo tomo, La plaza y la tribuna, refleja cómo el pensamiento puesto al servicio de una causa noble y elevada –México y su democracia– es instrumento y herramienta para transformar, desde las instituciones y la legalidad, un país que aún aguarda el compromiso decidido del total de su clase política. Esperamos que el resultado final de este esfuerzo colectivo de edición y compilación no sólo honre la memoria de Carlos sino que, además, exprese el agradecimiento a quienes participaron en su conformación, que es, en fin de cuentas, la mejor y más prolija recompensa.



Tomo 3. Doctrina e ideología
La aplicación práctica de una doctrina, escribió alguna vez Carlos Castillo Peraza, es la ideología, que pretende solucionar un problema específico a partir de unos principios y unos valores inamovibles. El reto para el político de Acción Nacional, a la luz de este argumento, es mayor y más complejo, pues implica no sólo el conocimiento profundo del dogma sino la imaginación suficiente para dar respuesta, con las voces del pasado, a un problema del presente, de la realidad.

Desde muy temprana edad, Castillo Peraza se esmeró por conocer a fondo la doctrina panista, estudiarla desde sus fuentes originales, completar sus postulados con los de la teoría política, sumar a sus consideraciones aquéllas que iba abrevando de los libros y, a su vez, llevarlas a la práctica a través de la vida partidista. Entendió como muchos lo hicieron en el pasado la imperiosa necesidad de transmitir ese cuerpo doctrinal y esas experiencias a través de la capacitación y la formación; que crear cuadros preparados para defender desde el debate los postulados humanistas es indispensable para producir una clase política que, consciente de la importancia del pasado, sepa enfrentar los retos del presente con sentido de futuro, de trascendencia. El hoy no empieza y termina en el aquí y en el ahora sino que proviene de una historia y es a su vez generador del mañana.

El presente volumen de esta Edición Conmemorativa. Décimo aniversario luctuoso pretende mostrar cómo aquella vocación y devoción por el pensamiento bien estructurado y clarificador rindió frutos que todavía hoy llevan a considerar a su autor como “el último gran ideólogo del panismo”. Último, no obstante, indica fin, y ese mote sin duda habría ofendido al propio Carlos, que pidió fundar nuevas tradiciones desde la tradición heredada, que también dejó escrito que la diferencia entre filosofía y doctrina estriba en que la primera puede quedar a salvo en lo libros, mientras que la segunda requiere difundirse y enseñarse para sobrevivir.

Doctrina e ideología, título con el que decidimos reunir los principales textos de Castillo Peraza sobre el pensamiento de Acción Nacional, es a su vez un esfuerzo para impulsar la construcción de una cultura política que se proponga, desde las filas partidistas, seguir avanzando en la consecución de una nueva victoria cultural, que deberá ser la de la legalidad, la de la rendición de cuentas, la de la transparencia; en fin, la de los valores de la democracia.

La obra se encuentra dividida en tres apartados: el primero incluye tres escritos sobre dos de los fundadores del PAN, Manuel Gómez Morin y Efraín González Luna, como puntales de una obra que perduraría a lo largo del tiempo y que varias décadas más tarde haría posible el cambio pacífico e institucional en México; el segundo reúne aquellos textos en los que el autor, ya sea a través de conferencias o de escritos publicados en la revista Palabra –qué el mismo fundara a finales de los años ochenta–, responde desde el pensamiento y la doctrina a los retos de un partido que crecía, que ganaba poco a poco elecciones y espacio de poder, y que a su vez se enfrentaba a los retos de ser gobierno y al mismo tiempo ser oposición, es decir, los desafíos del pluralismo, de la alternancia, de la generosidad; el tercero contiene diversos escritos sobre la transición de nuestro país a la democracia y los retos que el autor vislumbraba entonces, con atinada precisión, como las siguientes batallas que Acción Nacional debiera entablar: entre éstas, la de un mundo global, la unidad ante la derrota y ante el triunfo, la redignificación de la política frente a la sociedad, entre otras tantas que el lector podrá encontrar mencionadas.

Así, se completa la intención original de esta colección, que es la de mostrar tres facetas de la vida profesional de Carlos Castillo Peraza, la de periodista, la de militante y la de ideólogo, un homenaje a esa clase de políticos que no podían calificarse de “profesionales” porque hacer política, aun a mediados de los años noventa, no necesariamente representaba un modo de ganarse la vida sino, más bien, de contribuir a la movilización de conciencias y almas, de crear un sentido de participación entre las y los mexicanos, de aguardar a que la evolución del país en su conjunto abriera el camino para el nuevo régimen. No se apostó por el cambio radical ni instantáneo, mucho menos por una revolución que ya había demostrado su incapacidad para responder a las demandas sociales: se creó ciudadanía, se construyó desde abajo, se trabajó durante mucho tiempo para alcanzar algo perdurable. El resultado: nuestro actual entramado institucional, aún perfectible, pero necesario punto de partida.

Fueron muchas manos las que participaron de manera activa y entusiasta en esta compilación. En primer lugar, las de Julieta López Morales, que impulsó el inicio de esta idea e imprimió energía y ánimo para que llegara a buen puerto; de igual modo, Julio Castillo López, quien aportó textos recabados tanto en revistas como en grabaciones que habían permanecido en silencio durante décadas. Juan Pablo Castillo López hizo lo propio con manuscritos y fotocopias que requerían ser digitalizados y transcritos para su posterior edición.

Como todo homenaje, el presente es un intento por mantener viva la memoria de Carlos Castillo Peraza, padre de familia, periodista, militante, ideólogo pero, sobre todo, mexicano comprometido con su tiempo y su país, convencido de que el trabajo político serio, responsable y comprometido es el camino –el único en democracia– para alcanzar los grandes cambios, tanto los ya logrados como los muchos que quedan por construir.

Carlos Castillo López