jueves, 27 de octubre de 2011

Hacia el Campo de las Estrellas



Historia de una ciudad
Cada año y en cualquier época, entre lluvia o bajo el sol, por senderos, nevados, secos, fértiles, hostiles o cálidos, el noroeste de España recibe desde hace siglos a millones de viajeros provenientes de Europa, pero también, de otros tantos lugares del mundo. La cita final es el punto de encuentro para los caminantes que emprenden el largo recorrido, algunos por agradecimiento, otros por devoción y hay hasta quien por turismo o curiosidad… La razón carece de importancia ante la preservación de una costumbre iniciada hace poco más de mil años: el Camino de Santiago, hasta Santiago de Compostela. 

Capital de la provincia de Galicia, la fundación de Santiago de Compostela data del año 893. Ha sido uno de los principales centros de peregrinación del catolicismo, en la línea de Roma o Israel, razón por la que en 1985 fue declarado patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El origen de esta metrópoli es legendario: se cuenta que empezó a levantarse tras el hallazgo del sepulcro del apóstol Santiago, martirizado por judíos en Palestina (año 44) y trasladado por católicos a la ciudad que lleva su nombre. 

Compostela significa Campo de Estrellas (Campus Stellae); su nombre viene del hallazgo de un sepulcro en el año 813, merced a una visión del eremita llamado Palo. El solitario personaje, cuenta aquella leyenda, vislumbró extrañas luces en forma de estrellas sobre el monte Libredón, donde probablemente existió un poblado celta siglos atrás. Se informó del hallazgo al obispo Teodomiro, de Ira Flavia, quien descubrió en la zona un monumento funerario que contenía tres cuerpos; uno de ellos tenía la inscripción: “Aquí yace Iacobus, hijo de Zebedeo y Salomé”. 

Los otros restos correspondían a los discípulos de Santiago, Teodoro y Anastasio. El nombre de Santiago deriva de Jacob (en hebreo), que se volvió Iacopus al traducir San Jerónimo la Biblia al latín; luego fue Sanctus Iacopus cuando se atribuyó la santidad al apóstol. Más adelante se apocopó a Santiacopus, Santyago (Yago llamó Shakespeare al misionero), y en nuestros días Santiago, es decir, San Jacobo. 

Al centro de Santiago de Compostela se eleva una de las plazas exquisitas de Europa: la Plaza del Obradorio. Al este del cuadrángulo, la catedral, amplia y magnífica, considerada la más característica del románico español, “el monumento más extraordinario en España durante la Edad media”. Tres naves prolongadas en crucero, girola con capillas absidales y triforio, típicos de las catedrales que son grandes centros de peregrinación, pues las dos naves laterales se empleaban para albergar a los caminantes. El exterior es de estilo barroco y muestra elementos decorativos y arquitectónicos que repiten las formas ubicadas a lo largo del Camino que conduce a la ciudad. 

Resalta el acceso principal por el talle de la piedra, relatos bíblicos que narran sus historias desde los arcos del Pórtico de la Gloria, obra del escultor conocido como maestro Mateo. En esta entrada, a los pies de la figura del apóstol, hay cinco oquedades; la tradición dicta introducir en éstas los dedos para asegurar el regreso a Santiago. Otra costumbre señala topar la frente contra la parte posterior de la figura del apóstol. 

A lo largo y ancho del perímetro interior, las capillas dedicadas a santos y obispos cubren los muros de la catedral; entre dos de estos altares se encuentra la Puerta Santa, que solamente se abre en años jubilares y jacobeos; es tradición que sea el obispo quien lo haga, golpeándola con un martillo de plata (los años santos compostelanos se celebran cuando el 25 de julio, día de Santiago, coincide con el domingo). 

El sepulcro del apóstol, el botafumeiro, inmenso incensario (el más grande del mundo) utilizado desde el siglo XIV; está hecho de latón plateado, mide poco más de metro y medio de altura y pesa 80 kilos; el que hoy se utiliza –sólo en las celebraciones litúrgicas mayores– es de 1851, ya que el primero desapareció tras la invasión napoleónica. Ocho hombres lo atan de una cuerda que baja de la cúpula y lo hacen oscilar de lado a lado, bajo las bóvedas y del brazo más corto de la cruz que da forma al recinto sacro. Se dice que antaño servía para mitigar los malos olores que exhalaban los cuerpos de peregrinos y cabalgaduras que llenaban las naves laterales. 

Al norte de la Plaza, el Hostal de los Reyes Católicos, otrora refugio gratuito para peregrinos, levantado por orden de los monarcas para dar cobijo caritativo a viandantes enfermos o cansados; hoy es uno de los paradores más hermosos de España, adornado con muebles y decorados con estilos de la época real, es por sí un museo habitable. 

La parte antigua de la ciudad es una sorpresa al paso, con palacios, iglesias, conventos, albergues, monasterios y jardines, calles de adoquines donde músicos ocasionales llenan los oídos con las voces de instrumentos antiguos e insólitos, construidos por mano propia a partir de ilustraciones añosas halladas en vetustos libros: un mecanismo de manivela reúne las cuerdas, el teclado y el arco que, al preguntar al intérprete por su nombre, contestó: “Se llama zanfoña y se escribe con zeta”. 



(foto: fanoia.com)
El Camino de Santiago
Peregrinación es el viaje que se hace a un santuario por devoción o voto para obtener una ayuda espiritual o en acción de gracias. La práctica de las peregrinaciones es común en la mayoría de las religiones y obedece al deseo natural de visitar lugares donde vivieron, nacieron o murieron los grandes personajes de la vida religiosa de un pueblo, y a la profunda convicción que dichos lugares se ven favorecidos por la divinidad, el agua que al llegar no sacia la sed del cuerpo pero sí la del alma. 

A Santiago acuden mujeres y hombres de todo el Viejo continente, tradición iniciada por un grupo de asturianos en el año 840. Lleva once siglos de vigencia sobre rutas ya establecidas que parten de Suiza, Alemania, Francia, Inglaterra o España, donde el Mar Cantábrico, siempre a la derecha, moja las costas y humedece la brisa de ciudades y poblados como Santillana, Comillas, Celorio, Niembro, Llanes y Oviedo, aunque los más osados parten también de Jerusalén o Roma. 

A lo largo del Camino es posible admirar casi todas las corrientes y estilos artísticos iberos: el románico, el plateresco, el gótico y el barroco. A la vera de la ruta, cada determinado número de kilómetros, una seña muy particular indica el rumbo: la “veira”, pequeña concha con la que los antiguos viajeros tomaban agua de lagos y ríos. 

Ese es el símbolo que los identifica como trashumantes en ruta hacia Santiago. Otro signo es el bordón, largo bastón para ayudarse al caminar. Asimismo, la calabaza donde se conservaba y se conserva fresca el agua para el recorrido. Incluso en las pinturas de la Edad Media y del Renacimiento, se representa al apóstol Santiago portando estos tres objetos. 

Entre las escalas del Camino de Santiago se encuentra la Tour de Saint Jacques, en París, donde los fieles se reunían para iniciar las peregrinaciones. También la catedral de Oviedo, donde el viajero de ahora y el antaño se detienen a venerar la célebre escultura de Jesucristo. Pero nada ha detenido a los peregrinos a lo largo de los siglos, y la tradición del Camino de Santiago es de hospitalidad durante toda la ruta, 800 kilómetros si se comienza al extremo este de España. Con Goethe, “Europa se hizo caminando a Santiago de Compostela”, y de algún modo también América, que recibió de esa Europa una de sus savias. 

Así, la devoción que mantiene las peregrinaciones al Campo de las Estrellas ha resistido invasiones, saqueos y guerras, confirmando que “en la historia sólo resiste lo que tiene alma”, a decir de Jacques Maritain, pensador católico; en español, Santiago. 

(foto: caminoways.com)

Texto publicado en 1999, en la revista Origina.

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