Creo que Borges fue mi primera pasión literaria (con pasión quiero decir: búsqueda voraz y lectura voraz).
Era 1999 y se cumplía el centenario de su natalicio, por lo que Emecé editó sus obras completas en pasta dura; cuatro volúmenes de prosa y uno de poesía, además de conferencias, artículos, clases impartidas, bajo títulos tan extraños como sugerentes: Borges oral, Borges en Sur, Borges profesor.
Una manía que por entonces compartí con Addy, de Yucatán, a quien ya no veo y de quien sólo sé por ocasionales noticias suyas que me llegan vía internet, pero que en esa época era algo así como una doppelgänger literaria.
Me dejé llevar por esa prosa capaz de construir mundos fantásticos a partir de páginas faltantes de enciclopedias ficticias. Me invadieron la literatura inglesa, la caligrafía árabe, los recodos de Buenos Aires, palabras como aljibe y zahir, "senderos que se bifurcan" en jardines donde el tiempo rompe las leyes del tiempo, tableros de ajedrez donde cada pieza es la leyenda de lo que pudo ser.
Pasaba en esa época largas temporadas en Mérida, descubriendo la historia personal de una infancia a la que aún me rehúso voltear a ver.
Su poesía me cautivó por mostrar otro lado de la poesía: no el sentimiento atormentado o sublime sino la memoria lúcida que ennumera hallazgos y anécdotas de la historia.
Incluso creo que caí en su cárcel y descubrí compañeros de celda tan gratificantes como Bioy Cásares y Sabato.
Aprendí zoología y bestiarios, fui nostálgico de La fama y en Los Cloisthers newyorkinos hallé el eco de sus versos que detienen la eternidad.
Como pocos autores, me hizo ir al diccionario, al atlas, a las definiciones enciclopédicas.
Escribí acerca de su obra no sé cuántas veces, lo leí en voz alta y en silencio. Incluso consideré que hacer una guía de lectura con base en sus citas y sus referencias era el mejor camino para el estudio de la literatura.
Me dejé encerrar en sus mundos al grado de imaginar la ceguera como un deseo y la vida como un viaje continuo por universos mentales que se transmiten como él escribía cuando la oscuridad era total: dictaba una frase, pedía que se la repitieran hasta que surgía la siguiente, y así, hasta ser ensayo, soneto, cuento, o lo que fuera que terminara siendo aquella idea primaria.
Con Borges, por primera vez, me soñé escritor.
A veces todavía acudo a sus libros como quien recuerda una prisión de la que otro argentino, Cortázar, me liberó.
Paseo por su obra y me detengo en algún subrayado, en la frase o en la idea que el recuerdo desgasta y hay que renovar.
Sacudo el polvo de esos tomos que reposan en un anaquel de memorias gratas, lo revivo en lsus letras y lo vuelvo a enterrar en su tumba donde sé que no hay crisantemo que valga: sólo lectura como el mejor homenaje que se le puede rendir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario