viernes, 12 de noviembre de 2010

TASSIER EN SUS PALABRAS

PALABRAS DE GONZALO TASSIER EN LA PRESENTACIÓN DE LA COLECCIÓN “CARLOS CASTILLO PERAZA. DÉCIMO ANIVERSARIO LUCTUOSO”


Gracias, de verdad gracias por esta inmerecida invitación a celebrar el nacimiento de un libro.
A mi me gustan los libros, ese no sé qué que hay detrás de sus tapas y lo de “no sé qué” no es gratuito... a un libro hay que leerlo para saber qué es lo que encierra, lo que nos quiere decir, compartir, enseñar, divertir, moldear, hacernos imaginar, volar o aterrizar.
Por más que he leído me doy cuenta de que no he leído; por más que he soñado me doy cuenta de que estoy despierto; por más despierto me doy cuenta también de todo lo que no me doy cuenta. Así son los libros conmigo, ingratos: se me olvida lo que leí; canallas: me lastiman y me descubro llorando con mi pijama a rayas; me aplastan, me estiran, me moldean: desde mis quince años me siento el Demián en la búsqueda de la Eva eterna y ya fui existencialista, bohemio, hippie, artista, loco, beatnik, burgués, miserable con Víctor Hugo, estepario con Herman Hesse, niña mala con Vargas Llosa, Caín con Saramago o elefante, qué más da, son dos animales grandes creados por un hombre en búsqueda de Dios. Como Buñuel, lo atacaba para ver si le salía del rincón; ahora caigo que por eso la escena de los escuincles cocoreando al alacrán, a ver si les pica de una vez por todas, como pica Dios, pues.
Estoy aquí, además de a celebración editorial, para dar un testimonio cariñoso en el décimo aniversario de la muerte de Carlos, para celebrar nuestra amistad porque Carlos era mi amigo, un amigo tan grande como esos de Verdades Reveladas: tiene uno que creer en él aunque no se le comprenda.
Y así era, demandante, había que estar ahí, hacer lo que él decía y oírlo, le gustaba que lo oyeran pero no por ese afán ególatra; todo lo contrario, para compartir, para corregirse oyéndose, para reescribir la página, para enriquecer el pensamiento. Y sigue haciéndolo. Ahora quiere que le escuchemos desde su testamento literario, la memoria escrita.
Carlos era
luminoso
despierto
ansioso
veraz hasta llegar a ser insoportable
disciplinado
romántico
bohemio
intuitivo
podía parecer grosero
Carlos era un alma grande; de tan grande no ha acabado de dejarnos y me regocijo por ello. Estos tres pequeños libros son un viaje, así de fácil, un recorrido por los testimonios de Carlos. Sus nombres favoritos, sus hombres favoritos, están sus discursos y están sus sueños. Demandan poco porque él siempre creyó en la congruencia del hombre, esperó de su naturaleza, sabía que al final, siempre, las voces de la consciencia vuelven a la verdad.
Sus escritos demandan tan sólo una atenta lectura, escuchando lo que todos tenemos de verdad en el corazón, esa verdad que en humanismo es la parte luminosa del ser o, según Savater, se le nombra fácil: Ética.
Yo quisiera que Carlos estuviera aquí para oírlo bronco, demandante, exigente, diciéndome “bájale Tassier, ponte a dibujar y cállate la boca”, en acento yucateco, cantado a golpes, silábico.
En el primer libro, Más allá de la política, hay un Carlos poco público, el Carlos que de no haber sido llamado por una vocación política –que puedo llamar superior, una vocación de servicio y entrega a la verdad– sería el escritor espléndido, lúcido, imaginativo, el narrador de sus experiencias. Creo que era de esos seres del alquimia que acrisolan sus vivencias para devolverlas convertidas en oro y con ellas adornar nuestros corazones.
Volverás, por su parte, es una narrativa fantástica pero real, mágica pero tangible, costumbrista pero universal y un testamento incompleto –como lo dijo en vida– para sus hijos; no sé cuál de ellos vuelva a Mérida a recoger loros y tortugas a vuelo y paso lento como el pensamiento que hoy nos deja Carlos en estos pequeños tomos que yo celebro y canto.
Para terminar quiero contar una anécdota sucedida durante una deliciosa comida con el Doctor René Drucker.
Por los tiempos de la ovejita clonada –Dolly– le dije a Carlos que comería con René Drucker y me contestó que le gustaría conocerlo; al comunicarle esto al doctor me confió lo mismo, que le encantaría comer con Carlos. Lo hicimos, además con la compañía de Lorena, hija de René. Al sentado frente a un teólogo filósofo y un científico, quise verme inteligente y puse sobre la mesa el tema de la clonación, interrogando a Drucker sobre el origen de la célula viva, el vitro y lo demás, y a Carlos sobre el alma de los clones.
Carlos me miró con esa mirada sartreana, ligeramente estrábica y de paredón de fusilamiento (yo ya había aprendido a no tenerle miedo tras incontables taponazos) y agregó despacito, silábicamente: “Mira Tassier, Dios no se opone a que Drucker siga investigando, y tú, déjanos comer”.
Ahí quedó, así era Carlos, sencillo, directo, abierto, desesperado como el León Bloy que leíamos de jovencitos; como el Maritain de quien robábamos definiciones para el arte.
Ahora sólo me resta recomendar y disfrutar la lectura entrelíneas de estos libros que para eso están, para leerse.
Yo quise entrañablemente a Carlos y lo extraño. Era el barbaján más culto y adorable que he conocido.

2 comentarios:

  1. "Carlos era un alma grande; de tan grande no ha acabado de dejarnos"
    esta es mi frase favorita, junto con
    "Carlos me miró con esa mirada sartreana, ligeramente estrábica y de paredón de fusilamiento" (me lo imaginé perfecto.

    Qué decir, es Tassier, hablando de su gran amigo...
    Un saludo Carlos, y a tu padre, a quien tengo la impresión de conocer a veces, gracias a este tipo de relatos, y al Maestro Tassier, lo admiro, lo respeto, lo quiero entrañablemente y ahora que ya no lo veo, lo extraño.

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  2. Gracias Ale, qué bueno que disfrutaste el texto y que sirva a su vez para generar ese tipo de impresiones... Sin duda, dos grandes personas a las que vale la pena leer, escuchar, conocer y, sobre todo, de las que se aprende mucho.

    Saludos!

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