jueves, 1 de septiembre de 2016

A ratos me pongo creativo...

... y salen cosas como esta...


Foto: actitudsegura.es


Venidos a menos (un cuento de nunca acabar)

Las cosas marcharon bien en su momento, cuando la cúspide era estancia que asumimos interminable, perpetua, incapaz de algún día llegar a fin alguno.

Fue nuestra esa victoria, y si bien hubo que otorgar espacios a algunos aliados, el control se estableció sólido porque así es el poder en estos pagos: se cede un poco para ganar mucho más, y en esas concesiones jamás aparecerá la posibilidad de ser derrotado.

Construimos así el imperio. Cerramos las puertas a enemigos aunque pertenecieran a nuestro clan y las abrimos para dar paso a aliados nuevos y viejos. Confiamos en los que no padecían la mácula del pasado aunque su prestigio o experiencia fueran cuestionables.

Y ese fue nuestro principal desatino. Pronto fuimos incapaces de diferenciar lo malo de lo útil. Nos hicimos pragmáticos y dispuestos a aprovechar lo que fuera con tal de que nos hiciera consolidar un poco más nuestro dominio.

Entonces no sabíamos ni queríamos saber de quien objetara o estuviera en contra nuestra. Hicimos la crítica a un lado, nos rodeamos de expertos y especialistas que desde pantallas, gráficas y números nos explicaban que íbamos bien, que toda esa realidad compleja y enredada cabía en algoritmos y fórmulas.

Cuánta ingenuidad hubo en nosotros al padecer las primeras derrotas y seguir atendiendo a quienes justificaron el error de sus cálculos con nuevas cifras y teorías.

La verdad no importaba. Si el poder era menos se volvió indispensable cerrarnos aún más. El primero en ser sospechoso de crítica fue expulsado o relegado a sitios donde nadie le escuchara. Lo poco que quedaba alcanzaba para eso, y mientras menos fuéramos, mejor para los que aún quedaban.

Sobrevivir se convirtió en consigna. Acosados por los enemigos viejos y nuevos, el orgullo nos distinguió y la ceguera fue nuestra mejor herramienta; clausuramos los sentidos, premiamos a los fieles y sumisos, seguimos prescindiendo de lo bueno que quedaba, hasta verlo agotarse y congratularnos por su partida.

¡Ya no más estorbos morales en el camino! ¡Ya no más llamados a valores, a la ética, a la ridícula creencia de que había un prestigio, un decoro, una tradición que honrar!

Con ese control absoluto llamamos a modificar las reglas para que toda la complicidad establecida, para que todo el modus vivendi recién instaurado se transformara en norma. Eso nos aseguraba que ni el tiempo ni el futuro lograrían romper nuestra ilusión de perpetuidad.

Pero algo falló. La ingenuidad de los de adentro no previó la estrategia de los de afuera, o de los pocos que intramuros aún mantenían un margen de libertad. Esa suma terminó por derrotarnos. El designio popular dio la última palada: los peores resultados de la historia, y nosotros de nuevo acudimos a nuestros números, a nuestros expertos y especialistas, creyendo que con ello podríamos convencer de que la culpa era de alguien más.

Ya no era algo lo que estaba mal. Todo caía pedazo a pedazo. Hubo que abrir las puertas pero los de afuera entraron poco a poco, uno a uno, no como fueron expulsados sino incluso podría decir que en silencio, con sigilo y discreción. Tanta que de pronto nos vimos saliendo también uno a uno, convencidos de que había promesas de respeto a nuestros espacios e incluso con la ilusión de que lo que venía era mejor.

Pero nos pagaron con la misma moneda. Debo admitir que, además, la suya fue elegante y atinada, mientras la nuestra fue burda y hasta vulgar. Pero aún nos queda la esperanza. Aún podemos alzar la voz desde estas nuevas alianzas que aunque sabemos bajas y cercanas a los pactos de las mafias, son las mejores para regresar lo más pronto posible.

Hablaremos sin duda de ello. Llamaremos traidores a los que tienen la culpa de que nuestra esperanza haya soñado con algo que jamás fue realidad. Confirmaremos nuestra estrategia y entorpeceremos el paso de los otros para que todos juntos, cuando caigamos, nos embarremos con la misma bosta que nosotros aprendimos a disfrazar.

¡Venceremos!


(Al escribir lo anterior no dejaba de pensar en una canción: "Tribulaciones, ocaso y lamento de un tonto rey imaginario, o no", de Sui Generis. Aquí el enlace para que la disfruten)



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