martes, 17 de septiembre de 2013

Discurso con motivo de los 20 años de la Fundación Rafael Preciado Hernández

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Palabras pronunciadas el pasado 5 de septiembre en la ciudad de México, en el marco de la presentación del libro La transición democrática de México. XX años de la Fundación Rafael Preciado Hernández, en el Auditorio Manuel Gómez Morin del Partido Acción Nacional.


Quiero en primer lugar agradecer su presencia en este evento, a un aniversario que ha tenido diversas actividades a lo largo del día y que nos reúne hoy para hacer un merecido y justo reconocimiento a los veinte años de la Fundación Rafael Preciado Hernández.

 Presentar un libro para esta ocasión es, sin duda, la mejor manera de honrar a una institución como la Rafael Preciado, que entre sus muchas actividades ha mantenido una constante producción editorial en temas tan variados como rico y diverso es el campo de los estudios que realizan sus investigadores, así como cada uno de los integrantes que con profesionalismo y responsabilidad han hecho posible que estemos aquí conmemorando dos décadas de vida.

 En segundo lugar, agradezco al Maestro Juan Molinar por el compromiso de asumir la batuta de la Fundación en un momento difícil de gran trascendencia para nuestra historia como Partido, complejo pero que asimismo ofrece oportunidades y retos nuevos.

 También agradezco Cecilia Romero por su apoyo para que esta celebración tenga lugar en la sede del Partido Acción Nacional. Gracias, Ceci, por acompañarnos y presidir este esfuerzo.

 Un reconocimiento adicional merece, sin lugar a dudas, Armando Reyes Vigueras, pues aunque en la invitación aparezca un solo nombre en la labor editorial, el impulso y la iniciativa de Armando fueron indispensables para que la obra que tienen en sus manos cuente con los contenidos, los textos y las reflexiones que la integran.

       Antes de entrar en la materia propia del libro, quiero compartir con ustedes algunas anécdotas personales de mi relación con la Fundación Preciado Hernández.  
Por un azar del destino, me tocó en suerte estar cerca de las actividades del Partido Acción Nacional desde muy chico.


Yo no lo recuerdo, pero mi padre narra en Volverás, esa novela que dejó inconclusa a su muerte, y que también editó hace ya unos años la Fundación, la época cuando me llevaba a repartir volantes de propaganda por las noches, en las calles oscuras de una Mérida donde uno de los caciquismos más ruines y cobardes de los años ochenta, hacía que ese acto de promoción “pudiera costar la vida”.


La política de nuestro país fue parte de los desayunos, comidas y cenas a lo largo de mi infancia y adolescencia. Y cuando uno convive de tan cerca y de manera tan directa con algo de ese tamaño durante sus primeros años, y llega al momento de tomar sus propias decisiones, hay de dos sopas: o abrazas la política y sigues el ejemplo, o le das la espalda y sigues tu propio camino.


Yo tomé la segunda opción: empecé a los veinte años a trabajar en temas editoriales, publiqué los primeros textos en algunas revistas, reseñas en periódicos, ensayos en suplementos culturales, fui asesor editorial en alguna publicación de renombre…

Y justo cuando el PAN para mi no significaba sino una materia más de análisis para mis escritos, ocurrió otro de esos azares que irrumpen en la vida para cambiarlo todo.


En el año 2003, diez años cumplidos de ello hace unos meses, Germán Martínez Cázares, entonces director de la Fundación, se ofreció a publicar una breve antología que mi familia y yo habíamos preparado, titulada Apuesta por el mañana, así como Volverás y el tomo de Ideas fuerza de Carlos Castillo Peraza.


Por esas fechas, o poco antes, o poco después, ya no me acuerdo bien, la revista Bien Común publicaba su edición número 100, y Germán, de igual modo, me solicitó un texto sobre Marguerite Yourcenar... Y como dicen por ahí, una cosa lleva a la otra, y en unos cuantos meses terminé como editor de esa revista, bajo la dirección en ese tiempo, de Alejandra Isibasi.


Llegar a la sede de la Fundación fue para mi un encuentro con el pasado: su gran escalera con el inmenso retrato de Francisco Madero, sus pasillos, sus oficinas, cambiadas ya pero que conservaban aún mucho del viejo PAN, fueron para mí, en otra época, espacio de juegos algunos fines de semana que mi padre se quedaba a trabajar; fue ahí donde vi por primera vez un sistema de walkie talkies de esos que ocupaban toda una habitación, y que se usaba durante la campaña del Maquío, en el 88; fue en esa casona de Ángel Urraza donde ya adolescente me tocó ir a recibir regaños por alguna mala nota escolar…


En 2004, mi concepto del PAN era como suele ser el de quien mezcla su memoria con un presente que ya no es familiar. Llegué con prejuicios, debo confesarlo, pues el mundo del partido me era ajeno y debo decir que, en su labor interna, hasta indiferente.


Imaginaba señores de traje, muy formales todos, solemnes y hasta esoberbecidos por el poder recién adquirido con el triunfo de Vicente Fox en la Presidencia de la República.    


Y vaya que mis ideas eran erróneas.


La Fundación Rafael Preciado me recibió con un equipo rico por su diversidad y su talento; investigadores de la UNAM, del ITAM, de la UP, de la Ibero y de otras universidades conformaban un mosaico donde se mezclaban la filosofía con la economía, la historia con la sociología, las encuestas plagadas de numeritos con las interpretaciones y lecturas de ese mundo de cifras que dejaba de serlo para convertirse en propuestas, documentos de trabajo, foros de discusión, pláticas de pasillo donde podía escucharse a Claudio Jones recitar de memoria Muerte sin fin de Gorostiza para luego seguir citando a Rawls; o a Rogelio Mondragón hablar de Heidegger entre taza y taza de café; o asistir al Consejo editorial de Bien Común y escuchar a Alonso Lujambio, a Jorge Chabat o a Félix Vélez definir los contenidos de un número como quien platica lo que le ocurrió en el día. 


      Así vivió la Fundación durante la dirección de Germán, durante la de Rogelio Carbajal e incluso durante la de Luis Eduardo Ibáñez, cuando por razones que por más que me han explicado aún no me quedan del todo claras, se incluyó en sus instalaciones al área de Formación y Capacitación del PAN.

 Y siempre fue un gusto encontrar que en el Partido hay espacio para quienes no tenemos el talante o el talento para ocupar un cargo público; para quienes elegimos trincheras menos presas del reflector y más propicias para la reflexión; para quienes seríamos incapaces de arengar a una multitud para ir a votar pero que nos fascinamos frente a la posibilidad de presentar un libro; para quienes entendemos que la mística del Partido debe acompañarse con la técnica que tan en alto puso Gómez Morin durante su vida.

Guardo, por otra parte, un recuerdo especial de la dirección de Carlos Abascal, aderezado una vez más por los prejuicios que tergiversan con apariencias fondos que suelen contener grandes experiencias. 


Su llegada a la dirección en 2008 fue recibida con sorpresa, debo decir que hasta con miedo, ese recelo natural frente a quien es precedido por un “aura” que yo no alcanzaba a escrutar. 


Lorenzo Gómez Morin Escalante y yo comentábamos que cómo era posible, que la libertad de investigación y de edición que hasta ese momento gozábamos, iban a terminar, que llegarían la censura, la imposición de temas y un tan largo como absurdo etcétera.


Tras reunirnos con él, descubrimos que nada de ello ocurriría. A quienes hacíamos y aún hacemos Bien Común, nos felicitó por mantener a flote y viva una revista que se enfrentaba contra todo tipo de obstáculos –económicos, materiales, de plumas, de autores–, nos instó seguir haciendo las cosas tal y como eran hechas hasta ese momento y en esos 15 minutos cambió nuestro modo de juzgar y valorar a un gran hombre, congruente como muy muy pocos, íntegro y generoso, de una fe de razones y convicciones y jamás de imposiciones, ejemplar y entusiasta, que por desgracia se nos adelantó en el camino.


La estafeta de la Fundación la tomó entonces Gerardo Aranda, para dar continuidad y sumar su talento al de un equipo que es en buena medida el que hoy sigue construyendo la historia que aquí nos reúne.
          Y así llegamos a estos 20 años.
 20 años que coinciden con el proceso democratizador de México.

 20 años en los que el PAN ganó y perdió la Presidencia de la República, refrendó gubernaturas y alcaldías, obtuvo nuevas y perdió algunos de sus más preciados bastiones.

 20 años en los que nuestro país ha avanzado de manera acelerada hacia una normalidad democrática que si bien aún dista mucho de ser la óptima, podemos estar seguros que tendrá siempre en Acción Nacional a un más férreo y tenaz defensor.

 20 años en los que la Fundación Rafael Preciado Hernández ha tenido un papel destacado desde sus ámbitos de competencia, asesorando en temas diversos, generando documentos de trabajo que analizan y estudian nuestra realidad como país, redactando y dando forma a la más reciente Proyección de Principios, a plataformas presidenciales, a discursos y propuestas políticas, organizando foros, editando libros, promoviendo, en suma, la importancia que debe tener la reflexión por encima de la improvisación, las idea antes que las ocurrencias, la fuerza de las convicciones por encima de las flaquezas de la incongruencia.

De toda esa historia de trabajo y esfuerzo da cuenta este libro, de manera detallada y reuniendo lo que la vorágine de los días de pronto nos hace olvidar.


Pero lo que de manera personal considero más importante aún, es que es en la labor de la Fundación donde podemos encontrar aquellas cosas que nos unen como panistas, que trascienden la coyuntura, la escaramuza y la llamada “grilla”, para reunir lo que la mecánica natural de cualquier grupo humano divide por la razón que ustedes quieran.


El tema transversal, como suele decirse en estos días, que durante estos 20 años ha conducido las actividades de la Fundación Rafael Preciado es el humanismo: el humanismo aplicado a las tareas del Partido Acción Nacional.


Y es esa doctrina, más que cualquier victoria o derrota, la que deber prevalecer, fortalecerse, promoverse y difundirse, porque esa es la doctrina que nos hizo ser diferentes, distintos y distinguibles como opción política en el país.


          Un par de ejemplos, me parece, ilustran esto que acabo de mencionar:

 El primero: en 2008 celebramos el centenario del natalicio de Rafael Preciado Hernández, y el evento magno se llevó a cabo en la Universidad Nacional Autónoma de México; en esa universidad a la que en época electoral no nos atrevemos a entrar con nuestras propuestas; en esa universidad, precisamente, nos abrieron la puerta para celebrar nuestras ideas.   

 El segundo: en 2010 conmemoramos el décimo aniversario luctuoso de Carlos Castillo Peraza en el Museo de Antropología, presentando una colección de tres libros que preparó la familia Castillo López.

 Era la época en la que se elegiría al Presidente del PAN, y fue muy grato ver que los cinco candidatos estaban ahí sentados, uno junto al otro, dejando de lado sus diferencias y recordando a quien, para el caso que hoy nos reúne, tuvo la idea de concebir y echar a andar la Fundación Rafael Preciado Hernández.

 Hoy, para quienes aún no lo sepan, una gran parte de la biblioteca de Castillo Peraza se encuentra en el Cedispan, que está, para quienes tampoco lo sepan, en las instalaciones de la Fundación Preciado Hernández.

 Y esa difusión del trabajo de la Fundación, ya no digan ustedes hacia la sociedad, sino hacia el propio panismo, hacia la propia militancia, es a mi entender uno de los mayores retos que hoy debemos enfrentar y solucionar.

La dinámica del PAN ha cambiado por decisión de los propios panistas, de la militancia que envió un mensaje claro a la dirigencia: la política vertical y estrecha debe poco a poco volverse horizontal y abierta, no en un movimiento abrupto ni radical, sino como deben ser los cambios que perduran: con cuidado, con tino, con generosidad salvaguardando nuestra tradición pero siempre conscientes de que esa tradición no sea ancla que nos estanque en el pasado, sino motor que nos conduzca al futuro.


Y la Fundación Rafael Preciado debe responder a ese cambio. El área editorial, que es la que mejor conozco, tiene la obligación de acercar sus publicaciones a una militancia a la que si bien no hay que repartirle textos como si fueran volantes, sí debe tener cerca y a la mano la posibilidad de conocer y leer nuestras publicaciones cuando esté interesada en ellas.


Es muy triste, al visitar los estados, escuchar que una persona vino a México pero que no pudo conseguir tal o cual título porque no había, o porque la librería estaba cerrada, o porque ni siquiera sabía que el libro existía.


Si nuestro Partido va a ser más abierto y más cercano a la sociedad, nuestra doctrina, nuestras ideas, aquello que nos une y nos da identidad, también deber estar a la mano de quien lo busque o lo requiera, no sólo por la vía electrónica, que es un camino bueno pero apenas complementario, sino que quien se acerque a un comité estatal o incluso municipal, no sólo encuentre un partido de puertas abiertas sino, además, un partido que tiene al alcance los documentos necesarios para quien guste conocerlo a fondo y estudiarlo. 


Algo se ha avanzado en este tema en los últimos años, de eso no hay duda. Pero a la luz de nuestras nuevas reglas, es mucho lo que aún debemos hacer.


Este evento y este libro que conmemoran los 20 años de la Fundación Rafael Preciado Hernández me parecen, en ese sentido, un muy buen primer paso.


Ojalá que este aniversario se difunda, se conozca, se lleve y se replique frente a toda la militancia panista.


Para finalizar, y cerrar el círculo con el que empezamos, gracias por su atención a estas palabras que intentaron ser la presentación de un libro, que en varios momentos dejaron de ser la presentación de un libro, y que espero les despierten la curiosidad para leer este libro.


Muchas gracias.

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