José María Pérez Gay, in memoriam
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Café Central de Viena |
Fue a finales del
siglo XIX y principios del XX cuando Europa Central, bajo el reinado de la casa
Habsburgo, tuvo un auge en el campo cultural que situó a ciudades como Viena y
Praga en el centro de la producción artística, científica e intelectual de la
humanidad.
Ya había pasado la época dorada del París decimonónico y su poesía
simbolista, y la Inglaterra victoriana se sumía en una molicie propia de los
grandes imperios, satirizada en obras como la de Oscar Wilde o de Dickens, al
tiempo que el sueño romántico alemán se desvanecía en el auge de la revolución
industrial. En la región central del continente, por el contrario, despertaba
una inquietud que transformaría para siempre la forma de entender la realidad,
un espíritu que sería breve y terminaría mutilado por el inicio de la primera
guerra mundial.
Era el tiempo de las grandes discusiones intelectuales en los cafés de
Viena, donde podía verse a Robert Musil, a Karl Kraus o a Joseph Roth; nacía el
psicoanálisis que surgiría de los casos tratados en el diván de Freud; en las
oficinas burocráticas de Praga, Kafka concebía una estampa que retrata como nunca
antes se hizo la opresión del hombre bajo el yugo de la modernidad; Hermann
Broch reflexionaba acerca del naciente fascismo; Ludwig Wittgenstein empezaba a
concebir la imposibilidad del lenguaje para abracar los alcances de la
experiencia humana; Mahler retorcía lo clásico de la música para hacerla
expresar lo que hasta ese momento parecía inexpresable… En suma, un mundo donde
el arte y el pensamiento anticiparon el primer conflicto bélico de escala
mundial y fueron capaces de, si no anunciarlo expresamente, sí intuir el
cataclismo que se avecinaba.
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Praga |
La riqueza artística y científica de ese tiempo
se encuentra en los propios textos de los autores, y valorarla a través de esas
páginas otorga al lector un retrato fiel que no sustituye ninguna antología o
historia de las ideas generales. Sin embargo, una aproximación somera pero
enriquecedora puede realizarse a través de estudios propios de la época, como
la Primavera de café, de Joseph Roth
(Acantilado) –que describe con minucia el ambiente cosmopolita e intelectual
vienés de principios del siglo XX–, o contemporáneos, como El imperio perdido (Cal y Arena), de José María Pérez Gay, quizá
uno de los mayores eruditos y comentadores latinoamericanos de la literatura y
la cultura de Europa Central, que a través de las biografías de cinco
escritores (Broch, Krauss, Roth, Musil y Canetti) realiza un acercamiento de
enorme valor histórico.
De reciente aparición en español, y mucho más
enfocado a los temas filosófico, pedagógico, político y social, está El Círculo de Viena, de Friedrich
Stadler (Fondo de Cultura Económica), que profundiza en el ambiente académico
de uno de los grupos intelectuales más afamados de la región, ahondando en sus
influencias previas y posteriores, su recepción en el mundo universitario de su
tiempo y en la enorme huella plasmada, que marcaría para siempre la historia
del pensamiento.
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Hermann Broch |
Mucho más anecdótica, pero no por ello menos ilustrativa, es
la monografía de Patrizia Runfola, Praga
en tiempos que Kafka (Bruguera), que aprovecha la biografía de aquel autor
para detenerse en una ciudad donde la más añeja tradición supo conjuntarse y
proyectarse hacia el futuro en nombres como Max Brod o Karel Kapec, primero en
utilizar y posible inventor de la palabra robot. En ese orden de ideas, el amplio libro
de Josep Casals, Afinidades vienesas (Premio
Anagrama de Ensayo en 2003) traza una línea paralela entre creadores que pasa
por la poesía, como Hugo von Hofmannsthal, la música, como Arnold Schönberg, o
la pintura, como Gustav Klimt y Egon Schiele, entre otros tantos, para
conformar un mosaico de talento que vio florecer las más altas cimas de la
creación artística.
La guerra terminó de manera cruel, abrupta y
absurda con ese flujo creativo y dispersó o asesinó a muchos de los
protagonistas de aquella generación. Ya en la diáspora, lo que en su momento
fuera una suma de fuerzas que confluían en una sola zona geográfica se dispersó
para alimentar manantiales en otras latitudes. Queda para la memoria el ejemplo
de ese ímpetu, de esa imaginación, de la historia de la Middleurope que rescata los libros y el lamento por lo mucho que
pudo haber sido y ya nunca será.
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José María Pérez Gay |
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