miércoles, 21 de diciembre de 2011

Diles que son cadáveres, de Jordi Soler




Una novela breve, directa, capaz de mezclar la historia de Irlanda y la de México en torno de la vida del poeta Antonin Artaud para concluir con un personaje que se mimetiza con el objeto de su admiración hasta llegar a la locura que, para el caso, es una tabla de salvación.

De esas lecturas que refrendan a la literatura como artífice de los grandes cambios, y que éstos deber empezar por uno mismo; después, incluso hasta el entorno propio podría comenzar a transformarse...

Algunos subrayados del libro, editado por Mondadori:


- ...detestar el trabajo editorial y al mismo tiempo ejecutarlo apasionadamente era una perfecta contradicción y las contradicciones, como se sabe, son un elemento indisociable de la vida y con frecuencia la reorientan, la definen, la llevan hasta un confín que por la vía normal, la del acto que es coherente con el pensamiento, no veríamos jamás.


- Llevaban muchos días en alta mar y no estaban dispuestos a tolerarle más excentricidades a ese hombre que se había significado con algunos aspavientos y la costumbre de hablar sólo, como si un poeta no fuera precisamente eso: un hombre que habla consigo mismo.

- Si Artaud usaba drogas era para encontrarse, por decirlo con sus mismas palabras, con "las estrellas de un día interno y más ligero".

- Artaud iba llegando, mientras ascendía a la montaña, a la percepción del mundo como una unidad, donde el vuelo de un águila estaba íntimamente relacionado con las palpitaciones del brazo o del hígado, suyo o de los demás, o los de todos en conjunto, una percepción donde se habían abolido las fronteras entre lo interno y lo externo, entre la sustancia extensa y la materia atómica, y todo era una sola cosa interrelacionada hacia adentro y hacia afuera, hacia arriba y hacia abajo, por todas las esquinas de lo infinito divino.

- A Artaud no podía tomársele por loco, era un poeta y todo lo que dijera o hiciera estaba siempre respaldado y amparado por esa aura que transformaba su locura en iluminación...

- "Diles que son cadáveres y que jamás resucitarán de entre los muertos", y dicho esto se fue, apoyando con fuerza el bastón en la dura escalera que conducía a la calle.
  
- ...desde los remotos tiempos de Cúchulainn, aquel niño guerrero del Ulster que por cierto obsesionaba a Artaud, porque en él veía, o más bien oía, a Kukulkahn, el dios mexicano que había descubierto en su viaje por el país de los tarahumaras y que le parecía, por su increíble similitud fonética, el nexo natural entre Irlanda y el país de ultramar, la evidencia de que el mundo primigenio, sin importar en qué sitio geográfico se manifestara, era uno y el mismo.

- La tradición literaria más noble, la más radicalmente revolucionaria: la poesía.

-  ...aquello de agarrarme con uñas y dientes a mi trabajo de diplomático no era más que una ilusión, una pantalla para no quedarme solo enfrente a lo que, en realidad, soy. En esa temporada comenzaba a intrigarme la cantidad de facetas que podía tener, porque uno es uno y muchos otros que aguardan encerrados bajo llave, y de vez en cuando se abre  tal puerta y sale un desconocido, como si la cerradura hubiera dado de sí y la puerta, de un empujón o de un aire, se hubiera abierto de par en par.

- El bastón de Artaud tenía la misma utilidad que su poesía, o que la poesía de cualquiera, incluso la mía: no servía para nada, no era útil, formaba parte de ese universo de cosas que si no existieran nadie las echaría de menos. En este milenio donde todo tiene un propósito mercantil, donde cada acción, por mínima que sea, genera una ganancia..., hacer algo que no tiene ninguna utilidad es un acto necesario, pues resulta que un acto inútil, al no estar constreñido por su función utilitaria, se mueve en otra dirección, fomenta valores distintos, y en desuso, como la solidaridad, el compañerismo, el espíritu de sacrificio...

- Escribió un filósofo: "Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti".

- ...el poema se cocina en las zonas putrefactas de la vida, en esas zona muerta y pestilente cuyo siguiente estado será la rabiosa vida.


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