viernes, 9 de septiembre de 2011

CARTA AL PANISMO YUCATECO CON MOTIVO DEL ANIVERSARIO LUCTUOSO DE CARLOS CASTILLO PERAZA



Apreciable Hugo Sánchez Camargo, presidente del Comité Directivo Estatal del PAN en Yucatán;

Estimado Julio Sauma Castillo, secretario general del CDE Yucatán;

Amigas y amigos que nos acompañan en esta ocasión:

Quiero agradecer a través de este medio su presencia en este acto de la memoria, con el que recordamos a mi padre, Carlos Castillo Peraza, con motivo de su decimoprimer aniversario luctuoso.

Antes que nada, les ofrezco una disculpa por no poder asistir en persona a esta presentación de la colección de libros que la familia Castillo López compiló para promover las ideas de mi padre.

Justo en estos momentos, se lleva a cabo una misa en la ciudad de México en la que mi madre, Julieta López Morales vda. de Castillo Peraza, mi hermano Juan Pablo y quien estas líneas suscribe, participamos de la eucaristía para recordar que ahí donde esté, Carlos Castillo debe sentirse orgulloso de todos aquellos que evocamos su vida, sus acciones, sus logros y practicamos su ejemplo de generosidad y entrega a las causas que engrandecen al hombre y su espíritu.

Aprovecho para saludar también a la familia Sauma Castillo, a mis primos, a mi tía Beatriz y a mi tío Juan, así como a mi hermano Julio, que sin duda les transmitirá con mayor cercanía nuestro aprecio y gratitud por este evento.

La invitación a asistir con ustedes la recibí de Julio Sauma, quien, generoso, accedió a leer estas líneas y a quien envío también un fuerte abrazo que busca acortar distancias y promover la cercanía de los ideales compartidos, de la añoranza que nos une y de la sangre que nos hermana más allá de las ciudades.

Para entrar en los temas propios de esta presentación, me gustaría hacer un breve repaso por los afanes editoriales que exigieron los tres tomos de esta antología: Más allá de la política; La plaza y la tribuna; y Doctrina e ideología.

No fueron pocos los archivos consultados, los acervos explorados ni las horas dedicadas a recopilar, transcribir, cotejar y revisar cada una de las páginas que conforman la colección.

Fue, antes bien, una labor conjunta, familiar, que partió de la idea de mi madre de publicar los reportajes y textos que Carlos Castillo Peraza publicó en el Diario de Yucatán mientras ambos estudiaban en Roma y, después, en Friburgo, Suiza, y que habían quedado fuera de otras antologías publicadas con anterioridad por la Fundación Rafael Preciado Hernández y el Fondo de Cultura Económica.

A esa primera idea original se sumó el entusiasmo de abundar en los materiales y presentar una colección que reflejara tres etapas, tres facetas de la vida de mi padre: la de periodista, en primer lugar, la de tribuno y orador, en la cámara de diputados, en las plazas públicas, en los mítines que seguramente muchos de ustedes presenciaron, y también en el pensamiento profundo y doctrinario del partido que fue el único de su vida, al que siguió perteneciendo en alma incluso cuando por motivos profesionales decidió renunciar, y que es Acción Nacional.

Recuerdo bien esa época. Yo trabajaba a su lado en el despacho de análisis político Humanismo, Desarrollo y Democracia, y la carta enviada al entonces presidente nacional del PAN, Felipe Calderón, causó revuelo y agitación en la prensa escrita.

Se escribió entonces en diarios y revistas de todo el país sobre rupturas, enconos, deudas pasadas y cobros pendientes. Sin embargo, y quienes lo conocieron seguramente así lo recordarán, Carlos Castillo no era hombre ni de venganzas ni de rencores; era, sin duda, un apasionado de la verdad, de la sinceridad, un convencido de que el diálogo y la palabra son las principales herramientas de la convivencia humana.

Por eso, creo yo, escribió tanto, tanto que todavía hoy su voz alcanza para seguir conformando tomos nuevos. Y en esa última etapa de su vida, que es la que a mi me tocó presenciar de cerca, mi padre escribía sobre su Mérida natal, sobre esta ciudad de ustedes que él llevaba no sólo en la memoria sino también en la mirada, en la piel, en los aromas y los colores que inundaron su infancia, en los nombres de parientes y amigos que aún están por ahí y lo evocan con cariño, con gratitud y aprecio, que es, a mi parecer, la mejor herencia que una persona puede legar: ser recordado con amor.

Así surgió esa novela inconclusa, Volverás, del amor de mi padre por la tierra a la que siempre volvió, por la que luchó desde la política, de la que un día partió porque la vida así lo exigía y a la que según su propia voluntad regresó hace once años, para descansar a la sombra fresca de sus flamboyanes, entre la fragancia de sus lluvias de oro y con la vista puesta en ese mar transparente de sus playas.

Volverás está incluida en el primer tomo de esta antología, junto a los escritos que realizó en Europa y un cuento con el que, adolescente aún, ganó algún concurso estatal de narrativa. El conjunto muestra una personalidad aún lejana a la política y, en lo personal, me gusta imaginar qué habría pasado si Carlos Castillo Peraza, en vez de la vida pública, hubiera decidido dedicarse, por ejemplo, a la literatura o al periodismo.

Dice Umberto Eco, que era de sus autores favoritos, que “los condicionales contrafácticos son siempre verdaderos” porque la premisa es falsa, es decir, parte de un “hubiera”, que es un tiempo verbal irreal. No obstante, a veces deleito la imaginación pensando qué hubiera pasado…

Volviendo a lo real, esto es, a lo que sí pasó, está el segundo tomo de esta colección, La plaza y la tribuna, discursos que mi hermano Julio recuperó del olvido y volumen del que sin duda él tendrá mucho más qué contar, pues él acompañó a mi padre en la época que fue candidato a la jefatura de Gobierno del Distrito Federal.

Julio fue, de alguna forma, testigo cercano de esos años en que yo más bien me dedicaba a combatir –por esa rebeldía juvenil de la que luego uno se cura, aunque sin duda quedan los estragos– aquello que mi padre representaba y que a la postre resultó ser el mejor camino para cambiar la realidad de un México que aún espera de nosotros, de los que tomamos la estafeta, un esfuerzo del tamaño que exigen los retos de nuestro presente.

El tercer volumen de la colección se titula Doctrina e ideología, y debo confesar que es, de los tres, el que más disfruté editar, corregir y armar. Esto, porque la herencia que mi padre me dejó dista mucho de ser un legado común: yo recibí libros, muchos libros, miles de libros que desde hace 11 años cuido, resguardo y consulto para encontrarme sus anotaciones al margen, sus pensamientos en las últimas páginas, su ex libris en la página de cortesía, su ruta por el estudio de la filosofía, de la historia, de la literatura, de las ciencias sociales, de la teología, de todos los temas que conformaban su saber vasto e impresionante.

Con esos libros he estudiado filosofía sin título académico de por medio, y es tan amplia la colección que alcanza para formular la bibliografía de la universidad más rigurosa. Entre esos tomos están también muchos de sus favoritos, como las Memorias de Adriano, del que, aseguraba, bastaba leerlo para sustituir la carrera de ciencias políticas.

Está también, entre muchos otros, uno que atesoro con especial cariño, y es la copia del Humanismo Político de Efraín González Luna, que Luis Calderón Vega regaló a Manuel González Hinojosa, y por algún azar que quizá nunca descubra llegó a manos de mi padre (entre mis hipótesis están la del robo, pero quiero acotar que ningún robo de libros debiera ser perseguido y, mucho menos, castigado).

La filosofía fue, volviendo al tema, una de las más grandes pasiones de mi padre. Pero no la filosofía de eruditos, llamados por González Luna “orugas doctas”, sino más bien la que logra traducirse en acción: esto es, la ética, de la cual, según Aristóteles, es parte la política.

Sobre temas de doctrina del PAN, y partiendo esta doctrina de una filosofía, que es el humanismo, Carlos Castillo escribió piezas únicas, de profunda reflexión pero fácil lectura que se reúnen en este libro, que sin duda puede contribuir a solucionar muchos de los problemas que actualmente vive el partido.

Entre estos problemas, por mencionar uno de los más visibles, está el de la unidad. Yo no estoy ahí para constatarlo, pero estoy seguro de que en este evento se han reunido personas que apoyan a distintas corrientes dentro del PAN, que trabajan con alguno de los diversos grupos e incluso que respaldan a cualquiera de los precandidatos a la Presidencia de la República.

Sin embargo, más allá de estas diferencias, aquí estamos todos, recordando, compartiendo las cosas que nos unen, evocando la memoria de las ideas que nos son comunes a todos y que siguen siendo las banderas más señeras de Acción Nacional.

Celebro que, a pesar de todo, sigamos teniendo estas ideas, esta doctrina, estos “motivos espirituales” que nos trascienden, que hay que cuidar porque serán nuestro legado, que hay que nutrir porque eso de llamar a un hombre “el último ideólogo” es más bien un mea culpa por nuestras actuales omisiones.

Celebro todo esto y agradezco de nuevo su asistencia, recordando que el mejor homenaje para un hombre como mi padre, que amó la palabra, es precisamente recordarlo a través de las palabras que fueron suyas y, gracias a su generosidad, hoy son patrimonio vivo del panismo en todo país.

Atentamente,

Carlos Castillo López

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