miércoles, 3 de agosto de 2011

Eliseo Alberto: Cuba a la espera





Fue por Informe contra mí mismo que hallé a Eliseo Alberto. Un libro que aguardaba en la biblioteca paterna y un día, como esas cosas que no se buscan sino que más bien nos encuentran, abrí con curiosidad distante para, de manera inmediata, quedar prendado de su prosa: el testimonio crudo de un país que lo vio nacer y que, como a tantos otros cubanos, lo vio partir en exilio a la tierra que eligió como suya: México.

En las páginas de aquel volumen terminó de agotarse el mito de la Cuba que forjé en la adolescencia, formado a fuerza de frases que de tanto repetirse como eslogans o estampado en playeras terminaron por perder validez (el choque irremediable del ideal con la realidad): aquellos "hasta la victoria siempre" y "la libertad de la voluntad no se puede encerrar en la prisión de la razón" fueron desbancados por lecturas (que por fortuna no cupieron ya en playeras) donde se detallaba cómo una revolución de hombres nuevos solamente fue sólo capaz de engendrar regímenes erigidos sobre la mentira, el atropello, la falta de garantías individuales, derechos humanos y democracia.

Eliseo Alberto narra su historia personal, que va de la mano con el ascenso del socialismo cubano, la inevitable debacle que lo sucedió y en la que todavía agoniza. Relata penas y alegrías, lugares propios donde se construye una memoria de trópico, intempestiva pero detallada, de malecones, cercanías y distancias; los amigos viejos y los enemigos nuevos, la inevitable partida y la reflexión histórico-política se conjuntan y hablan por su voz. 


Tres subrayados de ese tomo:


- La razón dicta, la pasión ciega, sólo la emoción conmueve, porque la emoción es, a fin de cuentas, la única razón de la pasión.


- Que no te obedezca no quiere decir que te traicione. Podría voltearse la moneda: que te obedezca no quiere decir que te sea leal (citando de memoria a Horacio Quiroga).




- La paz es fundamento de la libertad. La libertad aspira a la verdad. La verdad hace preguntas.



Junto a este informe, otros libros que contribuyeron al exorcismo de ésta y otras falacias de la región fueron El manual del perfecto idiota lationamericano, de Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa, y El furor y el delirio, de Jorge Masetti; Pinochet, de Julio Scherer o El reino del espanto, de Álvaro Vargas Llosa, documentos y testimonios de las atrocidades que las ideologías tergiversadas, extremas o radicales han perpetrado a través de dictaduras infames (como termina siendo toda dictadura).

Eliseo Alberto falleció lejos de Cuba, náufrago en la ciudad de México, entre los miles que han debido huir de un país donde el derecho a disentir, a proponer ideas diferentes a través de un sistema de partidos e incidir de manera democrática en los destinos de la Nación; a publicar un libro o un artículo periodístico en el que se reclame, exija o señale abiertamente una omisión del gobierno; en donde toda libertad que choque con los estrechos límites del régimen queda cancelada, sin posibilidad para discutir, revisar y corregir aquello de lo mucho que desde hace tanto no funciona en Cuba.


La creatividad queda así encerrada en los límites de un sistema donde la libertad de decir lo que se piensa debe someterse a los preceptos del régimen, o padecer represión... Un país excepcional pisoteado por aquellos que temen a lo distinto porque no soportan la imaginación: esa conquista que pregonaron debía llegar al poder y al final terminó encerrada en los confines de un palacio, sin horizonte claro, con la vista perdida en la nostalgia del mar, del tiempo que no volverá.


Intenté entrevistar a Lichi –le decían sus amigos– para uno de los primeros números de La Nación que hicimos, y aún guardo por ahí el cuestionario. También sus novelas La eternidad comienza en lunes y Caracol Beach, en la biblioteca de ramas que poco a poco entrega sus frutos.









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