lunes, 24 de mayo de 2010

Magritte o una puerta a la imaginación



Hay en el surrealismo una búsqueda constante, una trasgresión orgullosa: insertar el sueño en la realidad, romper los parámetros de lo visible para sumar aquello que no vemos pero que late con fuerza, cierto pero imperceptible, el mundo descubierto por el artista que se sumerge en el inconsciente y suma esa revelación en un lienzo o un poema, para exhibirlo a quienes contemplan o leen y luego asienten con la cabeza como diciendo “claro, eso que yo veía tan común también puede verse de otra manera”.

La premisa es de Lautreamont, poeta francés nacido en Uruguay que en alguna parte propone someter en una mesa de disección un paraguas y una máquina de coser. El resultado es impredecible pero la operación parte de tomar elementos sumidos en la realidad –quizá el hábito mismo que empantana lo real– para crear un mundo nuevo ahí donde creíamos que nada distinto podía encontrarse. Así fue el surrealismo de los años llamados de entreguerras del siglo XX, una innovación, una ruptura que sacó al arte de sus cánones acomodaticios para demostrar que ver más allá y crear con esa visión una obra innovadora era un paso necesario e impostergable, un presagio de aquello que vendría más tarde a demostrar que la imaginación humana alcanzaba límites insospechados para crear, pero también para destruir. André Breton y sus compañeros de viaje no pudieron preveer lo que devendría durante la primera y segunda guerras mundiales, pero sí supieron capturar en aquella vanguardia artística la inquietud de una época, el espíritu desbocado que mediante el psicoanálisis profundizaba en la mente y mediante la ciencia creaba una técnica que llevaría al hombre a sus más altas cimas pero también a sus abismos más profundos.


Decir surrealismo remite por comodidad a Salvador Dalí, quizá el exponente más conocido del movimiento, pero hay un puñado de pintores (por no hablar de la poesía o la escultura, que requerirían un texto aparte) que sin caer en la saturación de lo onírico que suele distinguir al catalán, forjaron la trama de una estética nueva, inconforme y rebelde: entre ellos, por sólo mencionar a los más destacados, se encuentran Giorgio De Chirico, Marcel Duchamp y Rene Magritte; una retrospectiva de la obra de este último, nacido en Bélgica en xxxx, se encuentra actualmente en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, “El mundo invisible de René Magritte” y es una oportunidad para adentrarse en el trabajo de un hombre que supo romper esas barreras que la costumbre impone para rescatar aquello que el ojo ve pero la conciencia no aprehende, desde un atardecer donde la luz del ocaso se mezcla, ingrávida, con el alumbrado público, hasta un simbolismo donde una piedra elegantemente situada en medio de una habitación con vista al mar representa al hábito, duro de roer y encerrado en la comodidad de sus aposentos.

Como Lautreamont, Magritte resumió en un lienzo y una frase las premisas del surrealismo: “Esto no es una pipa”, puede leerse al calce del retrato de una pipa; así, lo que parece deja de ser para convertirse en otra cosa, ¿cuál?, aquello que el observador designe, con ayuda de la sensibilidad, en el trampolín de la percepción abierta y dispuesta a asombrarse. Por supuesto, se puede asumir con cierta molicie que la pipa está ahí y ya, pero hay una advertencia que dicta lo contrario e invita a dar ese paso donde la esclarea que sube, al estilo de Escher, es por un juego de perspectivas el camino hacia abajo, perdidos los bordes y los límites pero al mismo tiempo invitación a un camino distinto que cada quien decidirá o no tomar.

La exposición, que permanecerá hasta el verano de este año, reúne obra repartida en distintos países y colecciones, entre éstas, la del mexicano Juan Antonio Pérez Simón, en una experiencia excepcional fruto de una museografía que mezcla las telas exhibidas a lo largo de los pasillos con enormes pantallas en las que de pronto lleven manzanas verdes o bombines negros que mientras pasan a través de un marco cambian su forma para resaltar ese mundo invisible, ese otro lado que, al salir del Palacio de Bellas Artes, puede llevar a preguntarse si el sol de primavera que deslumbra a mediodía de verdad alcanza para dar luz a todo lo que alumbra, o si en cada sombra donde descansa la vista hay una oscuridad plagada de vida, que sólo espera un parpadeo revelador para surgir e instalarse, sacudir y abrir unas senda nueva y casi siempre dejada de lado: la imaginación.


Publicado en La Nación www.pan.org.mx/portal/publicaciones

2 comentarios:

  1. "xxxx"=1898 (según Wikipedia). Buenaza la exposición.

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  2. Claro... faltó el dato (un cronopio arcano mayor se apañó mi catálogo)... Por suerte la revisión de galeras alcanzó para evitar la pifia editorial; mientras tanto, confiemos en la Wiki... Merci beacoup!

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