martes, 23 de mayo de 2017

Los alegres haraganes. Vol. 1




Foto: www.artchina.su


Cuando los haraganes se reúnen, se palmean el hombro entre ellos, espetan vítores y hurras con los que reconocen su medianía, su salida momentánea de la pasmosa inactividad y, por supuesto, su vuelta irremediable a su pasivo estado habitual.

Se les puede observar tanto en el sector público como en el ámbito privado.

Una suerte de atracción molecular los lleva a reunirse de manera natural y espontánea: hay algo que reconocen en el otro antes siquiera de comprobar su nivel de parsimonia. Quizá el olfato, un sexto sentido, algo que sólo ellos han desarrollado y que genera una síntesis donde florecen la amistad, la complicidad, el lamento compartido cuando hay que hacer algo más que la simple existencia pasiva: respirar, ser, checar tarjeta, ausentarse en grupo...

Esas ausencias son especiales. Cualquier pretexto es válido y sirve de escape, de esparcimiento, porque la haraganería también sofoca y genera estrés. Entonces salen cuerpeados los unos con los otros: un café, el banco o cualquier otro pretexto es útil para sus fines de recreación.

Por supuesto, estas salidas jamás coincidirán con los horarios establecidos para los alimentos; esos tienen el carácter sacro y jamás perturbable por motivo alguno.

Podría incluso decirse que el sino del día lo marca esa bendita hora de ingesta cotidiana; las ausencias que practica el haragán serán a media mañana o media tarde, cuando algo escarce el cuerpo y la idea genial llega.

Entonces el haragán con mayor iniciativa –porque hay niveles, sin duda– se apersona en el cubículo, escritorio o área de trabajo de los que aguardan llegue la genial idea, y la frase se repite como cada vez: "¿Qué onda, cafecito?"

En estos casos, las cargas de trabajo y pendientes del día ejercen su influencia: si la invitación rompe un momento íntimo de haraganería, la respuesta será lenta, meditada, porque sin duda todos tenemos prioridades. En caso contrario, un resorte se activará y la afirmativa será instantánea, recibida con beneplácito. Al final esa es la labor de los líderes, incluso entre los haraganes: tomar la iniciativa.

La solidaridad es pues sólida, firme y capaz de vencer cualquier encargo laboral. Es raro encontrar haraganes solitarios; en cuanto uno llega, otros más se suman y entonces lo disperso se une, la suma que es fortaleza impone su peso. Desfile y procesión que se convierten en relajada y monótona rutina.

OJO: no confundir al haragán con el godín. El segundo tiene dignidad, el primero es el mayor de los cínicos laborales.

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