Desde mediados
de los años setenta, la llamada intelligentsia
alzó la voz para advertir sobre una crisis inminente en la cultura occidental:
un quiebre en los parámetros que durante varias décadas condujeron la vida
social y que por esa época manifestó sus visos más claros y evidentes. ¿Qué
hechos llevaron a que aquello de común entendido como artístico o estético, por
ejemplo, ensanchara sus límites y saliera de las definiciones habituales? ¿Por
qué de pronto lo que durante siglos fue entendido como bello trastocó las
clasificaciones comunes hasta romper todos los moldes? ¿Cómo, cuándo, dónde y
por qué motivos lo que se encuentra en un museo dejó de ser una experiencia
estética para tornarse incluso su antítesis de repugnancia o indiferencia?
El colombiano Carlos Granés, en su libro El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales
(Taurus, 2011) busca responder a estas preguntas a través de un recorrido
histórico que comienza en una calle de Zurich donde, a escasos metros de
distancia, se gestaban dos de los movimientos que convulsionarían como pocas
veces antes la historia de la humanidad. El primero, ideado y guiado por Lenin,
buscaba un cambio radical en el modo que la economía, la política y la propia
historia impactaban la vida de la gente; el segundo, con el rumano Tristan
Tzara a la cabeza, intentó y logró sacudir las conciencias de su tiempo para
abrir las fronteras del arte a la experiencia cotidiana.
Así, comunismo y dadaísmo veían la luz de una centuria y emprendían un
camino que correría paralelo a lo largo del siglo XX hasta que, en 1989, la
caída del muro de Berlín puso fin al trayecto utópico de las teorías de Lenin;
no ocurrió lo mismo con dadá, cuyos preceptos y manifiestos llegan hasta
nuestros días quizá de manera accidental, sin tener conciencia de ello, pero
con la certeza de que esa semilla sembrada y que a la postre echó raíces en la
conciencia sigue dando unos frutos torcidos, con los padecimientos del tiempo a
cuestas pero en los que es posible aún hallar ese aire lúdico originario,
irreverente, que extrae de lo más habitual un germen que puede llegar a
considerarse arte.
El caso de Marcel Duchamp es icónico en ese sentido: desde el momento en
que un urinal firmado fue exhibido como pieza de museo, las fronteras se
rompieron para siempre. ¿Qué sigue a esa brecha y cómo superarla? Las
vanguardias artísticas –los llamados “ismos”– fueron cada vez más lejos
experimentando, trayendo los más recóndito hasta las galerías y los escenarios
que de pronto se vieron llenas de objetos sin sentido: carne putrefacta, heces
humanas, paredes vacías, lienzos en blanco… Una vez rotos los parámetros, los
extremos y los puntos medios se confunden hasta sintetizarse en lo anárquico y
los absurdo, abriendo paso a un presente en el que una obra vale más por lo que
un crítico dice de ella que por lo que comunica al espectador. El arte dejó de
ser una experiencia espontánea para ser racionalizado, explicado y justificado
por la tendencia de moda, donde radica lo pasajero y no lo permanente que
durante siglos fue la característica preponderante de lo comúnmente aceptado
como “bello”.
El puño invisible explica cómo
la supervivencia del dadaísmo originario es la derrota de nuestro tiempo, a lo
largo de capítulos que viajan de Europa a Estados Unidos de manera cronológica,
con los hechos de la historia contemporánea como un telón de fondo en el que el
arte se anticipa a la vida, la modifica poco a poco en una erosión inevitable y
drástica, donde conviven la música, la pintura, la escultura, los movimientos
sociales, la educación, la utopía de la revolución social que termina en
protesta vacía, los sentidos alterados, el “hiper individualismo” al que empujan
las nuevas tecnologías y la libertad como bandera en la que se envuelven los
nuevos héroes de la escena artística, estirándola hasta sus límites más
indeseables, moldeándola a imagen y semejanza de un espectáculo de horario
estelar que genera fortunas par artistas de ocasión y vale más por lo que
cotiza que por lo que comunica. El triunfo de la forma sobre el fondo. El éxito
arrollador de la ilusión de artificio sobre la profundidad de la idea. El
camino fácil del estribillo pegajoso que hace llamar “artistas” a grupillos
musicales coreando melodías bobas ante millones de adolescentes.
Para salir del bache, o para entenderlo, combatirlo y asumirlo como parte
de nuestro tiempo, es necesario conocer su origen, sus caminos, sus reductos
más osados y sus abismos más oscuros. Este libro de Granés es un buen comienzo
para ello.
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