jueves, 22 de agosto de 2013

¿Cómo llegamos a donde hoy estamos?



Desde mediados de los años setenta, la llamada intelligentsia alzó la voz para advertir sobre una crisis inminente en la cultura occidental: un quiebre en los parámetros que durante varias décadas condujeron la vida social y que por esa época manifestó sus visos más claros y evidentes. ¿Qué hechos llevaron a que aquello de común entendido como artístico o estético, por ejemplo, ensanchara sus límites y saliera de las definiciones habituales? ¿Por qué de pronto lo que durante siglos fue entendido como bello trastocó las clasificaciones comunes hasta romper todos los moldes? ¿Cómo, cuándo, dónde y por qué motivos lo que se encuentra en un museo dejó de ser una experiencia estética para tornarse incluso su antítesis de repugnancia o indiferencia?

El colombiano Carlos Granés, en su libro El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales (Taurus, 2011) busca responder a estas preguntas a través de un recorrido histórico que comienza en una calle de Zurich donde, a escasos metros de distancia, se gestaban dos de los movimientos que convulsionarían como pocas veces antes la historia de la humanidad. El primero, ideado y guiado por Lenin, buscaba un cambio radical en el modo que la economía, la política y la propia historia impactaban la vida de la gente; el segundo, con el rumano Tristan Tzara a la cabeza, intentó y logró sacudir las conciencias de su tiempo para abrir las fronteras del arte a la experiencia cotidiana.

Así, comunismo y dadaísmo veían la luz de una centuria y emprendían un camino que correría paralelo a lo largo del siglo XX hasta que, en 1989, la caída del muro de Berlín puso fin al trayecto utópico de las teorías de Lenin; no ocurrió lo mismo con dadá, cuyos preceptos y manifiestos llegan hasta nuestros días quizá de manera accidental, sin tener conciencia de ello, pero con la certeza de que esa semilla sembrada y que a la postre echó raíces en la conciencia sigue dando unos frutos torcidos, con los padecimientos del tiempo a cuestas pero en los que es posible aún hallar ese aire lúdico originario, irreverente, que extrae de lo más habitual un germen que puede llegar a considerarse arte.

El caso de Marcel Duchamp es icónico en ese sentido: desde el momento en que un urinal firmado fue exhibido como pieza de museo, las fronteras se rompieron para siempre. ¿Qué sigue a esa brecha y cómo superarla? Las vanguardias artísticas –los llamados “ismos”– fueron cada vez más lejos experimentando, trayendo los más recóndito hasta las galerías y los escenarios que de pronto se vieron llenas de objetos sin sentido: carne putrefacta, heces humanas, paredes vacías, lienzos en blanco… Una vez rotos los parámetros, los extremos y los puntos medios se confunden hasta sintetizarse en lo anárquico y los absurdo, abriendo paso a un presente en el que una obra vale más por lo que un crítico dice de ella que por lo que comunica al espectador. El arte dejó de ser una experiencia espontánea para ser racionalizado, explicado y justificado por la tendencia de moda, donde radica lo pasajero y no lo permanente que durante siglos fue la característica preponderante de lo comúnmente aceptado como “bello”.

El puño invisible explica cómo la supervivencia del dadaísmo originario es la derrota de nuestro tiempo, a lo largo de capítulos que viajan de Europa a Estados Unidos de manera cronológica, con los hechos de la historia contemporánea como un telón de fondo en el que el arte se anticipa a la vida, la modifica poco a poco en una erosión inevitable y drástica, donde conviven la música, la pintura, la escultura, los movimientos sociales, la educación, la utopía de la revolución social que termina en protesta vacía, los sentidos alterados, el “hiper individualismo” al que empujan las nuevas tecnologías y la libertad como bandera en la que se envuelven los nuevos héroes de la escena artística, estirándola hasta sus límites más indeseables, moldeándola a imagen y semejanza de un espectáculo de horario estelar que genera fortunas par artistas de ocasión y vale más por lo que cotiza que por lo que comunica. El triunfo de la forma sobre el fondo. El éxito arrollador de la ilusión de artificio sobre la profundidad de la idea. El camino fácil del estribillo pegajoso que hace llamar “artistas” a grupillos musicales coreando melodías bobas ante millones de adolescentes.

Para salir del bache, o para entenderlo, combatirlo y asumirlo como parte de nuestro tiempo, es necesario conocer su origen, sus caminos, sus reductos más osados y sus abismos más oscuros. Este libro de Granés es un buen comienzo para ello.



 


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