martes, 26 de julio de 2011

Algunos recuerdos mundialistas



I. Las lecciones de la infancia
Mi primera emoción futbolera llegó con el Mundial de 1986: la sede, México, lo cual añadía color, cercanía y emoción a un evento que se anunciaba con bombo y platillo, desde la estimada mascota  "Pique" o la recordadísima Chiquitibum hasta una colección de cuatro libros ilustrados sobre la historia de los mundiales, que mi padre me regaló para avivar ese gusto y que aún conservo.

Recuerdo los cromos de dos álbumes que por entonces coleccioné: el Panini, oficial, que incluía los retratos de los jugadores de cada equipo, los escudos de las selecciones y la foto oficial del grupo, y uno que publicó Coca Cola, más caricaturesco, y que repasaba los nombres e imágenes de los grandes jugadores de la historia. Leí por primera vez de Puskás, de Futre, de Dino Zoff, de "la Tota" Carbajal, de Beckenbauer, de Cruyff y de otros tantos que emocionaron el pasado del que ha sido llamado "el deporte más hermoso del mundo", mote con el que no coincido ahora pero que en ese momento lo parecía. 

Perdonarán los puristas del balompié nacional, pero el equipo mexicano no me despertaba emoción alguna. Estaban, sí, Hugo Sánchez, Javier Aguirre, Manuel Negrete, Pablo Larios en la portería y otros tantos que se aseguraba pondrían el nombre de México en alto. Dirigidos por Bora Milutinovic, recuerdo una revista de las muchas que aparecieron en esa época que calificaba al equipo como "la mejor selección mexicana de todos los tiempos"; yo debutaba en los torneos escolares y mi admiración estaba más cercana a las hazañas del alemán Rummenigge, del portero belga Michel Preud'homme y del francés Michel Platini, que junto con la sorpresa de Preven Elkjaer y Michel Laudrup en Dinamarca, y la calidad del portero Peter Shilton y del delantero Gary Lineker (a la postre campeón de goleo), de Inglaterra, no tardaron en demostrar un futbol de alta calidad, lleno de emociones y hazañas que, en las proporciones que al deporte concierne, podían calificarse de heroicas.

Tras la ronda de clasificación, mi favorito, Francia, fue eliminado por Alemania, en un duelo en el que por primera vez conocí la hiel de ver a tu equipo desesperado por anotar el tanto que le permitiría jugar los tiempos extra; los teutones eliminaron también a México, en penales, a quien le anularon un gol, si no mal recuerdo, del "Abuelo" Cruz. Quedaba atrás la emoción que invariablemente despierta la localía y en la memoria el célebre, hasta hoy, gol de Manuel Negrete, logro innegable de las mejores anotaciones de todos los tiempos. 

Argentina eliminó a Inglaterra en un partido en el que Maradona se coronó como uno de los mejores jugadores de la historia, tras la famosa "mano de Dios" y aquel tanto que marcó tras tomar el balón a media cancha y driblar a cada uno de los ingleses que se interpusieron en su camino, Shilton incluido. En célebre final contra Alemania, Argentina se coronaría con el resultado de 3-2, con la inolvidable actuación de Caniggia, Batistuta, el portero Goicoechea (famoso por atajar penales) y el propio Diego Armando. 

Aún conservo, en esos sitios a los que se acude cuando los recuerdos llaman, el balón de hexágonos blancos y negros que fue el oficial de aquel memorable México 1986. Mi favorito, luego de la derrota francesa, fue Argentina.



II. Los "cachirules" y dos finales extrañas
Siguió Italia 90, con un equipo que, como casi siempre, tenía todo para ganar y, como sí, siempre, no lo logró: Holanda. Estaban, entre otros, Marco Van Basten, Rud Gullit, Ronald Koeman, Frank Rijkard y el portero Van Breukelen, a quienes no bastó el talento que rondaba la genialidad para coronarse como campeones del mundo. 

Fue el debut de Camerún, con aquel célebre Roger Milla, y un equipo colombiano que destacaba más por la apariencia del portero Higuita y del "Pibe" Valderrama que por su calidad en la cancha. Estaban también la Italia de Toto Schilachi, con su defensa casi imbatible en los pies de Paolo Maldini y Franco Baresi, así como la Argentina que restaba del torneo anterior, que perdió frente a un equipo alemán en el que Lothar Mathaus demostraba la integridad de una media cancha ofensivay Jürgen Klinsmann la disciplina en la delantera, pero que apenas dieron para vencer por un gol al campeón defensor.

México no asistió puesto que, en alguno de esos torneos intermedios poco significantes, participó con jugadores mayores a la edad permitida, lo que le costó un castigo ejemplar para escarmiento de propios y ajenos. Mi favorito era Holanda, que no alcanzó a pasar siquiera a los octavos de final.

El torneo siguiente se realizó, de manera extraña y para algunos hasta inverosímil, en EEUU. México participó con un equipo que, tras la ausencia en el Mundial anterior, despertó como pocas veces la ilusión de la fanaticada: se dieron cita veteranos como Hugo Sánchez y "el Abuelo" Cruz, aunados al talento de la nueva generación con Marcelino Bernal, Luis García, Alberto García Aspe, Ramón Ramírez, el pintoreso Jorge Campos y otros tantos conducidos por Miguel Mejía Barón. Las expectativas eran altas; en lo personal, fue la primera y última vez que tuve al equipo nacional como favorito.

Fui al Ángel de la Independencia a festejar el triunfo contra Irlanda y el empate contra Italia; me dejé llevar por un equipo al que vi calificar y del que los medios hicieron eco hasta el casnancio: publicidad, canciones en la radio, la repetidísima narración en la que se describía el gol de Francisco Javier Cruz tras pase de Hugo Sánchez. Me reuní con amigos a observar los juegos y dejé que la emoción llenara los años de la adolescencia, cuando todo era motivo para el festejo y para la celebración.

Participaron, entre otros que recuerdo con singular gusto, la Rumania de Hagi y la genialidad de Stoitchkov en Bulgaria, que eliminó el sueño mexicano (y el mío, hasta el día de hoy) pero perdió en semifinales contra una Italia donde jóvenes y veteranos se mezclaban con Maldini y Baressi en la defensa y el formidable Roberto Baggio en el ataque. Fue, no obstante, insuficiente para vencer a aquel Brasil que ostentó durante todo el torneo la magia de la dupla Bebeto-Romario, que incapaz de anotar en tiempo reglamentario llevó el juego a penales en los que, aquellos grandes ídolos ítalos (Baressi y Baggio), fallaron sus respectivos tiros para dejar ir así un título que puso los nervios al borde del desmayo. 

Esa final no la vi: andaba de campamento pero recuerdo con cariño la emoción de mi hermano Julio, quien sí padeció la derrota de su equipo, y cuyo fanatismo en ese Mundial me recordaba el que a mi me asaltó en 1986. 




III. Las certezas de Francia 98 y la alteración estadística de Corea-Japón
Ese año mi favorito fue, desde el primer juego, la selección francesa. Encabezada por el argelino-francés Zinedine Zidane, acompañado por Yuri Djorkaeff, Thierry Henry, Trézegét, Michel Petit, entre otros; el equipo era sólido en todas las áreas y no sufrió derrota alguna desde el juego inicial hasta la final. Era también muestra de una selección que, como el propio país, estaba llena de nombres muy lejanos a Francia y más bien cercanos a sus antiguas colonias. 

La escuadra mexicana contó con la inédita actuación de Luis Hernández, "el Matatdor", al frente, quien a la postre anotó cuatro goles; estaban tambien Ricardo Peláez y Cuauhtémoc Blanco. Como cada vez, los medios aseguraban que, en esta ocasión, sí sería posible ir más allá de los octavos de final, cosa que fue imposible pues Alemania y su orden cuasi imbatible pusieron fin al sueño mexicano.

Participaron también equipos entre los que recuerdo a Croacia, con el talento de Davor Zuker;  a España, encabezada por Raúl; a Holanda, con Cocu, Kluivert, Overmars y de Boer; Argentina, con el "Burrito" Ortega, Batistuta y Verón; y Brasil donde la magia de Ronaldo se sumaba a la de Rivaldo y Bebeto, así como la fortaleza defensiva del veterano Dunga. Los cariocas eran el equipo favorito para ganar este torneo, y recuerdo las críticas sobre mi persona por elegir a Francia pero, en el fondo, aquel equipo de Platini en el 86 debía, a mi parecer, saldar una deuda, al menos conmigo.

Mi elección, además de la memoria, obedecía a un tema de estadística: desde 1962, el Mundial era ganado por un equipo del Continente anfitrión: así, en Chile 62, ganó Brasil; en Inglaterra 66, lo hizo Inglaterra; en México 70, Brasil; en Alemania 74, Alemania; en Argentina 78, Argentina; en España 82, Italia; en en México 86, Argentina; en Italia 90, Alemania; en EEUU 94, Brasil. Francia 98 no fue la excepción y fue poco lo que pudo hacer Brasil frente al 3-0 que le propinaron los galos, para descontento de la mayoría y regocijo mío, que hasta el corte de cabello de Zidane adopté.

Esta tendencia se rompió por razones que obedecen a uno de los mundiales más extraños que he vivido, cuando la sede fue en Corea-Japón 2002, y la diferencia de horario hacía que los gritos de goles coreados por vecinos y aficionados se ahogaran entre la oscuridad de la madrugada. 

Raro encuentro del que, entre borracheras matutinas, recuerdo a Diego Forlán, en Uruguay; a Miroslav Klose y a Ballack, de Alemania; a Samuel Eto'o de Camerún; la eliminación de México, cuando Rafa Márquez le partió la nariz a Coby Jones tras un gol que sepultaba, de nuevo en octavos de final, la esperanza mexicana; una desangelada final dio fin a un evento en el que Rivaldo, Ronaldo y compañía coronarían a Brasil campeón del mundo.



IV. Salir de cabeza y el triunfo español
El Mundial de Alemania 2006 ocurrió entre la marea de la campaña presidencial, de tal suerte que los recuerdos se enredan más aún que los de aquel que vivimos de madrugada. Hubo, como siempre, grandes figuras como Messi, de Argentina, Roberto Carlos, de Brasil, Cristiano Ronaldo, de Portugal, los goles del "Kikín" Fonseca, que no bastaron para que México volviera a ser eliminado en octavos de final; Drogba, de Costa de Marfil, goles de Gerrard por Inglaterra y penales fallados por el mismo Gerrard, así como una España que ya con algunas de sus grandes estrellas, se perfilaba como una promesa del futbol a futuro.

La gran hazaña de esta gesta fue, sin duda, el cabezazo que Zidane le propinó, en el partido por el campeonato, a Marco Materazzi, con el que se cerraba una carrera futbolística de grandes triunfos –ya fuera con su selección o con el Real Madrid inolvidable de aquellos años– y que, irónicamente, terminaba con la expulsión del francés y con la derrota, en penales, de su equipo (en el tiempo regular de juego, ambos jugadores habían anotado cada uno un tanto). 

A partir de ese mundial, Francia se vino abajo. En Sudáfrica 2010 no fue capaz de pasar de la ronda de clasificación y México, una vez más, perdió en octavos de final con Argentina; con la participación de los ya veteranos Rafa Márquez y Cuauhtémoc Blanco, la promesa se centraba en Javier "el Chicharito Hernández", Giovanni Dos Santos y Carlos Vela, que representan lo más destacado del futbol nacional hasta el día de hoy.

Destacaron, una vez más, Diego Forlán de Uruguay y Eto'o de Camerún; Müller y Klose brillaron con el equipo alemán que, a mi parecer,  fue uno de los más sólidos del torneo, y que desde el primer juego se convirtió en mi favorito. Sneijder fue el ídolo de Holanda pero su talento fue insuficiente frente a España, que con grandes talentos como Pujol, Iker Casillas y, sobre todo, David Villa, se coronaron campeones del mundo, título merecido, sembrado y cosechado si se considera que casi la mitad de la selección pertenece al Barcelona y la otra mitad pertenece casi en su totalidad al Real Madrid, dos de los mejores equipos del mundo.





V. Realidad nacional y las dudas de una apuesta
Los pretextos siempre han sobrado: que si el técnico hace o no un cambio a tiempo, que si el equipo rival es superior, que si fulanito o sutanito llegaron en mala condición o lesionados, que si aquél está jugando en una posición que no es la suya "natural"... El caso es que la participación de México en los Mundiales no ha dejado nunca de ser mediocre, tirándole a mala.

En alguna época encontré en El laberinto de la soledad un argumento atinado que explicaba está incapacidad de hacer equipo: "el mexicano siempre está lejos, lejos de los demás, incluso lejos de sí mismo", es decir, para los deportes individuales tenemos grandes representantes: caminata, clavados, tae-kwon-do, incluso golf o beisbol, que es el más individual de los deportes en equipo.

Fruto de esto concluí que México jamás ganaría un Mundial, y allá por 1998, hice la apuesta de que en 40 años (10 mundiales) esto no ocurriría: van tres, y sigo ganando, pero las nuevas generaciones, debo confesar, me han puesto a temblar.

Tras el desempeño de la Selección menor en el mundial de 2005, aquel en que alcanzaron fama Dos Santos y Vela, y con la aparición más que destacada de Javier Hernández en el equipo inglés Manchetser United, las cosas han cambiado. Esto se confirmó este 2011, cuando vi a un equipo joven, versátil y capaz remontar marcadores y hacerse de la Copa de Oro; unos días después, de la mano de "el Potro" Gutiérrez, la llamada Sub 17 descalificaba, en un partido heroico, al equipo alemán, y se hacía del título mundial frente a Uruguay, en el Estadio Azteca.

Debo confesar que hacía años un gol de México no me emocionaba como lo hizo uno que Giovanni Dos Santos anotó a EEUU, en jugada donde se mezclaban la técnica, el azar y el talento individual de un jugador que retiene, dribla, vuelve a detener y tira a ciegas para clavar el balón justo en el ángulo. Mi opinión era que las hazañas de México siempre estaban relacionadas con mucho de suerte y poco de técnica, pero debo decir, con gusto, que el desempeño de las selecciones nacionales me ha dado motivos para, como dirían por ahí, volver a creer.

Faltan casi tres años para el siguiente mundial, el de Brasil 2014, pero no cabe duda que el rostro del futbol nacional cambia continuamente, y que en esta ocasión, de seguir sobre los pasos que se van dando, las posibilidades, no de ganar un Mundial, pero sí de volverse un rival serio y competitivo, han crecido exponencialmente. Esperemos a ver qué pasa...

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