jueves, 20 de enero de 2011

En el principio...


Gómez Morin y González Luna: más allá de la amistad

No es poco ni menor el material bibliográfico que sobre la fundación del Partido Acción Nacional ha aparecido en los últimos años y que ha encontrado en el Archivo Manuel Gómez Morin, a resguardo en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), una fuente de información por demás valiosa e inédita para esclarecer y abundar en esos primeros año, cuando deseo de cambiar a México por la vía institucional inspiró a un grupo de mujeres y hombres reunidos en torno de las ideas del propio Gómez Morin y de Efraín González Luna: desde la extensa biografía de María Teresa Gómez Mont (Manuel Gómez Morin 1915-1939, FCE, 2008) hasta el texto de Alonso Lujambio que reúne las actas y documentos del origen del Partido (1939. Documentos fundacionales, El Equilibrista, 2009).

Bastaría pues acudir a las instalaciones del Archivo para darse cuenta de la riqueza del acervo, que incluye la vastísima biblioteca de Gómez Morin y una serie de documentos en los que puede hallarse, sin riesgo de exagerar, un fragmento crucial de la historia de nuestro país, de aquellos años cuando la joven nación que apena se recuperaba del proceso revolucionario exigía de sus mejores hombres el la generosidad para sumarse al proyecto de construir una nación que salía herida y diezmada de una lucha armada que trajo sueños vastos pero pronto reveló realidades crudas, para las cuales era necesaria la suma de voluntades y esfuerzos.

Gómez Morin pertenece a esa generación que supo estar a la altura de su tiempo y responder con altura de miras al llamado que le hacía la Patria; además, tuvo la precaución de conservar un minucioso archivo de las múltiples labores que desempeñó a lo largo de su vida. De este modo, y con base en sus documentos personales, es posible trazar el desarrollo de instituciones como la entonces Universidad Nacional, hoy UNAM, del Banco de México, del Banco de Crédito Agrícola, de sus gestiones en Estados Unidos para la expropiación petrolera o de su papel en la creación del Fondo de Cultura Económica, entre otras tanta, previas al que podría considerarse su principal legado para nuestro país: la fundación del Partido Acción Nacional.

Acerca de ese periodo de su vida, el libro Una amistad sin sombras, editado por Ana María González Luna Corvera y Alejandra Gómez Morin Fuentes y prologado por el Presidente Felipe Calderón, presenta una invaluable fuente de información, quizá la más rica que se haya editado hasta este momento, pues la obra reúne en cinco tomos la correspondencia que mantuvo durante 30 años con quien fuera a la par artífice doctrinal y organizacional del PAN, Efraín González Luna. Sin duda, una compilación atrevida desde su proyección original, no sólo por su contenido sino por la extensión, que suma 3,324 epístolas que debieron ser previamente clasificadas, contextualizadas e inclusive anotadas en numerosas referencias al pie, un diccionario biográfico, un índice de nombres y un esclarecedor estudio preliminar con el que ambas compiladoras logran recrear los pormenores en los que cada uno de los autores se desenvolvían, tanto en el ámbito partidista como en el personal o familiar.

Los tomos, bajo el sello editorial del Fondo de Cultura Económica, no tienen desperdicio alguno y son un retrato tras bambalinas del enorme esfuerzo, tanto humano como material, que requirió coordinar los trabajos que, en un principio, precedieron la Asamblea constitutiva panista; a esos primeros años está dedicado el primer volumen, “La gestación de una idea”, que desglosa cómo bajo la idea de crear una editorial y una distribuidora de libros se construiría lo que pocos años más tarde sería, como el título de la obra señala y el propio Gómez Morin escribiría, una amistad sin sombras.

Ese primer contacto data de 1934 y se interrumpiría hasta 1936, cuando González Luna se solidariza con el entonces rector de la Universidad Nacional , que es atacado por su esfuerzo por alcanzar la autonomía de la casa de estudios. La correspondencia volverá a retomarse, casi de manera ininterrumpida, en mayo de 1939, “cuando ya se ha iniciado el proceso de formación de la agrupación que en septiembre se concretizaría en la fundación del Partido Acción Nacional”. De este modo, es posible toparse con los pormenores que fueron necesarios para dar comienzo a una agrupación, desde los primeros atisbos de organización, la redacción de los primeros documentos, los recorridos y giras por el territorio nacional en busca de adeptos, de lo que más tarde sería bautizado como “mover las almas” para transformar a México por la vía pacífica. También están presentes los obstáculos, los sinsabores, ejemplos de cómo la prensa que se sometía al dictado del régimen buscaba denostar y desanimar, difundir mentiras o simplemente ignorar ese esfuerzo ciudadano.

Tanto a nivel nacional como en el plano local, el lector puede “ir descubriendo como preparaban, con meses de anticipación, las convenciones nacionales –desde la elección de la fecha adecuada, el local, hasta la selección y posteriormente el estudio de temas a tratar–, las campañas electorales, la búsqueda de candidatos adecuados…” Sin embargo, no todo era política, y la correspondencia entre ambos personajes retrata de igual forma los intereses culturales, el intercambio de lecturas, los detalles de la vida familiar; asimismo, no todo era acuerdo: también es posible toparse con el disentir de uno u otro por alguna cuestión, siempre envuelta por el respeto ante el amigo pero la responsabilidad ante cada cual, en ese concepto camusiano de la amistad en la que no hay complicidad sino intercambio libre de ideas.

Poco a poco llegarán las primeras victorias, y también los primeros grandes fraudes electorales; es entonces que el intercambio epistolar comienza a vislumbrar los retos para transformar el sistema político mexicano y cuando también aparecen los primeros intentos por modificar la Constitución para hacer de los comicios un espacio de participación equitativa y en igualdad de condiciones para los participantes; en le tomo segundo, “Luces y sombras”, puede constatarse ese empeño por la libertad municipal, por la libertad religiosa, por el papal subsidiario y solidario que debía poner en práctica el gobierno, por un padrón confiable, por un árbitro electoral imparcial… En fin de cuentas, todas esas demandas que a lo largo del siglo XX acompañaron la lucha de Acción Nacional y que sólo hasta los años noventa lograrían atenderse con plenitud.

Ahí aparecerá también la fundación de la revista La Nación, que desde 1941 se presenta como el órgano oficial de comunicación del PAN, y paulatinamente los grandes hombres que se irán sumando a la causa panista y cuya pluma o actividad política reportará desde entonces en sus páginas: Miguel Estrada, Rafael Preciado Hernández, Luis H. Álvarez, Víctor Correa Rachó, Luis Calderón Vega, así como quienes sucederían a Gómez Morin tras diez años en la presidencia del Partido, Juan Guitérrez Lascuráin y Alfonso Ituarte Servín, en un tránsito en ocasiones complicado pues la autoridad moral de ambos fundadores era reconocida ya a nivel nacional, pero que era indispensable debido no sólo a los problemas de salud sino a al necesidad de dar espacios a las nuevas generaciones para que asumieran como propio un legado que debía perdurar y perduró más allá de los nombres.

Estaban ya sentadas las bases para que el partido prosiguiera por su propia cuenta. Se contaba con una organización que cubría buena pare de la República y se contaba con la fuerza para impulsar las candidaturas presidenciales; se debatía, en público y en privado sobre participar o no en las contiendas, los debates eran agotadores pero propiciaban la libertad de opinión, el derecho a disentir, el respeto ante la decisión de la mayoría. Se construía ciudadanía y se hacía escuela para la política nacional. Más tarde llegarían los primeros contactos oficiales con el gobierno, así como nuevas victorias que, como lo ha demostrado Alonso Lujambio en su libro Democratización vía federalismo (FRPH, 2005), partían del municipio para conquistar ciudades que luego serían capitales de estado y tarde, mucho más tarde, la Presidencia de la República. Mientras tanto, llegaba la dirigencia de Adolfo Christlieb Ibarrola, con su voluntad de diálogo y su espíritu de acuerdo, fomentados ambos en la teoría y en la práctica pero al final traicionadas por un gobierno que eligió el silencio de las armas antes que la posibilidad de ceder espacios.

Esta época aparece en el último tomo, “Las luces de la reflexión”, cuando la periodicidad de las cartas entre González Luna y Gómez Morin comienza a hacerse más grande por cuestiones de salud. En 1964 fallecería el primero, y las cartas caerían en ese olvido que sólo la voluntad fervorosa de la memoria puede rescatar. Y es esa voluntad, es amor por la palabra, por ese tiempo cuando la correspondencia iba de Guadalajara a la ciudad de México hasta tres veces por día, lo que inspira a Ana María González Luna y a Alejandra Gómez Morin Fuentes a hundir los ojos en un archivo del que sin duda aún queda mucho por explorar, pero que con este esfuerzo saca a relucir una de sus partes más ricas y trascendentes, aquélla que hoy ponen, de manera generosa y con el apoyo tanto del Fondo de Cultura Económica como de la Fundación Rafael Preciado Hernández, a disposición de todo aquel que busque ahondar en la historia, no sólo del panismo nacional o local sino de México.

Un esfuerzo de gran magnitud –más de cinco años de investigación– que, como señala Felipe Calderón en el prólogo, es clave “para comprender los dolores del México que les toco vivir y que se propusieron aliviar”. Un legado que, continúa, “habría de ser –lo es también hoy– fundamental en la prolongada lucha por la conquista de una vida digna y libre para los mexicanos”.


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