jueves, 28 de agosto de 2014

Instrucciones para recordar a Julio



No sé cuánto debo a Cortázar: sería imposible cuantificarlo y quizá una afrenta a lo que de su obra aprendí. 

Me queda claro que ahora lo encuentro sin buscarlo, a veces en muchas partes y sin cesar, otras por accidente: en lo propio, en los escritos ajenos: hace poco leí una novela donde juré que a cada tantas páginas algo había de referencia, de copia, de plagio, de préstamo de su obra.

Sus libros me asaltan como esos recuerdos que irrumpen y se instalan durante un rato, para luego volver a ese lugar de la memoria donde duermen las cosas que sólo un catalizador accidental activa.

Hace unos días cumplió 100 años. 

Lo registré por las redes sociales pero me dio pereza leer las frases, los fragmentos, los análisis sesudos o los francamente lugar común que aparecían a cada instante, en muros y otras formas de la expresión de nuestro tiempo, lejanos a las pintas callejeras y muy cerca de la fugacidad virtual.

Parecía como si todo fuera una repetición de lo que ya se ha dicho, de lo que ya he leído, de lo que durante años de entregarme a su obra registré, subrayé, anoté, compartí o guardé para mí. 

Ahí andaban los cronopios, elogiados por tantos y tantos famas que seguro él se partiría de risa. El capítulo 68, el 7, de la desesperante muerte de Rocamadour que todos saben menos su madre –y nadie se atreve a señalar.

También aparecieron los clochards, el jazz, las fotos con trompeta y con Teodoro, algún verso ocasional, lo real maravilloso, la Maga, la política inocente y crédula del hombre nuevo, los puentes, París.

Cuando se extendía el análisis, Poe y Yourcenar alcanzaban a ser referencia; lo mismo las anguilas y el observatorio de Jaipur, el romanticismo y Keats, los tres volúmenes de cartas que ahora son cinco.

Cuando el nivel bajaba, los expertos de ocasión se abanderaban en términos como "abstracto", "túneles" "laberinto" y "juego" para arrojarse al abismo de lo que creen hallazgo y es sólo muestra exponencial de la ignorancia propia.

¿Importa en verdad el juicio? 

¿Importa señalar la importancia de que el juicio resulte trascendente? 

Vale poco / nada la respuesta. 

La mejor lección después de tanto: que en el minúsculo acto de ir al quiosco de la esquina a comprar el periódico se juega uno la vida, o mejor te quedas a salvo, en "el ladrillo de cristal" de las certezas cómodas.

Y puntocom (Gil Gamés dixit).


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