sábado, 7 de mayo de 2011

Ernesto Sabato, in memoriam

Abrir los archivos y encontrar los textos de hace una década, acerca de La resistencia, de Ernesto Sabato, en una revista y un periódico editados en la península yucateca: La Revista Peninsular y El Diario de Yucatán...


La necesidad de una resistencia

En 1909, el escritor italiano Tomasso Marinetti dio a conocer, a través del periódico Le Figaro de París, el Manifiesto Futurista, documento en el que sentaba las bases de un movimiento artístico renovador, radical, que buscaba romper con lo establecido, con aquello que llevaba al arte a ser un espacio de contemplación y calma, para así lograr una estética innovadora, basada en la “belleza de la velocidad”, en la admiración por la carrera armamentística y en el dinamismo creciente de la industria de aquella época.

Esta corriente vanguardista, actual y de moda en Europa hasta la Segunda Guerra Mundial, impulsó a los primeros artistas “modernos” a crear una ideología referente a cuestiones que sobrepasaban los límites del arte, con la intención de tomar adeptos entre las masas para glorificar la guerra, –la única verdadera higiene para el mundo- el militarismo, el patriotismo… las hermosas ideas que matan y el desprecio a las mujeres[1], al tiempo que proclamaban, un año después (1910), la destrucción de museos y bibliotecas por ser los sitios donde se rendía culto al pasado.
El futurismo influenció a la escritura, cuyo estilo se torna onomatopéyico (expresa con “palabras” diversos sonidos) y dadaísta (se escribía intentando imitar los collages); también tuvo presencia en la pintura (“El grito”, de Edvard Munch, es un ejemplo de la estridencia que se buscaba), la escultura y la arquitectura (Boccioni y Sant’Elia redactaron los manifiestos correspondientes), aunque su principal adepto lo encontró en la política: en 1918 fueron publicados el Manifiesto del partido político futurista y el libro Más allá del comunismo, textos que reunían toda una ideología de gobierno de corte socialista y exaltaban, por otra parte, la violencia, el “placer por los botines”, el movimiento agresivo, el individualismo desesperado y la guerra. Al final, el pensamiento redactado por Marinetti jugó un papel importante en el expansionismo italiano, que devendría poco después en el fascismo encabezado por Mussolini[2]. Asimismo, la ideología futurista legó elementos fundamentales al nazismo, tal y como puede apreciarse en muchos de los preceptos descritos líneas arriba.
Actualmente, gran parte de aquellos pensamientos que exaltaban el ruido, la prisa, las particularidades, lo bélico, el olvido del pasado y la sustitución de éste por los avances de la entonces creciente tecnología aparecen como cotidianos, como parte de cada día, del momento en que nos sentamos frente al televisor y nos olvidamos del otro, o del instante en que preferimos una plática frente a un monitor, con la que absurdamente se intenta sustituir la presencia física de otro ser humano. Es decir, cada vez nos parecemos más a la sociedad que el futurismo deseó –y en ocasiones anticipó[3]- como realidad y, en algunos casos, ya vivimos la total representación de una ideología que fue el principio de uno de los acontecimientos más deplorables de la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial.
No obstante lo que el siglo XX ha traído con el avance de la ciencia, y del presente que es un reflejo casi total de la moda de hace poco más de cincuenta años imperó, quedan siempre los legados de la historia, la experiencia antigua como aviso del camino que nuestro “desarrollo” peligrosamente transita o, en el peor de los casos, las voces calladas de millones de hombres y mujeres que perecieron en nombre del nacionalismo, la expansión territorial y todos aquellos motivos que impulsaron a los protagonistas del nazismo y el fascismo a crear regímenes de terror.
También a manera de señalamiento contra lo que hoy en día sucede en las sociedades “modernas”, contamos con la literatura, con los pensadores que refrescan la memoria y recuerdan lo que la mayoría prefiere arrinconar en el olvido… Escritores que se dan a la tarea de prevenir lo que ya en una ocasión sucedió –en las mismas condiciones que hoy día se presentan– para evitar que se repitan las atrocidades del pasado con base en los problemas que en nuestro tiempo desmembran a las sociedades.
Uno de estos autores es el argentino Ernesto Sabato que, en su libro La resistencia[4], analiza cada uno de los aspectos que en nuestros días han logrado el aislamiento, el individualismo, la sustitución del silencio por lo estridente, la constante ausencia –y pérdida– de memoria histórica, la prisa que impide la contemplación pasiva, así como los defectos de una globalización que avanza en beneficio de lo actual y olvida a quienes, muchas veces por injusticias o desventura, parecen estar condenados a no ser parte del mundo moderno, del desarrollo que otros gozan y las ventajas que tal fenómeno trae consigo.
Así, el libro de Sabato es un llamado urgente a nuestra capacidad de soportar, a una resistencia que día a día debemos llevar a cabo para evitar caer víctimas de una realidad anticipada hace casi cien años pero que, ante todo, conjuga las carencias actuales con una tecnología que va más allá de lo imaginado. Asimismo, el argentino resalta y marca la necesidad de “la búsqueda de una vida más humana [que] debe comenzar por la educación”, para que lo nuevo no se tome como novedoso, cuando en verdad fue parte de una ideología –el futurismo- pensada y difundida años atrás.
Un grito mudo que calma silencio en medio del creciente ruido; una mención de unidad cuando los todos son partes dispersas. “Un mensaje esperanzado al océano de individualismo y pobreza existencial en el que navegamos”. En fin de cuentas, someter a la reflexión todo aquello por lo que nos aislamos, pero, sobre todo, la enseñanza del recuerdo, de la historia y su herencia, para “evitar cometer en el presente los errores que otros cometieron en el pasado”.
Agosto 2000


[1] Filippo Tomasso Marinetti, El manifiesto futurista
[2] Cabe mencionar que Mussollini fue discípulo de Marinetti, quien enseña al dictador italiano la premisa fascista “arriba y adelante”.
[3] Ejemplo de lo que el futuro traería como actualidad fue El mundo feliz, del escritor Aldous Huxley, perteneciente a la corriente artística en cuestión.
[4] Ernesto Sabato, La resistencia, Editorial Seix Barral, Argentina, 2000.
Borges y Sabato, en Buenos Aires.

Resistir al tiempo moderno

Hace algunas semanas se conmemoró la aparición de uno de los análisis más profundos, puntuales y acertados que la literatura mexicana ha albergado en su historia: El laberinto de la soledad cumplió cincuenta años de haber entregado al lector la descripción cronológica que de la sociedad nacional llevó a cabo Octavio Paz, al tiempo que el Premio Nobel revelaba uno de los conceptos fundamentales para el desarrollo de cualquier pueblo que se entienda como “el conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición en común”: el otro.

La idea, y específicamente la realidad del “otro” son las bases inamovibles de una nación; asimismo, son los pilares que sostienen la vida en común y la convivencia con el prójimo sin anteponer los intereses particulares a los colectivos.
De esta forma, hombres y mujeres conciben su existencia, su ser y su persona no sólo como una individualidad aislada, sino como el elemento primordial de la sociedad que, junto a otras mujeres y hombres, funda las raíces, el tronco y las ramas de las asociaciones humanas. En su más reciente obra, La resistencia, el científico y literato argentino Ernesto Sabato afirma también que “es el otro el que nos salva”, sin embrago advierte que en nuestra modernidad este concepto es presa del olvido, de la victoria de lo particular sobre lo universal que se presenta en guerras étnicas que buscan separar en vez de unir, de la televisión que priva al espectador de la convivencia y la charla para sumirlo en un mundo que únicamente se comparte con las imágenes de la pantalla; o de las computadoras, el Internet y los “chats”, que llevan a relacionarnos de manera abstracta con el mundo, a sabiendas de que “es ahí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida”.
La resistencia encierra entre sus páginas un análisis pormenorizado de aquellos elementos que poco a poco han logrado la desmembración de la unidad humana, presente día a día: el ruido de la ciudad que paulatinamente cierra el oído y le hace requerir mayor intensidad para escuchar mejor; la tecnología que avanza rápida, voraz, y crea adaptaciones bruscas de la sociedad ante la técnica producida por el propio hombre; la pérdida de memoria –que es la historia- cuyo recuerdo evita reincidir en los errores que tiempo atrás se cometieron; la prisa por llegar y terminar antes, que invita a apartar los detalles por ser éstos de poca funcionalidad, a suprimir el cuidado y la observación tranquila para sustituirlos por la medida de un tiempo utilitario, redituable y generador de ganancias.
Sabato también aborda algunos de los problemas sociales más preocupantes de nuestra época: el agnosticismo -doctrina que invalida toda noción de lo absoluto- y el ateísmo -calificado como una novedad de los tiempos modernos- que elimina el concepto de un Padre que nos haga sabernos hermanos y justifique nuestra fugaz estancia en la tierra como parte de una historia que es la nuestra y a la vez la de todos.
Ante estos y otros los conflictos de nuestro tiempo, ante los valores que se pierden y se modifican al servicio del interés particular, ante la multitud que calla la voz de cada cual, ante el aniquilamiento de los mitos (que es la antesala a la precipitación de la sociedad), Ernesto Sabato nos invita a resistir, a oponer una fuerza que frene el avance desmedido y nos devuelva el sentido de pertenencia, de entendernos como parte de algo que muchos más comparten en cuerpo y alma… A ser, en fin de cuentas, algo más que un fragmento desperdigado en una globalización que, lejos de unir, impone la línea para acceder a un sistema mundial cuyos resultados aún dejan mucho que desear.
Así, La resistencia reúne en cinco ensayos –cartas- una crítica a las necesidades prescindibles que transformamos en vitales, a los valores actuales que nada semejan con los antiguos, a los conceptos que alentan la victoria de un supuesto mal sobre un supuesto bien, a los principios de ética y moral que se olvidan en la enseñanza y son primordiales para la vida en comunidad. El último de estos ensayos, titulado “La resistencia”, proclama que mientras exista la decisión de caminar contra la corriente devastadora habrá posibilidad de soportar, de hacer de los obstáculos nuevos caminos, “porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”.
Resistir y no acostumbrarse. Entender que la modernidad consume al individuo y lo separa del otro. Hace casi cien años, la corriente de pensamiento llamada futurismo anticipó los problemas de nuestros días y rindió culto a las máquinas, a la velocidad, al ruido estridente, a la supresión de lo universal por lo personal, al olvido de la memoria que fue manifestada con quemas de libros en las calles. El ideólogo de tales conceptos fue el italiano Tomasso Marinetti -maestro de Benito Mussolini- que en la dictadura italiana de 1929 pudo llevar, gracias al fascismo, su doctrina a la realidad. Después, el sistema de gobierno del Duce sentó las auténticas bases del nazismo y de las atrocidades que bajo su bandera se cometieron. Hoy en día, esa modernidad que tanto celebramos y calificamos de “maravilla” ha enarbolado los mismos elementos que el futurismo, y el resultado no es todavía visible en su totalidad.
El grito de Sabato en favor de la resistencia no es solamente la revelación del reflejo de nuestro tiempo… Es un llamado para evitar que la prisa arrastre consigo la sencillez de nuestro derredor -que encierra la más grande complejidad-, para que la maravilla de sabernos uno en el núcleo del todo sea más que una idea y, quizá lo más importante, para que el olvido y la indiferencia ante el otro no devengan también en el olvido y la indiferencia ante nosotros mismos.
Octubre de 2000

Del pesimismo a la realidad

A veces, la realidad se acerca mucho a lo que algunos podrían llamar pesimismo: encontrar en el universo toda la imperfección posible y, tratándose de filosofía, creer que en una parte (o en la totalidad) del mundo sucede lo peor... Término sajón nacido en Inglaterra en el siglo XIX, pero expresado de alguna forma por Diógenes, por la fuerza irracional de Schopenhauer y por tantos que en algún momento concluyen alguna posibilidad cruda pero reconfortante: “podría ser peor”. La imaginación humana no tiene límites; tampoco los tienes la capacidad de imaginar algo peor: el Futurismo, como corriente y como línea de pensamiento ideada por Tomás Marinetti, ha sido un espacio de la Historia en que se dio tiempo para pensar cómo serían después las cosas; el fascismo y el nazismo cubrieron la distancia más próxima a su culminación: lo peor de pronto se asemeja en exceso a la realidad, la toma, la aborda, la asimila y aquello peor se torna ordinario por un instante, un presente momentáneo que luego se incluye en la Historia, por la memoria y evitar repetir los errores del pasado(?). Quizá lo que inunda nuestro paso como humanidad son esos opuestos demasiado lejanos, tan ajenos al hombre como lo sería la muerte misma: el Holocausto y el régimen del Tercer Reich, la Italia negra de Mussolini, genocidios como el de Ruanda, las hambrunas africanas, las atrocidades de los Balcanes en la última década del siglo XX, los asesinatos de mujeres en Afganistán, los desaparecidos de las guerras sucias, las dictaduras latinoamericanas, la infamia y la cobardía del el terrorismo, el racismo, enfermedades incurables y destructivas, el envenenamiento de seis litros de agua cada vez que una colilla de cigarro cae en una alcantarilla; los problemas ambientales que cada vez ponen más en riesgo el equilibrio natural de la tierra, o los de una ciencia incapaz de solucionar los problemas que encuentra y plantea; una filosofía inexistente y que da lugar a las modas, sin dejara nada postrero, sólo moda y su legado de “temporada”, efímero y perecedero. Cierto es que la realidad también se compone de otras realidades y otros sueños y que lo enumerado son instantes deprimentes, pero es preocupante cuando por un momento histórico imaginar algo peor es imposible, porque eso peor aniquila la imaginación humana, la transforma en una nada, la asesina o la calla, la incendia, la vuelca hasta humillarla y es su antítesis. Cuando el pesimismo se consuma sólo quedan tumbas, los límites franqueados de la razón, del sentido común, de la vida, y el paso de la humanidad por el mundo se encuentra plagado de tiempos y situaciones que escapan a imaginar algo peor, y sin embargo algo peor sucede después, o por lo menos así ha sido –históricamente- hasta el día de hoy.


Ernesto Sabato, en La Resistencia (Ed. Seix Barral), expone algunos de los conflictos que socialmente afectan a los hombres de nuestra época y propone resistir, afrontar un ahora cambiante que se desgasta en una etapa de evolución marcada por numerosos horrores; un ahora que muestra su máscara más ambigua y falsa, producto de una etapa de acomodos que no escapa a las leyes de la física: todo cambio produce un desgaste. El autor argentino da voz de alarma ante la funcionalidad, ante la utilidad por encima de la estética, al perfil apresurado que asume el ser ante la prisa de la modernidad; señala también el aislacionismo, la individualidad que nos separa del otro[1] y nos encierra cada vez más: primero la presencia por la epístola, luego la epístola por el mensaje, el mensaje por el teléfono, el teléfono por el chat. Al final, Sabato afirma: “Nuestra cultura está mostrando signos inequívocos de la proximidad de su fin. Sin tregua se ve obligada a reinventar noticias, modas o nuevas variantes, porque nada de lo que extrae de sí es perdurable, fecundo o sanante... Así nos está pasando, confundimos noticia con novedad. Lo decisivo en no creer que todo seguirá igual y que este modo de vivir da para rato”.

Por su parte, el colombiano Fernando Vallejo se dedica en un par de obras a escrutar los problemas sociales que aquejan a ciudades como México o Bogotá, donde las contradicciones de la riqueza mal repartida se refleja en uno de su más fieles espejos. De un tono crudo pero sincero y dejando atrás los motivos históricos para enfocarse en el presente, La virgen de los sicarios –también llevada al cine– narra la historia de la juventud colombiana dedicada a asesinar a sueldo y víctima del tráfico sexual, todo inmerso en una sociedad que se presenta descompuesta y con lo peor asimilado lentamente: Ante el crimen perpetrado contra un hombre, una mujer grita alarmada y el protagonista pregunta: ¿Por qué grita, señora? Si lo común aquí es que a la gente la maten. El sicario para morir nace, y esto pone a la vida como un simple medio para llegar a un fin, el fin. Otro título, El desbarrancadero, describe la vuelta de un hombre a la casa familiar para acompañar a su hermano en los últimos días de su agonía, quien aguarda a que “el horror de la Muerte viniera a librarlo del horror de la vida”. A la vuelta, el protagonista recorre la memoria de la infancia mientras un Medellín colmado de inseguridad se abre ante sus ojos; sarcasmo y comentarios crudos pero reales surgen de ese andar y esa memoria confluyendo y espantada ante lo que mira: el día a día que acaece en las metrópolis donde la justicia es la de la mano propia, la que condena a quien no pueda someterse a la ley de la calle, la ley del más fuerte... Los dos autores y las tres obras tienen como fundamento el presente y nada más. Sabato lo analiza y pide resistir, disentir; Vallejo se burla de él y celebra los absurdos con especial ironía, quizá con afán de hacernos ver la incoherencia visible en tantas partes: “Pero el país funciona bien. Con mordida todo fluye: el tráfico de los carros, la venta de electrodomésticos, la circulación de la sangre... los pasaportes de los que viajan, los entierros de los que se van... La mordida es un invento genial. Como la rueda” (en referencia a México).
La realidad da para mucho, y quizá más para describir y analizar que para imaginar, porque si la imaginación humana ha llevado al hombre a cimas tan bajas, ¿qué más se puede esperar? Algunas cifras de nuestra América para confirmar que tal vez la novela más triste es la que se vive afuera, aquí, la que no vemos, la que también ocurre en alguna parte pero se oculta y se revela en cifras, tan ambiguas por limitadas en algunos casos:
1) Brasil.- Al menos 5 mil 369 niños y adolescentes están al servicio de grupos narcotraficantes, que los utilizan para traficar drogas sin levantar sospechas (no pocas ocasiones con el consentimiento de los padres); el 90% consume marihuana, el 15% cocaína, además de una modalidad recién descubierta: inyectarse lodo produce los mismos efectos que hacerlo con “crack”.
2) Colombia.- De los dieciséis millones de menores de edad que hay en Colombia, uno de cada tres vive en la miseria. Casi dos millones de personas han sido desplazadas por conflictos armados, de las cuales el 70% son niños mujeres y ancianos que habitan en los cinturones de marginados que se conglomeran en trono de las ciudades.
3) México.- En cuatro años, la explotación sexual de menores aumentó de 21 entidades a 31; las principales redes de explotación se encuentran en Tijuana, Cancún, Acapulco, la ciudad de México, Guadalajara y Yucatán.*
Pero también es cierto que la realidad tiene dos caras, y una frase del cantante y cineasta argentino Fito Páez reza: “El mundo es muy cretino pero puede ser divino”. El otro lado, donde la imaginación camina hacia la belleza, también tiene la esperanza, el anhelo, los sueños... Si el pesimismo es tan cercano a veces a la realidad y llega a transformarla en muerte, la resistencia debe detener, escollar el paso hacia ese desbarrancadero al cual nos acercamos como humanidad. Dejar que el pesimismo sea sólo una posibilidad remota, no un presente que se asoma de cuando en vez, y cada vez un poco más.

Mayo 2002


[1] La idea, la concepción y la aceptación del otro, de lo distinto o lo que viene de fuera, es uno de los más grandes logros de la humanidad. Es curioso notar cómo aquellas culturas que tienen contacto con otros pueblos y otras visones de la realidad han sido las más avanzadas de la historia: Europa desde Alejandro Magno hasta la Unión Europea, los califatos en España, el saber albergado de los muros de Alejandría, las bibliotecas persas destruidas por Atila... Octavio Paz afirma que la conquista de América fue posible, entre otros factores, porque el indígena mesoamericano no tenía en su cosmogonía la concepción del otro, ya que su conocimiento de otras culturas no iba más allá de los límites de América. El conquistador sólo cabía en la concepción de Dios, que llegó a derrumbar los ídolos y con ellos la expresión colectiva, pues el arte anterior a la llegada española no era, como en el Viejo Continente, una visión particular, sino la voz de todo el pueblo. El otro y su acercamiento a diversos otros hace que lo particular termine fundiéndose en un nosotros hasta quedar asimilado: es conocimiento, riqueza, una puerta a universos y lenguajes que desde distintos enfoques contribuyen, complementan, corrigen o dan una opinión paralela a nuestra realidad.
* Cifras tomadas de Reforma (28-29/04/2002), Revista El País (marzo 2002).

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