La invitación fue de Liliana López Ruelas, en 2004, quien entonces era directora de la revista La Nación. Desde ese año y hasta 2007, escribí en sus páginas sobre temas internacionales, que en ese entonces seguía con puntillosa atención a través de las ediciones impresas de los diarios El País y ABC de España, así como de las versiones digitales de Le Monde y Le Figaro de Francia, The New York Times y The Washington Post de Estados Unidos, The Guardian de Inglaterra, así como los semanarios galos –también en versión electrónica– Le Point, L'Express y Le Nouvel Observateur.
Casa mes, publicaba en el órgano informativo del Partido Acción Nacional una columna en la que rescataba los que, a mi parecer, representaban las principales noticias en el mundo, comentándolas y buscando enriquecer las páginas de aquel semanario que, no obstante, conocía de tiempo atrás: en la biblioteca familiar, se acumulaban ediciones de La Nación de varias décadas atrás, aunque debo decir que mi conocimiento de la revista era precario e, inclusive, no alcanzaba a valorar su trascendencia en la historia del periodismo en México.
Esto cambió en 2008, cuando el recién electo presidente del PAN, Germán Martínez Cázares, me invitó a asumir la dirección de La Nación. Fue entonces cuando supe que su fundador fue uno de los referentes del periodismo nacional, Carlos Septién García; que apareció por primera vez en octubre de 1941, lo que la convertía en la revista más antigua del país aún en circulación; que conoció su mejor época bajo la dirección de "el Profe" Avilés, en los años cincuenta; que su acervo fotográfico constaba de más de tres mil imágenes; que la historia del PAN, pero también la de los fraudes, los atropellos y las tropelías del régimen priista estaban documentadsa en sus páginas como en ningún otro medio... Toda esa tradición, toda esa información y esa inmensa responsabilidad recaían de pronto en las manos del equipo que me tocaba presidir.
Los primeros días en el CEN fueron de encuentros con rostros conocidos, algunos de mucho tiempo atrás, otros recientes; rescato una anécdota de doña Maru, responsable de que las cafeteras tuvieran siempre provisión del líquido fundamental, que una mañana me preguntó si yo era hijo de mi padre, y ante la respuesta positiva, comentó: "su papá hizo mucho por nosotros; yo trabajé con él desde que era presidente, y antes de irse nos ayudó a todos los empleados a conseguir el crédito para nuestra casa". También conocí, en el área de Comunicación, a "doña Feli", Feliciana Álvarez, fallecida en 2010, septuagenaria secretaria que relataba anécdotas de los fundadores del Partido, que recibía a quienes iban al CEN en busca de información histórica, que aún utilizaba máquina de escribir y quien una tarde me entregó siete gruesos engargolados con los discursos de mi padre en la campaña de 1997: "los dejaron abandonados aquí, y yo los rescaté", me dijo tras dejarlos en mis manos como quien lega un resguardo.
En la oficina que me fue asignada, una foto inmensa de don Carlos Septién en blanco y negro, sentado ante la máquina de escribir en un escritorio repleto de papeles, miraba hacia la cámara; asimismo, una colección de unos treinta tomos de pastas rojas reunía desde el primer hasta el último número editados. Lo primero fue, entonces, hundirse en esas hojas amarrillentas, algunas ya roídas por los años, y estudiar la historia de los contenidos y la imagen a lo largo del siglo XX y principios del XXI.
Me sorprendió, de la primera época, la vocación periodística de La Nación, que si bien resumía las actividades internas del PAN, daba igual e incluso mayor importancia a los acontecimientos del país y del mundo: ya fuera en temas políticos, sociales, económicos o culturales, el entonces semanario era un referente importante para enterarase de lo que sucedía en todo el orbe, así como para conocer las ideas de Gómez Morin o de González Luna, la fundación de nuevos comités, los agravios contra la naciente militancia, los discursos de Miguel Estrada Iturbide o las jóvenes plumas de Rafael Preciado Hernández, primero, y más adelante de Luis Calderón Vega, de José González Morfín o de Carlos Castillo Peraza.
En el tema de imagen, los principales rasgos eran el paso del blanco y negro a la selección de color, así como la cantidad de fotografías que se incluían para acompañar las notas, que crecían en cantidad y calidad conforme los años pasaban, fruto no sólo de la tecnología sino, además, del interés en la imagen que ha prevalecido de unos años a la fecha; de este modo, los últimos números antes de mi llegada incluían secciones dedicadas, a manera de los apartados de "sociales" de las revistas y periódicos actuales, a reproducir un gran número de fotografías acerca de los eventos en el Comité Ejecutivo Nacional, así como los retratos de editorialistas acompañando la sección de opinión, todo en detrimento, a mi parecer, de la información, que quedaba reducida a, en ocasiones, ser complemento y no fundamento de las notas.
Decidí cambiar esta tendencia bajo la máxima "eliminemos los egos". Así, con la asesoría de Gonzalo Tassier, La Nación fue rediseñada tanto en imagen como en contenidos, para terminar en una propuesta editorial que pretendía, en cuanto a los temas gráficos, un diseño moderno, atractivo tanto para militantes como para lectores en general, pues en ese primer momento la revista se vendía en locales cerrados; en el tema de contenidos, me pareció que el "órgano informativo del PAN" debía dar testimonio del paso del partido por el Gobierno y, de igual modo, respaldar e informar acerca de la lucha en aquellas entidades donde aún ser era –o es– oposición. Con estas premisas, nos dimos a la tarea de conformar el primer número, que apareció en junio de 2008.
No es sencillo conjugar estas dos condiciones de gobierno y oposición, y el primer desafío apareció con esa edición. El Presidente del PAN había salido de gira a Alemania, con una agenda que incluyó una sesión con la Canciller Angela Merkel; por otra parte, el Gobierno federal presentaba el programa Vivir Mejor, y una entrevista con el entonces secretario de Desarrollo Social, Ernesto Cordero, competía por el tema de portada. Se impuso, contra mi voluntad, la visita alemana, por insistencia y presión del entonces secretario de Relaciones Internacionales, cuyo nombre no recuerdo pero que en ese momento me hizo tomar la decisión de que no volvería a ceder en esos temas.
El primer equipo integrado para hacer la revista estuvo encabezado por Irma Tello Olvera, como jefa de Redacción; Sergio Rodríguez, como reportero; Ulises Ramírez, en la fotografía; Rosa María Cantero, en Administración y distribución; Gonzalo Tassier, encargado de ilustrar y dirigir el diseño; Jorge Rosas y Adriana Paredes, en la formación editorial; Impresores FOC, con la calidad y el respaldo que requiere todo editor, así como el apoyo siempre constante de la Fundación Rafael Preciado Hernández y de la Secretaría de Comunicación del CEN el PAN, encabezada entonces por Homero Niño de Rivera. Todos ellos entregaron su talento, su dedicación y su espíritu de equipo a una aventura que apenas comenzaba.
II
Decidir los temas de La Nación puede parecer simple y lo es si se sigue la agenda del Partido Acción Nacional. Lo complejo llega cuando se busca ampliar el horizonte y que la información resulte atractiva tanto al panista –militante o no– como a quienes se acercan a buscar en la revista asuntos relativos tanto al Poder ejecutivo como al legislativo, tanto en el orden federal como en el estatal. Con base en lo anterior, me pareció que el mayor logro durante el primer año al frente de la dirección fue lograr un equilibrio a este respecto, pues se abordaron desde la Asamblea que reformó los estatutos del Partido hasta la crisis alimentaria, la económica, la relación México-Cuba, entre otros tantos. Se añadió una sección cultural que inlcuía reseñas de libros, películas, exposiciones música y el "De cartón", caricatura quincenal a cargo de Tassier.
Como orgullo quedó la portada de la discusión que tuvo lugar en la ciudad de México sobre el tema del aborto: ¿cómo ilustrar el tema sin sangre, sin amarillismo y de manera elegante? La solución, que aún me parece genial –y que mereció un reconocimiento de a! Diseño por portada de revista– fue una "a " minúscula rellena de rojo, de contorno blanco sobre fondo negro, que sin mostrar nada, decía todo.
Por desgracia, nuestra ambición de contenidos de calidad chocaba con la cantidad de personal que se disponía para generarlo, y un mea culpa que nos persiguió durante tres años fue la periodicidad, que no alcanzaba a ser quincenal pues a la elaboración de textos, obtención de entrevistas y formación se sumaba la burocracia del IFE en temas editoriales, que exigía llamar con cinco días de anticipación a la fecha de entrega de la revista impresa para que ésta fuera contada, lo que complicaba aún más las cosas.
A la postre, esta situación devino en que abandonáramos la venta de la revista en locales cerrados, decisión además impulsada por el área administrativa, que alegó que la revista "no recuperaba en ventas lo que costaba pagar la distribución". No sería la primera vez que una decisión contable, tomada con base en números, reflejara la total ignorancia acerca de la economía editorial, ya que ninguna revista en casi ningún lugar del mundo sobrevive por sus ventas y más bien completa el coste de producción gracias a la publicidad, ingreso que está prohibido por reglamentación del IFE.
Esto, sin embargo, no cejó el esfuerzo del equipo, que más bien decidimos continuar con nuestro trabajo. De este modo, entrevistas a José Woldenberg, Luis Carlos Ugalde, Javier Lozano, Josefina Vázquez Mota, Luis H. Álvarez, Vicente Fox, Alonso Lujambio, Guillermo Padrés, entonces electo gobernador de Sonora –una portada de la que todavía hoy dudo–, Roberto Gil, así como la cobertura de eventos y actividades de las distintas Secretarías y Direcciones del PAN, de dirigentes de Comités Estatales, de senadores y diputados federales y locales, así como las opiniones de panistas destacados y simpatizantes cercanos como Aminadab Pérez Franco, Fernando Dworak, Fernando Rodríguez Doval, Carlo Pizano, Adriana González Carrillo, Carlos Guízar, entre otros muchos tantos cuyos nombres se me escapan, engalanaron las distintas ediciones y, en lo personal, me enseñaron la importancia de que un equipo proponga, actúe y se realice profesionalmente, no bajo un control estricto e incluso, en lo posible, ajeno a los horarios de oficina, pero siempre puntual en entregas, oportuno en las propuestas y atento a los momentos importantes del trabajo (inlcuidos fines de semana, que es cuando se suelen realizar los Consejos nacionales y las elecciones).
Por desgracia, pertenecer a una organización conlleva en ocasiones ceder ante las órdenes impuestas por el organigrama, y en este punto aprendí que una alta dosis de humildad es necesaria ante aspectos que están más allá de lo que uno puede controlar. Una primera decepción que me llevó a considerar abandonar mi puesto fue cuando, tras la derrota electoral de 2009, el Presidente del Partido renunció a su cargo en rueda de prensa, sin Consejo Nacional de por medio: mi enojo fue mayúsculo, y a éste se sumaba otra decepción, pero ésta de índole editorial.
Apareció por esa época el libro de Manuel Espino, Señal de alerta, que se me pidió reseñar en La Nación. En un primer momento me opuse, pues conocía el contendio y era un ataque al Presidente Felipe Calderón; sin embargo, el argumento que se me espetó fue concluyente: "somos un partido plural, y se vale disentir". Me alegró que se considerara de ese modo y me di a la tarea, contra mi costumbre y convicción, de leer libros firmados por políticos; escribí la reseña y, lo que no sucedía hacía muchos años, la sometí a revisión, para que días después fuese aprobada y publicada.
La llamada fue desconcertante: ya con la revista impresa, me pedían detener la distribución y esperar, pues la reseña decía cosas que el propio Presidente del Partido haría públicas en esos días; nunca entendí ni qué era lo que decía el texto que luego se haría público, ni por qué se me pedía hacer algo que luego afectaría el trabajo de todo el equipo, pero detuve la circulación. No me cabía ni el enojo ni la frustración, y en ese momento pensé en arrojar el tiraje a la vista de todos en las instalaciones del CEN o en llamar a la prensa para denunciar la censura de la edición.
Quien contuvo estos arranaques fue Carlos Abascal, quien me citó para hablar del punto y me dijo dos cosas que me resuenan en las ideas cada vez que la inconformidad y el desacuerdo me invaden ante decisiones con las que no comulgo: "no hagas nada que dañe al partido" y "guillotina la edición y a lo que sigue". No fue necesario lo segundo, pues una semana después recibí la llamada que autorizaba proseguir con la distribución del número y el incidente no pasó a mayores. De todos modos, era otro factor a considerar al momento de la renuncia de Germán Martínez, pero alguien me dijo "sólo las ratas abandonan el barco cuando se hunde"; prevaleció, más que aquella frase-lugar común, el cariño y el respeto al trabajo del equipo de La Nación, siempre impulso, aliento y, cuando fue necesario, respaldo incondicional.
III
Con la llegada de César Nava a la presidencia del Partido y de Abel Hernández, primero, y luego de Max Cortázar a la Secretaría de Comunicación, el tema de los contenidos de La Nación contó con una libertad que, si de por sí ya era suficiente, permitió seguir ahondadno en nuevos temas, por lo que decidimos crecer la sección dedicada a la actividad de los comités estatales y aquella dedicada a la información internacional: nacieron de ese modo la Ventana estatal y la Ventana internacional.
El caso de la Ventana estatal obedeció a distintas peticiones hechas por los comités, que buscaban tener mayor presencia en la revista. Esto era un pulso importante para conocer la reprecusión de la revista, pues buena parte del tiraje –más de la mitad de los 5 mil ejemplares– se repartían en el interior de la República. A partir de ese momento, además de las distintas notas, se publicó una entrevista relativa a la actividad estatal, ya fuera del Partido, de los diputados locales o de los presidentes de los Comités.
Fue la época, además, de las alianzas para llegar a la gubernatura de Puebla, Oaxaca y Sinaloa, exitosas en el tema electoral aunque cuestionadas por distintos medios. Se procedió entonces a entrevistar a los candidatos, a ser un respaldo en época de elecciones y también a seguir con la misión inicial de dar testimonio de las actividades del Poder Ejecutivo. De este modo, Rafael Moreno Valle, Gabino Cué y "Malova", la Asamblea Nacional, la elección del Secretario de Acción Juvenil, así como Salvador Vega Casillas, de la Función Pública, la liberación del "Jefe" Diego, la muerte de Juan Camilo Mouriño, las reformas alcanzadas, entre otros más, estuvieron presentes en las páginas de la revista.
En el ámbito cultural, la FIL de Guadalajara, exposiciones de José Clemente Orozco, René Magritte, libros de Gilberto Rincón Gallardo o José Woldenberg, por mencionar algunos, fueron reseñados, con el gusto de poder dedicar uno de los números al décimo aniversario luctuoso de Carlos Castillo Peraza, con los discursos pronunciados por César Nava, Felipe Calderón, Gonzalo Tassier y Esteban Zamora durante la presentación de los libros preparados para esa ocasión en el Museo Nacional de Antropología.
Aquí bien cabe un paréntesis que es una disculpa hacia el equipo, pues tanto la edición de esos tres volúmenes antológicos de la obra de mi padre, como el apoyo en la Presidencia del Partido –en la que colaboré ese año y medio redactando discrusos para el Presidente nacional– hicieron que menguara mi participación en la revista. Por fortuna, el respaldo de Irma Tello hizo que esas ausencias se notaran poco, ya que su apoyo y trabajo comprometido sacaron adelante a La Nación.
El proceso para definir los contenidos de cada número era como sigue: Irma presentaba una propuesta por sección que estudiábamos, completábamos y corregíamos, según fuera el caso, con base en los datos que cada uno poseía; se distribuían asignaciones entre ambos y los reporteros (para entonces Juan Pablo Castillo se sumó como servicio social a esta labor) y conforme se devolvían los textos solicitados, éstos se enviaban a diseño. El fotógrafo (que para entonces era Luis Soto) entregaba un CD con las fotografías de los eventos cubiertos y entrevistas realizadas y, unos días después, el diseñador entregaba las galeras para redactar pies de foto, corregir pruebas, realizar viñetas y decidir imagen de portada.
Esta especie de ciclo de producción no estaba excento de eventos de última hora, como cuando, ya con Gustavo Madero como Presidente del PAN, comenzó a disfundirse el tema de la deuda de Coahuila, del que La Nación informó por primera vez por conducto de Laura Rojas. En esa ocasión fue difícil decidir, pues el otro asunto que competía con la portada eran los Diálogos por la Seguridad convocados por el Presidente Felipe Calderón; tras sopesarlo, decidimos que si bien las tropelías priistas era de suma importancia difundirlas, era más trascendente que un Mandatario se sentara ante sus críticos y detractores para escuchar argumentos y exponer puntos de vista, por lo que la nota principal terminó siendo esta última.
Hay, no obstante, ocasiones en que el tema de portada es ineludible e indiscutible: la carrera interna para elegir candidato a la Presidencia de la República comenzó a marcar la pauta de los asuntos de mayor interés tanto para el lector panista como para aquellos simpatizantes o cercanos al Partido, por lo que se entrevistó a José Espina, de la Comisión Nacional de Elecciones, a JosefinaVázquez Mota, a Ernesto Cordero y, vía cuestionario, a Santiago Creel, con quien jamás se pudo tener una conversación con grabadora de por medio.
Siempre me pareció un tanto irónico que algunos panistas de altos cargos complicaran o de plano evadieran entrevistas con La Nación. El caso de Creel es uno significativo; otro, que recuerdo con cierta mofa, es el de quien perdió la gubernatura de Querétaro en 2009, que buscamos por todos los medios y por todos los medios nos dio largas, hasta que en una ocasión, hablando por teléfono con su coordinador de campaña, me dijo enojado que "el candidato estaba muy ocupado recorriendo el estado", a lo que contesté que era posible entrevistarlo vía telefónica en alguno de los trayectos. El sujeto insistió en que era prioridad el recorrido, cosa sin más innegable, y molesto ya por la situación, sólo pude contestar "ni que estuviera recorriendo Chihuahua como para perder todo el día".
La llegada de Gustavo Madero marcó un cambio, impuesto desde el área de administración, que ya reseñé en algún momento (http://www.altaneriasyaltaneros.blogspot.com/2012/02/lo-inseperado-confesiones-de-un-editor.html) y que hizo que la calidad tanto de diseño como de impresión de la revista decayeran de manera considerable. La impericia de los nuevos proveedores hizo mella en una labor que llevaba tres años de limpieza editorial e impresión impecable, con la máxima de que ambos factores son los mejores aliados de cualquier editor.
El último número que planeamos Irma Tello y yo debió aparecer a mediados de enero, y pretendía ser un recuento de los 70 años de La Nación. Los retrasos propiciados por la desidia del nuevo diseñador impidieron que esta efeméride fuera portada, pues la candidatura a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal de Isabel Miranda de Wallace era una prioridad. De este modo, la labor de correr para obtener notas y entrevistas se volvío compleja y llena de sinsabores, pues nada más frustrante que ver cómo pasan los días y quien se supone cobra un sueldo por hacer un trabajo encuentra una y otra vez pretextos para postergarlo, afectando así el esfuerzo colectivo de un equipo.
Sin posibilidad de quejarme frente a nadie, pues el amiguismo se impuso a la efectividad y el bajo precio por un trabajo mal hecho al precio alto pero talentoso –no hay ahorro cuando se cobra menos y se trabaja peor–, y con la consideración de que lo mejor que sé hacer es editar libros y revistas, y que no permitiría que una trayectoria –modesta pero en fin de cuentas propia– se manchara por el desinterés de personas impuestas a la revista, decidí, a principios de febrero, renunciar a la dirección de La Nación, con la satisfacción de, como dijo alguna vez don Carlos Abascal, haber proseguido una tradición editorial "contra viento y marea", con un equipo pequeño pero efectivo, costando lo menos posible al Partido y dejando en cada número horas de insomnio, cariño, dedicación y respeto por el PAN y por quienes me acompañaron en esta aventura.
En ese último texto escrito en colaboración con Irma Tello y que buscaba festejar el 70 aniversario, entrevistamos a un historiador de la prensa en México (http://altaneriasyaltaneros.blogspot.com/2012/03/la-nacion-setenta-anos-de-una-tradicion.html), quien nos confirmó que, según el ideario que Gómez Morin preparó para La Nación, la tarea de mezclar temas de interés partidista con temas de interés nacional había sido la intención primigenia de la revista.
Me voy, en lo personal, con el orgullo de haber continuado, en la medida de lo posible, ese esfuerzo original; con el gusto de que el trabajo realizado pasará a formar parte de los tomos de pasta dura roja que decoran la oficina de la dirección, y con los buenos deseos de que en lo sucesivo, esa intención de los fundadores del PAN siga siendo la inspiración de quien me releve.
Me voy, en lo personal, con el orgullo de haber continuado, en la medida de lo posible, ese esfuerzo original; con el gusto de que el trabajo realizado pasará a formar parte de los tomos de pasta dura roja que decoran la oficina de la dirección, y con los buenos deseos de que en lo sucesivo, esa intención de los fundadores del PAN siga siendo la inspiración de quien me releve.
A Rosa María, a Sergio, a Juan Pablo, a Ulises, a Luis, a los tres presidentes del PAN que acompañé y a los cinco secretarios de Comunicación que conocí, no me queda sino agradecerles la confianza y el apoyo. En especial, aprovecho estas líneas para reconocer el talento, la dedicación y el apoyo de Irma Tello: juntos empezamos este proyecto, juntos nos despedimos de él.
(Vita Brevis anteriores:
http://altaneriasyaltaneros.blogspot.com/2010/11/vita-brevis.html
http://altaneriasyaltaneros.blogspot.com/2011/08/vita-brevis-ii.html)
Personalmente tuve la oportunidad de conocer a ese gran equipo de cerca. Algunas veces compartiendo frustraciones, en otras éxitos, y en todas sonrisas.
ResponderEliminarSin serlo formalmente, siempre me hicieron sentir parte del equipo. Con admiración fuí testigo de la dedicación de un equipo pequeño en el que cada uno de sus miembros se partía diez para entregarnos un trabajo de calidad.
Siempre recordaré a Ulises y su magia con la cámara y computadora, la amistad de Sergio, a Irma y los dolores de cabeza que le debí causar por los retrasos y fotos "pixeleadas", y a tí que siempre recibiste al Juvenil con una sonrisa y con un "sí" siempre por respuesta.
Muchas felicidades por su gran trabajo del que muchos fuímos testigos. Seguramente lo mejor está por venir para ustedes. Un abrazo muy fuerte Carlos!
Gracias Marco, de verdad que tus palabras son estímulo y gratificación inmensos! Qué gusto que te lleves esa impresión de nosotros y bueno, aquí seguimos, como siempre, desde la trinchera editorial!
ResponderEliminarUn gran abrazo de vuelta!
Estimado Amigo!
ResponderEliminarDebo comentar que es un gusto el poder haber conocido a un equipo tan profesional como el que armaron ustedes en "La Nación".
Siempre creando contenidos interesantes y siempre con la mejor disposición para que no pudiera hacer una "pequeña" contribución en la revista.
Reconozco y felicito el gran trabajo que hicieron durante todos los números que tuvieron a su cargo, por que se dice fácil, pero de verdad no cualquiera lo logra.
Fue un gusto el poder trabajar y contar el apoyo de Rosy, Irma, Sergio, Ulises, Luis y Juan Pablo durante el tiempo que compartimos tiempos en el Partido.
Se que lo mejor esta por venir, y que esta es solo una pequeña parte de todo el éxito que se merecen.
Un abrazo
Graxias Álvaro! Las contribuciones, siempre bienvenidas, aunque luego el espacio nos traicionaba, jajajaa!!!
EliminarUn gran abrazo y te agradezco mucho tu comentario!
Lo grato y las decepciones muchas veces vienen juntas en las letras es difícil darle gusto a las mayorías, lo que si pasara a la posteridad son esos números y ejemplares, hechos con mas pasión y arrebato, saludos y éxito en lo venidero mi estimado Carlos.
ResponderEliminarHola Carlos. No tenemos el gusto de conocernos, pero creo que cuando acontezca disfrutaremos mucho el encuentro. Mi abuelo fue Tomás Montero Torres, fotoperiodista y compadre de Carlos Septién García, quien hizo aportes muy amplios a los inicios de La Nación: el diseño, las viñetas, los mapas que daban cuenta de la Segunda Guerra Mundial... trabajó en varios periódicos y revistas ilustradas sin dejar sus colaboraciones con La Nación, primero con Septién y después con "el profe" Avilés. Falleció en 1956 por una complicación de la diabetes que padecía. Mi abuela conservó su archivo fotográfico por 40 años antes de cederlo a cuatro nietas: más de 86 mil negativos, de los cuales unos 15 mil son de política -parte la historia fundacional del PAN- y otra parte, menor, de líderes sindicales, comunistas, presidentes, etc. Con tu conocimiento del PAN y de La Nación quizá podamos hacer equipo para un buen libro... Te dejo mi correo y un link a un blog donde damos a conocer las fotografías que vamos rescatando... ¡Con certeza la de Carlos Septién que describes la tomó mi abuelo! Un abrazo Martha Montero archivotomasmontero@gmail.com Link: www.archivotomasmontero.org
ResponderEliminarPor cierto, esa diversidad temática que comentas como premisa de La Nación desde sus inicios, también se ve reflejada en numerosas fotografías... Reportajes críticos y de gran calidad y humanismo. ¡Te encantaría conocer el archivo, créeme!
ResponderEliminarUna acotación... Mi abuelo falleció a los 56 años en 1969... ¡Me equivoqué de fecha! Su acervo va de finales de los años 30 a ese año..
ResponderEliminarGracias!
Martha