Entrevista con Pablo Serrano Álvarez, del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México
Por Irma Tello / Carlos Castillo
La primera mención que hacen Manuel Gómez Morin y Efraín González Luna de la revista La Nación data de 17 de junio de 1941. Aparece en una carta publicada en el libro Una amistad sin sombras (FCE, 2011), y esboza el nacimiento de un proyecto editorial para que el Partido Acción Nacional cuente con un medio de información que “no sería el periódico de Partido en que hemos pensado; pero daría al Partido un órgano de publicidad extraordinario”.
Han pasado setenta años desde que, unos meses después de aquella fecha, La Nación vio por primera vez la luz el 18 de octubre de 1941. Setenta años que se traducen en 2361 ediciones en las que se ha dado cuenta de la vida política, social, económica y cultural del México contemporáneo, así como de la lucha democrática y pacífica que emprendió Acción Nacional para transformar el régimen político de nuestro país.
En un tiempo en que la información era controlada por un partido hegemónico y autoritario, cuando la prensa era víctima del control del Estado, La Nación fue el único medio que reportó acerca del fraude, la represión, la violencia y la ilegalidad como prácticas comunes para coartar el derecho de los mexicanos a elegir con libertad a sus gobernantes.
Incluso, no es osado decir que si se quiere conocer a profundidad la historia de la evolución democrática en México, sólo en la revista oficial del panismo podrá encontrarse la información puntal y precisa de aquellos años en los que se podía ir a la cárcel por promover idearios políticos distintos al oficial, por pintar un barda o por repartir propaganda de candidatos opositores.
En apego a esa intención original esbozada por Gómez Morin y González Luna, y llevada a la práctica por el primer director de La Nación, Carlos Septién García, también es posible hallar en cada edición reflexiones acerca de la doctrina de Acción Nacional: discursos, artículos, ensayos breves y otros materiales con las que se intentaba, ayer como hoy, difundir las ideas de un partido que desde su fundación ha buscado anteponer el humanismo y la reflexión a la lucha por el poder político.
Así, las grandes plumas del PAN, encabezadas por ambos fundadores y seguidas por Rafael Preciado Hernández, Luis Calderón Vega, Adolfo Christlieb, José González Morfín, Castillo Peraza y otros tantos más, hicieron en algún momento de La Nación el medio para difundir entre la militancia del Partido los conceptos que condujeran la actividad política.
Hundirse en las páginas de los números antiguos de La Nación es, además, una oportunidad para recordar las grandes campañas presidenciales, la labor entregada de los primeros legisladores emanados de las filas panistas, el trabajo tenaz de creación de comités estatales y municipales a lo largo y ancho del país, la alegría y el ánimo de convenciones y asambleas, la amargura de las derrotas injustas, la esperanza que nacía con las victorias, esporádicas y ocasionales en un principio, y poco a poco en aumento, reflejo fidedigno del cambio democrático que generó la suma de generaciones en lucha por la transformación de la política nacional.
En síntesis, la suma de imágenes e información de un pasado que es orgullo y nunca motivo de vergüenza, una historia que, en la intención que quería Luis González, captura cientos, miles de microhistorias que han conformado la travesía del Partido Acción Nacional por la vida pública de México.
Con motivo de este septuagésimo aniversario, el historiador Pablo Serrano Álvarez, del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, perteneciente a la Secretaría de Educación Pública, publicó en fechas recientes el libro Prensa y oposición política en México. La Nación, 1941-1960, en el que hace un breve recorrido por los primeros años de la revista, sus orígenes, el entorno social y político que acompañó esa época y los objetivos primigenios de su aparición.
Entrevistamos a Serrano Álvarez para este número de aniversario, en busca de compartir con nuestros lectores el gusto y el honor de dar continuidad a un esfuerzo que es ya, para las y los panistas de todo el país, una tradición.
La Nación, prensa opositora pero propositiva
Para ahondar en la historia de La Nación, Serrano Álvarez se sirvió del Archivo Manuel Gómez Morin, a resguardo en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Ahí se encontró con la colección de la revista y de la publicación que la precedió, el Boletín de Acción Nacional.
“La intención primigenia, como está esbozado en su correspondencia, comenta Serrano Álvarez, es crear una prensa opositora, que no cayera en la crítica acerva, permanente, sino en una crítica constructiva”.
“La Nación tuvo un primer periodo, hacia finales de los años cuarenta, que tiene este perfil de prensa opositora, en el sentido que Gómez Morin y González Luna le imprimieron, a través de una vocación por lograr la conciencia social de los panistas, ya fueran dirigentes o gente que participaba en el partido como militante o simpatizante”.
Y es que, además, Gómez Morin escribe en la carta de marras acerca de la posibilidad de que la empresa prepare a los jóvenes panistas en el periodismo profesional.
“Se criticaba al gobierno, –continúa Serrano Álvarez–, a las políticas públicas, se postulaban cuestiones doctrinales, siempre sin caer en una ideología maniquea, pero también se criticó y se opuso a ciertas políticas, sin caer en una descalificación de los gobernantes. En ese sentido, el primer número es significativo, pues está el secretario de Educación Pública, Octavio Béjar, en la portada”.
Acerca del primer director de La Nación, Carlos Septién García, y del sello personal de uno de los pilares del periodismo en México, Serrano Álvarez comenta que fue él, precisamente, quien “le imprime las características del periodismo de entonces”.
“No se quería un órgano ideológico ni una crítica acerba contra el gobierno: lo que caracteriza a La Nación es su universalidad en un momento muy difícil: es la guerra mundial, un enfrentamiento de proyectos de nación por parte de la derecha, con los sinarquistas, por parte de la izquierda y del propio gobierno”.
Con el proyecto echado andar bajo esas características, pronto la revista se coloca entre los medios nacionales como un punto de referencia no sólo para el panismo, sino también para la sociedad mexicana.
Es interesante constatar cómo, además del tema de la educación, aparecen en las primeras portadas asuntos acerca de migrantes mexicanos hacia Estados Unidos, de la guerra mundial, de la pobreza del campo nacional, entre otros tantos.
Agrega Serrano Álvarez: “la influencia es que no era una postura endogámica, es decir, no sólo estaba dedicada a informar sobre la organización interna, los personajes principales o la doctrina, sino que además daba noticias del acontecer nacional y, aparte, hacía una crítica opositora sobre temas afines a los miembros del PAN: la reforma agraria, la educación, políticas públicas, municipalismo.
“Había una comunidad de noticias, editoriales y puntos de vista que trasminaba a los militantes y a los simpatizantes. Esa es la edición primigenia de La Nación que se mantiene durante un buen tiempo”.
“Otra cualidad es que se crea no como dependiente del partido: se crea una empresa con finanzas propias, una comunidad de inversionistas afines al PAN, y eso se mantuvo”.
Y es que, también de la carta referida, proviene el interés de Gómez Morin de que, por medio de la venta de suscripciones, de publicidad y de ejemplares, La Nación pudiese funcionar como una empresa que, si bien integrada por miembros del Partido, afines con su doctrina y sus principios, contase con independencia económica que garantizara 50,000 ejemplares en circulación cada semana.
Una segunda etapa: de la apertura a la cerrazón
A inicios de los años cincuenta, llega un periodo en el que La Nación, a decir de Serrano Álvarez, y como el propio lector podría constatarlo, en el que la revista pierde algunas de estas características, para dedicarse a los temas internos del Partido casi de manera exclusiva.
“Hay otro periodo de medio estancamiento en cuanto a esta visión opositora: el PAN es muy participativo en las elecciones de 1952, con Efraín González Luna como candidato a la Presidencia, y La Nación busca ser eco de la campaña, menguando un poco la crítica hacia afuera y centrándose en describir la situación interna del partido”.
No obstante, la campaña de Luis H. Álvarez por la Presidencia de la República devuelve a la publicación su vocación primera, pues “ya no se dedicaron a la campaña interna y sus actividades sino más bien a criticar la política de estado, las políticas públicas, oponerse a medidas en educación, en reforma agraria, economía.
“La campaña de Luis H. Álvarez fue muy combativa, y por eso ahí se cierra este libro, pues fue cuando se retomó plenamente la visión de oposición política del PAN y de La Nación”.
“Lo que quise lograr en este libro es reflejar la postura de los miembros fundadores del PAN con respecto a los órganos de propaganda, reclutamiento y difusión, que son tres objetivos principales de la creación de La Nación”.
Entre la prensa crítica y la vida interna de Acción Nacional
La investigación de Pablo Serrano concluye en 1960. No obstante, sobre las épocas posteriores concluye: “Hay un periodo posterior, hasta los años setenta, que sigue sobre la línea opositora, pues era un clima de efervescencia social y política que favorece esta postura.
“En los ochenta, vuelve el estancamiento que mencioné, se hace una revista moderna pero dedicada a las actividades internas de los comités municipales y regionales. Lo que don Manuel y don Efraín quisieron para la época inicial es que fuera un semanario abierto a la sociedad, no sólo a la vida interna del partido”.
Y es que cada etapa ha sido, de alguna forma, un reflejo del perfil que Acción Nacional ha dado a su labor política de cara a la sociedad. Así, con la candidatura de Manuel Clouthier a la Presidencia de la República, en 1988, y la de Diego Fernández de Cevallos, en 1994, la apertura del Partido tuvo en La Nación una resonancia que conjuga la crítica al gobierno y el recuento de las actividades internas, buscando un equilibrio en el que convivan ambas cualidades.
Con las primeras gubernaturas ganadas por Acción Nacional, los triunfos municipales y más tarde con la Presidencia de Vicente Fox y la de Felipe Calderón, un nuevo reto se presenta, y es el de dar cabida tanto al trabajo del panismo en aquellos sitios donde aún se es oposición como a los logros y avances que dan un sello distintivo a los gobiernos panistas, muchas veces omitidos o minimizados en la prensa nacional y que, no obstante, van construyendo el México democrático, de oportunidades, estabilidad económica y crecimiento social que caracteriza a este siglo XXI.
De este modo, La Nación busca mantenerse fiel a aquel ideario original esbozado por Gómez Morin y del que Pablo Serrano Álvarez hace un puntual recuento en su obra Prensa y oposición política en México. La Nación, 1941-1960, al tiempo que enfrenta el desafío de acompañar las actividades del PAN tanto a nivel municipal, estatal como nacional, dando un énfasis especial a la labor gubernamental en los tres órdenes de gobierno.
Falta por escribir la historia de estos años en los que la vocación de gobierno de Acción Nacional empata con la tradición de oposición responsable. Sin duda, el libro de Serrano Álvarez es una invitación a ello, pues precisamente esa suma de microhistorias son, en fin de cuentas, la gran historia que distingue y enorgullece al panismo, y que tiene en La Nación un testimonio fiel y cotidiano.
IDEARIO DE LA NACIÓN
“El propósito original fue el de crear un instrumento de las tesis de Acción Nacional, no sólo apto para servir de medio de contacto entre los miembros del Partido, sino de llegar al público en general. Un instrumento, por supuesto, ágil, vivo, penetrante, capaz de unir las necesidades de una orientación hecha desde el punto de vista nacional, con las exigencias puramente periodísticas. Una revista popular, nítidamente impresa, bien formada, con gran variedad de material, escrita cuidadosamente o impregnada, desde el nombre hasta el directorio, de intención política; una revista que diga lo que la prensa calla; que dé jerarquía y valor a los acontecimientos y explique su significado y trascendencia; una revista, además, que sea la expresión auténtica de la vida nacional y que en ningún caso abandone ese propósito”.
Manuel Gómez Morin
(Publicado en La Nación 2361)
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