miércoles, 28 de septiembre de 2016

Decálogo para construir un discurso de odio




foto: www.adl.org

El siguiente decálogo fue ideado a partir de las respuestas obtenidas de varios ejercicios: el primero, una publicación en Facebook del 10 de septiembre de este año; el segundo, una entrada en este blog (http://altaneriasyaltaneros.blogspot.mx/2016/09/esas-familias-nuestras.html); y el tercero, un artículo publicado en Mexican Times (http://themexicantimes.mx/el-pan-y-la-familia-mitos-y-verdades/). Esta síntesis demuestra cuánta intolerancia y cuánto peligro hay hoy en día en México respecto de algunos temas que se abordan desde la reducción de la diversidad al pensamiento que se pretende único.



1. Identifique un grupo meta

2. Enciérrelo bajo un concepto ya sea de raza o de pensamiento ("ideología de género", por ejemplo) y acúselo de querer construir una "dictadura".

3. Construya un argumento lo más extremo posible y, de preferencia, reduzca la realidad a extremos inconciliables (ellos/nosotros, buenos/malos, normal/anormal, natural/antinatural). Para ello se recomienda utilizar argumentos jurídicos, morales, filosóficos: todo lo que justifique su única razón. 

4. Justifique sus posturas aduciendo que ese grupo identificado en el Punto 1 podría acabar con la especie humana.

5. Júntese con quienes piensen igual que usted y organícese.

6. Obtenga el apoyo de alguna institución lo más arraigada posible. 

7. Busque algún patrocinador e invente un logotipo, un eslogan, una página web, etcétera. 

8. Convoque a manifestaciones que repitan a coro lo realizado en el punto 3.

9. Tache de intolerantes quienes no piensen como usted: generalice lo más posible.

10. Siéntese a esperar a ser el nuevo grupo meta de alguien más que seguramente ya prepara un discurso de odio en contra de Usted.


jueves, 22 de septiembre de 2016

Esas familias nuestras...




Foto: ovejarosa.com

Hará pocos años, cuando dirigí la revista La Nación, solían llegar a la redacción anuncios sobre el "Día de la familia". Puntual, poco antes de marzo, un sobre con el archivo electrónico y un afiche tamaño doble carta y una misiva conformaban el "kit" que, se solicitaba, fuese publicado en alguna de las páginas de la revista.

No recuerdo bien pero me parece que obedecí la solicitud los primeros dos años. Luego, cuando los radicalismos y los purismos comenzaron a aflorar, decidí retirarlo y, con un mensaje en Twitter, anuncié: "La Nación ya no publicará anuncios del Día de la familia porque las familias disfuncionales nos caen muy bien".

Dejé el tema de lado y no volví a considerarlo durante años hasta hace unas semanas, cuando una marcha convocada en varias ciudades de la República mexicana saturó las redes sociales y trajo de vuelta este asunto a mis piensos.

Leí entonces apologías de términos como "Familia natural", "ideología de género", "aberraciones de la naturaleza" y otros más que en no pocos países caerían en la categoría de discurso de odio. También me percaté de la belicosidad con la que unos y otros atacaban a quienes piensan distinto. Todo, en fin, en un clima de señalamiento, acusación, denuesto y crispación como solo suelen provocar aquellos temas en los que lo privado pasa a ser de dominio público.

Incluso, ante una publicación que realicé en Facebook, señalando que la sexualidad de cada quien me tenía sin el menor de los cuidados, así como con quién decidiera relacionarse cada cual, no faltaron quienes, en público y en privado, cuestionaron si "ya andaba yo de gay", reiterando aquello de la familia "natural" como quien habla de si se elige una manzana roja o una verde y, en resumen, bajo los argumentos maniqueos donde sólo está el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto según criterios subjetivos, debatibles y francamente pobres y vacuos. 

A mi entender, el tema es complejo y reducirlo a un sí o no, a un a favor o en contra es una insensatez, de una y de otra partes. Por ser un tema de convivencia será siempre enredado y exquisitamente digno de debate, pero de debates informados, serios y con bases científicas, no de argumentos moralistas, "naturales" o dogmáticos.

Por fortuna mi Partido, el PAN, no tiene una postura clara al respecto, por lo que, en caso de decidirse debatir este asunto, será desde los principios de doctrina, donde la Dignidad de la persona humana es el primero, misma que cada cual obtiene por el solo hecho de ser humano y que lo hace igual a cualquier ser humano independientemente de clase social, credo, sexo, raza y otros diferenciadores en los que los regímenes más tiránicos y absolutistas de la historia han basado sus atrocidades para señalar quiénes son los buenos y quiénes los malos. 

Así que, para el PAN, todo el camino por andar en este asunto. Y no importa que quienes hayan hablado en público de este tema se pronuncien a favor o en contra: no representan la voz del partido sino que más bien hablan a título personal o de grupos a los que pertenecen, pero jamás como voces autorizadas ni mucho menos expertas de esta agrupación política.

En lo personal espero algún día haya lugar para este debate, en el que estoy a favor de la igualdad en obligaciones y derechos, tal como se expresa en los principios de mi Partido, pero que me parece secundario y hasta en tercer o cuarto lugar frente a lo mucho que aún está pendiente en tantos y tantos temas que en verdad le quitan el sueño a los mexicanos.

jueves, 1 de septiembre de 2016

A ratos me pongo creativo...

... y salen cosas como esta...


Foto: actitudsegura.es


Venidos a menos (un cuento de nunca acabar)

Las cosas marcharon bien en su momento, cuando la cúspide era estancia que asumimos interminable, perpetua, incapaz de algún día llegar a fin alguno.

Fue nuestra esa victoria, y si bien hubo que otorgar espacios a algunos aliados, el control se estableció sólido porque así es el poder en estos pagos: se cede un poco para ganar mucho más, y en esas concesiones jamás aparecerá la posibilidad de ser derrotado.

Construimos así el imperio. Cerramos las puertas a enemigos aunque pertenecieran a nuestro clan y las abrimos para dar paso a aliados nuevos y viejos. Confiamos en los que no padecían la mácula del pasado aunque su prestigio o experiencia fueran cuestionables.

Y ese fue nuestro principal desatino. Pronto fuimos incapaces de diferenciar lo malo de lo útil. Nos hicimos pragmáticos y dispuestos a aprovechar lo que fuera con tal de que nos hiciera consolidar un poco más nuestro dominio.

Entonces no sabíamos ni queríamos saber de quien objetara o estuviera en contra nuestra. Hicimos la crítica a un lado, nos rodeamos de expertos y especialistas que desde pantallas, gráficas y números nos explicaban que íbamos bien, que toda esa realidad compleja y enredada cabía en algoritmos y fórmulas.

Cuánta ingenuidad hubo en nosotros al padecer las primeras derrotas y seguir atendiendo a quienes justificaron el error de sus cálculos con nuevas cifras y teorías.

La verdad no importaba. Si el poder era menos se volvió indispensable cerrarnos aún más. El primero en ser sospechoso de crítica fue expulsado o relegado a sitios donde nadie le escuchara. Lo poco que quedaba alcanzaba para eso, y mientras menos fuéramos, mejor para los que aún quedaban.

Sobrevivir se convirtió en consigna. Acosados por los enemigos viejos y nuevos, el orgullo nos distinguió y la ceguera fue nuestra mejor herramienta; clausuramos los sentidos, premiamos a los fieles y sumisos, seguimos prescindiendo de lo bueno que quedaba, hasta verlo agotarse y congratularnos por su partida.

¡Ya no más estorbos morales en el camino! ¡Ya no más llamados a valores, a la ética, a la ridícula creencia de que había un prestigio, un decoro, una tradición que honrar!

Con ese control absoluto llamamos a modificar las reglas para que toda la complicidad establecida, para que todo el modus vivendi recién instaurado se transformara en norma. Eso nos aseguraba que ni el tiempo ni el futuro lograrían romper nuestra ilusión de perpetuidad.

Pero algo falló. La ingenuidad de los de adentro no previó la estrategia de los de afuera, o de los pocos que intramuros aún mantenían un margen de libertad. Esa suma terminó por derrotarnos. El designio popular dio la última palada: los peores resultados de la historia, y nosotros de nuevo acudimos a nuestros números, a nuestros expertos y especialistas, creyendo que con ello podríamos convencer de que la culpa era de alguien más.

Ya no era algo lo que estaba mal. Todo caía pedazo a pedazo. Hubo que abrir las puertas pero los de afuera entraron poco a poco, uno a uno, no como fueron expulsados sino incluso podría decir que en silencio, con sigilo y discreción. Tanta que de pronto nos vimos saliendo también uno a uno, convencidos de que había promesas de respeto a nuestros espacios e incluso con la ilusión de que lo que venía era mejor.

Pero nos pagaron con la misma moneda. Debo admitir que, además, la suya fue elegante y atinada, mientras la nuestra fue burda y hasta vulgar. Pero aún nos queda la esperanza. Aún podemos alzar la voz desde estas nuevas alianzas que aunque sabemos bajas y cercanas a los pactos de las mafias, son las mejores para regresar lo más pronto posible.

Hablaremos sin duda de ello. Llamaremos traidores a los que tienen la culpa de que nuestra esperanza haya soñado con algo que jamás fue realidad. Confirmaremos nuestra estrategia y entorpeceremos el paso de los otros para que todos juntos, cuando caigamos, nos embarremos con la misma bosta que nosotros aprendimos a disfrazar.

¡Venceremos!


(Al escribir lo anterior no dejaba de pensar en una canción: "Tribulaciones, ocaso y lamento de un tonto rey imaginario, o no", de Sui Generis. Aquí el enlace para que la disfruten)