Hay quien ve en
el insomnio una enfermedad, e incluso, un motivo de preocupación ante esas
horas en vela en las que, de un lado a otro de la cama, la angustia se exaspera
y conduce a una lid que trata de inducir al cuerpo a ese desvanecimiento
temporal que es el dormir.
Esta condición
de enfrentamiento y combate no es generalizada y, en otros casos, puede ser
aliciente para actividades que, al amparo de la noche, crecen y se multiplican
en el silencio de la ciudad, a la luz de una pequeña lámpara que alumbra la
lectura o la escritura: este es el caso de Alberto Ruy Sánchez, quien en su Elogio del insomnio (Alfaguara 2011) traza un mapa íntimo de la duermevela,
con sus grandes placeres y sus pequeñas consecuencias.
Tras la serie de
libros acerca de la geografía, las costumbres, los habitantes y el trazo urbano
de su entrañable Mogador, Ruy Sánchez cierra una suerte de ciclo que lo
devuelve a esa introspección profunda, autobiográfica, donde el microscopio con
el que se dedicaba a escudriñar en los confines más profundos y sublimes de
aquella ciudad, indaga ahora su biografía con el ojo de la memoria y la
voluntad de sentar un testimonio fiel de lo observado.
Así, los
distintos relatos que van dando forma a ese recorrido personalísimo parecieran
surgir de una noche de insomnio en la que los recuerdos se amontonan uno tras
otro y hallan en la escritura no sólo su máxima expresión sino, además, una
intención de rescatar la infancia y los paisajes escolares que la acompañan; o
la juventud de estudiante en Paris, con un Cortázar como personaje de fondo que
de vez en cuando se vislumbra por ahí, en las calles, “recorriendo su propia
rayuela” e invitando a mirar, a saltar más allá de lo que simplemente aparece
como el horizonte cotidiano.
Capítulo aparte
merece el trabajo editorial del autor en la revista Artes de México, baluarte de la plástica mexicana que cada mes
repasa algún tema del pasado nacional para acercarnos un poco a esa riqueza
inmensa: la variedad de temas, estilos y formas de la artesanía huichol, de la
pintura virreinal, la escultura churrigueresca, del la arquitectura barroca que
engalanan plazas, ciudades y poblados, algunos de sobra conocidos, otros escondidos
en un mapa donde las culturas y las influencias se enlazan para formar la tradición
de nuestro país.
Está también presente
–y como en el insomnio, es factor determinante– el paso del tiempo por el
paisaje de la ciudad de México; los barrios más tradicionales de la urbe que
van cediendo a la llegada de lo nuevo pero que aún mantienen parte de su magia
en calles estrechas, poco transitadas, donde los secretos del pasado se oyen a
gritos para quien sabe escucharlos.
Tal es el caso
de la colonia Roma, de la zona de Polanco, de algunos poblados del Estado de
México que han sido integrados a la inmensa urbanización del Valle de México donde
permanece intacta la memoria, que acude en búsqueda de sí misma, que anda por
calles renovadas donde una esquina, un pórtico o una escuela derruida son
catalizadores para recrear un mundo que no volverá a ser, pero que el
testimonio de Ruy Sánchez nos acerca, nos hace imaginar e inclusive añorar.
Este Elogio del insomnio es también un
homenaje a esa facultad que la prisa de nuestros días nos consume e incluso
llega a exterminar por completo, y que es la observación, no sólo del entorno
sino también de la existencia particular.
Observar que es
ver dos veces, observar que es regresar para cotejar lo visto con lo recordado,
observar que es abrir no sólo la vista sino cada uno de los sentidos para
embriagarse con un ayer que se mantiene inmóvil, a la espera de unas horas de
silencio y calma que permitan asomarse, recordar, salvar lo que fue de lo que
es y con ello construir lo que será.
Foto: eluniversal.com.mx |
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