(foto: esmas.com)
Justo en este espacio, hace ya algunos meses, se promovió la carta que el poeta Javier Sicilia escribió a las autoridades de los tres órdenes de gobierno con motivo del secuestro y asesinato de su hijo, texto en el que con profundo dolor y mucho de razón, a mi parecer, el escritor acusaba la insensibilidad gubernamental frente a las víctimas inocentes que ha cobrado la lucha contra el narcotráfico en nuestro país.
De entonces a la fecha, Sicilia ha encabezado un movimiento que si bien en un principio aspiró a reunir a los familiares de esas víctimas, pronto sufrió los traspiés de otros grupos que se acercaron en busca de lo que se llama pantalla o reflector, y que pronto, también a mi parecer, tergiversaron la intención noble, plausible e incluso necesaria que inspiró al Movimiento por la Paz con Dignidad y Justicia.
Uno de los primeros actos públicos para manifestar la indignación popular fue una Marcha por la Paz en la ciudad de México a la que por poco asisto, aunque privó mi sentencia de que ninguna marcha ni acción de masas sirve ya para solucionar casi nada. Y así fue. A la convocatoria de Sicilia se unieron, en el camino, integrantes del extinto Sindicato Mexicano de Electricistas, esos que decidieron secuestrar durante meses la Plaza de la Constitución, el Zócalo capitalino; también los llamados "atencos" que, machete en mano, caminaron junto al poeta que justificó la portación de machetes en vía pública aduciendo que era "su intrumento de trabajo".
Dos señales encontradas ya en ese momento: los electricistas acusados de golpear periodistas y sospechosos de sabotaje a las instalaciones eléctricas y los portadores de machetes que esgrimen su afilado instrumento sin consecuencias, justificados con un argumento que, de ser general, permitiría que un demoledor asistiera a la marcha con dinamita, que un guardia seguridad lo hiciera con pistola o que un vendedor de cuchillos porte al cinto su mercancía.
Ya en el Zócalo, en el templete, la inconformidad de las víctimas que una por una tuvieron oportunidad de relatar su historia de injusticia, de dolor y de indignación, una catarsis necesaria que terminó con la desafortunada exigencia de Sicilia de la renuncia del Secretario de Seguridad Pública. Esto fue para mi el colmo del desperdicio. El evento era valioso por sí mismo, importante, pero casi puedo imaginar al poeta desbordado por sus propias huestes, no acostumbrado a las masas y más bien nostálgico de su escritorio, su ventana, los aromas del campo y de su lápiz y su pluma: las voces coreando renuncias y la de Sicilia exigiendo una más, sin sentido, pues un cambio en cargo público sin duda no daría solución a nada.
Y así fue. Ni un movimiento en el Gabinete pero sí ocasión para inicar el llamado Diálogo ciudadano en el que el Presidente de la República se sentó a escuchar, a defender su estrategia, fue increpado y criticado pero ahí estuvo, firme en sus ideas, abierto a los señalamientos que terminaron en la orden de integrar una fiscalía para atender a esas víctimas que le expresaron su dolor.
El acto fue considerado un éxito por la opinión pública, la crítica fue positiva pero una semanas después el propio Sicilia expresó su inconformidad, la que no pudo sostener frente a su interlocutor y que llevó de nuevo a la prensa, como si ese fuera el canal más apto para comunicarse, habiendo tenido ocasión para decir las cosas frente a frente. Un traspié más que siguió desvirtuando lo que en su planteamiento original era una idea buena, justa, inclusive de altos vuelos, pero que al contacto con la realidad fue incapaz de mantenerse.
En lo personal, mi opinión sobre las masas vuelve a refrendarse: inefectivas, incontrolables, anónimas y sin capacidad para dar cauce a sus exigencias, por justas o loables que éstas sean (La entrada que da pie a esta especie de errata en el blog, se encuentra en: http://altaneriasyaltaneros.blogspot.com/2011/04/cuando-calla-la-poesia.html ).
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