(foto: alfaguara.com)
Los enamoramientos, la nueva novela del escritor español Javier Marías, aborda el tema de la muerte y su repercusión en la vida cotidiana: la de los deudos, la de los conocidos, incluso la de quienes sin tener una relación estrecha con el fallecido, se ven afectados por la partida súbita, no la que se espera tras una larga enfermedad sino más bien la que llega de imprevisto con un asesinato.
A través de la voz de una mujer, Marías construye un mundo de culpas e inocencias, de duelo y esperanza en el que el amor pareciera sufrir la derrota de la muerte pero en el que, no obstante, la vida sigue, sobrevive y a pesar de las peripecias se abre paso para mantenerse a flote con altas dosis de rutina, de olvido que permite seguir adelante, a pesar de todo.
Comparto algunos subrayados de Los enamoramientos:
- ... no se puede fantasear con un muerto, a no ser que perdamos el juicio, hay quienes eligen perderlo, aunque sea transitoriamente, quienes consienten en ello mientras logran convencerse de que lo sucedido ha sucedido, lo inverosímil y aun lo imposible, lo que ni siquiera cabía en el cálculo de probabilidades por el que nos regimos para levantarnos a diario sin que una nube plomiza y siniestra nos inste a cerrar los ojos de nuevo...
- Para los demás cualquier desdicha tiene fecha de caducidad social, de que nadie está hecho para la contemplación de la pena, de que ese espectáculo es tolerable tan sólo durante una breve temporada, mientras en él hay aún conmoción y desgarro y cierta posibilidad de protagonismo para los que miran y asisten, que se siente imprescindibles, salvadores, útiles. Pero al comprobar que nada cambia y que la persona no avanza ni emerge, se sienten rebajados y superfluos, lo toman casi como una ofensa y se apartan... Si no puede levantar la cabeza, que se hunda o desaparezca. Y entonces el abatido hace esto último, se retrae, se ausenta, se esconde.
- No hay mucha, pero hay gente así, personas que se impacientan y aburren en la desdicha y con las que ésta tiene poco futuro, aunque durante una temporada se haya cebado en ellas, a todas luces y objetivamente.
- Sí, hay quienes no soportan la desgracia. No porque sean frívolas ni cabeza huecas. La padecen cuando les llega, claro está, seguramente como el que más. Pero está abocados a sacudírsela pronto y sin poner gran empeño, por una especie de incompatibilidad. Está en su naturaleza ser ligeros y risueños y no ven prestigio en el sufrimiento, a diferencia de la mayor parte de la pesada humanidad, y nuestra naturaleza nos da alcance siempre, porque casi nadie la puede torcer ni quebrar.
- ...a cada uno le toca bregar con su vulnerabilidad... hay temporadas en que veo el mundo sin mi muy fácilmente.
- Lo malo de las desgracias muy grandes, de las que nos parten en dos y parece que no van a poder soportarse, es que quien las padece cree, o casi exige, que con ellas se acabe el mundo, y sin embargo el mundo no hace caso y prosigue, y además tira de quien padeció la desgracia, quiero decir que no le permite salirse como quien abandona un teatro, a no ser que el desgraciado se mate.
- Cuando mueren muchos alrededor, como en una guerra, o bien uno solo muy querido, sentimos en primera instancia la tentación de irnos con ellos, o por lo menos de cargar con su peso, de no soltarlos. La mayoría de la gente, sin embargo, los deja marchar del todo al cabo del tiempo, cuando se da cuenta de que su propia supervivencia está en juego, de que los muertos son un gran lastre e impiden cualquier avance, y aun cualquier aliento, si se vive demasiado pendiente de ellos, demasiado de su oscuro lado.
- Se llora al gran escritor o al gran artista cuando mueren, pero hay cierta alegría en saber que el mundo se ha hecho un poco más vulgar y más pobre y que nuestras propias vulgaridad o pobreza quedan así más escondidas o disimuladas, que ya no está ese individuo que con su presencia nos subrayaba nuestra comparativa medianía, que el talento ha dado otro paso hacia su desaparición de la tierra o se desliza aún más hacia el pasado, del que no debería salir nunca, en el que debería quedar confinado para que no pudiera afrentarnos más que retrospectivamente si acaso, lo cual es menos lacerante y más llevadero.
- ...he visto crímenes contra los que la justicia es impotente.
- ...cualquiera nos puede aniquilar, de la misma manera que cualquiera puede conquistarnos, y esa es nuestra fragilidad esencial.
- Lo han sabido los conspiradores desde tiempos inmemorables, y también las turbas espontáneas y acéfalas, azuzadas por extrañas cabezas que no sobresalen y que nadie distingue: no hay nada como el reparto para salir mejor librado.
- Los muertos sólo tienen la fuerza que los vivos les dan.
(Foto: revistaula.com)
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