Apreciable Hugo Sánchez Camargo,
presidente del Comité Directivo Estatal del PAN en Yucatán;
Estimado Julio Sauma Castillo,
secretario general del CDE Yucatán;
Amigas y amigos que nos acompañan
en esta ocasión:
Quiero agradecer a través de este
medio su presencia en este acto de la memoria, con el que recordamos a mi
padre, Carlos Castillo Peraza, con motivo de su decimoprimer aniversario
luctuoso.
Antes que nada, les ofrezco una
disculpa por no poder asistir en persona a esta presentación de la colección de
libros que la familia Castillo López compiló para promover las ideas de mi
padre.
Justo en estos momentos, se lleva
a cabo una misa en la ciudad de México en la que mi madre, Julieta López
Morales vda. de Castillo Peraza, mi hermano Juan Pablo y quien estas líneas
suscribe, participamos de la eucaristía para recordar que ahí donde esté,
Carlos Castillo debe sentirse orgulloso de todos aquellos que evocamos su vida,
sus acciones, sus logros y practicamos su ejemplo de generosidad y entrega a
las causas que engrandecen al hombre y su espíritu.
Aprovecho para saludar también a
la familia Sauma Castillo, a mis primos, a mi tía Beatriz y a mi tío Juan, así
como a mi hermano Julio, que sin duda les transmitirá con mayor cercanía
nuestro aprecio y gratitud por este evento.
La invitación a asistir con
ustedes la recibí de Julio Sauma, quien, generoso, accedió a leer estas líneas
y a quien envío también un fuerte abrazo que busca acortar distancias y
promover la cercanía de los ideales compartidos, de la añoranza que nos une y
de la sangre que nos hermana más allá de las ciudades.
Para entrar en los temas propios
de esta presentación, me gustaría hacer un breve repaso por los afanes
editoriales que exigieron los tres tomos de esta antología: Más allá de la política; La plaza y la tribuna; y Doctrina e ideología.
No fueron pocos los archivos
consultados, los acervos explorados ni las horas dedicadas a recopilar,
transcribir, cotejar y revisar cada una de las páginas que conforman la
colección.
Fue, antes bien, una labor
conjunta, familiar, que partió de la idea de mi madre de publicar los
reportajes y textos que Carlos Castillo Peraza publicó en el Diario de Yucatán mientras ambos
estudiaban en Roma y, después, en Friburgo, Suiza, y que habían quedado fuera
de otras antologías publicadas con anterioridad por la Fundación Rafael
Preciado Hernández y el Fondo de Cultura Económica.
A esa primera idea original se
sumó el entusiasmo de abundar en los materiales y presentar una colección que
reflejara tres etapas, tres facetas de la vida de mi padre: la de periodista,
en primer lugar, la de tribuno y orador, en la cámara de diputados, en las
plazas públicas, en los mítines que seguramente muchos de ustedes presenciaron,
y también en el pensamiento profundo y doctrinario del partido que fue el único
de su vida, al que siguió perteneciendo en alma incluso cuando por motivos
profesionales decidió renunciar, y que es Acción Nacional.
Recuerdo bien esa época. Yo
trabajaba a su lado en el despacho de análisis político Humanismo, Desarrollo y
Democracia, y la carta enviada al entonces presidente nacional del PAN, Felipe
Calderón, causó revuelo y agitación en la prensa escrita.
Se escribió entonces en diarios y
revistas de todo el país sobre rupturas, enconos, deudas pasadas y cobros
pendientes. Sin embargo, y quienes lo conocieron seguramente así lo recordarán,
Carlos Castillo no era hombre ni de venganzas ni de rencores; era, sin duda, un
apasionado de la verdad, de la sinceridad, un convencido de que el diálogo y la
palabra son las principales herramientas de la convivencia humana.
Por eso, creo yo, escribió tanto,
tanto que todavía hoy su voz alcanza para seguir conformando tomos nuevos. Y en
esa última etapa de su vida, que es la que a mi me tocó presenciar de cerca, mi
padre escribía sobre su Mérida natal, sobre esta ciudad de ustedes que él
llevaba no sólo en la memoria sino también en la mirada, en la piel, en los
aromas y los colores que inundaron su infancia, en los nombres de parientes y
amigos que aún están por ahí y lo evocan con cariño, con gratitud y aprecio,
que es, a mi parecer, la mejor herencia que una persona puede legar: ser
recordado con amor.
Así surgió esa novela inconclusa,
Volverás, del amor de mi padre por la
tierra a la que siempre volvió, por la que luchó desde la política, de la que
un día partió porque la vida así lo exigía y a la que según su propia voluntad
regresó hace once años, para descansar a la sombra fresca de sus flamboyanes,
entre la fragancia de sus lluvias de oro y con la vista puesta en ese mar
transparente de sus playas.
Volverás está incluida en el primer tomo de esta antología, junto a
los escritos que realizó en Europa y un cuento con el que, adolescente aún,
ganó algún concurso estatal de narrativa. El conjunto muestra una personalidad
aún lejana a la política y, en lo personal, me gusta imaginar qué habría pasado
si Carlos Castillo Peraza, en vez de la vida pública, hubiera decidido dedicarse,
por ejemplo, a la literatura o al periodismo.
Dice Umberto Eco, que era de sus
autores favoritos, que “los condicionales contrafácticos son siempre
verdaderos” porque la premisa es falsa, es decir, parte de un “hubiera”, que es
un tiempo verbal irreal. No obstante, a veces deleito la imaginación pensando
qué hubiera pasado…
Volviendo a lo real, esto es, a
lo que sí pasó, está el segundo tomo de esta colección, La plaza y la tribuna, discursos que mi hermano Julio recuperó del
olvido y volumen del que sin duda él tendrá mucho más qué contar, pues él
acompañó a mi padre en la época que fue candidato a la jefatura de Gobierno del
Distrito Federal.
Julio fue, de alguna forma,
testigo cercano de esos años en que yo más bien me dedicaba a combatir –por esa
rebeldía juvenil de la que luego uno se cura, aunque sin duda quedan los
estragos– aquello que mi padre representaba y que a la postre resultó ser el
mejor camino para cambiar la realidad de un México que aún espera de nosotros,
de los que tomamos la estafeta, un esfuerzo del tamaño que exigen los retos de
nuestro presente.
El tercer volumen de la colección
se titula Doctrina e ideología, y
debo confesar que es, de los tres, el que más disfruté editar, corregir y
armar. Esto, porque la herencia que mi padre me dejó dista mucho de ser un
legado común: yo recibí libros, muchos libros, miles de libros que desde hace
11 años cuido, resguardo y consulto para encontrarme sus anotaciones al margen,
sus pensamientos en las últimas páginas, su ex
libris en la página de cortesía, su ruta por el estudio de la filosofía, de
la historia, de la literatura, de las ciencias sociales, de la teología, de
todos los temas que conformaban su saber vasto e impresionante.
Con esos libros he estudiado
filosofía sin título académico de por medio, y es tan amplia la colección que
alcanza para formular la bibliografía de la universidad más rigurosa. Entre
esos tomos están también muchos de sus favoritos, como las Memorias de Adriano, del que, aseguraba, bastaba leerlo para sustituir
la carrera de ciencias políticas.
Está también, entre muchos otros,
uno que atesoro con especial cariño, y es la copia del Humanismo Político de Efraín González Luna, que Luis Calderón Vega
regaló a Manuel González Hinojosa, y por algún azar que quizá nunca descubra
llegó a manos de mi padre (entre mis hipótesis están la del robo, pero quiero
acotar que ningún robo de libros debiera ser perseguido y, mucho menos,
castigado).
La filosofía fue, volviendo al
tema, una de las más grandes pasiones de mi padre. Pero no la filosofía de
eruditos, llamados por González Luna “orugas doctas”, sino más bien la que
logra traducirse en acción: esto es, la ética, de la cual, según Aristóteles,
es parte la política.
Sobre temas de doctrina del PAN,
y partiendo esta doctrina de una filosofía, que es el humanismo, Carlos
Castillo escribió piezas únicas, de profunda reflexión pero fácil lectura que
se reúnen en este libro, que sin duda puede contribuir a solucionar muchos de
los problemas que actualmente vive el partido.
Entre estos problemas, por
mencionar uno de los más visibles, está el de la unidad. Yo no estoy ahí para
constatarlo, pero estoy seguro de que en este evento se han reunido personas
que apoyan a distintas corrientes dentro del PAN, que trabajan con alguno de
los diversos grupos e incluso que respaldan a cualquiera de los precandidatos a
la Presidencia de la República.
Sin embargo, más allá de estas
diferencias, aquí estamos todos, recordando, compartiendo las cosas que nos
unen, evocando la memoria de las ideas que nos son comunes a todos y que siguen
siendo las banderas más señeras de Acción Nacional.
Celebro que, a pesar de todo,
sigamos teniendo estas ideas, esta doctrina, estos “motivos espirituales” que
nos trascienden, que hay que cuidar porque serán nuestro legado, que hay que
nutrir porque eso de llamar a un hombre “el último ideólogo” es más bien un mea culpa por nuestras actuales
omisiones.
Celebro todo esto y agradezco de
nuevo su asistencia, recordando que el mejor homenaje para un hombre como mi
padre, que amó la palabra, es precisamente recordarlo a través de las palabras
que fueron suyas y, gracias a su generosidad, hoy son patrimonio vivo del
panismo en todo país.
Atentamente,
Carlos Castillo López
No hay comentarios:
Publicar un comentario