Ocurrió en Ciudad del Carmen, hace un par de semanas, cuando acudí a impartir la conferencia "Pensamiento e ideología de Carlos Castillo Peraza", por invitación de Jorge Nordhausen.
En un auditorio de unas ochenta personas, muchas de ellas jóvenes, provenientes de Veracruz, Tabasco, Yucatán y Campeche, tuve ocasión de compartir las ideas de mi padre, de recordarlo "con la voz que fue suya", de exponer su visión respecto del partido y de México y, por supuesto, de promocionar los libros que con el apoyo de la Fundación Rafael Preciado Hernández hemos editado desde el año 2003.
Me gusta terminar las charlas con una sesión de preguntas, o mejor, comentarios, en los que encuentro una retroalimentación a veces crítica, otras de opiniones o cuestionamientos y que es mi parte favorita de estos eventos. He escuchado quejas, agradecimientos, recuerdos compartidos, anécdotas sobre mi padre que guarda la memoria de quienes tuvieron el gusto de trabajar con él y que en lo personal me ayudan no sólo a entenderlo mejor sino a valorar de manera óptima su legado: las semillas sembradas y sus frutos en lugares remotos y conocidos.
En Ciudad del Carmen ocurrió algo insólito en esa sesión, insólito y a mi parecer valiente. Durante la charla, dediqué unos minutos a cuestionar y denostar la "línea" que marcan o pudieran marcar los precandidatos panistas a la Presidencia de la República, criticando esta mala costumbre de asumir que cualquiera (quien quiera que sea) puede cooptar el voto u obligar a otro a votar por quien no quiere.
Entre los asistentes, uno levantó la mano: trabajaba como delegado en una dependencia federal y acusó que obligaban a él y a sus colegas a reunir firmas para uno de los precandidatos, sin posibilidad de negarse o de decir libremente que se apoyaba a uno contrario. Además de la denuncia, el funcionario criticó esta práctica y aseguró que muchos de los que estaban firmando o aceptando la encomienda lo hacían sin estar convencidos, por miedo a perder el trabajo o a que se tomaran represalias en contra.
Un joven, perteneciente a una de las secretarías de Acción Juvenil estatales, acusó que la dirigencia juvenil de su estado también estaban haciendo lo mismo, pero con otro de los precandidatos; ambos se declararon "rebeldes" y aseguraron que defenderían el derecho de cada panista de elegir según su propia decisión. Al terminar el evento, tanto el joven como el funcionario se acercaron para compartir las actividades que realizaban, cada cual desde su trinchera, para demostrar a la gente que en el PAN se trabaja diferente.
En lo personal, me quedó un mal sabor de boca pues, si en ese auditorio de 80 personas dos leventaron la voz para expresar su inconformidad, cuántos más habrá a lo largo y ancho del país que padecen presiones similares y por miedo o por el motivo que sea, prefieren callar.
A mi el silencio me molesta, tanto el impuesto como el que uno se impone, máxime cuando ese callar se pretexta en razones como "hay que proteger al partido". Ese argumento lo he escuchado muchas veces, siempre dicho por los mismos: los que prefieren mirar a otra parte para que otros realicen sus tropelías con la calma de quien sabe que hay quienes sí se preocupan por no denunciar, "proteger" y al final no sólo dejar impunes sino la puerta abierta a esas prácticas.
Sirva esta entrada como invitación no sólo a alzar la voz sino, mejor aún, a gritar contra aquellas prácticas que desdibujan la tradición democrática, libre y leal de Acción Nacional...
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