La muerte de la
pintora inglesa Leonora Carrington, han dicho críticos y especialistas, marca
el final del surrealismo, esa corriente estética de entreguerras que buscó
extender los límites de la conciencia para hallar y plasmar la imagen onírica:
no la que retrata el mundo tal cual lo encontramos en la realidad sino, más
bien, aquélla que se conforma con los elementos dispersos de la mente que
encuentran en la obra un punto de encuentro.
El resultado de
esta operación dio vida al trabajo de una variedad de artistas (escultors,
escritores y pintores) entre los que destacaron Andre Breton, Giorgio de
Chirico, Max Ernst, la española Remedios Varo y la propia Carrington, que
residió en la ciudad de México hasta el pasado 25 de mayo.
Su vida,
retratada por Elena Poniatowska en la biografía Leonora (editada por Seix Barral), marca de manera radical una obra
en la que se mezclan las historias escuchadas en una infancia marcada por la
campiña inglesa, las leyendas celtas y los caballos, junto a las andanzas de
juventud junto al que fue su compañero sentimental, Max Ernst, la súbita huida
a España durante el comienzo de la segunda guerra mundial y el internamiento en
un hospital siquiátrico de Santander.
De este último
suceso, el libro Memorias de abajo es
un testimonio personal e íntimo de una temporada en la que los desequilibrios
emocionales son abatidos por un temperamento indomable, que la lleva a escapar
a Portugal, donde conoció al mexicano Renato Leduc, quien le ayudaría a
atravesar el Atlántico rumbo a Nueva York para poco después llegar a México, su
residencia definitiva.
En el transcurso
de esos años agitados, Carrington construye un mundo particular que se refleja
en cuadros como La comida de Lord
Candlestick (1938), Té Verde
(1942) o Las distracciones de Dagobert
(1945), donde la fantasía se entrecruza con la realidad y crea formas en las
que se entrecruzan las formas animales con las humanas; donde los paisajes se
pueblan de seres fantásticos, a veces espectrales, en medio de elementos que
suman la alquimia y la magia: mundos desconocidos donde ella penetra con la
familiaridad de quien explora un entorno familiar, quizá un refugio para
protegerse y en el cual se movía con la naturalidad de quien se sabe dueño y
creador.
Los años en
México añaden nuevos elementos a ese diverso propio. Las mitologías
prehispánicas se convierten en fuentes de las cuales abrevar; los colores y los
climas de un país diverso y distinto a los conocidos con anterioridad quedan
plasmados en lienzos de los que destacan Chiki,
tu país (1947), El mundo mágico de
los mayas (1963), Fruto prohibido (1969),
así como en numerosas esculturas que hoy yacen firmes como ella, mirando desde
un más allá del tiempo en el Paseo de la Reforma del Distrito Federal.
Innovadora en
temas artísticos pero también en temas sociales como los derechos de las
mujeres y la protección de los animales, Leonora Carrington eligió México para
vivir y morir. Aquí la recordamos, aquí la volvemos a mirar en su obra, desde
esas fotografías de su rostro firme, marcado por el tiempo, sellado al
escrutinio pero que invita a explorar su
mundo único y postrero, sobreviviendo más allá de la realidad habitual.
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