Fotografía: Gerardo Ceballos |
"La reunión no será hoy", nos dijo Andrés Ponce, organizador de la visita del ex combatiente de la Sierra Maestra, Huber Matos. La explicación: tuvo problemas en migración, pues renunció a la nacionalidad cubana y no ha querido adoptar la de Estados Unidos, por lo que cada vez que deja Miami –su lugar de residencia– tiene problemas para viajar. Un auténtico Nowhere man, con un sentido más profundo y trascendente que el que Lennon le diera al personaje de su canción.
Un día después, el miércoles 13 de junio, nos reunimos al mediodía en la Fundación Rafael Preciado Hernández. Huber Matos llegó puntual, acompañado de varios miembros de Cuba Independiente y Democrática, organización política que desde el exilio busca generar una agenda programática que contribuya a la transición en la isla, cuando llegue ese día en que la dictadura caiga.
La figura encorvada por sus 94 años, el traje azul, sin corbata, la camisa blanca a cuadros y una mirada transparente que transmite calma y paz. Ningún rencor en la voz por los veinte años de cárcel en Cuba, por las vejaciones y el tormento sufridos como forma de vida durante el encierro, que narra con ese mismo tono en el libro Cómo llegó la noche. Revolución y condena de un idealista cubano, ganador del XIV Premio Comillas y editado por TusQuets en 2002.
Tras las presentaciones escuetas y breves de rigor, nos proyectan un video biográfico. Ahí están las grandes voces de la Revolución cubana, el júbilo del pueblo ante la entrada triunfal de "los barbudos" a La Habana en enero de 1959. Destacan las figuras de Raúl y Fidel Castro, la de Camilo Cienfuegos, la de Guevara y, junto a ellos, Huber Matos en traje de combate, la gorra militar calada y el fusil al hombro. Era la victoria de un ideal, el sueño hecho realidad de la tiranía derrocada, pero también el comienzo de una nueva pesadilla.
Diez meses pasaron de aquella fecha y Huber Matos decide renunciar. No le agrada el tono "antiyanqui" de los líderes, los atropellos asesinos de los juicios sumarios, el giro comunista que toma el nuevo régimen. Días después es arrestado, acusado de traidor y condenado a dos décadas de cárcel; el escarnio público en la Plaza de la revolución, con Fidel a la cabeza, que instiga a la masa a pedir "paredón". Sin posibilidad de defensa, de abogado, de expresar su versión o sus razones, y ya con la certeza de su condena, Matos recibe en la prisión el mensaje del "Comandante": si te retractas y afirmas que lo dicho en la Plaza es verdad, te vas libre a tu casa.
Cuesta entender hoy en día, cuando predominan las ideas de moda y los bandazos que sacrifican todo ideal al mejor postor, la respuesta de Huber Matos, la decisión de ser fiel a un ideal, cueste lo que cueste mantenerse en esa firmeza. Y el precio fue alto.
Su charla es pausada y breve, la voz fuerte y el tono propio de su tierra natal, con esa cadencia casi musical. Nos habla de Martí y de la "comunión de propósitos de los pueblos de América"; de la importancia de las instituciones, las leyes y los partidos que sean reflejo de las necesidades de la gente y que garanticen la democracia y la justicia social; también señala los regímenes de Venezuela, de Ecuador, de Bolivia, donde la fuerza manda y que siguen el "patron cubano", pero adaptado a las particularidades de cada líder y de cada región.
Hace énfasis en las estrategias de Fidel Castro para mantenerse en el poder: la pobreza colectiva como arma de sometimiento, la necesidad de crearse un enemigo al cual adjudicar la culpa de todos los males, de la personalidad del líder mesiánico que, "de haber sido actor, sería estrella de Hollywood; de haber sido gangster en Chicago, sería un Al Capone"; de la dialéctica y el liderazgo excepcionales pero tergiversados en nombre de la conservación del poder, del "simulador perfecto", del mando despótico, de un auténtico "grupo gangsteril de bandidos".
Termina pronto. Prefiere ceder la palabra a la sesión de preguntas de los que ahí nos reunimos. Huber Matos estudió en la Normal de Santiago de Cuba y comenta: "quise ser maestro toda mi vida, y prefiero responder a sus dudas". Se imagina una Cuba libre, soberana, pacífica, con instituciones que rescaten la raíz más profunda de los valores de su pueblo que, asegura, se mantienen intactos más allá de los Castro.
Es optimista respecto del futuro y asegura que si Hugo Chávez pierde el poder, el régimen cubano nu durará más de un mes. "En las raíces del pueblo cubano hay cosas buenas, cosas bonitas, cosas que inspiran. Yo no me veo como presidente ni me gusta la figura de héroe de la revolución. Más bien prefiero la función de predicador", asegura.
Termina señalando el mal que puede hacer a una sociedad la "policía política", así como el daño causado a Cuba tras más de 50 años de dictadura. "Se ha creado una mentalidad que genera máscaras entre la gente", que la hace ser lo que no es por conveniencia, por necesidad, por no tener problemas con el régimen.
Tras una hora de charla, Huber Matos se despide. Acepta firmar algunos libros con pulso frágil, tembloroso y lento. Me acerco con mi ejemplar, una primera edición, y se disculpa por no poder escribir una dedicatoria como él quisiera. No importa, contesto, con su nombre basta, a lo que responde con sonrisa franca y cordial: "mi nombre y la fecha".
Reseña del libro Cómo llegó la noche. Revolución y condena de un idealista cubano,
de Huber Matos
La noche que no termina de pasar
La literatura de testimonio –la que aborda un hecho o suceso desde la propia experiencia– sirve a la Historia para completar o corroborar sus dictados, los de la memoria, aquellos que por su proximidad temporal y espacial todavía es posible cotejar con los propios protagonistas de los acontecimientos, con los que sí estuvieron ahí: testimonios que no obstante pueden servir para esclarecer, ahondar, poner en tela de juicio o comparar las diversas versiones que pueden existir con respecto a cualquier hecho del pasado reciente.
Testimonios que fortalecen la Historia, que le dan credibilidad y la levantan como un ayer abierto a una revisión constante, para que el recuerdo no se duerma en sus laureles o en sus miserias, para que quien escribe la memoria común de un pueblo pueda enriquecerla con la mayor cantidad de versiones posibles y no se caiga en la trampa de lo que podría llamarse “absolutismo histórico”: la memoria en manos de unos cuantos, digamos lo vencedores, que dan fe de lo acaecido desde una sola perspectiva.
Es decir, mientras más rica y puntillosa, más exigente y clara, la historia será un aprendizaje necesario, por no decir forzado; en caso contrario, se corre el riesgo de repetir los desaciertos una y otra vez hasta aprenderlos, hasta hacerlos Historia.
Los libros repletos de testimonios que retratan, por ejemplo, la caída de las diversas dictaduras latinoamericanas, el final del franquismo o la caída del comunismo se cuentan por cientos, y a pesar de que cada uno es una aproximación más o menos a los mismos problemas, cada uno es asimismo una parte callada, la voz de quien no pudo o fue impedido de hablar cuando quiso, por miedo, por represión, por esos silencios que la fuerza requiere para poderse consolidar sin obstáculos, al gusto del mandatario en turno.
Esta literatura, desarrollada en el exilio o cuando las aguas turbias de los autoritarismos ceden sus dominios a la voluntad popular, aporta el otra lado de la moneda, las versiones desconocidas; también enriquece la experiencia y la complementa, compara lo dicho con lo sucedido y añade, explica. Así, uno de los acontecimientos del siglo pasado que más tinta ha dejado correr a este respecto es la Revolución Cubana, condenada de unos años a la fecha al menos a un par de libros anuales que intentan reivindicar la verdad, darle un sitio a quienes la voluntad del gobierno castrista ha preferido tachar de traidores, sometiendo a testigos, familiares y allegados a calumnias y complots atroces, dedicados a desprestigiar la credibilidad de los argumentos como único recurso frente a ese estorbo que ante todo autoritarismo suele representar la voz cuerda y razonable.
Eliseo Alberto, Jorge Masetti, Carlos Alberto Montaner son sólo algunos nombres que con frecuencia aparecen cumpliendo esa labor de los menos, de los que escaparon o fueron obligados a ello, y más reciente, el extenso libro con el que un ex combatiente de la Sierra Maestra, Huber Matos, se hizo acreedor al Premio Comillas, convocado por la editorial Tusquets: Cómo llegó la noche.
La primera referencia de Huber Matos la encontré en un álbum de cromos dedicado a los niños cubanos y cuyas imágenes –pequeñas estampitas coleccionables– refieren la historia de la Revolución. La página central incluye, a manera de “salón de la fama”, las fotografías de los principales dirigentes que pelearon contra el régimen de Batista, pero la de Matos se encuentra tachada de cuello a cabeza bajo el rótulo de “Traidor” (ignoro la fecha de la edición pero el papel amarillo y desgajado en las orillas anuncia al menos veinte años de antigüedad y la voluntad tiránica de pretender hacer la historia a partir de un acontecimiento determinado y desde un punto de vista particular).
Huber Matos fue llamado traidor en 1959, poco después de la victoria de los “barbudos”, cuando las medidas tomadas por Fidel Castro en el gobierno lo llevaron a levantar la voz contra el “Comandante” y sus procedimientos, expresando su descontento, su decepción y su renuncia a pertenecer a un movimiento que con tanta facilidad daba la espalda a lo anhelado, a lo prometido y acordado durante los meses de lucha.
La foto en la portada de Cómo llegó la noche es reveladora: la famosa entrada a la capital cubana de Fidel, a bordo de lo que parece ser un vehículo de combate y rodeado por Camilo Cienfuegos, el Che Guevara y a un costado Matos, compartiendo la alegría de un triunfo que en poco tiempo le negaría siquiera el derecho a volver a sus actividades comunes: la docencia y la producción agrícola. Matos fue condenado a veinte años de prisión que cumplió día a día, como día a día hizo avanzar desde la selva a las huestes revolucionarias que más tarde bajo su mando triunfaron en Santiago –recuérdese que en la Habana no hubo enfrentamiento alguno, pues Fulgencio Batista huyó de la isla al caer la segunda ciudad cubana– y en otros frentes importantes.
Sus aportaciones al movimiento son incontables y su participación en las contiendas decisiva para el desarrollo de los hechos tal y como los conocemos; no obstante, su llegada a las filas de la guerrilla es la de cualquier ciudadano comprometido con una causa: la libertad de su país, al parecer el ideal mayor del autor y su principal obstáculo al momento de discrepar con los otros dirigentes de la Revolución.
Esto puede constatarse a lo largo del libro: no son pocas las ocasiones en que Matos y Castro discuten con relación al futuro, a la victoria cada vez más próxima y al papel de las fuerzas armadas en el gobierno que vendrá, cuya participación –propuesta por Fidel durante la estancia en la Sierra Maestra- sería exclusivamente la de supervisar que los logros y los avances fuesen apegados a las causas revolucionarias. Nada cercano a la realidad en fin de cuentas, como la propia historia se ha encargado de revelar.
La noche de la isla coincide con el arresto de Matos, prevenido por Camilo Cienfuegos e incitado por éste a huir. La negativa es rotunda: ¿por qué alguien con la conciencia tranquila, las manos limpias y el corazón de un patriota debe esconderse? Esa noche se prolonga dos décadas en las cárceles cubanas que, sobra decirlo, son espacios sin tiempo ni espacio donde todo puede suceder, desde una muerte accidental o los “suicidados” hasta los atropellos más infames contra las garantías mínimas del individuo: sin comunicación, en condiciones de vida infrahumanas y bajo el constante amedrentamiento de esbirros encargados de hacer la condena lo menos llevadera posible, de flaquear las fuerzas físicas y mentales, de “quebrar” al individuo a como dé lugar.
Ahí transcurre la mitad de este testimonio, libre de señalamientos inquisidores o de la búsqueda continua de culpables, vacío de juicios y odios, simplemente relato, historia incómoda pero no por ello menos real. La otra mitad es la lucha, las anécdotas del frente y algunos relatos que auguran un tanto lo que a la larga se desencadenaría: un gobierno en el que la voz del disidente o del inconforme sólo tiene lugar si no dañan la imagen de la revolución, sus ideales reacios a modernizarse y sumidos en retóricas discursivas que ya no caben en el mundo actual.
Cabe aquí resaltar la sensatez y la lucidez de Huber Matos, hombre que se sabe libre y lucha por que esa libertad comience en la verdad, en los hechos y no en los propósitos, lugar común de los sueños de quienes dieron la vida en busca de un ideal al final truncado y corrompido por el egoísmo, la ceguera tan común del poder y el individualismo que tanto daño hace aún a Latinoamérica.
La noche de Matos es libre aún en prisión, con el anhelo de dejar todo atrás y volver a lo propio, a lo que el hombre común añora luego de concluir sus responsabilidades con la patria: el trabajo, la familia, la vida simple de quien se sabe eslabón dispuesto a levantarse en armas cuando es necesario o a continuar el día a día de los justos: el del bien particular en función y como base del bien común.
Cómo llegó la noche está libre de rencores. Es el testimonio de quien actúa sin más interés que el de la mayoría, el de un pueblo que a partir de un autoritarismo disfrazado ha debido tolerar casi cincuenta años de dictadura sin tapujos. Huber Matos salió de la cárcel en 1979 y se podría decir que salvó la vida gracias a la intervención de diversos gobiernos que apoyaron su salida de la Isla lo más pronto posible, sin ocasión siquiera de visitar las tumbas de los que dejaba atrás, huyendo, porque ese pensamiento suyo es un reto de frente al déspota, una voz que no teme levantarse como otrora no temió disentir con los allegados más dóciles de Fidel.
La presentación del libro en la ciudad de México fue interrumpida por miembros del Consejo General de Huelga de la UNAM, que exigían la cancelación del evento. Es una pena que a estas alturas los argumentos de fuerza y represión castrista sigan teniendo seguidores y adeptos que insisten en defender lo indefendible, lo que la propia realidad se ha encargado de sacar a la luz como una mentira y una ilusión que se quedó en eso, en la mero proyecto, en el plan sin concreción, el sueño del que nunca despiertan algunos y que otros seguirán soñando porque la realidad no puede ser un amanecer tal cual.
Sirva el testimonio de Matos para insistir que mucho de lo que pasó en Cuba se pensó de otra forma; para afirmar que el silencio también puede ser complicidad; para rescatar los hechos que se encuentran ausentes de los grandes discursos pero que reflejan lo sucedido mejor que la propia Historia, en este caso la de Cuba, que poco a poco se completa, se desmiente y proporciona el otro lado de las cosas, no el oficial ni el adecuado ni el conveniente sino el real, el de la verdadera posteridad, la historia de ese amanecer que aún no termina de despuntar.
(Publicado en agosto de 2002, en el Diario de Yucatán).
No hay comentarios:
Publicar un comentario