EPITAFIO
Tristan Corbière
Se mató de ardor, o murió de pereza.
Vivió, por olvido; he aquí lo que deja:
–Su única pena no haber sido su novia–.
No nació para fin alguno,
siempre lo empujó el viento,
fue las sobras del guiso,
mezcla bastarda de todo.
El no sé qué –sin saber dónde:
oro –pero sin un céntimo;
nervios –sin nervio. Vigor sin fuerza;
ímpetu –con un esguince;
alma –sin violín;
amor –y semental pésimo.
–Demasiados nombres para tener un nombre–.
Corredor del ideal –sin idea.
Rima rica, y jamás rimada;
sin haber sido, vuelto;
en todas partes se encontró perdido.
Poeta, a pesar de sus versos;
artista sin arte, y a la inversa;
filósofo, a diestra y siniestra.
Un divertido serio, sin gracia.
Actor: no se supo el papel;
pintor: tocaba la gaita;
músico: con paleta.
¡Un talento! –pero sin cabeza;
muy loco para saber ser tonto;
tomando por trazo la palabra trozo.
Sus versos malos los únicos buenos.
Pájaro raro –y de pacotilla;
muy macho –y a veces muy nena;
capaz de todo –en nada bueno;
amasando bien el mal, mal el bien.
Pródigo como fue el hijo
del Testamento –sin testamento.
Valiente, a menudo por miedo a lo fácil,
metiendo ambos pies en el plato.
Colorista rabioso –pero débil;
incomprendido –sobre todo de él mismo;
lloró, afinado cantó y desafinado;
–Fue un defecto sin defectos.
Ni fue alguien ni cosa alguna.
Su natural era la pose.
Sin ser teatral, posaba para el único;
muy ingenuo, siendo muy cínico.
–Su gusto era el disgusto.
Muy crudo –porque lo cocieron mucho;
no se parecía en nada ni siquiera a él,
se divertía con su enojo,
hasta despertándose de noche.
Vagabundo anchuroso –a la deriva;
pecio que no encuentra playa...
Muy Suyo para poder soportarse,
seco el espíritu y la cabeza ebria,
acabado, no sabiendo acabar,
murió esperándose vivir
y vivió, esperándose morir.
Aquí yace, corazón sin corazón, mal plantado,
hermoso triunfador –un fracasado.
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