Fragmento del libro Nuevas cartas a jóvenes panistas. ¿Un partido en crisis?, publicado en marzo de este año y que puede adquirirse, tanto en versión impresa como en electrónica, en: https://www.amazon.com/s?url=search-alias%3Daps&field-keywords=nuevas+cartas+a+jovenes+panistas&sprefix=nuevas+cartas%2Caps%2C362&crid=NOZE99T3ELI8
Carta IX
Amig@:
Los hechos que
te relato hasta este momento fueron el contexto que antecedió lo que debía ser
la elección interna para decidir quién sería el candidato presidencial panista:
un evento que, en otras ocasiones, despertaba pasiones, movilizaba al partido
en torno a diversos postulantes, promovía debates, permitía contrastar y
comparar carreras políticas, méritos, actitudes y aptitudes, programas y
proyectos; en fin, todo aquello que la democracia del PAN fomentaba y que era
en suma uno de los grandes orgullos de esta institución.
Si en algún momento tienes curiosidad sobre
cómo el partido vivió sus procesos internos, acude a La Nación, nuestro órgano informativo con más de 75 años
apareciendo sin interrupción. Ahí hallarás cuánto vigor y cuánta entrega genera
entre los auténticos demócratas la posibilidad de defender sus ideas y sus
abanderados frente a quienes consideran que otra opción es la más adecuada.
Porque democracia no es simplemente votar, es
mucho más que eso. Implica capacidad de convencer, de argumentar, de defender
lo que uno considera correcto ante otros que se deciden por otra opción. Ganará
el que tenga más votos, sin duda, pero el ejercicio del sufragio es el punto de
llegada tras un largo proceso que demuestra que las diferencias pueden convivir
y salvarse de forma civilizada.
Lo contrario, que es la imposición o la
unanimidad, está más cerca de la barbarie y del absolutismo, del silencio, de
la complicidad, de esa falsa unidad a la que se apela cuando somos incapaces de
procesar lo que nos divide en nombre de un supuesto bien superior.
Para que exista una auténtica democracia,
además, debe haber posibilidad de competir, esto es, debe haber equidad en la
contienda: que todos tengan acceso a los mismos recursos, a las mismas
herramientas, a los mismos espacios, a las mismas condiciones para participar,
pues solo así se garantiza que quienes van a elegir podrán comparar de igual
manera a los que deciden someterse a la decisión de un electorado o, para el
caso que nos atañe, a una militancia.
Y esto fue lo que no ocurrió durante el proceso
para elegir al que sería el candidato del PAN por la Presidencia de la
República en 2018, que gozó de todos los beneficios de exposición en medios, de
la estructura del partido y de los órganos internos frente a sus oponentes, que
uno a uno fueron desistiendo de participar por esa falta de equidad en la
competencia.
El final de ese proceso fue a mi parecer la
cúspide de una simulación democrática que se dio durante poco más de un año, y
que concluyó con una elección interna en la que solo había un candidato en la
boleta, Ricardo Anaya, quien como era de esperarse, ganó la contienda.
Ganar una contienda en esas condiciones, por
supuesto, es un decir, porque bastaba que él mismo votara por él mismo para que
esto ocurriera. Muchos llamaron a esa jornada una "fiesta
democrática", pero era claro que no había nada qué festejar; fue, a decir
de muchos, una auténtica desgracia que un partido orgulloso de su capacidad de
garantizar equidad, de someterse a la decisión entre dos o más candidatos, de
escuchar alternativas y de comparar opciones quedara sometido a una elección en
esas condiciones.
Así inició la campaña por la Presidencia,
antecedida por la construcción de un frente en el que se sumó a los partidos
Movimiento Ciudadano y de la Revolución Democrática, un esfuerzo por construir
una alianza que le ha costado demasiado al PAN, que le garantiza la existencia
a dos partidos cerca de la desaparición y para los que el panismo ha cedido
demasiado a cambio de ganar algunos votos en la elección presidencial.
Me refiero no solo a perder nuestra posibilidad
de democracia interna, que es de por sí sumamente grave, sino también a que en
el nivel local, y por conseguir que esa alianza se mantuviera, el PAN canceló
sus procesos locales de elección de candidatos, para dejar esa decisión que
debía ser de la militancia en manos de comisiones permanentes que siguieron
órdenes del Comité Ejecutivo Nacional y entregaron candidaturas fruto de acuerdos
cerrados, donde participaron unos cuantos, y donde se atropelló como nunca
antes la dinámica democrática panista.
Esta decisión de dar prioridad a acuerdos
opacos en detrimento de la participación de la militancia ha sido un factor de
división en toda la República.
Y te pido considerar esta situación: imagina
que tú llevas preparando, trabajando y esforzándote por años por obtener una
candidatura, que has acudido a cursos, que te has capacitado, que has
convencido a miembros del partido de que tus ideas son las que mejor pueden
servir para transformar tu estado o tu municipio, y que de pronto, por una
razón que nadie te explicará a fondo y se justificará en nombre de la
"alianza", te piden no solamente hacerte a un lado sino, además, a
apoyar a quien ha sido tu rival político, a aquel integrante de otro partido
que sabes es deshonesto o por lo menos no es digno de ser abanderado del PAN.
Se puede, en este caso, como se hizo en todo el
país, apelar a la lealtad, al bien mayor, a la generosidad en el más pragmático
de los cinismos. Pero ese llamado a ser leales choca con tu honestidad contigo
mismo y con aquella que debemos a los votantes, a la ciudadanía. ¿Cómo entonces
respaldar una opción que más allá de cálculos políticos sabes que dañará al
país y a tu partido? ¿Cómo justificar ese respaldo a perfiles poco aptos cuando
lo que está en juego es México? ¿Cómo dar candidaturas a quienes sabes que
representan lo peor de nuestro sistema político?
Este dilema ha sido constante pues no solo echa
por la borda el trabajo de miles de panistas sino además exige a esos panistas
apoyar prácticas políticas opuestas a nuestro ideario democrático: ese que es
nuestro orgullo, nuestra razón de luchar por México, nuestro motivo de
participar en política.
Lo mismo ocurrió al momento de redactar nuestra
plataforma de gobierno, ese documento al que antaño el PAN ponía meses de
esfuerzo colectivo, para el cual convocaba a la sociedad civil, en el que
sumaba las ideas y reflexiones que comulgaran con nuestros valores, esos que
terminaron sacrificados en nombre de construir un documento en el que pudieran
convivir la izquierda moderada y la derecha, resultando de ello una serie de
propuestas que pocos panistas sienten suyas, que menos están dispuestos a
defender y de la que han surgido ocurrencias incapaces de justificarse desde la
teoría o desde la tradición panista.
Y se puede alegar que todo ello es, otra vez,
en nombre de un bien mayor, como se ha hecho. Pero no se puede exigir
obediencia ciega, lealtad supuesta u obediencia a la autoridad del PAN, porque
esa autoridad lo que está pidiendo en este caso es sumisión, nula crítica,
silencio cómplice, y eso es lo contrario a lo que como panistas hemos aprendido
y entendemos como acción política.
Eso es, en suma, la traición a lo que hemos
sido, lo cual podría permitirnos sin duda ser algo nuevo pero de ningún modo
nada parecido a lo que hemos sido por más de 78 años.
No es posible, como te he insistido a lo largo
de estas cartas, reducir todo a los votos que ganaremos, porque si en ese ganar
votos traicionamos lo que somos entonces estamos frente al fracaso de un modo
distinto y distinguible de hacer política que, como ha quedado demostrado en
esta campaña, tendrá formas innovadoras de dar discursos, de producir lindos
videos y potentes discursos, pero terminará por ofrecer en el fondo, que no en
la forma, el mismo pragmatismo que ofrecen otros partidos.
Ante esto quedamos pues en desventaja porque
esa suma de apoyos de los otros partidos no compensará lo que perdemos ante
nuestra militancia y, sobre todo, ante aquellos ciudadanos que han visto en
nosotros una alternativa diferente y se dan cuenta de cuánto dejamos detrás en
nombre de simplemente ganar algunos sufragios.
Y podría ocurrir que el PAN, a pesar de todo
esto, gane las elecciones –aunque en lo personal lo dudo mucho–, y eso quizá
sea lo peor que pueda pasar, porque entonces quedará demostrado que ese
claudicar de nuestra democracia, que ese imponerse de manera autoritaria en lo
interno, que ese designar sin considerar a la militancia, que ese negar de
nuestras tradiciones y de nuestros valores, que ese ignorar a quienes se van y
llamarlos "prescindibles", que ese convertir todo en votos, que ese
abandonar nuestro papel de hacer una política distinguible y diferente eran,
como estrategia, el camino adecuado para un triunfo que enterraría para siempre
ese gran pasado panista, para enseñar a un partido que terminará por ser
"más de lo mismo".
O lo que es peor, una deformación que apela a
valores y principios que solo se utilizan para ganar algunos apoyos
circunstanciales.
Sería, en resumen, el triunfo de un pragmatismo
voraz a irracional: no el demostrar que sobre nuestros valores podemos
construir un México distinto; sí el exhibir que nada de lo dicho durante
décadas tenía sentido y que era mejor tomar el atajo fácil y perezoso de
quienes eligieron y siguen eligiendo el camino autoritario, el antidemocrático,
el que prescinde de las ideas, el que cree que un presidente poderoso y no una
sociedad articulada, organizada o participativa es la que podría transformar a
México de raíz.
Hay
una máxima al momento de hacer campaña en este siglo XXI: la política de
cercanía, la que mira a la gente a los ojos, la que al conocer y estar en
contacto con el dolor de las y los mexicanos asume como vocación el trabajar
para solucionar ese dolor. Hoy el PAN
está lejos de ese dolor, se ocupa más en que sus videos tengan una producción
impecable que en construir confianza y esperanza para quienes más lo necesitan.
Hoy el PAN vive una inconformidad que se calla
y agacha la cabeza en lugar de alzar la voz en nombre de lo que es suyo.
Algunos se van sin hacer ruido, otros generan
estruendo e incluso optan por apoyar candidatos que son el opuesto de nuestras
ideas, como López Obrador; otros más apoyan al candidato del partido como si se
tratara de pasar un trago amargo lo más rápido posible, y otros, lo menos,
creen ciegamente que Ricardo Anaya es lo mejor que le ha ocurrido al PAN y a
México.
No te dejes cegar por encuestas, por imágenes
espectaculares, por promesas que no pueden explicarse, por explicaciones que
intentan convencerte de que tu apoyo debe ser sumiso y acrítico.
Tampoco creas en quienes te dicen que lo importante
es ganar y que una vez con el triunfo todo se solucionará por gracia de un
"elegido".
Atrévete a decir que no, a mirar a otro lado, a
ser prudente pero firme, a alzar la voz si el silencio te asalta antes de
dormir y te reclama no haber hecho o dicho lo que sabes debe hacerse o decirse.
Sé honesto contigo mismo antes que leal a
quienes usan la lealtad como arma de chantaje.
Esa honestidad es la que puede devolverle al
PAN su dignidad.
Nos leemos
pronto.