sábado, 4 de febrero de 2017

Veracruz en unas horas

(Afonía de tres días, y el viaje a punto de cancelarse... Era justa la solicitud del cuerpo: dos años recorriendo estados y algún que otro país exigían una pausa, y fue forzosa; tras tres días de cama, no obstante, y una pequeña mejoría, el libro a presentar leído y las palabras a pronunciar redactadas, todo estaba listo para partir de nuevo).

Salir de madrugada tiene la ventaja del paisaje del Pico de Orizaba desde al aire y al amanecer. La nieve gozosa desciende de la cima por las laderas y se transforma en valles fértiles a los pies de un volcán que hace años –más de veinte por estas fechas– añoré escalar; la otra ventaja era la fecha: mediados de enero sin demasiado calor al salir del avión.



Foto: el autor

Me esperaba en el aeropuerto Carlos Camacho, su novia y su hijo. Me abrazó y como viejos conocidos que acaban de conocerse, me dijo: "En otros niveles y en otros contextos, así debía recibir don Manuel Zamora a su tocayo Gómez Morin". 

Yo sabía del primero por el libro que me traía al Puerto: Cómo nace el Partido Acción Nacional en Veracruz. El origen. La lucha por la democracia. Y como todo viaje fugaz, las horas debían aprovecharse al máximo: surcamos calles que como en toda tierra de trópicos se llenan desde temprano para detenernos en la Universidad de las Naciones, donde el director académico, Jeremías Zúñiga, nos recibió con el primer café que probaba en casi una semana.

El líquido caliente con fue generoso con la garganta irritada y apenas en recuperación. Y su efecto, inmediato: los sentidos se avispan, las palabras fluyen y la charla se desenvuelve de la política a la academia a las anécdotas a lo histórico. Aparece de pronto por la puerta Arturo Mattiello, rector, sonriente, desenfadado y animoso; estrechamos manos y actualizo la imagen de quien fuera el primer diputado federal panista del estado, que en el libro aparece retratado en la tribuna unos treinta años atrás.



Foto: el autor
La siguiente escala es el Café La Parroquia, en el centro de la ciudad. "Habrá algunos reporteros que nos esperan", me dice alguien. Y es sorprendente, hasta encantador, que, la política de la ciudad y el estado tenga en este establecimiento de inicios del siglo XX –rodeado de edificios y otros establecimientos de data similar– su epicentro más recurrente. La vida pública discurre hoy como hace décadas entre sus mesas, entre bebidas calientes y antojos, entre susurros o declaraciones audibles... Un gozo que se da un pocos sitios, una tradición que recuerda la Viena del XIX, el México del porfiriato, el Paris de entreguerras.

Rechazo el tradicional "lechero" por miedo a que la garganta se resienta de más, pero no hay tiempo para elegir algo que lo sustituya. Las preguntas se suceden una tras otra y mi tocayo y yo intentamos que converjan en la presentación que tendrá lugar a las seis de la tarde. Los reporteros, en busca de algo más, arrastran los temas hacia la coyuntura del estado, el recién estrenado gobernador, los que "suenan" para la presidencial del PAN; debían ser unos 25 0 30 informadores armados de grabadoras, cámaras, celulares, micrófonos: a todos se les responde y Arturo toma la palabra para terminar, ahondando en temas locales de los que jamás podría opinar con su pericia.

Me escurro en cuanto puedo y pido un té de limón, el agua por una parte, el sobre con las hierbas separado. Bebo el agua caliente –remedio aprendido en China– sola para calmar un ardor que empieza a crecer y que el líquido mitiga al tiempo que pido una taza nueva para, ahora sí, incluir la infusión. Partimos de vuelta a la universidad para caer en la rectoría, a la oficina del propio Arturo, donde nos espera uno de los entrevistados para el libro: Guillermo Madero, hijo del otrora presidente del PAN, Pablo Emilio.

La charla comienza y se extiende hasta hacernos olvidar la hora de la comida. Hablamos del PAN viejo, del tiempo de las rupturas y los foristas: me entero que mis anfitriones estuvieron muy cerca e incluso participaron en aquel grupo. Mi curiosidad, por supuesto, se enciende y me convierto por un momento en entrevistador; siempre me ha parecido que los panistas hablamos de nuestro presente como si el pasado fuera un tiempo idílico, libre de conflictos, puro, cuasi angelical, y los días que corren no tuvieran parangón en cuanto a desvíos, mugre y desgracia. Disfruto comprobar, enterarme de detalles –algunos que lindan en el chisme– de esa época confusa, de quiebres y abandonos, no por morbo –o sí un poco– sino por confirmar que no hay pureza ni pasados libres de tribulaciones y desencantos.



Foto: el autor
Guillermo y Arturo son dos personajes excepcionales. Se complementan y pasan de la seriedad a la guasa con naturalidad. Hablamos por horas pero no pudo ser tanto tiempo porque las cuentas no cuadran y quizá el recuerdo de la palabra, la bendita y magnífica palabra, hace más flexibles y generosos los minutos que transcurrieron en la oficina del segundo.

La comida rápida para tener al menos un rato para descansar antes del evento: desfile de platillos locales, todos del mar, que me recuerdan mi infancia en Mérida y los viajes desde la Ciudad de México, en automóvil, hasta la Península, que tenían en el Puerto de Veracruz una escala forzosa. 

Llegamos poco antes de las seis al auditoria de la Universidad. En la puerta, comenzaban a arribar panistas de "la vieja guardia", algunos entrevistados para el libro, otros también llenos de historias por contar, y entonces las anécdotas se aglutinan en voces que se me confunden en la memoria y que sería incapaz de relatar a detalle. Ya en el recinto, como todo evento del PAN, la mesita con café instantáneo y galletas, un toque que no cambia en ninguna latitud del país.

Presentamos el libro el autor, yo y el Profe Bernardo Téllez, a quien saludo con el gusto de encontrar a un amigo de hace años. Cada cual destaca lo que le parece más trascendente, pero todos coincidimos en cuán importante es que la historia se preserve, se resguarde y se difunda: que sea parte vida del hoy para que pueda, a partir de esas raíz, trazarse desde el presente la ruta del porvenir. 

Leo mi intervención con cierta inseguridad: siento que en cualquier momento mi voz puede desaparecer o traicionarme. No pasa nada, pero al concluir prácticamente no puedo pronunciar palabra; siento la sequedad que abraza y ni el agua que me sirven logra humectar los músculos rendidos. 

Ya en el hotel, la pequeña cafetera –quizá la mejor de las amenidades que pueda tener una habitación– me sirve para calentar agua y beberla en el balcón, donde un cigarrillo adormece con su humo suave las cuerdas bucales. Es temprano aún y decido salir a caminar. Lo hago siguiendo el malecón hasta el centro de la ciudad, acompasado por el oleaje, con un clima benévolo y una brisa que en ocasiones llega a ser fría.

Camino por media hora. Al llegar a la zona del Café de la mañana el bullicio es digno del lugar. Dejó atrás el grato hallazgo de la estatua de Humboldt, de la zona del puerto con sus contenedores, sus barcos de carga y sus muelles, para adentrarme por callejuelas vacías, que inevitablemente desembocan en plazas donde la marimba y la música son un gozo para todos los sentidos. 



Foto: el autor

Me detengo a cenar. Milanesa con papas y varios litros de té de limón son el menú que me sirve un camarero alegre, quien bromea repitiendo las palabras que pronuncia una familia de chinos sentados en el extremo de la calle: mesa exterior, elección favorita.

Regreso por el mismo malecón ya vacío, con una iluminación modesta que es propicia para los juegos de sombras que dan al recorrido un poco de misterio. Un camino de vuelta es sumamente distinto a uno de ida, y todo lo que no aparece en un sentido lo hace en el contrario. Duermo un sueño liviano por la preocupación de despertar a las cuatro para empacar y tomar el vuelo de regreso, que saldrá a las 6.

Un último café en el aeropuerto me despide con su aroma penetrante, capricho cercano a la necedad porque sé que ya no podré hablar hasta varios días después. Me voy con Veracruz en la garganta, y proyectos que poco a poco se habrán de realizar.


Foto: el autor
  



   

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