domingo, 26 de agosto de 2012

Vasos comunicantes: surrealismo de dos continentes





La idea original surgió a principios del siglo XX, en palabras del poeta francés Guillaume Apollinaire, quien bautizó como surrealismo a un género que aún esperaba por sus más destacados representantes: el grupo reunido en torno de André Breton años después, tras la primera guerra mundial, cuando la entonces mayor afrenta bélica que había conocido la humanidad demostró que los límites de la destrucción eran tan infinitos como la imaginación humana. 

En Paris, Breton redactó el Primer manifiesto surrealista (1924) y abrevó en el recién bautizado inconsciente freudiano, en el automatismo de la creación y otras herramientas para conformar un estilo que buscaba llenar con los frutos de la imaginación el vacío dejado tras Dadá y Tristan Tzara; se apeló al sueño, al entresueño y al punto donde éstos se unen con la realidad para transformar la visión en una obra que ya no buscaba ni ser reflejo fiel del entorno ni representar nada más que la subjetividad del artista, sus pasiones, su propio mundo interior y personalísimo, primero en la escritura, luego en la pintura, la escultura, la fotografía o el cine.

El surrealismo pronto cobró adeptos en Europa y contagió al mundo del arte en todo occidente hasta llegar a América, con el exilio de la mayor parte de los creadores de aquel continente, que huían de una segunda guerra mundial que demostraría cómo esa imaginación ilimitada podía extenderse aún más, hasta perpetrar las atrocidades más encarnizadas e infrahumanas que ha conocido la historia del hombre. 

Ese tránsito fue benéfico y refrescó temas y estilos; trajo a países como Argentina, México, Cuba o Chile un estilo innovador que halló exponentes que no tardarían en alcanzar la fama de sus maestros. El surrealismo contaminaba el nuevo mundo y, a su vez, renovaba a sus creadores. Y ese cruce de culturas y su fruto pictórico y escultórico es el tema de la exposición Surrealismo: vasos comunicantes, que actualmente se presenta en el Museo Nacional de Arte de la ciudad de México, donde el visitante podrá entrar en contacto con artistas de ambos continentes bajo la premisa de “Lo maravilloso se opone a lo que existe maquinalmente, a lo que es tan corriente que ni siquiera se advierte; por eso se cree por regla general que lo maravilloso es la negación de la realidad” (Louis Aragon). 

La muestra del Munal es un auténtico trayecto por lo maravilloso cotidiano, por la visión del sueño que encuentra en el óleo, en el bronce o en la madera un modo de expresión. Obras de René Magritte, de Joan Miró, de Yves Tanguy de Alberto Giacometti, del lado europeo, conviven con Leonora Carrington, Diego Rivera, Wilfredo Lamm o Roberto Matta, del lado americano. El montaje de la exposición, así como la museografía, es un recorrido extenso por su variedad y distribución en un espacio de exposiciones temporales que se antoja un resquicio de tiempo detenido, donde los cuadros parecieran invocar un pasado en el que el inconsciente amenazó con instituirse como norma más que como excepción. 

El visitante puede detenerse, recostarse en una especie de diván y mirar al techo, donde se proyectan espirales con la voz de fondo de Breton, de Jean Cocteau, de Tzara y de Marcel Duchamp; o asomarse por los ojos de cerraduras que ofrecen filmes de Man Ray; también contemplar las ediciones de libros de autores surrealistas prestadas por la Colección Gironella-Parra (extrañamente, ninguna obra de Alberto Gironella fue incluida en la muestra). El conjunto recrea un trayecto onírico donde todo puede sorprender por inesperado y sorpresivo y nada parece ser lo que las pequeñas fichas con los títulos de las obras describen. 

Surrealismo: vasos comunicantes es una oportunidad excepcional de acercarse a la última gran corriente del arte y dejarse arrastrar por la moraleja de que abrir la imaginación y dar rienda suelta a los sueños, puede llevar tan lejos como el talento, la técnica y los medios permitieron a un grupo de mujeres y hombres que no se conformaron con lo ordinario y decidieron ir un paso adelante, siempre un poco más allá. 




viernes, 3 de agosto de 2012

Filosofía de la resistencia, argumentos para la inconformidad




El periodista Jean Daniel compartió con Camus mucho más que una amistad profesional: ambos vivieron la Francia de entreguerras, coincidieron en la defensa de la independencia argelina, tierra que a los dos los vio nacer, bajo un sol radiante y que todo lo abarcaba, como ya relató alguna vez Camus en El extranjero, en sus Carnets o en el Revés y el derecho: la luminosidad como un reducto en el cual ese existencialismo –hoy anacrónico y relegado al olvido– encontró un espacio para salvar al ser y trascender.

¿Qué mejor que leer de esa voz, determinante para el periodismo galo y fundadora de uno de sus semanarios de más prestigio, L’Express, el retrato de un filósofo que apostó por la vida cuando la mayoría exigía la muerte? ¿Hay acaso mejor testigo que el que estuvo a un costado, adoptó como propias las batallas, desistió después pero siempre estuvo cerca, al pendiente?

Jean Daniel recrea en su libro Camus. A contracorriente (Galaxia Gutenberg, 2008) esa cercanía que, sin caer en la complicidad, evoca una etapa crucial para el pensador, el crítico, el hombre que nunca dudó en condenar la bomba atómica, incluso cuando todos alrededor aplaudían esa evocación del extermino masivo; el periodista que ante el asesinato de los ocupantes alemanes de su país, escribió: “nadie puede pensar que una libertad conquistada en esta noche y con esta sangre tendrá el rostro tranquilo y doméstico que a algunos les gusta atribuirle en sus sueños”.

No son pocas las biografías célebres de Camus: desde la publicada por Herbert R. Lottman (Taurus) o la de Olivier Tood (TusQuets), hasta la de reciente aparición Albert Camus. Elementos de una vida, de Robert Zaretsky (Biblioteca Buridán, 2012); pero quizá ninguna ahonde tan profundo en la formación que tuvo Camus en la trinchera informativa, ya fuera como corresponsal para el mítico periódico Combat y sus relatos acerca del conflicto de Argelia, decisivos en su formación intelectual, como crítico y detractor del terrorismo (que más tarde contribuiría a la creación del drama Los justos), o como retratista de un país que surgía de la segunda guerra mundial con el ánimo de venganza y revancha que caracteriza a quien busca ajustar cuentas con el pasado para ilusamente justificar la posibilidad de un futuro.

Fue también desde la prensa que Camus decidió romper con el comunismo, con Sartre, con los ideales de una juventud que se desvanecían ante la inminencia de los campos de exterminio de Stalin, del asesinato selectivo del disidente en nombre de un futuro impreciso y que al final de cuentas nunca llegó. Una rebeldía que a la par constituyó el transfondo filosófico de El mito de Sísifo y su continuación, El hombre rebelde.

Camus fue el filósofo de la inconformidad, de la voz que se alza desde las ideas y manifiesta su opinión incluso cuando ésta resulta contraria al pensamiento generalizado y preponderante. Ajeno a modas y tendencias, en palabras de Jean Daniel “fue, ciertamente, el primero en ese siglo XX en profetizar la época en que ya no podremos apoyarnos en modelos del pasado ni refugiarnos en proyectos de futuro, en la que estaremos obligados a llevar una vida vertical, con una lucidez constante y casi inhumana respecto a un destino que se juega cada segundo”.

Y quien no vea en el presente de la humanidad esta condición no ha contemplado el rostro más crudo y real de una actualidad que se antoja sin ideales, que deglute y excreta la reflexión para tornarla materia de desperdicio, relegada al olvido, a la incomodidad de un zumbido que alerta pero que se pierde frente a la fugacidad del instante, inasible, destinado casi sin remedio a no permanecer.

La rebelión frente a lo establecido, la inconformidad ante la cultura del servilismo y los ideales de ocasión; la altanería que no dudaba en señalar los equívocos, las contradicciones, el absurdo de las justificaciones que llegaban a convertir al verdugo en víctima y al inocente en culpable. El retrato de una época en la que Camus escribía “Vivir no es resignarse”.

Camus. A contracorriente de Jean Daniel es, en fin de cuentas, una biografía breve pero precisa de quien con argumentos y fundamentos se atrevió a decir “no”. 


Jean Daniel, periodista francés